El Relato de Adán. Parte 1

En el Edén

Génesis 2:4-25

Yo creo que ustedes bien podrían decir que todo comenzó conmigo, desde el punto de vista humano, por lo menos. A pesar de que no llegué sino hasta que toda la obra de la creación estuvo terminada, todo lo que se hizo antes fue para mi beneficio, para proveerme de alimento, techo y un ambiente agradable.

El Señor había plantado un huerto grande y bello, rico y abundante, el cual cubría casi toda el área de lo que ustedes llaman hoy el Medio Oriente. Si ustedes conocen algo sobre lo que es el petróleo, saben que se deriva de la vegetación que se ha podrido. Las reservas conocidas de petróleo más grandes que existen, se encuentran debajo de las arenas de los desiertos del Medio Oriente, lo que significa que esa área fue un día muy rica en vegetación. Puesto que los ríos Tigris y Eufrates fluyen en esa región, el lugar del Huerto del Señor queda así bien establecido.

Como mencioné, yo llegué al final de la creación de tal manera que cuando me pusieron en Huerto del Edén, como el Señor le llamó, este ya estaba en su lugar. Además de su frondosa vegetación, el huerto también estaba repleto de una variedad increíble de criaturas vivientes. Era tan bello que cuando los descendientes hebreos de mi familia describen el Paraíso, utilizan una palabra cuya raíz se deriva de huerto, una referencia al Huerto del Edén. Y pensar que el Señor me puso a cargo de todo. ¡Qué maravilla!

Después que el Señor me dio instrucciones de que tenía toda libertad de comer de todas las frutas y vegetales del huerto, excepto de las que crecían en uno de los árboles en el centro del mismo, el que Él llamó el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, me presentó a todos los animales que había creado, y la palabra que yo pronunciara cuando los viera, esa sería su nombre. Todos fuimos hechos de los mismos elementos que tiene la Tierra, y fue en ese entonces que mi nombre se hizo obvio. Adán es la palabra hebrea para un hombre que proviene de “adamá”, que es la palabra hebrea para tierra.

Para facilitar la propagación de todas las especies el Señor estableció el proceso de la procreación, y formó, de cada uno de ellos, las versiones de macho y hembra, excepto de mi persona. Así que me puso en un profundo sueño y de una de mis costillas, Él produjo la versión femenina de mí, una mujer. El Señor sabía lo que yo necesitaba y en el instante en que la vi me enamoré profunda y perdidamente de ella. Era un amor puro e inocente, absolutamente incondicional, una emoción que el Señor nunca antes nos había dado. Nunca quise estar ni un instante separado de ella.

Yo espero que ustedes puedan tener un momento para pensar sobre nuestra situación. Éramos jóvenes y enamorados, personas bellas en un ambiente bello e idílico, sin las preocupaciones del mundo y en íntima relación con nuestro Creador. Nuestras mentes, aun sin el efecto debilitante del pecado, estaban libres para elevarse entre los mismos pensamientos de Dios, nuestros sentidos disfrutaban de la plenitud de los incontables placeres que Él había creado para nosotros. Caminábamos y conversábamos con Él mientras nos enseñaba las maravillas de Su amor. Había paz y armonía en el huerto, paz entre nosotros y nuestro Creador (quien nos amó tanto por ser los ejemplos de Su más alta y mejor habilidad creativa, creados en Su propia imagen) y paz entre todas las especies de Su Creación. Verdaderamente era el Cielo en la Tierra.

Ahora, contrasten ustedes lo anterior con el punto de vista humano sobre la aparición inicial del hombre en la tierra. Este emergió de una alguna sopa primigenia, creciéndole primero unas escamas y luego unas piernas, viviendo en cuevas y escarbando el polvo para encontrar alimento, semejándose a un mono más que a un hombre y con una capacidad intelectual comparable al menor de uno de esos seres, este mono-hombre tropieza sin ningún objetivo, con un descubrimiento tras otro, y que en el curso del tiempo, el resultado accidental somos nosotros. Como alguien dijo, “De algo a usted, pasando por el zoológico”. Este punto de vista tiene al hombre primitivo que con dificultad se puede comunicar con un mono, menos con Dios, y solamente por casualidad emerge superior a sus así llamados parientes. Los proponentes de esto no solamente violan las leyes naturales, sino que están lentamente siendo obligados a admitir que si esa teoría llegara a funcionar, no ha habido suficiente tiempo desde que ese proceso se inició al principio. (Quizás algunos de nosotros descendemos de los monos después de todo.)

Disculpen mis duras opiniones, pero yo estaba allí. Yo caminaba y conversaba con Dios y disfrutaba de todos los placeres sin término de Su huerto y de Su compañía. Esa experiencia me impactó tan profundamente, y se grabó tan profundamente en mi psique, que aun hoy día su recuerdo es lo suficientemente claro en las mentes de mis descendientes, que todos añoran volver allí. Ellos definen el Cielo en términos de mis experiencias en el huerto y ciertamente los dos tienen mucho en común.

La historia de nuestro desahucio y las provisiones que hizo el Señor para nuestro retorno, siguen más adelante. Pero por el momento tomen este consejo de alguien que sabe. Arrodíllense hoy mismo y denle gracias a Dios por proveer el camino de regreso al Huerto.