La Gracia Perezosa

Martes 10 de marzo de 2020

¿Qué si Dios hiciera un esfuerzo mediocre e indiferente en proveernos el don de la salvación como muchos de nosotros hacemos cuando le damos las gracias por ello?

Así que, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, lo cual es el culto racional de ustedes (Romanos 12:1).

Uno de los efectos secundarios que son muy humanos pero peligrosos en la Era de la Gracia, es la actitud entre algunas personas< cristianos de “yo haré lo que pueda sin que eso me cause muchas inconveniencias, y el Señor comprenderá y arreglará la diferencia”. Algunas personas creen que un esfuerzo de su parte que sea menor que el mejor, será aceptable a Dios, Quien perdona todas las cosas (incluyendo la indiferencia que esta actitud demuestra). Otras, más preocupadas sobre la opinión de la gente que la de Dios, temen ser acusadas de ser “demasiado esforzadas” cuando trabajan a su máxima capacidad.

Es cierto, nosotros como humanos nunca merecimos el regalo de la salvación antes del hecho, y nunca podremos hacer lo suficiente para tener los méritos después del hecho, por eso es por lo que se le llama el regalo de la gracia. ¿Pero justifica eso nuestra ambivalencia al precio increíble que nuestro Señor pagó para dárnoslo sin costo alguno? ¿Es que la Gracia de Dios ha producido una respuesta de nuestra parte de “lo tomo por sentado”? ¿Y qué si Él hubiera hecho el mismo medio esfuerzo mediocre al proveernos con ese regalo como muchos de nosotros hacemos al darle gracias?

Cuando uno ha estado involucrado en la religión organizada se puede dar cuenta de lo poco que el cuerpo de Cristo expresa su gratitud a Aquel que lo rescató de la ira venidera (1 Tesalonicenses 1:9-10) Se le acercan con una actitud de “¿qué has hecho por mí últimamente?” Informándole de sus necesidades presentes y deseos terrenales, esperando resultados, pero si invierten tan poquito de su precioso esfuerzo para darle las gracias aun por las cosas que Él hizo por ellos ayer, menos lo van a hacer por el regalo invaluable y eterno que Él nos proveyó hace 2.000 años.

¿Qué quiere usted decir con eso?

Tomemos un solo ejemplo: el culto de los domingos. Yo he sido invitado como predicador visitante a muchas congregaciones y durante varios años serví como pastor voluntario. Me ha horrorizado la actitud arrogante que asumen muchas personas cristianas hacia la adoración. Aquí estamos, llegando ante la presencia del Dios Vivo, nuestro Creador, Salvador y Redentor, a Quien debemos nuestras mismas vidas, y algunas personas no pueden siquiera llegar a tiempo. Creen que el tiempo de alabanza y de adoración al principio del culto es un “período de gracia” y que en realidad no están llegando tarde al servicio si llegan antes que termine el último canto. No solamente no le ven la importancia de dar gracias por sí mismas, sino que interrumpen y distraen a los demás que están tratando de hacerlo.

Algunas de esas personas llegan sucias y descuidadas como si se acabaran de levantar y se pusieron lo primero que encontraron, y hay otras que pareciera que están entrando a un bar de solteros o a un Spa. Le ponen escasa atención a lo que está sucediendo a su alrededor distraídos por otros eventos del día (o a quien en realidad van a ver), y cuando salen dejan la ofrenda que consideran es la suficiente. A veces uno se pregunta porqué siquiera se molestan en llegar. Pareciera que su presencia es más que un insulto a Dios que una bendición. Todo es forma pero no sustancia.

Lo suficiente no es suficiente

Aun algunos de los llamados obreros hacen un esfuerzo mediocre al decir, “Eso es suficiente. El Señor lo entiende”. Aceptan el trabajo a regañadientes, y luego se preparan para hacerlo con desgano. El resultado es que el edificio en realidad no está verdaderamente limpio, la música no es inspiradora y la clase de la escuela dominical no es estimulante. Por supuesto, el Señor lo entiende, pero ¿es esa la manera como debemos agradecerle a alguien por haber salvado nuestras vidas? ¿No se merece Él lo mejor de nosotros?

Muchas veces nos decepcionamos del comportamiento del presidente de la República, pero debemos pensar que, si a pesar de eso se nos invitara a una cena en la casa presidencial, haríamos todo el esfuerzo para llegar a tiempo, bien arreglados y con nuestro traje de “dominguear” (¿se recuerdan cuando esa frase tenía sentido?) ansiosos de sacarle el mejor provecho a la ocasión. ¿Por qué no podemos ver nuestra visita a la casa del Señor de la misma manera?

Una actitud de gratitud

Desechemos por un momento las incontables oportunidades que hemos perdido para dar un poquito del amor con que Él tan generosamente nos baña todos los días, porque Él siempre encontrará a alguien más para que lo haga. Enfoquémonos más bien en la única cosa que nadie más puede hacer por nosotros y es el expresarle nuestra gratitud a Él por todo lo que nos ha dado. Si tenemos esa parte bien, podemos decir que todo lo demás también va a salir bien.

Piense en los momentos en que usted les ha dado regalos a sus hijos. Obviamente usted espera que le den las gracias y las anticipa con mucho gozo, pero aun el rechazo a un regalo puede ser comprendido y bien manejado. Las reacciones que son tanto frustrantes para quien da e imposibles de resolver son la indiferencia y la ingratitud. Usted no puede hacer que nadie se siente agradecido. ¿Le ha dado usted verdaderamente desde el fondo de su corazón las gracias a Dios últimamente por haberle salvado la vida y haberle bendecido más allá de lo que usted se puede imaginar? ¿O está usted actuando como un hijo indiferente ante Sus ojos?

Si todo lo que hemos dicho anteriormente no se aplica a usted, le pedimos disculpas por haberle hecho perder su tiempo. Si usted ha sido convencido por algo de eso, le animamos a que ore fuertemente para cambiar su actitud hacia la adoración. Si le hemos ofendido le advertimos que deje a un lado sus justificaciones y le pida al Señor una confirmación. Y recuerde, no es lo que usted hace lo que cuenta sino la intención de su corazón cuando lo hace (1 Corintios 4:5). Como el Señor les dijo a Sus discípulos, “Den gratuitamente lo que gratuitamente recibieron” (Mateo 10:8). Eso también se aplica a la acción de gracias como a los actos del servicio religioso.