El Relato de Jacob. Parte 4

PARTE 4

Génesis 41:41-43

Y así de los harapos de la cárcel a las riquezas de la corte de Egipto, a la edad de treinta años, mi hijo José de un momento a otro se convirtió en el segundo hombre más poderoso del mundo conocido. Toda la autoridad de Egipto le fue dada y solamente estaba sujeto a Faraón. Además del poder y la categoría, la fineza y la riqueza, Faraón le dio a José la hija del sacerdote de On para que fuera su esposa. Imagínense, una esposa gentil para mi hijo.

De inmediato José empezó a guardar una porción de la abundante cosecha que el sueño de Faraón había anticipado, y durante siete años guardó montañas de granos en cada ciudad de Egipto. Construyó grandes bodegas para guardar toda esa cosecha y antes que terminaran los siete años de abundancia, fue metido bajo techo más grano del que se podía contar. Durante todo este tiempo el grano no sufrió descomposición porque el trigo tiene la increíble habilidad de la auto-preservación. De hecho, aun en el tiempo de ustedes, se ha descubierto trigo de los días de Faraón en las pirámides el cual ha sido molido en harina para hacer pan como en nuestros días, hace más de cuatro mil años.

Durante este tiempo la esposa de José le dio dos hijos, Manasés y Efraín. Más tarde yo adoptaría estos dos hijos como su fueran míos propios y así heredarían la porción de mis propiedades que le correspondía a José. Al hacerlo, yo bendije al menor primero y así ustedes los ven en orden inverso, Efraín y Manasés.

Inevitablemente los siete años de abundancia llegaron a su fin y entró el hambre en la tierra, y no solamente en Egipto. Todo el Medio Oriente sufría también y pronto se esparciría la noticia en toda la región de que solamente los egipcios tenían suficiente alimento. Esto es porque cuando a los egipcios se les terminó la comida, le pidieron a José que abriera las bodegas para que les diera algo del trigo que había almacenado.

A pesar de que José había decidido venderles el trigo y no solamente dárselo, pronto, no solamente los egipcios, sino también la demás gente de la región llegaban a José para comprar alimentos. Faraón se estaba convirtiendo en un hombre extremadamente rico. De hecho, debido a los esfuerzos de José Faraón terminaría, en lo personal, siendo dueño de todo Egipto; su tierra, sus ganados, y sus tesoros, además de la riqueza de Canaán. Sobra decir que él estaba muy satisfecho con el plan de mi hijo y lo premió atractivamente.

Mientras tanto, de vuelta en Canaán mis otros hijos y yo estábamos sintiendo los efectos del hambre. Un día los reuní a todos para decirles sobre el trigo que vendían en Egipto. Los envié a todos, excepto a Benjamín, para que compraran alimentos. Puesto que José estaba a cargo de la venta, mis otros hijos tenían que llegar ante él para comprar lo que necesitaban. Cuando se inclinaron ante él para saludarlo, el primero de sus sueños se hizo realidad, pero a pesar de que los reconoció, ellos no tenían idea de quién era él.

José pretendió no conocerlos y los acusó de ser espías. Los metió en la cárcel por tres días, y luego envió por ellos para que los trajeran ante su presencia. Le dijeron que habían sido doce hermanos, pero que uno de ellos había muerto y el otro aun permanecía en casa. Para probar que no eran espías, José los envió de vuelta a Canaán con los alimentos que habían comprado y para que trajeran de vuelta a Benjamín con ellos. Ordenó que uno de los hermanos permaneciera en la cárcel para garantizar que los demás regresarían. No creyeron que él los entendería cuando empezaron a arrepentirse entre ellos por lo que le habían hecho, y por un momento eso lo hizo llorar. Luego, después que llenaron sus sacos con el grano, José le ordenó a su mayordomo que les diera provisiones para su viaje de regreso y que escondiera el dinero con el que habían pagado el alimento en el saco de cada uno.

Y así de los diez habían llegado, solamente nueve retornaron a Canaán, habiendo dejado a Simeón en prisión para garantizar su retorno. En el camino empezaron a descubrir las monedas de plata escondidas en sus sacos de alimentos antes de su llegada a Canaán. Era obvio que todo su dinero había sido devuelto. Dándome cuenta de que podía ser una trampa, me llené de temor por las implicaciones que eso podía acarrear. En cuando a mí concernía, José había muerto, Simeón estaba prisionero en Egipto y ahora querían que enviara a Benjamín también. Eso era más de lo que yo podía soportar.

Pero pronto la comida que trajeron empezó a faltar y necesitábamos más. Cuando les dije que se alistaran para otro viaje a Egipto me recordaron que a menos que Benjamín viniera con nosotros, Simeón no sería liberado de la cárcel y no se nos permitiría comprar más alimentos.

Finalmente, después que Rubén y Judá me prometieron el seguro retorno de Benjamín permití que lo llevaran. ¡Es que necesitábamos comida! Hice que llevaran lo mejor de nuestros productos, miel, especias y nueces, y el doble de la cantidad de monedas de plata para pagar lo que compraron la primera vez.

Cuando llegaron a Egipto y buscaron a José él hizo que su mayordomo nos escoltara a su residencia privada y nos preparara una cena. Temiendo lo peor, le rogaron al mayordomo y le contaron el error que alguien había cometido con la plata del primer viaje, ofreciendo devolvérsela a él. El mayordomo les dijo que no se preocuparan, que él había recibido la plata y que el Dios de ellos, el Dios de sus padres, había colocado el dinero de vuelta en sus sacos. Luego trajo a Simeón ante ellos.

El mayordomo les trajo agua para que se lavaran y le dio forraje a sus mulas, y ellos alistaron sus regalos para presentárselos a José al medio día, cuando regresara. Cuando José llegó y recibió los regalos, preguntó por mí y señaló a Benjamín para una bendición especial. Luego los sentó a la mesa por orden de edad, lo cual sorprendió a todos. Una vez que se llenó de alegría por estar junto con sus hermanos, salió rápidamente del cuarto para llorar en privado, pero ellos aun no tenían idea en compañía de quién tenían el placer de estar. Cuando sirvieron la comida se volvieron a sorprender cuando a Benjamín se le sirvió un plato con una cantidad de comida cinco veces mayor que la de los demás, pero todos comieron y bebieron libremente con él.

Y así mi querido hijo, habiendo sido rechazado y traicionado por sus hermanos, lanzado dentro de una cisterna, vendido como esclavo a Egipto y reportado como muerto, falsamente acusado y sentenciado erróneamente, salió de su prisión para convertirse en el segundo hombre más poderoso en el mundo conocido, y el único responsable de salvarlo de una destrucción cierta. En su aflicción, sus hermanos le habían buscado, y en su arrepentimiento, él les dio provisiones. Y ahora, a través de la intercesión de un mayordomo anónimo fueron reconciliados con él y todos juntos están sentados a la mesa de su banquete, a pesar de que no saben quién es.