El Relato de Daniel – Parte 5

PARTE 5

CAPÍTULO 9

La Oración Respondida

Oración de Daniel por Su Pueblo y La Profecía de las Setenta Semanas

En el año 538 a.C., primer año del régimen de Persia sobre Babilonia, leí en el Libro del Profeta Jeremías que nuestro cautiverio en Babilonia estaba supuesto a durar 70 años (Jeremías 25:11-12). Ustedes recordarán que Jeremías vivió cerca del mismo tiempo que yo, y documentó la derrota de Israel y la destrucción de Jerusalén desde ese extremo, mientras que Ezequiel y yo lo hicimos desde Babilonia.

Ya habían pasado 67 años de los 70 del cautiverio, y entonces comencé a orar al Señor para que nos liberara y permitiera que retornáramos a nuestra tierra natal. Por supuesto, Él lo hizo a su debido tiempo y la historia del retorno de Israel está documentada en los libros de Esdras y Nehemías. Pero la respuesta a mis oraciones fue de tal magnitud que fue más allá del alcance de mi petición y se ha vuelto el mensaje más importante de toda la Escritura profética. Como dije antes, no es ni más ni menos que la clave para abrir los secretos de la cronología de los últimos tiempos.

Mientras aun me encontraba orando, el Ángel Gabriel fue despachado del Cielo con las respuestas que tocaron el meollo del asunto más allá de mi oración. Yo simplemente le había pedido al Señor que recordara Su promesa para dejarnos ir de vuelta a casa, pero Él decidió darme un gran vistazo del futuro de nuestro pueblo para reasegurarme que no solamente Él no nos había olvidado, sino que también tenía grandes planes para nosotros. Ustedes saben, Él es así, y podemos confundirnos si no somos cuidadosos. Conocedor de lo más profundo de nuestro corazón, Él por lo general nos da respuestas que van más allá de las pequeñas palabras de nuestras preguntas.

Gabriel comenzó a decirme que setenta semanas, o “sietes”, se habían dispuesto para nuestro pueblo y nuestra Santa Ciudad de Jerusalén, tiempo durante el cual el Señor haría seis cosas. Él terminaría la trasgresión y le pondría fin al pecado, expiaría todas nuestras maldades y traería la justicia perdurable, sellaría (o las haría suceder) todas las visiones y las profecías que Él le había dado a nuestro pueblo, y ungiría el Lugar Santísimo, Su Templo, como Su residencia en la Tierra. Yo entendí que esto quería decir que Él enderezaría todas las cosas que habían ido mal en Su creación desde que Adán y Eva pecaron, y restaurarla a su estado original, establecer Su Reino en la Tierra, el cual Él había prometido desde el principio. Este es el quinto reino que Él le había dado a Nabucodonosor en su sueño, y después a mí, el reino que durará para siempre.

Luego el ángel me dijo que este período de tiempo daría inicio cuando se emitiera un decreto oficial que permitiría la reconstrucción y restauración de Jerusalén, la cual había sido totalmente destruida por Nabucodonosor y en ese momento era un montón de ruinas, con una acumulación de 70 años de maleza que había crecido por todos lados. Este decreto fue emitido por el rey persa Artajerjes Longimano el 14 de marzo de 445 a.C., cerca de 93 años después de la visita de Gabriel. El rey Ciro de Persia en realidad había prometido liberarnos el mismo año en que yo comencé a orar, pero nos tomó varios años alistarnos para viajar, y puesto que solamente podíamos reconstruir nuestros hogares y reclamar nuestros campos, una gran parte de nuestro pueblo permaneció en Babilonia. Solamente como unos 40.000 retornaron, y los últimos salieron finalmente con Esdras en el año 464 a.C. Ya habían pasado 19 años después de eso cuando Nehemías obtuvo permiso para reconstruir Jerusalén.

Para hacer esto más fácil, permítanme explicarles que nosotros tenemos una palabra en hebreo que significa siete años, como en español existe la palabra década para significar 10 años. Nuestra palabra hebrea ha sido traducida en “semanas”, significando una semana de años (7 años), o simplemente sietes. Así que cuando Gabriel dijo setenta semanas, en realidad eso era 70 veces siete años o 490 años.

Cuando él me dijo seguidamente que un período de siete años seguido de otro de 62 años deberían de pasar, él quiso decir que eran 49 más 434 años (483 años en total) después de emitido el decreto para reconstruir Jerusalén, para que el Mesías visitara la Ciudad y se ofreciera a Sí mismo como Rey. Y eso es exactamente lo que sucedió. En el día que ustedes conocen como Domingo de Ramos, el Señor Jesús entró en Jerusalén, montado en un pequeño asno, y le permitió a la multitud que lo proclamaran como el Mesías por primera y única vez. Cuando nuestros líderes religiosos le dijeron que callara a la multitud, Él les respondió que si lo hiciera las mismas piedras clamarían Su mensaje porque este era Su día. Cuando ellos persistieron en rechazarlo, Él pronunció el juicio sobre la ciudad porque “no conocieron el tiempo de su visitación” (Lucas 19:41-44). Esa fecha fue el 6 de abril de 32 d.C. Hagan la prueba y descubrirán que fueron exactamente 483 años a la fecha, desde el 14 de marzo de 445 a.C.

Luego, Gabriel me dijo que el Mesías sería ejecutado antes de que cada una de las promesas de Su Reino pudieran ser cumplidas, y el líder de un futuro dictador mundial destruiría la ciudad y el Templo poco tiempo después. A esto le seguiría una diáspora (mi pueblo sería dispersado) y desde ese momento en adelante, habría guerras en cada generación.

Entonces Gabriel hizo algo que por lo general caracteriza la profecía sobre mi pueblo. Sin ninguna palabra de explicación, se saltó 2.000 años para decirme cosas de la primera venida de Cristo y de Su segunda venida, en un solo momento. De manera retrospectiva ustedes se pueden dar cuenta porqué lo hizo. Poco tiempo después de que los eventos predichos anteriormente se cumplieran, mi pueblo dejó de existir como nación, y para nosotros no habrá ninguna historia para ser escrita sino hasta que reapareciéramos como nación al final de la era. Y en algún momento mientras aun esté viva la generación que participó en nuestra reaparición nacional (14 de mayo de 1948 en el calendario de ustedes), el saldo de siete años de esta profecía será cumplido. (Vea Mateo 24:34.)

Esto sucederá así. Un líder mundial venidero, de alguna manera descendiente de los romanos que destruyeron Jerusalén en el año 70 d.C., subirá al poder y confirmará un pacto con mi pueblo lo cual permitirá la construcción de un nuevo Templo en Israel, el primero en casi 2.000 años. La ejecución de este pacto señalará el inicio de las últimas siete semanas del resumen de 490 años de Gabriel. A mitad de este período de siete años, cuando mi pueblo esté de vuelta en el pacto con Dios, adorándole según nuestras costumbres, este líder, de un momento a otro, hará cesar nuestros sacrificios de adoración. Tal y como lo hizo Antíoco Epífanes antes que él, colocará una abominación que causa desolación, lo cual es una acción que irrita tanto a Dios, que hizo que Su Hijo le advirtiera a mi pueblo que estuviera vivo en ese momento, que huyera de Jerusalén para salvar sus vidas, cuando vieran que eso sucedía. Y luego Dios derramará desastre tras desastre sobre este individuo hasta que finalmente es destruido.

Puesto que los romanos destruyeron la ciudad y el templo en el año 70 d.C. y puesto que no ha existido ningún Templo en Israel desde entonces, es que sabemos que esta parte de la profecía está aun en el futuro. También, las seis cosas que Gabriel me dijo que el Señor haría durante esos 490 años, tampoco se han terminado de hacer. Encima de todo eso, sabemos que la última mitad de ese período de siete años es algo que el Señor Jesús llamó la Gran Tribulación, al referirse a esta profecía cuando lo hizo (Mateo 24:15-21). Este es el tempo descrito en gran detalle por Juan en Apocalipsis capítulos 6 al 18, un tiempo que claramente está en el futuro. Así que hay un espacio de tiempo entre los primeros 483 años y los últimos siete años. Muchos estudiantes de la Biblia creen que este fue el cuarto período de 490 años que el Señor había apartado para Israel y cada uno de ellos tiene algún tipo de espacio durante el cual hemos sufrido un juicio por nuestra desobediencia. Por eso esto no me sorprendió.

Obviamente esta visitación tuvo un profundo efecto sobre mí. Gabriel me había dicho algo que los israelitas hemos añorado conocer durante siglos; el momento de la llegada del Mesías. Yo me reuní con algunos de los sacerdotes persas en los había llegado a confiar, y juntos formamos un grupo que juró pasar esta información a todos nuestros descendientes, puesto que el momento de Su llegada aun estaba a 500 años de distancia. Sobre las generaciones, este grupo tuvo cada vez más influencia, cuando cada nacimiento real se analizaba cuidadosamente para determinar si era el que se les había dicho. Como un remanente de los persas, conocido después como los partos, este grupo tenía tal influencia que ningún rey persa podía reinar sin su previo consentimiento. Entonces, un año, apareció una estrella en el cielo de oriente, tal y como Balaam lo había profetizado. Esa era la señal que ellos estaban esperando y el momento era casi el correcto, así que representantes de ese grupo, ahora llamados los magos, se propusieron seguir la estrella.

Viajar en esos días requería de grandes preparativos y apoyo, así que no fue sino hasta un tiempo después del nacimiento del Mesías que esta caravana llegó a Jerusalén buscando “al rey de los judíos que ha nacido”. Usted comprenderá la reacción de Herodes que ni siquiera era judío, sino era amigo del emperador romano de Jordania. Este había sido nombrado rey sobre Israel por lo que una persona nacida en Israel tenía más derecho al trono, y estos magos nombraban reyes después de todo. Encima de eso, los partos recientemente habían derrotado al ejército invasor romano, y el viajar a Israel era equivalente a entrar en territorio enemigo, así que los magos venían fuertemente protegidos. Usted se dará cuenta ahora porqué su llegada causó tal conmoción en la ciudad.

De inmediato Herodes envió a llamar a los líderes judíos quienes recordaron la profecía de Miqueas que el Mesías nacería en Belén, así que los magos se fueron a Belén (Miqueas 5:2). Por su lado, Herodes calculó el tiempo y decretó que murieran todos los niños varones judíos de dos años o menores, creyendo que así eliminaría la competencia. Los líderes judíos, perteneciendo principalmente a la persuasión de los saduceos, quienes no creían más en la profecía predictiva, se retiraron al templo a sus quehaceres rutinarios. Después que vieron al Bebé Jesús, los magos retornaron a su país tomando un camino diferente, evitando cruzar por Jerusalén. Y José y María, habiendo sido advertidos en un sueño, sobre el peligro que se avecinaba, se apresuraron a sacar a su bebé para llevarlo a salvo a Egipto.

Pero la Eternidad había invadido el tiempo, el Cielo había invadido la Tierra y el Hijo de Dios se convirtió en el Hijo del Hombre. El mundo nunca más sería el mismo.

CAPÍTULO 10

La Gran Descripción… Preludio

Como si el sueño sobre le venida del Mesías no hubiera sido suficiente, dos años más tarde recibí otra revelación. Ésta me dio muchos más detalles sobre el futuro de mi pueblo, los cuales en el tiempo de ustedes, habrán “eruditos” que no creen en la profecía predictiva (¡los saduceos no han muerto todavía!) y que han intentado afirmar que en realidad yo no escribí mi historia del todo. Ellos intentarán que ustedes crean que alguien más, en el Siglo II a.C., la escribió para animar a mi pueblo durante un tiempo de desánimo nacional. El mayor problema que tienen es que en solamente los primeros 35 versículos de la parte de mi relato que ustedes llaman el capítulo 11, más de 135 profecía se han cumplido y han quedado registradas en la historia. Por eso es que al intentar reconciliar esta muestra de exactitud profética con su rechazo a creer que una cosa así es posible, han inventado a un autor anónimo el cual afirman que fue el que escribió este relato después que sucedieron los acontecimientos allí descritos. Pero se han sobrepasado de listos. La autenticidad de mi historia ha sido atacada tan despiadadamente, que a este escrito se le convertido en el libro más cuidadosamente documentado en toda la Biblia. Como resultado de ello, mi afirmación de que yo escribí esta historia a finales del Siglo VI a.C. ha quedado ahora establecida más allá de toda duda, por lo menos para todas aquellas personas que están deseosas de aceptar la idea de que Dios conoce en fin desde el principio y que en algunas ocasiones nos permite ser parte del futuro solamente para demostrar que Él existe (Isaías 46:8-10).

Yo había estado orando y ayunando por mi pueblo, por un período de tres semanas, cuando un ángel se me apareció con la apariencia de un hombre. Él me explicó que había sido enviado tan pronto como yo había empezado a orar, pero que había sido atacado por enemigos en el ámbito espiritual, hasta que finalmente Miguel, el arcángel, llegó a rescatarlo.

A pesar de que yo había recibido la visita de ángeles anteriormente, este tenía tanto poder que su mera presencia literalmente me noqueó. Pero el mismo poder que me había noqueado me restableció, y cuando me tocó volvieron mis fuerzas. Me dijo que sus antagonistas eran poderes espirituales malignos que estaban trabajando para influenciar a los reinos de Persia y de Grecia para negar la voluntad de Dios y en su lugar favorecer el propósito del diablo. Durante todo el tiempo de mi ayuno, estos espíritus malignos estaban tratando de impedir que se me acercara. Nosotros los mortales no tenemos idea del alcance y de la intensidad de la batalla que se libra por nosotros y debido a nosotros, en el ámbito espiritual. El Dios que murió para que nosotros pudiéramos tener vida, a diario envía Sus legiones a la batalla para guardarnos y protegernos ahora que somos Suyos. Una palabra de agradecimiento ahora y entonces, está definitivamente a la orden.