¿Podemos venderle el alma al diablo?

Q ?Yo oro para que el Senor lo bendiga a usted y a su familia grandemente por toda la percepcion que usted comparte con todos nosotros diariamente!

Tengo una pregunta. ?Nosotros somos duenos de nuestras almas o son propiedad de Dios? Lo que realmente estoy preguntando es que si una persona puede venderle el alma al diablo.

A El concepto de venderle el alma al diablo se origina en una obra de ficcion de Cristopher Marlowe en la que el personaje principal, el Dr. Fausto, hace un trato con el diablo por un suministro de poder sobrenatural durante 24 anos a cambio de su alma inmortal.

Pero la verdad es que, a menos que las personas elijan nacer de nuevo durante sus vidas, toda la humanidad esencialmente le ha vendido sus almas inmortales al diablo y no han recibido nada a cambio.

Cuando una persona se hace creyente todo eso cambia. Segun 1 Corintios 6:19-20, como personas creyentes no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que hemos sido comprados a un precio. Ese precio fue la sangre de Jesus, con la cual Dios pago para redimirnos cuando le pedimos que nos salvara de nuestros pecados.

Pablo dijo que cuando eso sucedio, Dios nos ungio, puso Su sello de propiedad en nosotros, y puso Su Espiritu en nuestro corazon. Pablo utilizo el lenguaje juridico del momento para describir al Espiritu Santo como un deposito (literalmente el dinero de una prima, o arras) para garantizar nuestra herencia (2 Corintios 1:21-22, Efesios 1:13-14). De la misma forma como lo es en el negocio de bienes raices, una prima que depositaba un comprador en tiempos de Pablo lo obligaba a proseguir con su compra, y con eso se evitaba que alguien mas comprara la propiedad.

Al sellar el Espiritu en usted, Dios se ha obligado a Si mismo a continuar con Su promesa de darle la vida eterna con El, y al mismo tiempo, «sacarlo del mercado». Nadie mas puede comprarlo a usted y usted no puede venderse a alguien mas. Por consiguiente, ninguna persona creyente que ha nacido de nuevo puede vender su alma al diablo.

«Las que son mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna; y no pereceran jamas, ni nadie las arrebatara de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno» (Juan 10:27-30).