El Evangelio Según Pablo … Parte 2

Romanos 2:1—3:20

Pablo continúa con su punto de vista sobre la condición espiritual del mundo. Recuerden, él no está escribiendo sobre los creyentes aquí. Su intención en este resumen introductorio es el mostrar que todas las personas necesitan el Evangelio, ya sean judíos o gentiles. Pero yo voy a tomar algo de esto como que también se aplica a nosotros, porque todos aun cometemos los pecados que él menciona, y a pesar de que somos perdonados, necesitamos ser recordados que esa ya no es nuestra manera de vivir. Nosotros no tenemos que pagar la pena por hacer estas cosas, como los incrédulos lo harán, porque el Señor ya ha hecho eso por nosotros, pero el Espíritu Santo sí se entristece cuando pecamos, y eso también interrumpe nuestra comunión con Él. Y después de todo, la intención de este estudio es ayudar a prepararnos para el retorno del Señor.

Al final del capítulo 1, él se está refiriendo a aquellas personas que estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican (Romanos 1:29-32).

Ahora, él va a incluir a todas aquellas personas que condenan a otras por hacer esas cosas, porque cada uno de nosotros ha hecho algo de lo que contiene esta lista, en algún momento de la vida. Por lo tanto, cuando juzgamos a otros por hacer esas cosas estamos ignorando el hecho de que también somos culpables. Si pensamos que ellas deben de ser condenadas, ¿estaremos deseosos de aplicar las mismas normas en nosotros mismos?

Capítulo 2

El Justo Juicio de Dios

Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? (Romanos 2:1-4).

Si, como pecadores, condenamos el pecado de los demás, nos estamos identificando como que somos dignos de una condenación similar. Jesús dijo, “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados” (Lucas 6:37). El ser testigos de los pecados de los demás no debe de acarrearnos pensamientos de juicio a nuestras mentes, sino más bien de tristeza y empatía. Debería de despertarse nuestro espíritu de intercesión, produciendo que le pidamos a Dios que los perdone. Fácilmente pudo haber sido uno mismo el que cometía ese pecado. Es la misericordia de Dios la que atrae a las personas hacia Él, no Su justicia, y al pedir por misericordia a nombre de alguien más, en lugar de condenar a esa persona, podemos estar ayudando a inclinar el corazón de esa persona hacia Dios. Ese es nuestro gran trabajo ahora mismo.

Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios (Romanos 2:5-11).

Independientemente de su condición espiritual, algunas personas creen que a Dios se le agrada cuando expresan su desdén hacia otras personas debido al pecado que estas tienen. Pero la realidad es que Él se disgusta porque sabe que nosotros somos tan culpables como los que estamos condenando. Es un caso como “el sartén llamando a la tetera” como dice el viejo adagio. Un abogado aconsejaría que eso viola el principio de las “manos limpias”. Por eso es que Jesús dijo, “el que no tiene pecado que tire la primera piedra”. El juzgar a otras personas implica que nosotros creemos que somos mejores. Es un acto de auto búsqueda, y si persistimos en él, le añadimos a nuestro propio pecado.

Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio (Romanos 2:12-16).

Pablo les había dicho anteriormente a los corintios, “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Corintios 4:5). Toda la humanidad sabe, de manera intuitiva, sobre el buen comportamiento y el malo, pero solamente Dios conoce los motivos de nuestros corazones. Jesús nos advirtió de quitar la viga de nuestro propio ojo antes de preocuparnos por la paja en el ojo de nuestro hermano (Mateo 7:5). El conocimiento de la Ley no es suficiente. Necesitamos obedecer. Si no podemos hacerlo, entonces no tenemos porqué inmiscuirnos en condenar a alguien que tampoco puede hacerlo.

Jesús y la Ley

He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros (Romanos 2:17-24).

Las personas que se auto-justifican niegan furiosamente esas acusaciones. Pero Jesús enseñó que no es solamente nuestro comportamiento sino el motivo de nuestro corazón lo que nos acusa. La ira es tan mala como el asesinato, el deseo es tan malo como el adulterio, y la envidia es tan mala como el robo. ¿Quién de nosotros no es culpable de estas cosas? Y como Su hermano Santiago escribió, “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10).

Pues en verdad la circuncisión aprovecha, si guardas la ley; pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión viene a ser incircuncisión. Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su incircuncisión como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley.

Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios (Romanos 2:25-29).

La circuncisión era la señal visible del pacto. Identificaba a un hombre como judío. Pero el pacto tenía sus provisiones, y las violaciones a esas provisiones llevaban en sí un castigo. El hecho de que una persona fuera circuncisa no la eximía del castigo, sería juzgada como todos los demás. Por el contrario si alguna persona no era circuncisa, pero guardaba la Ley, recibiría los mismos beneficios como si estuviera circuncidada. Una vez más podemos ver que no son las apariencias externas lo que importa ante el Señor, sino los pensamientos internos y los motivos de nuestros corazones.

Capítulo 3:1-20

¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.

¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado (Salmo 51:4).

Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre.) En ninguna manera; de otro modo, ¿cómo juzgaría Dios al mundo? Pero si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador? ¿Y por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya condenación es justa, afirman que nosotros decimos): Hagamos males para que vengan bienes? (Romanos 3:1-8).

Los “judaizantes” acusaron a Pablo de predicar un mensaje simplificado, dándoles a los creyentes la impresión de que a Dios no le importaba cómo se comportaban. Entonces trataron de convertir a los nuevos gentiles cristianos al judaísmo, diciendo que debían circuncidarse y guardar la Ley antes de seguir a Jesús.

Si Dios no hubiera proveído un remedio para el pecado el cual permite que podamos escapar del juicio, entonces podríamos esgrimir el argumento de que es injusto que Él nos juzgue. Después de todo nacimos con nuestra naturaleza pecaminosa, no decidimos hacernos pecadores. Pero Él conoce el dilema que Su justicia y nuestra naturaleza pecaminosa le ha producido tanto a Él como a nosotros, así que vino a la tierra para enderezar las cosas. Nuestra parte es simplemente el aceptar en fe el remedio que Él ha proveído. Si fracasamos en eso, seremos dejados sin ninguna otra alternativa sino basarnos en nuestro propio mérito. Al escoger hacer eso anula cualquier reclamo de injusticia.

Nadie es Justo

¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito:

No hay justo, ni aun uno; (Isaías 64:6)

No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios (Isaías 29:13).

Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Salmo 14:1-3).

Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan (Salmo 5:9).

Veneno de áspides hay debajo de sus labios; (Salmo 140:3)

Su boca está llena de maldición y de amargura (Salmo 10:7).

Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz (Isaías 59:7-8).

No hay temor de Dios delante de sus ojos (Salmo 36:1).

Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado (Romanos 3:9-20).

Entonces, la situación es esta. Ninguno de nosotros puede sobrevivir a un juicio por nuestros propios méritos. Ya sea judíos o gentiles, es imposible para nosotros poder resolver nuestro propio problema del pecado. Aun con la Ley, los judíos no están en mejor posición que los gentiles. Nadie puede guardar la Ley, como tampoco fue en algún momento considerado que alguien pudiera hacerlo. La Ley fue dada para hacer obvio el pecado y hacer que nuestra necesidad de un Salvación fuera clara. Entonces un Salvador fue dado, y desde ese momento en adelante la pregunta no ha sido “¿Es usted un pecador o no?”, sino más bien, “¿Ha aceptado usted Mi remedio o no?” Pablo utilizó dos capítulos y medio para convencernos de una sola verdad: Todos necesitamos el Evangelio. La próxima vez él empezará a darnos el Evangelio. 13/01/2007.