El Relato de Daniel – Parte 2

PARTE 2

CAPÍTULO 3

La Gran Estatua

Yo pienso que no debemos sorprendernos de que a Nabucodonosor se haya le subido a la cabeza el sueño que tuvo. Quiero decir, una cosa es convertirse en rey a la edad de 20 años, pero otra cosa es que el Creador del Universo le diga que le ha dado autoridad sobre toda cosa viviente en todo el mundo, no importa en donde estén (Daniel 2:36-38). Esto quiere decir que Nabucodonosor no solamente era el gobernante de Babilonia, sino que era rey sobre toda la tierra; superior en poder y autoridad a todos los demás reyes de las naciones. (Esto se originó del profeta Jeremías quien llamó a todos los enviados de las naciones vecinas para decirles que se rindieran a Babilonia o serían destruidos; Jeremías 27:2-11.) Ciertamente, Nabucodonosor era el rey de reyes.

Pero el orgullo está antes de la caída y Nabucodonosor decidió irse, según él, a algo mejor que el Señor. Comisionó a los herreros que construyeran la estatua de su sueño, solamente que la hicieran toda de oro, lo que significaba que su reino gobernaría para siempre y nunca sería derrotado. Esa era una inmensa imagen de una altura de 60 codos (27 metros) de alto y 6 codos (dos metros y medio) de ancho, montada sobre una base de 6 peldaños. (Ustedes los estudiosos de Apocalipsis sin duda se darán cuenta de la insinuación del número 666. De hecho todo este episodio es visto por los aficionados a la profecía como un modelo de la gran tribulación, con el rey en el papel del anticristo, sus consejeros siendo el falso profeta, y mis amigos judíos representando a Israel, pero esa es otra historia.)

Un codo tiene 45 centímetros de largo, por lo que esa estatua medía ¡27 metros de alto! En una acción que pareciera indicar que “mientras más fuerte lo proclames, será más creíble”, el rey hizo obligatorio para todo el mundo, que a su orden se detuvieran de sus labores cotidianas y se postraran y adoraran la estatua al fuerte sonido de los instrumentos musicales.

En ese momento yo no estaba presente porque me encontraba atendiendo los negocios del rey, pero mis tres amigos, Sadrac, Mesac y Abednego sí estaban allí y se metieron en un tremendo lío. En primer lugar, la adoración a alguien o a algo diferente a Dios estaba prohibido para los judíos, y si eso no fuera lo suficientemente malo, la manera babilónica de adoración era de naturaleza sexual lo cual incluía un comportamiento que ellos creían que estaba reservado solamente para una pareja de casados en la privacidad de su propio hogar. Pero allí estaba el rey, exigiendo que todos sus súbditos que adoraran la estatua públicamente ante todo el mundo. A pesar de que la pena por no hacerlo era la muerte por fuego, mis amigos desafiaron las órdenes del rey y se rehusaron adorar la estatua.

Como ya les dije, a pesar de que le habíamos salvado la vida a los consejeros al haber interpretado el sueño del rey, los otros consejeros estaban celosos y habían empezado a buscar la forma para desacreditarnos. Entonces, aquí encontraron su gran oportunidad. De inmediato le informaron al rey que Sadrac, Mesac y Abednego habían rehusado adorar la estatua. El rey se puso furioso y a pesar de que los había nombrado administradores sobre toda la provincia, les exigió que cumplieran la orden o morirían. Nadie la había dicho “no” al rey de toda la tierra.

Con el valor producto de una fe inconmovible, ante los ojos del rey, ellos se rehusaron hacerlo y de inmediato fueron atados y arrastrados hacia el horno que ya estaba encendido. En su furia el rey ordenó que el horno se calentara aun más cuando lanzaran dentro a Sadrac, Mesac y Abednego, y el excesivo calor mató de inmediato a los verdugos.

El rey y sus consejeros se habían situado de una manera tal para poder observar a mis amigos sufrir una muerte agonizante, y luego decir que todos se asombraron con lo que vieron, es la declaración más incompleta de las épocas. Cuando todos ellos miraron con atención, no vieron a tres, sino a cuatro personas caminando dentro del horno, como si estuvieran paseando. Sus ataduras se habían quemado, pero toda su ropa, y ellos mismos, estaban ilesos, y esa cuarta persona parecía, según las palabras del rey, “semejante a hijo de los dioses”. Luego el rey se acercó lo más que pudo al horno ardiente y con voz fuerte les ordenó a Sadrac, Mesec y Abednego que salieran. Cuando lo hicieron, ni siquiera olían a humo, nada les había sucedido. El rey alabó a Dios y emitió un decreto prohibiendo a todas las personas decir algo malo de Él. Luego él alabó a Sadrac, Mesec y Abednego por su fe y los promovió de nuevo en sus puestos. Hable sobre arrancarle la victoria a las fauces de la derrota.

En cuanto al rey, él estaba cada día más cerca de reconocer al Señor como su Creador, lo cual era el plan todo el tiempo. Pero como lo veremos, sería necesario efectuar un cambio verdaderamente dramático en su estilo de vida, para que se volviera y se acercara al Señor.

CAPÍTULO 4

“Oh Rey, Tú eres un animal”

La Locura de Nabucodonosor

No es todos los días que el Creador del Universo pone un sueño profético en la mente de una persona, y cuando ese sueño nombra a la persona como rey de toda la tierra, ciertamente es un evento único. Pero al haber hecho esa estatua enteramente en oro, Nabucodonosor había rechazado el informe del Señor sobre el futuro y lo había reemplazado por el suyo propio. Entonces, había llegado el momento para que el Señor le mostrara quien es quien manda, por lo que un tiempo más tarde, Dios le dio otro sueño, y de nuevo, el rey envió por mi persona para que se lo interpretara. Para entonces yo me había encariñado con Nabucodonosor, por lo que ese sueño me turbó bastante y me resistía a decirle al rey que el Señor le iba a dar una lección de humildad si no cambiaba su manera de ser. Yo le rogué que se humillara ante Dios, que confesara sus pecados de orgullo y que dejara de seguir oprimiendo al pueblo (en otras palabras, que dejara de ser Dios y comenzara a reconocer a Dios), pero él no quiso seguir mi consejo.

En pocas palabras, el sueño mostraba a Nabucodonosor como un enorme árbol, tan grande que llegaba hasta los cielos. Sus hojas eran hermosas y su fruto lo suficientemente abundante como para que todo ser viviente se alimentara de él, y debajo de sus ramas se cobijaban todos los que buscaban refugio. Esto era para simbolizar la seguridad y el bienestar de las personas en el reino que Nabucodonosor había levantado, y ciertamente, la capital del reino era un ejemplo impresionante. Esta abarcaba un área de 36 kilómetros cuadrados, rodeada de un enorme muro de 106 metros de altura y 26 metros de ancho. Literalmente había centenares de torres vigías las cuales se levantaban otros 30 metros sobre el muro, pare darle mayor seguridad. El gran Río Eufrates corría a través de la ciudad supliéndola del agua necesaria, y había suficiente tierra cultivable, entre sus muros, para alimentar a toda la población en caso de un ataque enemigo. Las puertas, los palacios y los templos en la ciudad eran asombrosas obras de arte y de arquitectura, y sus famosos jardines colgantes fueron incluidos después entre las siete maravillas del mundo antiguo. En toda la historia del hombre, la riqueza y el esplendor de Babilonia nunca han podido ser igualados.

Pero entonces, un ángel apareció en el sueño y dio órdenes para que el árbol fuera cortado, su fruto y hojas esparcidos, y solamente quedó el tronco con vida. Esto quería decir que el rey sería despojado de su poder y autoridad y sería afligido con una enfermedad rara que causaría que él creyera que era un animal salvaje lo cual lo inhabilitaría para gobernar, o aun vivir entre los seres humanos. Esta enfermedad, la cual la ciencia médica la llamó más tarde, “insania zoantrópica”, afligiría al rey durante siete años hasta que reconociera al Señor Altísimo como el Creador del Cielo y de la Tierra, que da el reino a los hombres a quienes Él quiere darlo, y aun constituye sobre él al más bajo de los hombres.

Y bien, como ya lo mencioné, el rey no siguió mi consejo así que doce meses después el sueño se hizo realidad. Cuando él se paseaba por la terraza de su palacio, admirando la ciudad y alabándose a sí mismo por sus logros, escuchó la misma voz del sueño que anunciaba que su tiempo había terminado y que de inmediato empezaría a sufrir las consecuencias de su orgullo.

Por el temor con que las personas en mis días veían los desórdenes mentales, el rey fue despojado de su autoridad y expulsado de la ciudad para vivir a la intemperie entre los animales salvajes. Durante siete años el rey permaneció fuera a la intemperie, sin agua ni alimento, hasta que se humillara lo suficiente como para mirar hacia el cielo y reconocer al Señor. Luego que hizo esto, de inmediato su razón le fue devuelta y pudo alabar al Señor, dándole, finalmente, el honor y la gloria que le pertenecen.

Durante los siete años de su enfermedad, solamente yo era el acompañante del rey, realmente el que lo cuidaba, atendiendo a sus necesidades y asegurándome que no le sucediera nada. Yo conocía el término de su aflicción, habiéndolo sabido por medio de ese sueño, y que él eventualmente sería restablecido, por lo que mi gozo no tuvo límites cuando el Señor le devolvió al rey su anterior poder y autoridad. Hasta este día yo no creo que esos siete años fueron predeterminados, sino que el Señor Quien conoce el fin desde el principio, vio por adelantado que tomaría todo ese tiempo para que Nabucodonosor fuera completamente despojado de su orgullo. Al Señor no le causó ningún placer afligir al rey y durante todo el tiempo de su enfermedad Él añoraba sanarlo, pero hasta que el rey se humillara, eso no sería posible. Habiendo sido advertido por adelantado y habiendo rechazado la oferta del perdón del Señor, para que se arrepintiera, Nabucodonosor había elegido las consecuencias y atrajo el castigo sobre sí mismo. Que el Señor haya mantenido Su palabra y haya restaurado al rey aun después de tantos años de rebelión, es una señal de Su misericordia lo cual nos da la esperanza, a usted y a mí, de que nunca es demasiado tarde para buscar el perdón.

¿Cambió la actitud del rey con esta experiencia? ¡Usted puede apostar a ello! Bajo la influencia del Señor, su reinado fue aun más grande de lo que era antes, y durante el proceso, él logro otra primicia. En toda la Biblia, solamente hay un capítulo escrito por un rey gentil, y este es el testimonio del propio Nabucodonosor, sobre la experiencia de su conversión. Un año después de su restauración, el rey murió, así que cuando usted llegue al cielo, asegúrese de buscarlo. A pesar de que lo ha hecho millones de veces, él ama la oportunidad de contar su historia otra vez.

Pero, ¡sorpresa! Parece que lo único que nosotros aprendemos de la historia, es que no aprendemos nada de la historia, así que seguidamente les contaré sobre el nieto de Nabucodonosor y su encuentro con el Dios Viviente.