El Relato de Isaac. Parte 3

Parte 3

Génesis 32—34

En los 20 años en que Esaú y Jacob estuvieron separados por el engaño de Jacob, ambos prosperaron. Adicionalmente, Jacob había sido visitado por los ángeles de Dios y había escuchado la voz del mismo Dios, prometiéndoles a sus hijos toda la tierra de Canaán. Y tal y como el Señor había dicho, ambos se encaminaban para convertirse en grandes naciones.

Y ahora como parecía que volverían a encontrarse, Jacob envió mensajeros para encontrar a Esaú y darle un mensaje de paz. Cuando los mensajeros regresaron con la noticia que Esaú venía a encontrarse con Jacob acompañado de 400 hombres, el campamento de Jacob entró en pánico.

Él dividió a su gente en dos grupos pensando que si un grupo era atacado el otro podía escapar. Luego buscó la guía del Señor. A la mañana siguiente seleccionó varios grupos de animales y los envió como un regalo a Esaú. Les dio instrucciones a sus pastores de cada grupo que mantuvieran una distancia entre ellos para que Esaú recibiera los presentes de forma progresiva en lugar de todos al mismo tiempo. Jacob esperaba que con este método podría ablandar a Esaú y hacer que lo perdonara.

Esa noche cuando se acercaban al área en donde Rebeca y yo vivíamos, Jacob envió sus esposas, hijos y bienes para que cruzaran el río, y él permaneció solo en el vado de Jaboc al este de Canaán. Durante la noche alguien llegó a luchar con él hasta el amanecer, sin que ninguno de los dos ganara en la contienda. Finalmente cuando empezaba a salir el sol este misterioso oponente le lesionó el encaje del muslo para poder dominarlo. Al reconocer que era el Señor, Jacob le pidió que le bendijera. El Señor lo bendijo y cambió su nombre por Israel, que significa “el que lucha con Dios”.

Obviamente el Señor pudo haber vencido fácilmente a mi hijo, pero Él quería demostrar la naturaleza de la relación que nuestros descendientes tendrían con Él. A través de todos los largos siglos después de esto, ha quedado claro que los israelitas casi siempre han luchado con Dios, y en realidad nunca llegando a sometérsele, casi siempre luchando con Él tratando de empatar, insistiendo en hacer las cosas a su manera. De hecho, si los escritos de nuestro Antiguo Pacto pudieran resumirse con una sola pregunta, ésta sería la siguiente: “¿Israel, me vas a obedecer o no?” Lo extraño del caso es que lo mismo podría decirse del Nuevo Pacto de ustedes, solamente que la pregunta sería, “¿Iglesia, me vas a creer o no?”

Cuando Jacob vio a Esaú que venía con sus 400 hombres, alineó a su familia por grupos, según la descendencia de cada madre, y él salió al frente, inclinándose formalmente siete veces ante Esaú. Pero Esaú, lleno de emoción al ver a su hermano de nuevo, corrió hacia él y lo abrazó. Con lágrimas en sus ojos, mis dos hijos volvieron a reunirse, y grupo por grupo, Jacob trajo sus esposas e hijos para que Esaú los conociera.

A pesar de que Esaú quiso que Jacob y su familia se quedaran con él y juntos viajaran a casa, Jacob declinó y le dijo que lo alcanzaría más tarde. Luego, ansioso por alejarse, Jacob se dirigió hacia Siquem, y después de llegar allí compró algo de tierra para establecerse en el lugar.

En mi tiempo, ninguna mujer se aventuraba a alejarse de la seguridad de su familia por temor de ser acosada por algún extraño. De hecho eso era tan peligroso que si a una mujer se le encontraba sola en el campo, se asumía que ella era responsable de cualquier desastre que le sucediera. En cuando a los hombres, cualquiera que fuera visto molestando a una mujer se le obligaba a casarse con ella, para que ambos llevaran juntos las consecuencias de su comportamiento y para proveerle a la joven mujer, quien después de haber sido mancillada, ya no se le consideraba apta para ser compañera de nadie más. En esos días, cada quien era tenido responsable por sus propios actos. Algo radical, ¿verdad?

Casi todo el mundo sabe que Jacob fue el padre de 12 hijos varones con sus esposas y las siervas de ellas. Once de ellos habían nacido antes que Jacob regresara, pero también había una hija mujer que le nació a Lea, llamada Dina. Un día, por motivos que yo nunca podré comprender, Dina se alejó sola para visitar a las mujeres del área, y mientras estaba fuera, la encontró Siquem, hijo de Hamor heveo, que era el líder del pueblo cuyo nombre era el de su hijo, y la violó.

Mis nietos estaban furiosos, especialmente Simeón y Leví, los hermanos biológicos de Dina. Cuando Hamor le dijo a Jacob que su hijo Siquem estaba enamorado de Dina y quería casarse con ella, se urdió una conspiración en todo el derredor. Los hombres de Siquem vieron que Jacob era rico y creyeron que al casarse Siquem dentro de la familia de Jacob, podían tener acceso a algo de esa riqueza para ellos.

Pero mis nietos urdieron la traición más malvada al convencer a los hombres de Siquem que el matrimonio entre tribus (lo cual el Señor había prohibido) era deseable, pero que no podía llevarse a cabo mientras los hombres de Siquem no se circuncidaran como ellos. En su avaricia por tener una porción de la riqueza de Jacob, los hombres de Siquem estuvieron de acuerdo y mientras se encontraban incapacitados, Leví y Simeón los atacaron y los mataron a todos, llevándose como botín todas sus propiedades y posesiones.

Utilizando algo tan importante como la señal de nuestro pacto con el Señor de esa forma traicionera, fue pura maldad. Dejen a un lado el pecado de asesinato por un momento. Una provisión de nuestro pacto era la protección mutua. Mis nietos hicieron uso de la promesa de protección del Señor para anular y matar a la misma gente que habían jurado proteger. ¡Eso fue algo escandaloso! Si los demás pobladores de la región se enteraban de eso, podían unirse para eliminar completamente toda la familia de Jacob. ¿Y quién podría culparlos? Mis nietos acababan de demostrar que no podían ser confiables y ante los ojos de nuestros vecinos, la venganza por el ataque de Dina no era ninguna excusa. “Recuerden”, podían decir, “que ella no debía salir sola en primer lugar. Y además de ello, hay soluciones legales por lo que sucedió y matando a todos esos hombres no es ninguna de esas soluciones”. ¡Qué enredo! Ellos tenían que salir de allí pronto.

Pero el Señor en Su gran misericordia, permaneció fiel a Sus promesas y les dio a ambos un destino y la protección divina. La próxima parada era en Betel.