El Relato de Daniel – Parte 3

PARTE 3

CAPÍTULO 5

La Gran Fiesta

La Escritura en la Pared

Después de la muerte de Nabucodonosor, varios de sus parientes tuvieron su turno en el trono de Babilonia, y por lo general, ese turno era corto debido a las peleas maliciosas que algunas veces caracterizan a las familias reales. El asesinato se había convertido en la orden del día. Finalmente, ya cerca del período de los 70 años que el Señor había ordenado sobre el gobierno de Babilonia en todo el mundo (vea Jeremías 25:12) su hijo Nabonides obtuvo el control y las cosas se calmaron un poco. Ya para entonces, yo era un anciano y me había retirado de la vida pública, por eso es que cuando una noche me llamaron abruptamente de vuelta al trabajo, me tomó totalmente por sorpresa.

Nabonides se encontraba lejos peleando con los egipcios y había dejado a su hijo Belsasar al mando. Quizás aprovechando la ausencia del rey, se formó un gran ejército con la coalición de los Medos (ahora ustedes los llaman Curdos) y los Persas (Irán), el cual llegó y sitió la ciudad. Anteriormente vimos que esta coalición había estado representada por el pecho y los brazos de plata en el sueño de Nabucodonosor de aquella gran estatua.

Bueno, todos en la ciudad creían que esta era inexpugnable, así que continuaron con sus tareas diarias cerrando las puertas, como si el gran ejército que estaba fuera no existiera. Y como si fuera para burlarse de sus atacantes, Belsasar preparó una espléndida fiesta invitando a todas las personas importantes de Babilonia para celebrar con él en el Gran Salón de los Banquetes, tomando y comiendo. En esa fiesta debe de haber habido más de mil invitados, y pronto todos no sentirían ninguna angustia, incluyendo el mismo Belsasar.

Yo creo que el burlarse del ejército persa no fue suficiente para Belsasar, porque hizo que sus sirvientes le trajeran todos los vasos de oro y de plata que su abuelo Nabucodonosor había saqueado del Templo del Señor en Jerusalén y los había puesto en su propio museo privado. Su idea era usarlos para brindar a los dioses paganos y los ídolos de los que él dependía, para que lo mantuvieran seguro de los intrusos que estaban a las puertas. Y eso fue exactamente lo que hizo.

Su arrogancia debe de haber disgustado al Señor porque de un momento a otro, cayó un silencio sobre todos el salón del banquete, al punto que se podía escuchar el vuelo de una mosca, cuando en eso los dedos de una mano aparecieron de la nada y escribieron un mensaje en la pared detrás de la cabeza de Belsasar. Esto asustó “lo que usted conoce” de Belsasar, y decir que eso también apagó la festividad es la declaración más incompleta de todas. Con las rodillas que le temblaban y una voz entrecortada, Belsasar llamó a sus magos y adivinos para que interpretaran ese mensaje, prometiendo que la persona que lo hiciera, sería el tercero en importancia en el reino. Por supuesto que nadie pudo hacerlo, y eso asustó a Belsasar aun más.

La abuela de Belsasar, al escuchar toda la conmoción en el salón del banquete, entró y le recordó de cómo su ahora muerto esposo, el rey Nabucodonosor, había utilizado las habilidades sobrenaturales que el Señor me había dado, cuando yo era un adolescente. Ella le dijo que yo podía interpretar sueños y resolver todo tipo de acertijos y problemas, y sugirió que se me llamara para descifrar la escritura en la pared. Y así fue como mi retiro llegó a un abrupto fin.

Cuando vi la escritura en la pared inmediatamente supe lo que estaba sucediendo, así que no perdí mi tiempo para ser considerado con Belsasar. Él era solamente un joven arrogante y consentido, después de todo. Le recordé que su abuelo había pasado por un tiempo de orgullo parecido, y a pesar de que era rey de todo el mundo, el Señor Quien lo había hecho así, vio que era apropiado bajarlo de un par de peldaños en su orgullo. Pero la ofensa de Belsasar al Señor era peor porque él sabía lo que le había sucedido a su abuelo y a pesar de eso, desafió al Señor, alabando a sus ídolos sin valor con los utensilios sagrados que habían sido apartados por el Señor Quien había demostrado ser real. Yo creo que usted podría decir que le dije unas cuantas cosas. Entonces procedí a leer la escritura en la pared.

“Mene, mene, tekel, uparcin”. Las palabras habían sido escritas en arameo, una lengua derivada del hebreo que hablaban los babilonios. (Yo siempre he sonreído de la cantidad de axiomas que han salido de este incidente. Empecemos por “lea la escritura en la pared” y de allí en adelante.) Estas palabras tienen un sentido tanto literal como interpretativo. La palabra “mene” significa “contado” y dicha dos veces quiere decir que el Señor tiene contados los días de la supremacía de Babilonia en el mundo, y la lleva a su fin. O como usted diría, “sus días están contados” y “tu número se acabó”. “Tekel”, traducida “pesado” significa que ellos han sido pesados en la balanza y se habían encontrado faltos de peso. “Uparsin” es la forma plural de “peres”, que significa “dividido”. Es también una forma de la palabra usada por los persas. El Señor estaba declarando que Babilonia sería dividida en dos partes entre los medos y los persas, cuyos ejércitos estaban concentrados afuera de las puertas de la ciudad.

Pues bien, a Belsasar no le agradó mi interpretación pero tuvo que coincidir con su exactitud, así que a regañadientes me dio el premio que había prometido. Les gustara o no, yo era ahora el tercer gobernante en orden de importancia de Babilonia, un reino que estaba por ser conquistado bajo las órdenes del Creador del Universo.

Y aquí es donde esto se pone interesante. Recuerde que yo le conté lo fuertes que eran las defensas de la ciudad y cómo toda la gente pensaba que era inexpugnable. También les expliqué que el río Eufrates corría a través de la ciudad proveyendo un suministro inagotable de agua. Nabucodonosor había construido unas enormes compuestas de barras cruzadas hechas de bronce las cuales se bajaban dentro del río para prevenir que embarcaciones no deseadas entraran en la ciudad, pero permitiendo que el agua siguiera su curso. Cuando las puertas de la ciudad se cerraban, estas compuertas de bajaban hasta el fondo del río para evitar que alguna persona pudiera traspasarlas. De alguna forma los medos y los persas habían diseñado una manera de desviar las aguas del río esa noche para que, mientras que Belsasar y sus compinches se estaban emborrachando durante el banquete, un pelotón de soldados pudiera escabullirse por debajo de las compuertas en el río y entrar en la ciudad. Una vez dentro, pudieron vencer fácilmente a los guardas de las puertas principales del muro, abriéndolas para que pudiese entrar todo el ejército que rodeaba la ciudad. La gran ciudad de Babilonia fue tomada sin ninguna resistencia y Belsasar murió esa misma noche. Yo me había convertido ahora en el oficial de más alto rango de Babilonia, en la ciudad.

Unos días después, casi antes de que los residentes de Babilonia supieran que habían sido conquistados, el rey Ciro de Persia hizo su aparición en la ciudad. Yo fui a saludarlo, llevando conmigo el rollo del libro que 150 años antes había escrito el Profeta Isaías. Luego que me presenté a Ciro, le mostré la porción del rollo del libro, la cual ustedes conocen de Isaías 44:24—45:13. En ella, el Señor puso a Isaías a describir con todo detalle la forma cómo Ciro conquistaría Babilonia, aun mencionándolo por su nombre, 150 años antes del evento. Este pasaje casi le ordenaba a Ciro que liberara a los judíos que habían estado en cautiverio durante 70 años, y que los ayudara a reconstruir Jerusalén. ¡Ciro quedó sorprendido! Obviamente él nunca había leído nuestras Escrituras y al ver su plan de batalla y aun su nombre escrito desde antes que él naciera, lo convenció de liberar a nuestro pueblo y ayudarnos a recuperar nuestra tierra. Dentro del siguiente año después de los 70 años, el cautiverio de Israel terminaría. Nuestro castigo por haber ignorado el Sabath para la tierra y por haberle dado culto a los ídolos, había terminado.

En cuanto a mí, parecía que mi vida pública aun no había terminado. Como el oficial de más alto rango de la conquistada Babilonia, yo debería haber sido programado para ser ejecutado, pero Ciro quedó tan impresionado por mis habilidades proféticas que me nombró al grupo de administradores de la realeza que formó para asistir a su suegro Darío, rey de Media, para poder gobernar Babilonia. Una vez más, el Señor había diseñado la victoria desde las cenizas de la derrota, y yo fui salvado de una muerte segura. Triste decirlo, pero no sería la última vez.

CAPÍTULO 6

El foso de los leones

Yo creo que ustedes podrían decir que yo viví una vida única. Nací como un príncipe de Israel, fui llevado cautivo a Babilonia cuando era un adolescente, solamente para convertirme en una figura política principal, como consejero del rey, y finalmente ascendiendo para ser el número tres en importancia en el gobierno babilónico, y luego, tras su derrota, nombrado en un puesto importante en el régimen medo-persa. De hecho, yo era uno de los tres administradores asignados para vigilar el trabajo de los 120 gobernadores regionales quienes eran los que administraban los asuntos cotidianos del reino. Los tres de nosotros solamente reportábamos al rey Darío.

Mi nombramiento a esa poderosa posición causó muchos celos entre los otros gobernadores. Después de todo yo era el único judío y la única persona que había gobernado en Babilonia antes de su derrota. Para ellos yo era tanto un extraño como un perdedor, que claramente no merecía esa clase de honor. Conforme buscaban una manera para desacreditarme, yo me aseguré de que no pudieran encontrarla, ya que no era ni corrupto ni negligente en la ejecución de mis deberes. Pero había un área en mi vida en la que era vulnerable a ellos y esa era mi devoción al Señor Quien había bendecido mi vida abundantemente. Cuando ellos fraguaron un plan que requería que todas las personas solamente le oraran al rey y lo manipularon, a través de su vanidad, para que pronunciara esa desobediencia como un crimen capital, entonces ellos me atraparon.

Yo había ganado la confianza y el respeto del rey, por eso es que cuando me encontraron una mañana ejecutando mi devoción regular al Señor, él se entristeció grandemente y se dio cuenta de que había sido embaucado. Pero puesto que él mismo había firmado el edicto para que fuera ley, intentó todo ese día poder encontrar una salida. La ley era la ley, y la pena por la desobediencia era lanzar a la persona viva, dentro de un foso lleno de leones. Al atardecer el rey finalmente se dio por vencido porque ya era inútil hacer cualquier otro esfuerzo para rescatarme, y a pesar de que eso lo entristeció, debió dar la orden para mi ejecución.

Cuando los guardas estaban por lanzarme a los leones, Darío se excusó por su incapacidad por no haber podido rescatarme, pero me recordó que mi Dios, a Quien yo siempre había servido, aun podría intervenir y ya dependía de Él el hacerlo ahora. Luego se fue a su casa, no quiso cenar porque perdió el apetito y pasó la noche en vela solo. Yo creo que en su tristeza, él debe de haber elevado sus primeras oraciones al Señor esa noche.

Tan pronto amaneció, Darío se apresuró al foso de los leones y clamó mi nombre. Con una voz llena de angustia preguntó si mi Dios me había preservado a través de la noche. Cuando le respondí que el Señor había mantenido las fauces de los leones cerradas toda la noche como una señal de que yo era inocente ante Él y ante el rey, Darío fue sobrecogido de gran alivio y ordenó que me soltaran de inmediato. Una vez que estuve en libertad, su gozo se transformó en furia contra aquellos que me habían acusado falsamente, así que los hizo arrestar y junto con todas sus familias fueron lanzados en el foso de los leones que debían de haberme devorado. Todos ellos murieron antes de tocar el suelo. La justicia era rápida en esos días.

Luego, para reversar la ley que requería que todas las personas le oraran a él, el rey ordenó que todo el mundo en el reino temiera y temblara ante mi Dios, “porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin” (Daniel 6:26). Yo le había contado a Darío sobre el gran sueño de Nabucodonosor muchos años antes de esto y este nuevo edicto fue su aceptación oficial de la validez de ese sueño y el reconocimiento de la identidad del imperio Persa como el pecho y los brazos de plata. A través de mi prueba, ¡el rey Darío había conocido al Señor!

En cuanto a mi persona, esa fue una de esas noches para un hombre de 85 años de edad. Sentado allí en la oscuridad, sin saber cuándo uno de esos leones hambrientos me podía dar un gran mordisco y empezar así una orgía de comida, es que pude aprender el sentido de la frase “fe momento a momento”. También aprendí que yo no estaba solo. El Creador del Universo, Quien ha prometido nunca abandonarnos ni dejarnos, tomó un tiempo de su apretada agenda para pasar esa noche conmigo, tal y como Él lo haría en la hora más oscura que usted pueda tener. Fue Su mano la que cerró las fauces de los leones, fue Su suave voz la que me consoló. Él me recordó que al haber preparado este episodio para revelarse al rey Darío y a todo el imperio Persa, Él no se iba a quedar al borde de la victoria dejando que los leones me devoraran. Porque Él es, como dijo el rey David, “nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1). Y yo digo que así es.