Salmo 108

Mi corazón está dispuesto, oh Dios; cantaré y entonaré salmos; esta es mi gloria. Despiértate, salterio y arpa; despertaré al alba.

Te alabaré, oh Jehová, entre los pueblos; a ti cantaré salmos entre las naciones. Porque más grande que los cielos es tu misericordia, y hasta los cielos tu verdad. Exaltado seas sobre los cielos, oh Dios, y sobre toda la tierra sea enaltecida tu gloria. Para que sean librados tus amados, salva con tu diestra y respóndeme.

Dios ha dicho en su santuario: Yo me alegraré; repartiré a Siquem, y mediré el valle de Sucot. Mío es Galaad, mío es Manasés, y Efraín es la fortaleza de mi cabeza; Judá es mi legislador. Moab, la vasija para lavarme; sobre Edom echaré mi calzado; me regocijaré sobre Filistea.

¿Quién me guiará a la ciudad fortificada? ¿Quién me guiará hasta Edom? ¿No serás tú, oh Dios, que nos habías desechado, y no salías, oh Dios, con nuestros ejércitos? Danos socorro contra el adversario, porque vana es la ayuda del hombre. En Dios haremos proezas, y él hollará a nuestros enemigos.

Hace muchos años, se reunió la Junta de Directores de una congregación que yo dirigía para tratar de buscarle la solución a un problema con el que estaban luchando desde hacía algún tiempo. Uno de los miembros de la junta, frustrada por la dirección que la discusión había tomado, me miró y me dijo: “Si usted quiere mi opinión…” La interrumpí bruscamente porque ella había, inadvertidamente, tocado la propia razón por la que todos estábamos frustrados.

“Con mi mayor respeto”, le dije, “yo no necesito su opinión”. Mirando a mi alrededor, continué, “tampoco necesito la opinión de ninguno de ustedes. Yo no los invité a esta reunión porque necesitaba su opinión. Las opiniones humanas son gratuitas y por lo general, valen lo que cuesta emitirlas, y sucede que yo pienso que mi propia opinión no vale más que la de cualquiera de ustedes. Yo los invité a esta reunión de la junta porque yo creo que ustedes me pueden ayudar a descubrir cuál es la opinión de Dios”.

“Así como yo los amo a todos ustedes, sus opiniones no me son valiosas. El valor que ustedes proveen es su probada habilidad para ir a orar y ver qué es lo que Dios quiere, porque Su opinión es la única que cuenta para conmigo. La razón por la que estamos todos tan frustrados es que hemos intentado resolver este asunto a nuestra manera. Entreguémosela a El.” Tan pronto lo hicimos obtuvimos la respuesta.

En esas reuniones por lo general nunca se tomaban decisiones rápidas. Se discutían las oportunidades presentadas y las llevábamos en oración ante el Señor. Si, después de haber orado independientemente, cada uno de los miembros de la junta traía la misma respuesta en la siguiente reunión, asumíamos que era la opinión de Dios y procedíamos de acuerdo a eso. Si no, no lo hacíamos. Allí no existía tal cosa como el “voto de la mayoría.” Nunca se hacía nada hasta que el voto fuera unánime.

Cuando algunos de ellos llegaron por primera vez a la reunión de la junta, se mostraban incómodos con este método porque les negaba la influencia que buscaban tener. Otros porque no les permitía usar sus habilidades persuasivas para formar el consenso entre las reuniones de la junta, al predeterminar el resultado de la votación. Pero luego de haber visto los resultados, todos llegaron a apreciar la manera en que se hacían las cosas.

Entonces pudimos comprar el equipo que se necesitaba, implementamos los programas, apoyamos los ministerios, plantamos una iglesia y de manera consistente, se le hizo frente a las necesidades espirituales de las personas de la congregación. Durante diez años nunca tuvimos la necesidad de hacer algún préstamo y nunca fue necesario pedir dinero para hacerle frente al presupuesto que creció a los $250.000 por año.

Dios era quien dirigía ese ministerio. Los demás éramos Sus mayordomos. Algunas veces era necesario esperar algún tiempo para que Él nos hiciera saber Sus preferencias, pero nunca se perdió ninguna oportunidad mientras tanto. Y así como nunca se tuvo ningún dinero ocioso por allí guardado, siempre se tuvo lo necesario para hacer las cosas que el Señor nos guiaba a hacer.

Ya sea que a usted se le haya confiado una mayordomía sobre una organización, una familia, o solamente sobre su propia vida, la oración de David es muy buena: “Danos socorro contra el enemigo, porque vana es la ayuda de los hombres. En Dios haremos proezas, y él hollará a nuestros enemigos” (Salmo 60:11-12).

 

Traducido por Walter Reiche B.

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