La Epístola A Los Hebreos, Parte 8

Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

El principio global de la Carta a los Hebreos es que nuestra posición ante Dios debe de estar basada en creer que el sacrificio que hizo nuestro Gran Sumo Sacerdote, una vez y para siempre, es suficiente para nuestra salvación. Algunas personas han dicho que esta carta puede verse como un comentario de Habacuc 2:4, «El justo por su fe vivirá». Martín Lutero vio este versículo escrito con fuego en el cielo mientras luchaba con sus dudas sobre el catolicismo, y así fue fortalecido para empezar el movimiento que se convertiría en la Reforma Protestante. Pero 1.500 años antes, el escritor de la Carta a los Hebreos pudo haber tenido este mismo versículo en mente cuando le rogaba a sus lectores que no se devolvieran al Sistema Levítico.

Hebreos 11

Por la Fe
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos
(Hebreos 11:1-2).

Ahora el autor hace uso de su extenso conocimiento del Antiguo Testamento para traer a la mente de sus lectores, que mucho antes que la Ley gobernara el comportamiento del pueblo de Dios, sus ancestros más distinguidos habían vivido sus vidas según la fe. Al hacerlo así, él llena algunos de los vacíos de nuestro conocimiento con algunos detalles muy interesantes.

Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella (Hebreos 11:3-4).

Ningún representante de la raza humana estaba presente durante la Creación. Adán no llegó sino hasta que la Tierra estaba lista para ser habitada y llena de vida animal y vegetal. Dios fue el único testigo, pero hizo que todos los detalles pertinentes fueran preservados para nuestra enseñanza, al pedirnos que creyéramos a Su palabra sobre la manera cómo Él lo había hecho. Fue, y aun es, la primera prueba de la fe del creyente. Es casi como si Él estuviera diciendo, «¿Cómo puede creer usted que Yo le he salvado como dije que lo haría, si usted no cree que Yo le he creado como dije que lo haría?».

Después de la caída, había que hacer una provisión por el pecado del hombre para permitir que la vida continuara en la creación de Dios. Cuando Adán y Eva se confeccionaron ropas para ellos mismos, estaban haciendo el primer acto de una obra religiosa, cubriendo su vergüenza ante un Dios Santo por la obra de sus propias manos. Dios dijo, «No», e hizo ropa para cubrirlos con pieles de animales. Él les estaba mostrando que solamente podían ser cubiertos ante Él por el derramamiento de sangre inocente. Luego Él construyó un altar en donde el querubín fue colocado y les enseñó una forma de lo que eventualmente sería el Sistema Levítico. Al ofrecer la vida de un animal inocente era una señal de su fe en la promesa de que «la simiente de la mujer» un día cambiaría el daño que ellos habían hecho y los redimiría de su atadura del pecado.

Más tarde, Caín se rebeló y continuó ofreciendo la obra de sus manos. Dios rechazó su ofrenda y Caín se enfureció. Dios le dijo, «¿Por qué te has enfurecido. Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?» (Génesis 4:6-7). Desde el mismo principio, la única respuesta del hombre que es aceptable para Dios es por el derramamiento de sangre inocente combinada con la fe, como lo continúa demostrando la ofrenda de Abel.

Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan (Hebreos 11:5-6).

Según Judas 1:14-15, la primera profecía de la Segunda Venida le fue dada a Enoc, el cual vio por medio de los ojos de la fe cómo Dios finalmente les respondería a aquellas personas que se rebelan en Su contra. La tradición sostiene que Enoc nació el día 6 del mes de Siván, más tarde conocido como Pentecostés, y que fue «raptado» en su cumpleaños 365, en recompensa por su fe. Puesto que Enoc fue llevado mucho antes que sucediera el primer juicio universal sobre la humanidad, el diluvio universal, podemos deducir que la Iglesia será tomada antes del segundo juicio, la gran tribulación.

Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe (Hebreos 11:7).

Cuando Dios creó la Tierra, colocó un toldo de vapor de agua a su alrededor para protegerla de los dañinos rayos ultravioleta (Génesis 1:6). Esto prevenía la corrupción en el proceso de la regeneración celular, dándole a la gente largos períodos de vida. También significaba que la Tierra no tenía tormentas y ni siquiera mal tiempo, solamente una sucesión continua de días perfectos. Para irrigar la vida vegetal, Él hizo que un vapor de agua brotara de la tierra durante la noche, como un sistema de riego automático a nivel mundial (Génesis 2:6). El agua formaba riachuelos y ríos, y la vida vegetal floreció.

Es muy posible que las «cosas que no se ven» mencionadas aquí, incluyeran la lluvia. Es una de esas cosas con las que Noé le advirtió a la gente lo cual hizo que se burlaran de él. «¿Agua que cae del cielo? ¡Vamos!» Para cuando se dieron cuenta de que Noé no estaba loco, ya estaban en el agua, empapados hasta la médula, conforme el arca flotaba alejándose de ellos (Génesis 7:11-12). De toda la gente sobre la tierra, solamente Noé tuvo la fe de tomar a Dios literalmente. Se parece mucho a hoy día, ¿verdad? Háblele a la gente sobre la gran tribulación que se avecina y la mayoría de las veces usted tendrá la misma respuesta, «¿Dios haciendo llover el juicio desde el cielo? ¡Vamos!»

Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:8-10).

Abraham nunca había visto el lugar que Dios le iba a mostrar, y haría un viaje mucho más largo que cualquier persona promedio de su tiempo se atrevería a hacer. No era un caso de fe ciega sino el de una fe nacida en la completa confianza de la confiabilidad de Dios. Ahora sabemos que Abraham vio más allá del increíble regalo de la Tierra Prometida, cuando también vio la Era del Reino, cuando todas las promesas de Dios a Su pueblo se harán realidad para siempre.

Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar (Hebreos 11:11-12).

Cuando Isaac nació, Abraham tenía 100 años y Sara 90. Observe cómo el escritor completamente ignoró el asunto de Agar e Ismael, de la misma manera como anteriormente había ignorado el atraso de Abraham para dejar Harán hasta que su padre había fallecido, saltándose la orden de Dios de dejar la casa de su parentela (Génesis 12:1). Pedro hizo lo mismo al alabar la sujeción de Sara (1 Pedro 3:5-6) a pesar de que al haber impuesto su propia voluntad, produjo un problema que atormenta al pueblo de Abraham hasta esta fecha. Cuando nuestras vidas se caracterizan por la fe, Dios «olvida» nuestros lapsos y acredita nuestra fe como justicia.

Algunas personas ven la referencia de las estrellas en el cielo como que es Israel, los descendientes biológicos de Abraham, y la arena de la orilla del mar como que es la Iglesia, los descendientes espirituales de Abraham (Gálatas 3:29).

Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad (Hebreos 11:13-16).

Ninguno de los patriarcas aspiró a tener riquezas o poder. A ninguno de ellos se le menciona como un rey de la tierra, a pesar de que varios de ellos ciertamente estaban en una posición para llegar a ser reyes. Abraham fue probablemente uno de los hombres más ricos de la tierra en su tiempo y, sin embargo, nunca construyó una casa, mucho menos una ciudad. Y todos ellos murieron sin haber visto que las promesas de Dios se hicieran realidad. Aun así, son elogiados por su fe.

Hoy día todas las personas que nos preocupamos de la vida por venir somos descritos por otros cristianos como que «tenemos una mentalidad demasiado celestial y que ya no somos buenos para estar en la tierra». Sin duda alguna sí hubo algunos que pensaron de la misma manera sobre Enoc, Noé y Abraham y se burlaron por su falta de atención a las cosas de este mundo. ¿Pero adivine quién ríe ahora?

Tomemos un momento para aclarar la diferencia entre los destinos de Israel y de la Iglesia. Cuando la Biblia menciona el destino de los judíos, siempre es dentro del contexto de la Tierra. Por el otro lado, el destino de la Iglesia es claramente el Cielo, o para ser más exactos, la Nueva Jerusalén. A pesar de que se requiere un poco de esfuerzo para verlo así, esta diferencia está confirmada en Isaías 65:17 y Apocalipsis 21:1 en donde se menciona tanto un nuevo cielo como una nueva tierra. (Para el propósito de esta discusión vamos a ignorar las controversias sobre si eso sucederá en el Milenio o en la Eternidad, y cómo es que sucederá, ya sea que el antiguo cielo y la antigua tierra serán hechos nuevos o si ambos serán creados de la nada después que los antiguos han sido destruidos.)

Si el escritor de la Carta a los Hebreos estaba diciéndonos que desde el principio el pueblo de Dios ha esperado morar en el cielo, entonces, ¿por qué la necesidad de ambos?

Si tomamos los pasajes del Antiguo Testamento que mencionan el lugar de la morada eterna de Israel, tenemos que concluir que es en la Tierra. Hay varios de estos pasajes en el libro de Isaías (los capítulos 35 y 65:17-25, son un par de buenos ejemplos) pero quizás el pasaje más claro lo encontramos en Ezequiel 43:7 en donde después de la Segunda Venida, y luego de haber entrado en el Templo en Israel, en la Tierra, por primera vez en más 2.600 años, Dios dirá, «Aquí es donde Yo habitaré entre los israelitas para siempre».

Mi punto es este. Solamente porque Abraham estaba buscando una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios, y solamente porque todos los patriarcas estaban buscando un lugar mejor, uno celestial, no quiere decir que no puede ser aquí en la Tierra. De hecho tiene que ser así para que se puedan cumplir las promesas que Dios les hizo a ellos.

Por el otro lado, si a la Iglesia se le ha prometido claramente que un día Jesús retornará a la Tierra para llevarnos a todos con Él a un lugar al que Él estaba por irse cuando hizo esa promesa, que es el Cielo (Juan 14:2-3), Él no prometió retornar para decirnos que estaría con nosotros aquí en donde estamos ahora, como lo hizo Su Padre con Israel. Jesús prometió llevarnos con Él allá, en donde Él iba a preparar un lugar para nosotros. Cuando se fue de la Tierra llegó al Cielo y allí es donde Él ha estado preparando nuestro lugar. Cuando regrese por nosotros nos llevará allí. ¿Pueden ver la diferencia?

Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir (Hebreos 11:17-19).

Una lectura cuidadosa de Génesis 22 nos muestra que tanto Abraham como Isaac sabían lo que Dios estaba haciendo y estuvieron de acuerdo en hacerlo. Y según las palabras hebreas utilizadas, Isaac no era un niño en ese momento como se nos enseñó a muchos de nosotros, sino que era un joven lo suficientemente maduro como para estar en el servicio militar. La parte que tomó de la fe fue la de actualmente haber colocado a Isaac sobre ese altar para matarlo y de esa manera asistir a Dios en enviar Su mensaje. Pero ambos confiaron en Dios e Isaac permitió que su padre lo atara al altar y levantara el cuchillo para matarlo.

Abraham sabía que Dios le había prometido que una gran nación saldría de Isaac y también él sabía que Dios nunca rompería Su promesa. Por consiguiente, razonó que si mataba a Isaac, Dios tendría que levantarlo de los muertos. Y ya que él también sabía que obedecería a Dios, Abraham consideró a Isaac como si estuviera muerto desde el momento en que le dijo que lo sacrificara. Cuando Dios lo detuvo en efecto Abraham lo recibió de vuelta de los muertos. El tiempo que pasó fue de tres días.

El punto del episodio no fue el de probar la fe de Abraham. Fue para demostrar que Dios un día ofrecería a Su único Hijo en ese mismo lugar como un sacrificio por el pecado, y al obedecer a Dios Abraham estaba actuando sobre una profecía, enviándole al mundo un mensaje. Para demostrar eso, Abraham nombró ese lugar Jehová-jireh (Dios proveerá), diciendo «En el monte de Jehová será provisto» (Génesis 22:14)

Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras. Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón. Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos (Hebreos 11:20-22).

La profecía que recibió Rebeca al momento del nacimiento de sus hijos, le indicó que el mayor serviría al menor (Génesis 25:23). Aquí se nos dice que ni ella ni Jacob tenían que haber manipulado el resultado de la bendición patriarcal de Isaac, porque él estaba actuando en fe cuando pronunció la bendición del primogénito sobre Jacob en vez de sobre su hermano mayor Esaú. Y lo mismo hizo Jacob, cuando repitió el episodio al bendecir al hijo menor de José Efraín antes que a Manasés.

Yo creo que esta fue una profecía. En el sentido humano, Adán fue el primer hijo de Dios (Lucas 3:38), pero Jesús heredó la posición del primogénito sobre toda la creación (Colosenses 1:15). Por el testimonio de dos testigos esto fue así establecido.

José sabía de la promesa del Señor a Su pueblo y creyó que retornarían de Egipto a la Tierra que Dios le había dado a Abraham. Él sabía sobre los 400 años que pasarían mientras el Señor les daba oportunidad a los amorreos para que se arrepintieran, una oportunidad que Dios sabía que desaprovecharían (Génesis 15:13-21) y en fe les hizo prometer llevarse sus huesos para sepultarlos en la Tierra Prometida.

Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey. Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible. Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos (Hebreos 11:23-28).

Aquí vemos una insinuación, como en Hechos 7:20, que los padres de Moisés sabían que él sería el libertador de Israel. La tradición dice que su madre Jocabed tuvo un sueño sobre eso. Si eso fue así, entonces fue la fe de ella la que la impulsó a esconderlo para luego asegurarse que fuera la hija de Faraón la que lo encontraría. Quizás sabiendo esto fue lo que hizo que Moisés matara al soldado egipcio que estaba maltratando a un israelita, dando como resultado que huyera a Madián (Éxodo 2:11-12). Su regreso 40 años después fue suficiente para haberle borrado cualquier influencia que tuviera sobre la corte egipcia, habiendo hecho un dramático ejercicio de fe. Como un pastor de Madián, a la edad de 80 años, convirtió en ruinas al imperio más grande de su época, armado con nada sino la fe de que Dios estaría con él y que había elegido hacer Su obra por medio de él.

Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados. Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días. Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz (Hebreos 11:29-31).

¿Quién caminaría entre dos muros de agua de varios pisos de altura sin ninguna barrera visible que previniera que se ahogaran en un momento determinado? ¿Y quién marcharía alrededor de una ciudad todos los días durante una semana solamente porque se les dijo que los muros de esa ciudad caerían si lo hacían? ¿Y porqué una mujer iba a esconder de su propio pueblo a dos espías enemigos arriesgando su vida? Ninguno de ellos tenía experiencia como para confirmar la validez de sus actos. Como el escritor lo define, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones (Daniel), apagaron fuegos impetuosos (Sadrac, Mesac y Abed-nego), evitaron filo de espada (Elías), sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros (David). Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección (las viudas de Sarepta y Naín, la mujer sunamita, la esposa de Jairo); mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección (los mártires de la revuelta de los macabeos). Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles (Jeremías, Pablo y Silas). Fueron apedreados (Zacarías y Esteban), aserrados (Isaías), puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados (Juan el Bautista); de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra (Eliseo) (Hebreos 11:32-38).

Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros (Hebreos 11:39-40).

Pablo escribió que toda la creación anhela ardientemente que los hijos de Dios sean manifestados (Romanos 8:19). Ninguna de las promesas eternas de Dios se cumplirá sino hasta que nosotros, los que hemos creído por fe, seamos raptados y sentados ante la presencia de nuestro Señor. Lo mucho que podamos admirar y aun venerar a todos estos héroes de antaño, cuando el polvo de la rebelión se asiente y el Reino quede una vez más asegurado en las manos de su Creador, es que la Iglesia es la que va a tener una posición preeminente en toda la Creación, para que Dios pueda mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús (Efesios 2:7). Aleluya. 05/01/2008.