El Relato de Adán. Parte 2

Parte 2

Desahuciados del Huerto

Génesis 3

Como dije anteriormente, en el instante en que vi a Eva (mi nombre para la mujer que me dio el Señor), me enamoré profunda y perdidamente de ella. Fue un amor puro e inocente, absolutamente incondicional, no pudiéndose comparar a ninguna otra emoción que el Señor nos había dado. Me hizo ligero de la cabeza y débil en las rodillas. No quería pasar ningún momento separado de ella.

Un día mientras caminábamos tranquilamente en el Huerto, pasamos cerca de los dos árboles que estaban en el centro. El Señor nos había advertido sobre estos árboles, y con muy buena razón. El primero era el Árbol de la Vida. Comer de su fruto era tener la vida eterna. El segundo era el Árbol del Cocimiento del Bien y del Mal. Comer de su fruto era conocer como Dios conoce las bendiciones del bien y las maldiciones del mal.

Si ustedes me permiten un momento de reflexión, tal parece que cada forma de religión en el mundo comienza en uno de estos dos árboles. Algunas religiones enseñan sobre el gozo de la vida eterna y nos animan a obtenerlo comiendo del fruto del Árbol de la Vida, mientras que otras nos enseñan que podemos convertirnos en nuestro propio dios, siendo tan buenos como Él es (perfecto), conociendo lo que Él conoce, la medida completa del bien y del mal. Al prometerles a las personas que pueden convertirse como Dios es, es un incentivo poderoso, y como lo verán más adelante, muchas religiones es lo que están haciendo hoy en día.

Pero nuestro Señor sabía que nosotros no éramos capaces de recibir la plenitud de este conocimiento, que como una enfermedad incurable, nos contaminaría y eventualmente nos destruiría. Él sabía que la naturaleza insidiosa del mal se sobrepondría a nuestro sentido del bien y causaría que nos hiciéramos malos e indignos de tener comunión con Él, y solamente ser dignos de destrucción. El Señor nos dio instrucciones específicas de no comer del fruto de estos árboles.

Entonces, ¿por qué plantó esos árboles en el Huerto? Nuestro Creador nos ama, pero también desea amor por parte nuestra, y eso necesita de una decisión. El único verdadero amor es aquel que se da libre y conscientemente. Si solamente hiciéramos lo que Él nos pide, entonces no tendríamos que tomar una decisión de amarlo y obedecerlo, y así nuestro amor no vale nada. Seríamos un poquito más que robots o esclavos. Así que Él nos creó con el libre albedrío, con la habilidad para amar o para odiar, para obedecer o desobedecer, para vivir o morir. Y Él solamente nos dio una regla que acatar, no coman de ese árbol. De Su amor, Él demostró que las bendiciones vienen por obedecer Sus reglas, dándonos todo lo que posiblemente pudiéramos pedirle, pero solamente nos advirtió sobre las consecuencias de la desobediencia, ya que no quería vernos sufrir.

Así que allí estábamos, caminando juntos en el Huerto. Como todas las demás criaturas de Dios, no usábamos ropa y no sentíamos ninguna vergüenza por ello. (Aún es así para todos los animales, excepto para el hombre. En toda la creación de Dios, solamente nosotros sentimos la necesidad de vestirnos en público.) Yo tenía la libertad de admirar amorosamente la forma del cuerpo de mi amada, y lo mismo ella conmigo. Era como estudiar una obra de arte, tanto más que pasaba horas amándola de esa manera, dándole gracias al Señor por habérmela dado.

Cuando llegamos al centro del Huerto y a los dos árboles, el ser que ustedes llaman la serpiente estaba allí. Su nombre se deriva de la raíz que significa “encantamiento”, y eso es lo que es. Acercándose a Eva le habló con razón y lógica, convenciéndola de que Dios había mentido y solamente estaba tratando de mantenerla en el lugar en que ella estaba, que era inferior a Él. Pudo persuadir a Eva de que no solamente no moriría por comer de la fruta del árbol, que había sido prohibida, sino que tenía buena apariencia y sabía muy bien, y que era beneficiosa para obtener sabiduría, la sabiduría de Dios. Como mencioné, ese era un incentivo muy poderoso, e hizo que sonara tan bien. Yo estaba allí junto a ella, y por la vida que hay en mí, no sé porqué no la detuve. Solamente sé que tan pronto ella había comido de esa fruta, había cambiado inmediata e irrevocablemente. Había roto nuestra única regla y nada sería lo mismo nunca más.

Yo tenía dos alternativas. Alejarme y dejar a mi amada para siempre, o permanecer con ella e intentar sacarnos de este terrible enredo. No fue una decisión difícil. Yo no podía soportar la idea de vivir sin ella. La amaba tanto que me pareció mejor unirme a ella en la mortalidad que perderla por toda la eternidad. Así que tomé el pedazo de fruta que ella me ofreció y de inmediato sentí ese terrible sentimiento en el fondo de mi estómago. Eso fue un gran error. Lo supe tan pronto la vi. Yo me sentía avergonzado por estar desnudo y de verla a ella de la misma manera. Rápidamente tomamos algunas hojas y e hicimos algo para cubrirnos. Luego salimos y nos escondimos de Dios.

Por supuesto que Él sabía lo que habíamos hecho tan pronto nos encontró. Por primera vez en mi vida le mentí a Dios (yo estaba haciendo muchas cosas diferentes ahora) e intenté culparlo al culpar a Eva. Después de todo, Él me la había dado. Eva culpó a la serpiente, pero todos fuimos castigados. La serpiente quedó sin pié para pararse (literalmente) y Dios le declaró la guerra, al declarar que un descendiente de Eva se lo cobraría todo. No lo sabíamos entonces, pero Dios se estaba refiriendo al Mesías quien sería un descendiente de Eva. La manera como Dios describió al Mesías como descendiente de Eva, y no de los dos, fue una insinuación sobre Su nacimiento virginal. Eva y yo fuimos excluidos del Huerto, y nuestro pequeño Cielo en la Tierra se terminó. Desde ese momento en adelante, yo tendría que trabajar arduamente cada día para ganar nuestro sustento, y Eva recordaría, cada vez que tuviera un hijo, el dolor que le había causado a Dios. Aun la Tierra sería maldecida, produciendo espinos y abrojos y otras plantas que no eran adecuadas para comer.

Pero lo peor del asunto es que Dios estaba en lo cierto. Ahora éramos seres mortales, sujetos a morir. La enfermedad y la vejez entraron al mundo en ese momento, como consecuencia del pecado, Habiendo sido eliminados del Huerto, no podíamos comer más del Árbol de la Vida. Los pecadores no pueden obtener la vida eterna. Pero aun aquí, la gracia de Dios era evidente. Todos esos espinos y abrojos, que no eran aptos para comer, contenían antídotos y curas para las enfermedades que nuestra desobediencia habían producido. No nos haría inmortales, pero podían aliviar nuestro dolor e incomodidad en el camino. La primera incidencia del juicio sostenida por un favor inmerecido.

Nuestro Señor no eliminó del todo nuestra vergüenza por estar desnudos, sino que nos enseñó otra lección. Removió nuestro abrigo hecho con hojas y nos hizo un abrigo con piel de animales, mostrándonos así que nuestra culpa n o podía ser absuelta por nuestras propias manos, sino por la sangre derramada de un ser inocente. Lo que después se llegó a conocer como el sistema levítico del sacrificio de animales, comenzó aquí.

Cuando dejamos el Huerto, miramos cómo el Señor puso poderosos ángeles custodiando el camino de vuelta al Árbol de la Vida y levantó un altar en su entrada para que pudiéramos sacrificar animales inocentes cuya sangre dispensaría temporalmente, nuestros pecados, hasta que el Mesías viniera a redimirnos de una vez para siempre, y nos llevara de vuelta al Huerto para siempre.

Después seguimos con la vida después de la muerte, aprendiendo a vivir como seres mortales.