El Relato de Isaac. Parte 1

Génesis 25—35

Parte 1

Génesis 25—26

Yo tenía 75 años de edad cuando mi padre Abraham murió. Ismael, mi medio hermano, y yo lo sepultamos junto a mi madre Sara en el lugar que Abraham había preparado en Hebrón. Como ustedes saben, Ismael había sido despedido de la familia cuando yo era aun un niño y no le había visto desde entonces. No había ningún amor entre nosotros dos, como tampoco lo hay hoy en día entre nuestras familias. Los descendientes de los doce hijos de Ismael aun están en desacuerdo con los descendientes de los doce hijos de mi hijo Jacob, aun después de 4.000 años.

Treinta y cinco años antes que mi padre muriese, me había casado con Rebeca, una hermana de Labán el arameo, de Padan-aram, un área cerca de Damasco. Igual que nosotros, los arameos son semitas, siendo Aram el quinto hijo de Sem y hermano de Arfaxad, ancestro de Abraham. Cuando me casé tenía la edad de 40 años y cuando cumplí los sesenta años Rebeca quedó embarazada de nuestros hijos gemelos Jacob y Esaú. Su nacimiento, como todo el la historia de mi familia, estuvo repleto de implicaciones proféticas.

En primer lugar, ella tuvo problemas en quedar embarazada, tomándonos cerca de 20 años de oración para logarlo. Me imagino que eso fue para mostrarnos que solamente por la gracia de Dios es que podemos tener hijos. Yo siempre supe que tendríamos por lo menos un hijo, porque había escuchado la promesa que el Señor le hizo a mi padre. Pero en una época en que los hijos eran la bendición más grande para un hombre y el cumplimiento del destino de una mujer, 20 años es un largo tiempo de espera.

Los niños peleaban tan fuertemente dentro del vientre de Rebeca que ella le preguntó al Señor el motivo de ello. Él le dijo que nuestros dos bebés representaban a dos naciones distintas, una más fuerte que la otra, y que los descendientes del mayor servirían a los descendientes del menor.

Cuando llegó el gran día, el primero que nació estaba todo cubierto de vello, por eso le nombramos Esaú, que en nuestro idioma significa velludo. Luego, después de él y como si hubieran estado peleando para ver quién salía primero, el otro salió agarrado del tobillo del primero. Le nombremos Jacob, que literalmente significa “asido del tobillo”, pero que figurativamente quiere decir “el engañador”. Ese nombre ciertamente fue profético.

Los niños tenían quince años cuando murió su abuelo, y conforme crecían para convertirse en hombres maduros, Esaú se convirtió en un muchacho del campo, mientras que Jacob fue el más tranquilo quedándose cerca de la casa. Esaú era mi favorito mientras que Rebeca amaba más a Jacob.

Yo creo que la pelea que se inició dentro del vientre de Rebeca para ver quién nacía primero se mantuvo, porque un día cuando Esaú regresó hambriento después de un extenso viaje de cacería, encontró a Jacob cocinando un potaje de frijoles rojos. “Dáme de eso” le exigió Esaú, “Primero véndeme tu primogenitura” le respondió Jacob.

Los derechos del primogénito eran muy importantes en esos días e incluían la doble porción de las propiedades del padre, las cuales en nuestro caso representaban las dos terceras partes de mi riqueza para Esaú y un tercio para Jacob, además de una mayor autoridad y otros tratos preferenciales. Esaú respondió impacientemente que si él moría de hambre antes que yo muriese, los derechos de la primogenitura no le servirían de mucho.

Jacob, al darse cuenta de que tenía una ventaja, hizo que Esaú le jurara, y así, por un plato de potaje de frijoles rojos, le compró la primogenitura. Desde ese momento Esaú se ganó el apodo de Edom, que en nuestro idioma quiere decir rojo, y también se ganó el desagrado del Señor Quien no toma esas cosas a la ligera. Siglos más tarde, el escritor del Libro a los Hebreos citó la ingratitud de Esaú en una advertencia de tomar las bendiciones del Señor en serio bajo el riesgo de perderlas (Hebreos 12:16-17). Es interesante ver que aun en el tiempo de ustedes, cuando las personas piensan en mis dos hijos gemelos, siempre es “Jacob y Esaú” y no al revés.

Y así como había sido en tiempos de mi padre, hubo una hambruna en Canaán, así que viajamos hacia el sur a la ciudad de Gerar en Filistea. Allí se me apareció el Señor y me dijo que no continuara mi viaje hacia Egipto, sino que me quedara en ese lugar porque Él nos cuidaría allí. Luego Él volvió a repetir el juramento que le hizo a Abraham, para darme toda la tierra de Canaán y bendecir a todas las naciones de la tierra a través de mi descendencia. Así que permanecimos en ese lugar.

Yo estaba preocupado, como lo estuvo mi padre con su esposa, de que los filisteos encontraran a Rebeca atractiva y me mataran para quedarse con ella. Esta era la forma como “evitaban” el adulterio. Mata al esposo y convierte a la mujer en una viuda, soltera y elegible. De tal manera que así como lo hizo Abraham yo le empecé a decir a las personas que Rebeca era mi hermana. Pero el rey me sorprendió acariciándola un día y me increpó diciéndome que yo había puesto en peligro a sus hombres debido a mi engaño. Para solucionar eso, publicó un edicto prohibiéndoles a los hombres de Gerar de no molestarla ni a ella ni a mi bajo pena de muerte.

Fiel a Su promesa, el Señor nos bendijo en Gerar, tanto así que eso aumentó los celos de los filisteos quienes empezaron a sellar nuestros pozos de agua llenándolos con tierra para prevenir que tuviéramos suficiente agua. La cosecha de nuestras siembras, otorgadas por el Señor, había sido tan generosa que yo me estaba convirtiendo en un hombre muy rico y poderoso, hasta que finalmente el mismo rey se vio amenazado y nos pidió que abandonáramos su tierra.

Conforme nos alejábamos, los pastores de Gerar riñeron con nosotros hasta que estuvimos lo suficientemente lejos para que nos dejaran en paz. Finalmente nos instalamos en un lugar que pronto llamaríamos Beerseba, a una distancia de un día tierra adentro de Gerar. Allí el Señor se me volvió a aparecer y repitió, una vez más, las bendiciones que le había prometido a mi padre.

El rey de Gerar, junto con varios de sus oficiales, también nos visitó para que hiciéramos un pacto. Él tenía miedo de que aun a esta distancia nuestro creciente poder se convirtiera de nuevo en una amenaza. Al recordarme de que él había protegido a Rebeca y que siempre me había tratado bien, me convenció para que hiciéramos un pacto y a la mañana siguiente, después de una gran fiesta en honor del rey, juramos mantener el pacto entre nosotros.

Más tarde ese mismo día, mis siervos me informaron que habían cavado otro pozo y habían encontrado agua. Según la costumbre de nuestra época, llamé el pozo Seba, que en nuestro idioma significa juramento, por el pacto que había hecho con el rey de Gerar. Puesto que nuestra palabra para pozo es beer, el lugar llegó a conocerse como Beer Seba, o como ustedes dirían, Beerseba.

Unos años después, cuando Esaú tenía cuarenta años, se casó con dos mujeres hititas, lo cual nos causó a Rebeca y a mí un gran pesar y eso ayudó a preparar el terreno para que Rebeca planeara que Jacob recibiera la bendición en vez de Esaú.