Salmo 96

Cantad a Jehová cántico nuevo; cantad a Jehová, toda la tierra. Cantad a Jehová, bendecid su nombre; anunciad de día en día su salvación. Proclamad entre las naciones su gloria, en todos los pueblos sus maravillas. Porque grande es Jehová, y digno de suprema alabanza; temible sobre todos los dioses. Porque todos los dioses de los pueblos son ídolos; pero Jehová hizo los cielos. Alabanza y magnificencia delante de él; poder y gloria en su santuario.

Tributad a Jehová, oh familias de los pueblos, dad a Jehová la gloria y el poder. Dad a Jehová la honra debida a su nombre; traed ofrendas, y venid a sus atrios. Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad; temed delante de él, toda la tierra.

Decid entre las naciones: Jehová reina. También afirmó el mundo, no será conmovido; juzgará a los pueblos en justicia.

Alégrense los cielos, y gócese la tierra; brame el mar y su plenitud. Regocíjese el campo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, Delante de Jehová que vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad.

Hay muchos seres humanos hoy día que se lamentarán cuando el Señor retorne porque se verán obligados a aceptar que ya es demasiado tarde para ellos. Habiendo ignorado todas las oportunidades que se les dieron para saber la verdad, se encontrarán del lado equivocado del debate religioso cuando suene la campanada final.

No así la creación. Allí no hay tal espíritu de rebeldía. Este Salmo es uno de los muchos lugares en la Biblia, donde se describe a la creación que estalla en cánticos por el retorno del Señor. La creación fue sujeta a maldición debido a la caída del hombre y, como Pablo escribió en Romanos 8:19-22, ha estado gimiendo con dolores de parto hasta el presente, aguardando ansiosamente para que los hijos de Dios sean revelados. Porque eso es lo que hará que las cosas se enderecen de nuevo.

Piense en ello. Las tormentas y los terremotos se están haciendo cada vez más frecuentes y más intensos cada año que pasa. ¿Cree usted que Dios creó la tierra de esa manera? Con lo que usted sabe, ¿puede conciliarse el carácter de Dios con estos eventos? ¿Por qué no nos dio Dios un clima predecible con un suministro constante de días soleados y pacíficos?

Bueno pues Él sí lo hizo. Antes del diluvio nunca había llovido sobre la tierra. No había tormentas ni huracanes. Algunos animales que se han descubierto en la tundra congelada tenían alimentos sin digerir en sus estómagos que son evidencia de un mundo con un clima tropical en el pasado. Eso sugiere que la tierra en un tiempo permanecía verticalmente fija en su eje y no con una inclinación de 23,5 grados como ahora. Esa inclinación es la que causa las estaciones y hace que algunas partes de la tierra sean muy calientes y otras muy frías.

También considere nuestro calendario. ¿No podría el mismo Dios que creó el complejo sistema de nuestros ojos, por ejemplo, haber colocado la tierra en una órbita alrededor del sol que no necesitara un ajuste periódico en el calendario? Esa órbita es de aproximadamente 365,25 días y requiere ajustarla con un día adicional cada cuatro años, excepto en el año en que comienza un nuevo siglo. ¿No podría Dios haber hecho que todas las cosas fueran equilibradas?

Bueno, pues Él sí lo hizo. Originalmente la tierra tenía una órbita de 360 días con 12 meses de 30 días cada uno. Todo funcionaba a la perfección, como es de esperarse de Dios. Pero luego algo sucedió que agregó un lapso de 5 ¼ días a la órbita de la tierra y confundió a todos los calendarios existentes.

Podemos seguir indefinidamente mencionando la reversión venidera de los polos magnéticos, o de la protuberancia en el ecuador de la tierra, o de otras cosas que señalan a una menos que perfecta creación. Pero creo que el asunto queda claro de que algo le sucedió a la creación, algo que arruinó su perfección y la hizo menos hospitalaria a los seres humanos de cómo había sido intencionada. Y ese algo es el pecado.

Cuando el pecado entró en el mundo todo cambió y para peor. Algunos de los cambios fueron inmediatos, como la aparición de espinos y cardos, de enfermedades y muerte. Otros cambios fueron progresivos, como la reducción del lapso de vida de las personas de casi 1.000 años antes del diluvio a los presente 70 u 80 años. Otros cambios fueron cataclísmicos, como la separación de la tierra en continentes, y otros fueron sutiles, como la remoción de la capa de vapor de agua que en algún momento protegía a los habitantes de la tierra de los dañinos rayos cósmicos.

El pecado cambió nuestro planeta tierra de un ambiente ideal, utópico, para la vida de las personas, en donde todo y cada cosa existía en armonía perfecta con Dios, a un lugar retorcido, gimiendo y lleno de mala hierba e infestado de enfermedades, el cual periódicamente desata su frustración en una efusión de devastación y destrucción.

Pero un día, pronto, todo eso cambiará cuando Dios empiece a poner las cosas en su lugar de la forma que eran, en preparación para establecer Su reino. Escuchemos lo que Juan explica:

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 21:1-5).

“Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso” (Isaías 55:12). Y con nuestros propios ojos veremos la maravilla de la creación de Dios, finalmente liberada de la atadura del pecado, mostrándose tal y como era cuando Dios se la entregó primeramente a Adán: Perfecta. Como dijo Job, “Por eso también se estremece mi corazón, y salta de su lugar” (Job 37:1).

 

Traducido por Walter Reiche-Berger

walterre@racsa.co.cr

 

 

27 de diciembre de 2011