Salmo 92

Bueno es alabarte, oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo; anunciar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche, en el decacordio y en el salterio, en tono suave con el arpa. Por cuanto me has alegrado, oh Jehová, con tus obras; en las obras de tus manos me gozo. ¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová! Muy profundos son tus pensamientos.

El hombre necio no sabe, y el insensato no entiende esto. Cuando brotan los impíos como la hierba, y florecen todos los que hacen iniquidad, es para ser destruidos eternamente. Mas tú, Jehová, para siempre eres Altísimo. Porque he aquí tus enemigos, oh Jehová, porque he aquí, perecerán tus enemigos; serán esparcidos todos los que hacen maldad. Pero tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo; seré ungido con aceite fresco. Y mirarán mis ojos sobre mis enemigos; oirán mis oídos de los que se levantaron contra mí, de los malignos.

El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, Para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia.

Habiendo vivido en una ciudad de reuniones en donde los ingresos están muy por encima del promedio y el despliegue de la riqueza material casi siempre es una obsesión, llegué a la conclusión de que la perspectiva terrenal de las personas es uno de sus problemas más serios. Creada como un ser eterno, la persona dedica todo su tiempo y energía en los más o menos 70 años que empiezan con su nacimiento, virtualmente ignorando el período sin fin de su vida que se inicia con la muerte. Y el hecho triste es que si las personas tomaran un momento para pensar sobre eso, aprenderían que con una sola decisión cambiarían todo, y para siempre.

El mundo nos enseña que no venimos de ningún lado, que nuestras vidas no tienen ningún propósito y que no vamos a ninguna parte cuando todo acabe. Entonces es mejor que obtengamos todo lo que podamos, mientras podamos hacerlo. Aprendemos a envidiar a los que nos rodean y que son “exitosos” y están viviendo “la buena vida” porque eso es todo lo que conocemos.

Pero la Biblia nos enseña sobre una perspectiva eterna. Nos dice que no nos sumerjamos en las cosas de este mundo, sino que “[busquemos] primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas [n]os serán añadidas” (Mateo 6:33). Nos dice que no nos enfoquemos en las cosas que se ven, las cuales son temporales, sino en las que no se ven, las cuales son eternas (2 Corintios 4:18). Sus páginas rebosan con advertencias sobre la locura obsesiva de buscar las riquezas (Lucas 12:16-21, por ejemplo).

Si se obedecen fielmente, las leyes del Señor prometen prosperidad para todos (Deuteronomio 15:4-5), pero el acumular riquezas excesivas muchas veces requiere que esas leyes sean violadas. Y una obsesión con las riquezas por sí mismas puede ser un atajo hacia el campo de juegos del diablo.

Nuestro Creador nos ha prometido que viviremos eternamente. Si concentramos nuestras vidas en buscarlo, Él se asegurará que vivamos confortable y seguramente aquí y que disfrutaremos una eternidad de gozo inimaginable cuando vayamos a estar con Él. La otra alternativa es esforzarse y sudar, y presionar y luchar todo lo que podamos por nosotros mismos en los más o menos 70 años en que podamos estar en la tierra, para luego pasar la eternidad lamentándonos por no haber tomado el plan A.

“Deléitate asimismo en el Señor, escribió David, y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Salmo 37:4). Para mí eso quiere decir que el Señor pondrá en nuestros corazones esas cosas que Él quiere que deseemos, para luego volver esos deseos en realidad.

En otras palabras, si le pedimos a Quien nos ha creado que determine lo que necesitamos para ser felices en vez de dejar que la industria lo haga, y luego permitimos que Él lo obtenga para nosotros en vez de intentarlo por nosotros mismos, entonces todo saldrá bien para nuestro bienestar eterno y estaremos listos para el viaje de nuestras vidas. Nuestra vida eterna.

 

Traducido por Walter Reiche-Berger

walterre@racsa.co.cr