Miércoles 19 de octubre de 2022
P: He sido una persona cristiana por muchos años y creo en el Señor Jesucristo como mi Salvador personal. Sin embargo, debido a un cambio reciente en mis circunstancias personales, me he vuelto adicto a un hábito que me resulta imposible de superar. Esto me ha sumido en una agitación emocional y espiritual. Por un lado, me ha hecho dudar si he sido salvo todos estos años después de todo. Y por otro, he leído tantas veces que un verdadero cristiano odia su pecado. Pero no odio lo que hago. En el momento lo disfruto. Sin embargo, después, mi conciencia me golpea y me dice que eso está mal. El remordimiento y la culpabilidad entran en el juego. Decido no volver a hacerlo nunca más. Le pido perdón a Dios Disfruto de la sensación de libertad de la culpa y la vergüenza hasta que, ¡bam!, la tentación viene de nuevo, ¡me siento abrumado y todo el ciclo comienza de nuevo!
R: La razón por la cual los cristianos odian el pecado es porque sabemos que no es agradable a Dios, y queremos hacer lo mejor para complacerlo a Él. Pero para muchas personas creyentes, el deseo de pecar no desaparece por completo. Debido a que todavía tenemos una naturaleza pecaminosa, siempre tendremos la tentación de pecar. Incluso Pablo dijo que no podía dejar de pecar por completo. Luego dijo, desde el punto de vista del Señor, que no era él sino el pecado que vivía en él el culpable (Romanos 7:18-20).
La muerte del Señor no eliminó la tentación de pecar, pero sí nos salvó de la pena de este. Es importante que expresemos nuestra gratitud a Dios por salvarnos viviendo vidas que le agradan. Pero cuando nos quedamos cortos, podemos consolarnos sabiendo que la confesión trae perdón y restauración inmediata (1 Juan 1:9). Y también podemos consolarnos sabiendo que en el momento en que aceptamos al Señor como nuestro Salvador, nuestra herencia fue garantizada (Efesios 1:13-14) y no hay nada que nadie pueda hacer para cambiar eso (Juan 10:27-30). Muchas personas descubren que el simple hecho de saber estas cosas les da más fuerza para resistir las tentaciones que todos enfrentamos.