Viernes 18 de octubre de 2024
P: Si una persona no puede vivir en pecado sin preocuparse y todavía peca, ¿esta batalla interior puede ser vista como una “prueba” de alguna clase de que él o ella tienen el Espíritu Santo y son salvas?
R: Sí, yo creo que el sentimiento de remordimiento de una persona creyente después de cometer un pecado es una señal de que la persona es salva, especialmente si ese remordimiento lleva a la persona creyente a confesar su pecado (1 Juan 1:9). Esos sentimientos son provocados por la convicción del Espíritu Santo.
En una conmovedora revelación personal, Pablo admitió que era incapaz de vivir una vida libre de pecado y terminó exclamando, “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:18-24).
A pesar de que él nos mostró que Dios no nos responsabiliza por nuestros pecados, sino que se los atribuye a la naturaleza pecaminosa que llevamos temporalmente en nuestro cuerpo (Romanos 7:20), él todavía estaba lleno de remordimiento por su incapacidad de vivir una vida libre de pecado. Solamente fue el darse cuenta de que ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo (Romanos 8:1) lo que le ayudó a tolerar su debilidad.
Dicho eso, Pablo nunca dejó de advertirnos de vivir una vida de una manera que complazca a Dios. Mientras estamos en la Tierra nunca seremos perfectos, pero el ser salvos y salvas es lo que nos hace ser miembros de la familia real de Dios (Gálatas 4:4-7). Somos hijos e hijas del Rey del Universo y por eso tenemos la responsabilidad de actuar en consecuencia.
Pablo nunca dijo que debemos comportarnos de una cierta manera para recibir o mantener nuestra salvación. Lo que él dijo fue, “En todo caso, vivamos de acuerdo con lo que ya hemos alcanzado” (Filipenses 3:16).