El Relato de Jacob. Parte 2

PARTE 2

Génesis 38—39

Anteriormente hice una sugerencia sobre las similitudes entre la vida de mi hijo José y la vida del Mesías. Esas similitudes son muy numerosas y tan extraordinarias que algunos cristianos en los días de ustedes afirman haber encontrado unas 100 de ellas. La retrospección siempre tiene una visión 20/20 después de todo. Pero aun antes de la aparición terrenal de nuestro Señor Jesús, se podían observar los paralelismos.

Los eruditos del Antiguo Testamento, al estudiar las profecías mesiánicas cientos de años antes del hecho llegaron a la conclusión de que estas caían en dos categorías; 1) el siervo sufriente, y 2) el rey conquistador. Los cuadros mesiánicos ilustrados por estas dos categorías de profecía eran tan diferentes que en la generación apenas antes de que el Señor hiciera Su aparición, un grupo de eruditos concentrados en Qumran, cerca del Mar Muerto, lanzaron la hipótesis de que eran dos mesías, no solamente uno. Los esenios, como se les llamó, llamaron a estos dos, Mesías ben José (hijo de José) como el siervo sufriente, y Mesías ben David (por el Rey David) como el Mesías conquistador. Mi hijo José fue escogido como el prototipo del primer mesías solamente debido a las impresionantes similitudes entre su vida y el primer grupo de profecías. Así que eso no solamente fue una idea del Nuevo Testamento.

De hecho esta idea prevaleció tanto que antes de su muerte, Juan el Bautista, quien había pasado algún tiempo con los esenios, envió mensajeros para preguntarle a Jesús, “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (Mateo 11:3). En nuestro lenguaje la intención de la pregunta está encubierta, pero en el griego es bien clara. “¿Eres tú el único Mesías o debemos esperar a otro diferente de ti?”

Claro, Juan sabía que Jesús era el único Mesías. Pero con su pregunta, él estaba tratando de anular la hipótesis de los dos mesías. Jesús respondió señalando a las profecías que Él había cumplido y que son predicciones específicas en un pasaje de Isaías (capítulo 61), el cual expande ambas categorías. Él es el Único, y no hay otro.

Volviendo ahora a mi relato sobre José, este había sido rechazado y traicionado por sus hermanos, lanzado dentro de una cisterna, vendido como esclavo a Egipto, y reportado como muerto. Para destacar la diferencia entre José y los otros, debo contarles el incidente entre Judá y Tamar el cual compararemos con una situación similar entre José y la esposa de su amo egipcio, Potifar.

Judá dejó la familia por un tiempo y se casó con una mujer cananita la cual le dio tres hijos. Cuando el mayor, Er, maduró, Judá le consiguió una esposa, una mujer llamada Tamar. Pero Er ofendió al Señor dando como resultado que muriera dejando así a Tamar viuda y sin hijos.

En nuestro tiempo, cuando un hombre moría sin dejar descendencia, era la responsabilidad del hermano del difunto tener un hijo con la viuda. El primer hijo que tuvieran sería el heredero del hermano difunto y de esa manera sus propiedades estarían protegidas. A este remedio se le llamaba la Ley del Matrimonio por Levirato, la cual sería más tarde documentada por Moisés en Deuteronomio 25:5-6.

Entonces, el segundo hijo de Judá, Onán, fue el responsable de ayudar a Tamar a producir un heredero. Pero él también era un malvado y evitó que ella quedara embarazada de una forma vergonzosa para prolongar la tarea. Así que el Señor lo mató a él también.

El tercer hijo de Judá, Sela, era muy joven, pero Judá persuadió a Tamar que permaneciera con ellos para que se pudiera casar con Sela cuando tuviera la edad para hacerlo. Ustedes entenderán que en nuestros días una viuda no tenía ninguna posición en la sociedad como tampoco era una compañera deseable, por eso es que la única forma en que ella podía proteger sus intereses y mantenerse a sí misma era produciendo un heredero legítimo el cual pudiera cuidarla. Por eso es que ella estuvo de acuerdo en hacerlo. Pero cuando Sela creció, Judá no cumplió con lo prometido a Tamar, dejándola en nada una vez más.

Mientras tanto, la esposa de Judá había muerto y cuando Tamar supo que él se iba en un viaje de negocios, se adelantó, y vestida como una prostituta con su rostro cubierto con un velo, se paró al lado del camino por el que Judá pasaría. Viéndola allí pero sin reconocerla, Judá la contrató para tener sexo con él, dejándole su sello, su cordón y su báculo como una promesa por el pago que habían acordado por sus servicios.

Cuando se descubrió que Tamar estaba embarazada, Judá se indignó y envió por ella para que fuera ejecutada. Ese era el castigo por tener sexo ilícito en esos días. Exigiéndole que le dijera el nombre de su amante para ejecutarlo también, Judá se quedó boquiabierto, para no decir otra cosa, cuando ella le mostró su sello, cordón y báculo. (Puesto que Judá no había podido localizar a la “prostituta” para entregarle el pago de su servicio, no había podido recuperar sus pertenencias.)

“Del hombre cuyos son estas cosas fue el que me preñó”, dijo ella, y Judá por fin se dio cuenta que no había cumplido su promesa con ella. A su crédito, aceptó la culpa, la pronunció inocente y no volvió a acostarse con ella. De esa manera, Tamar finalmente obtuvo su herencia, preservando las propiedades de su difunto esposo y asegurando su propio futuro, a pesar de que le tomó varios años y tuvo que engañar a Judá para que cumpliera su parte del trato.

Mientras tanto, un hombre llamado Potifar, capitán de la guardia de Faraón, había comprado a José a los madianitas en el mercado de esclavos de Egipto. En el transcurso del tiempo José demostró ser una persona fidedigna en la que se podía confiar, de tal manera que Potifar lo puso a cargo de los asuntos de su casa. Pero ahora la esposa de Potifar se sintió atraída a José y empezó a seducirlo. Una y otra vez José rehusó, rogándole que eso violaba la confianza que su amo había puesto en él y, además, era un pecado en contra de Dios. Después de un incidente particularmente intenso, José huyó de la casa dejando su capa perdida.

Dice un refrán, “el infierno no tiene la furia de una mujer despreciada”. La esposa de Potifar corrió a decirle que José había intentado violarla y le presentó la capa como evidencia. Enfurecido, Potifar metió a José en la cárcel.

Y así, mi amado hijo, habiendo sido rechazado y traicionado por sus hermanos, lanzado dentro de una cisterna, vendido como esclavo a Egipto y reportado como muerto, ahora había sido acusado falsamente y encarcelado erróneamente.

Este contraste entre Judá y José nos da un vistazo sobre la diferencia de sus caracteres. Colocando eso junto a las tristes historias que mi padre contó sobre Rubén, Leví y Simón (vean el Relato de Isaac) entonces podrán ver el por qué José era mi favorito. Y no solamente era yo. De todos los hombres mencionados en la Biblia, siempre se les encuentra algún defecto en su carácter, excepto en tres de ellos. Solamente Daniel, el apóstol Juan y mi hijo José salen 100% limpios de acuerdo a la perspectiva del Señor. Eso no quiere decir que no cometieron ningún pecado, pues eran humanos después de todo. Pero eso quizá explique el por qué estos tres hombres fueron escogidos para jugar un papel tan importante al avanzar la agenda del Señor entre los gentiles.