El Relato de David – Parte 1

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Lunes 18 de julio de 2022

PARTE 1

Introducción

Después de pasar 40 años en el desierto, los israelitas finalmente cruzaron el Jordán para iniciar su conquista de la Tierra Prometida. Josué envió dos espías a la cercana Jericó para ver cómo era el lugar por dentro, pero fueron descubiertos y el rey de Jericó envió soldados a capturarlos. Rahab, una residente de Jericó, se ofreció esconderlos de los hombres del rey, y en agradecimiento, ellos se comprometieron a salvar su vida y la de su familia de la destrucción venidera.

Luego de que los enormes muros de la ciudad se desplomaron inesperadamente en una muestra tremenda del poder de Dios, Jericó fue derrotada. Y como se le había prometido, Rahab y su familia fueron perdonados y se unieron a los israelitas, habiendo antes proclamado su fe en Dios. Más tarde ella se casó con un israelita llamado Salmón, con quien tuvo un hijo llamado Booz. Booz se convirtió en una persona prominente cerca de Belén y eventualmente se casó con Rut, una princesa moabita quien había llegado a vivir allí con su suegra Noemí, cuñada de Booz, que era viuda. Su hijo Obed fue el padre de mi padre Isaí, así que Booz y Rut fueron mis tatarabuelos. Mi nombre es David, un antiguo joven pastor de Belén, que se convirtió en el más grande rey de Israel.

1 Samuel 16—17

Un día, cuando apenas estaba entrado en mi adolescencia y me encontraba cuidando el rebaño de mi familia, el gran profeta Samuel llegó a nuestra casa. Él había venido a ungir a uno de los ocho hijos de mi papá Isaí, como el próximo rey de Israel, porque el Señor estaba cansado de la desobediencia de Saúl.

El Señor no le había revelado a Samuel cuál de todos los hijos era el que había escogido, simplemente siguió instrucciones. Después que invitó a mi papá y a mis hermanos para ofrecer una vaca alazana en sacrificio al Señor, Samuel empezó por mi hermano mayor Eliab, creyendo que puesto que era apuesto, era el que el Señor había escogido.

Pero el Señor no estaba interesado en la apariencia física solamente, sino en los motivos del corazón de la persona, por lo que hizo que Samuel lo rechazara. Lo mismo hizo con todos mis otros hermanos. Finalmente Samuel le preguntó a mi padre si tenía más hijos.

“Queda aún el menor”, le respondió mi padre, refiriéndose a mí, “pero está apacentando las ovejas”.

Samuel dijo: “Envía por él”.

Cuando llegué, el Señor le dijo a Samuel, “Levántate y úngelo, porque éste es”.

Entonces Samuel abrió el cuerno con aceite que había traído consigo y me ungió en presencia de mi padre y mis hermanos, y desde ese día en adelante, sentí el poder del Espíritu del Señor sobre mí.

Más tarde, cuando el Señor retiró Su unción de Saúl, un espíritu malo llegó a tomar su lugar. Los consejeros de Saúl le sugirieron que alguien que supiera tocar música en el arpa lo aliviaría en sus momentos de tormento. Uno de ellos mencionó que me había escuchado tocar y pensó que yo era la persona adecuada. Así que una vez más fui llamado a apartarme del rebaño de mi familia. Mi padre me subió sobre una mula, me dio algún alimento y bebida y me envió a reportarme a Saúl.

A Saúl le agradó mi música, así que me hizo uno de sus escuderos y le pidió a mi padre que me dejara estar con él. De allí en adelante, cada vez que Saúl era atormentado yo tocaría el arpa para él. Mi música le producía alivio a Saúl y así se sentía mejor, alejándose de él el espíritu malo.

Varios años después nos llegó la noticia de que nuestros enemigos, los filisteos, se estaban reuniendo para la guerra. Ya ellos nos había dado problemas antes, así que Saúl sabía cómo reunir al ejército israelita para una gran batalla. Los dos ejércitos estarían situados en colinas opuestas separadas por el Valle de Ela, que quedaba a una distancia aproximada de 24 kilómetros al oeste de Belén. Es allí en donde se llevaría a cabo la batalla.

Los filisteos habían adoptado la estrategia de hacer que sus campeones decidieran el resultado de sus batallas. Eso sucedía así. Un hombre de cada ejército avanzaba hacia el centro del campo de batalla, en donde pelearían uno contra el otro. El que ganaba la lucha obtendría la victoria para el ejército que representaba. El ejército del perdedor sufriría la derrota y estaría sujeto al vencedor. Así que los filisteos enviaron a un gigante, cuyo nombre era Goliat, para retar a los israelitas. ¡Si era grande! Medía 2,74 metros de altura y tenía una fuerza increíble. Los israelitas estaban tan intimidados que permanecieron 40 días asustados mientras Goliat salía a amenazarlos cada mañana. A pesar de la promesa de que quien venciera a ese monstruo, tendría gran riqueza, se casaría con la hija del rey, y su familia estaría exenta de pagar impuestos, no fue un incentivo suficiente para que alguien se atreviera a hacerlo.

Yo había dejado de servir a Saúl hacía unos años atrás y había regresado a casa, pero cuando mis tres hermanos mayores se unieron al ejército para pelear contra los filisteos, de vez en cuando yo llegaba al campo de batalla para llevarles alimentos. Una mañana llegué a tiempo para oír las amenazas de este Goliat. ¡Quedé espantado!

Entonces exclamé, “¿quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” Mi hermano mayor se encendió en ira en contra mí por eso, diciéndome que me callara y acusándome de descuidar mis tareas por venir a mirar la batalla. Yo creo que tanto él como los demás, estaban avergonzados por las amenazas de ese Goliat. Y a pesar de que yo había sido ungido como el próximo rey de Israel, aun era un hermano adolescente.

Me fui a hablar con otras personas y pronto llegó el aviso a Saúl quien me envió a llamar. Puesto que habían pasado varios años, Saúl no me reconoció como el muchacho que había tocado el arpa para él, y yo tampoco se lo recordé.

“No desmaye el corazón de ninguno a causa de este filisteo”, le dije a Saúl, “tu siervo irá y peleará contra él”.

“No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud”, respondió Saúl.

“Yo protegía las ovejas de mi padre del león y del oso”, le dije, “y si se levantaban contra mí, mataba a ambos. El Señor, también me librará de la mano de este filisteo”.

Entonces, a regañadientes, Saúl me dio permiso para que fuera.

Pero antes de que ustedes me acusen de una excesiva bravuconería juvenil, consideren esto. El Señor había enviado a Samuel a ungirme como el próximo rey de Israel. Luego me dio el poder para matar al león y al oso, mostrándome así que no dejaría que nada me sucediera antes de que Su promesa se cumpliera.

Además de eso, ese Goliat estaba ofendiendo al Señor amenazando a Sus ejércitos. Alguien debía darle a ese monstruo su merecido. ¿Y quién mejor que alguien que no iba a ser dañado?

Saúl hizo que me probara su ropa y su escudo, pero puesto que él era de una altura de una cabeza más alta que una persona promedio, y yo solamente un adolescente, esa armadura era muy grande y pesada para que pudiera manejarla. Finalmente me la quité y salí solamente con mi cayado, mi honda y cinco piedras que había recogido en un arroyo cercano.

Cuando Goliat me vio, lo primero que hizo fue reírse y luego se enfureció de que un muchacho saliera a enfrentarlo. Para sus proezas como guerrero, eso era un insulto, así que me amenazó y me maldijo en nombre de sus dioses.

Yo le grité, “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él los entregará en nuestras manos.”

Coloqué una de las piedras en mi honda y corrí hacia él, lanzando la piedra con todas mis fuerzas. Le pegué entre los ojos y la piedra se hundió hasta el cerebro, matándolo instantáneamente. Entonces utilicé su propia espada para cortarle la cabeza la cual levanté a la vista de todos. Cualquier bravuconada que los filisteos pudieron haber tenido se desvaneció en un momento y salieron huyendo, algunos hacia Gat y otros hacia Ecrón, que eran las ciudades fortificadas más cercanas de allí. El ejército de Saúl los persiguió cayendo los cuerpos muertos de los filisteos a lo largo de todo el camino. Y así fue como los israelitas derrotaron a los filisteos en el Valle de Ela.

¿Sabían ustedes que en muchas maneras son muy parecidos a mí? El Señor ha puesto su sello de posesión sobre ustedes y los ha ungido con Su Santo Espíritu. Ustedes también están destinados a ser reyes, y ningún enemigo puede tomar la vida de ustedes antes de ese momento. Y como yo, ustedes tendrán muchas luchas en el camino, pero no importa lo grandes y poderosos que puedan ser sus atacantes, el Señor es mayor y con Su fuerza ustedes los destruirán.

La próxima vez que ustedes se encuentren en una de esas batallas, recuerden esto. Todo el ejército de Saúl estaba atemorizado ante Goliat, pero un pastorcillo lo tumbó con solo una pequeña piedra. El ejército de Saúl lo representa a usted y toda la fuerza que usted tiene, Goliat representa a satanás, y yo estaba allí como un modelo del Espíritu Santo. El ser humano, con todo y su fuerza, es lamentablemente superado en una batalla espiritual contra satanás y solamente puede esconderse lleno de temor. Pero cuando el Espíritu Santo toma el control, eso se convierte en un juego de niños. Y como el Apóstol Juan escribiría un día, “Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).