Jueves 1 de junio de 2023
P: Escuché a un predicador en la televisión decir que Dios no escucha una oración a menos que esté expresada verbalmente. Dijo que Dios no escucha una oración silenciosa y que debemos estar arrodillados cuando oramos. ¿Está usted de acuerdo con eso? Yo ya no puedo arrodillarme y mucho tiempo oro en silencio y siempre he pensado que Él me ha escuchado y me ha respondido. Además, si Él no escucha las oraciones silenciosas, ¿cómo pueden las personas que no pueden hablar y usan el lenguaje de señas transmitir sus oraciones a Él?
R: Si usted ha recibido respuestas a sus oraciones silenciosas, entonces usted sabe que este predicador aboga por un enfoque legalista de la oración que es incompatible con la naturaleza de nuestra relación con Dios. Por ejemplo, 1 Tesalonicenses 5:16-18 nos dice que oremos continuamente, dando gracias en todo momento. Cumplir este mandato de acuerdo con las instrucciones del predicador nos obligaría a estar de rodillas hablando en voz alta con Dios todo el tiempo.
Génesis 24:10-21 contiene un gran ejemplo para nuestra información. Abraham había enviado a su siervo, Eliezer, a buscar una novia para Isaac. Cuando Eliezer llegó al lugar designado, un pozo público, le pidió al Señor una señal muy específica para asegurarse de que había encontrado a la persona adecuada. La redacción hebrea de Génesis 24:12 permite una oración audible o silenciosa. Pero si hubiera orado audiblemente, Rebeca, quien llegó mientras él oraba, podría haberlo escuchado describir la señal que estaba buscando, haciendo que su cumplimiento no tuviera sentido. Génesis 24:12 solo tiene sentido si el siervo oró en silencio.
Además, en 1 Samuel 1:9-20 podemos leer acerca de Ana orando en silencio por un hijo. El versículo 13 dice: “Y es que Ana le hablaba al SEÑOR desde lo más profundo de su ser, y sus labios se movían, pero no se oía su voz”. Los versículos 19-20 nos dicen que Dios escuchó su oración. Ella tuvo un hijo y lo llamó Samuel, que significa “escuchado de Dios.”
Estos ejemplos nos muestran que Dios escucha nuestras oraciones, ya sea que oremos en voz alta o en nuestro corazón, sin importar en qué posición estemos.