Jueves 15 de diciembre de 2022
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“Y pensando él en esto, un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque su hijo ha sido concebido por el Espíritu Santo. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:20-21).
En el octavo día de nacido, llevamos a Jesús al Templo para ponerle el nombre que el ángel nos había dicho y ser circuncidado como un hijo del pacto. (Su nombre en hebreo es en realidad Yeshua, que quiere decir “Dios trae salvación”. El nombre Jesús se deriva del griego.) Mientras estábamos allí, Su papel como Mesías de Israel fue confirmado por dos testigos, como lo requiere la ley (Deuteronomio 19:15). Tanto Simeón como Ana habían sido movidos por el Espíritu Santo para buscar y bendecir a Jesús y alabar a Dios por haberlo enviado a redimir la humanidad (Lucas 2:23-40).
A propósito, cuando el Señor ordenó el ritual de la circuncisión para los varones, lo hizo de tal manera que la pro enzima de la coagulación que ustedes llaman protrombina, estuviera un 130% más alta del nivel normal durante el octavo día de nacida la persona, y para que las enzimas analgésicas de la sangre estuvieran en su nivel más alto también. La circuncisión en cualquier otro día puede ser dolorosa y sangrienta, pero en el octavo día el efecto es mucho menor. Por supuesto, este es un hecho que la profesión médica apenas conoció durante el siglo pasado. En nuestros días, nosotros solamente sabíamos que todo funcionaba mejor cuando éramos obedientes a los mandamientos de Dios.
Años después, Jesús diría, “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Esta observación fue cierta desde el momento de Su nacimiento. Parecía como que Él no calzaba en ningún lado. Nació en un establo porque no se encontró ningún lugar para nosotros en Belén. No había nadie más que su madre y yo para atender Su nacimiento. Luego tuvimos que apresurarnos a salir para Egipto para escapar de un intento de matarlo. Eso sucedió así:
Unos sacerdotes partos conocidos como los Magos, llegaron a Jerusalén, siguiendo una estrella que se les había aparecido en los cielos sobre Israel. Muchos siglos antes, Balaam había profetizado que esa estrella sería una señal del Mesías venidero (Números 24:17-19). Durante más de 500 años, desde que el Profeta Daniel les dijo por primera vez cuándo debían esperarlo, los Magos habían estado esperando la señal de Su nacimiento, y finalmente había llegado. Después de su llegada a Jerusalén, visitaron al rey Herodes informándole que “el que había de ser Rey de los judíos había nacido”. Le preguntaron dónde estaba el niño, y por supuesto, él no lo sabía.
La caravana de los Magos causó tremendo revuelo en la corte de Herodes y por supuesto en todo Jerusalén. Los romanos controlaban la Tierra Santa, pero los ejércitos partos los habían derrotado hacía unos años durante el intento infructuoso de Roma de conquistar la cercana Partia. (Partia era un remanente del antiguo imperio Medo-Persa situado al norte y al este de Israel.) Así que los Magos eran vistos como representantes de los enemigos de Roma.
Y no solamente eso, sino que tradicionalmente el sacerdocio parto jugaba un papel importante en hacer reyes, tanto en las tierras vecinas como en la suya propia. Se habían vuelto tan poderosos que ningún rey en la región podía reinar sin su bendición. Habiendo sido nombrado por Roma, Herodes ni siquiera era judío, y ahora estos poderosos hacedores de reyes estaban preguntando por el paradero del que había nacido para ocupar el trono al que Herodes había sido nombrado a ocupar.
En respuesta a su pregunta, Herodes envió por los principales sacerdotes quienes leyeron del libro del Profeta Miqueas (Miqueas 5:2), que el Mesías nacería en Belén. Los Magos nos encontraron y le presentaron regalos de oro, incienso y mirra a Jesús. Estos tres regalos eran parte del Tesoro que Daniel había dejado al cuidado de los Magos cuando murió en Babilonia 500 años antes. Él los hizo prometerle que los guardaran para el Mesías y que se los entregaran cuando vieran la señal en el cielo.
El oro simboliza Su realeza, el incienso Su sacerdocio, y la mirra era profética de Su muerte por el pecado de las personas. (La mirra es una especia que se utiliza para embalsamar.) Juntos representan los tres oficios del Mesías, Rey, Sacerdote y Profeta. Entonces, en un notable contraste con el trato que Jesús había recibido desde que llegó a la tierra, hasta ahora, estos poderosos Magos y toda su comitiva, se postraron y adoraron a nuestro hijo.
Un ángel me advirtió en sueños que el rey Herodes estaba planeando matar a Jesús, al ver a nuestro recién nacido como una amenaza a su gobierno, y me dijo que lo tomara a Él y a Su madre y los llevara de inmediato a Egipto. El mismo ángel también les advirtió a los Magos de las malvadas intenciones de Herodes y les dijo que no le informaran del lugar en que nos encontrábamos. Cuando se fueron tomaron un atajo alrededor de Jerusalén para evitar cualquier otro contacto con él.
Debido al obsequio de Daniel es que pudimos huir a Egipto y permanecer allí hasta que el ángel nos dijo que Herodes había muerto y que ahora estaba bien que regresáramos a casa. Más tarde supimos que después que habíamos salido de Belén, Herodes había ordenado matar a todos los varones menores de dos años, en un rudo intento de matar a Jesús. Esto fue profetizado por Jeremías (Jeremías 31:15), pero no por eso dejó de ser doloroso para todas esas madres cuyos hijos fueron brutalmente asesinados ese día.
Finalmente, Lugo de una ausencia de varios años, retornamos a Nazaret y empezamos una vida más normal como familia. Durante su embarazo, María y yo nos habíamos abstenido de tener relaciones íntimas en honor a nuestro Hijo Santo que se desarrollaba dentro de su vientre. Pero ahora decidimos comenzar el resto de nuestra familia, así que terminamos con cuatro hijos más. Estos medios hermanos de Jesús les costó mucho relacionarse con Él, cumpliendo así la profecía del Rey David, “Extraño he sido para mis hermanos, y desconocido para los hijos de mi madre” (Salmo 69:8). No puedo culparlos. A mí también me costó hacerlo. ¿Cómo les gustaría a ustedes tener al Hijo de Dios creciendo en su casa, sabiendo que un día tendrán que postrarse delante de él como Rey del Universo? Pero también nos acostumbramos y, obviamente, Él hizo todo lo posible para que eso fuera fácil para nosotros. Después de Su muerte, sus medios hermanos Santiago y Judas hicieron grandes obras en Su nombre.
De acuerdo con nuestras costumbres, yo era el responsable de la educación general de nuestro hijo así que también le enseñé a Jesús mi negocio que era la carpintería. Por supuesto que en asuntos de las Escrituras Él no necesitaba ser instruido. Yo recuerdo cuando cumplió los doce años. Ese otoño Él finalizaba Su ritual de admisión a la vida adulta al observar Su primer ayuno de Yom Kippur y leer públicamente de la Torah. La siguiente primavera nos encontrábamos en Jerusalén para celebrar la Pascua como lo requería la Ley. Nosotros pensamos que se encontraba en nuestro grupo cuando emprendimos el viaje de regreso a Nazaret, pero luego de un día de viaje cuando no lo vimos, nos separamos del grupo y regresamos a Jerusalén para localizarlo. Tres días después lo encontramos en el Templo, entre los maestros, quienes estaban admirados de la profundidad de Su conocimiento y entendimiento (Lucas 2:41-52).
Pues bien, Su madre y yo estábamos muy preocupados. O sea, ¿cómo se sentiría usted al temer que se le ha perdido el Hijo de Dios? No pudimos resistir el llamarle la atención por habernos causado tanta aflicción. Cuando nos respondió nos dijo que deberíamos haber sabido que Él estaría en la Casa de Su Padre; con eso nos confundimos todavía más y no pudimos entender lo que nos dijo. Más tarde el significado me vino a la mente. Primero, Él nos estaba recordando que según nuestra Ley, Él era ahora un hombre, responsable de Su propio comportamiento. Una respuesta como esa para justificar separarse como lo hizo, habría sido una impertinencia impensable para los papás de un muchacho. Y segundo, Él nos estaba recordando que Él era el Hijo de Dios. ¿Pensaríamos nosotros que después de todo lo que ya había pasado Su Padre lo dejaría perderse antes de finalizar Su misión?
No siempre fue fácil ser los papás del Hijo de Dios. Pero antes que se burlen de mí, ¿alguna vez se ha puesto usted a pensar que alguna obra de Dios estaría condenada al fracaso si usted la abandonara? Esa es una carga que Él nunca le ha dicho a usted que lleve. Él es el único jefe que no lo hace a usted responsable por las acciones de los demás. Él es aún fiel para completar la buena obra que inició en nosotros (Filipenses 1:6). Como humanos tenemos la costumbre de sobreestimar la importancia de nuestros esfuerzos en Su nombre. Seguro que Él le ama sin medida, pero Él sabe mejor qué significaría dejar el éxito de Sus planes a nuestra fidelidad.
Conforme escribo este relato, me recuerdo de Elías después de la exhibición en el Monte Carmelo. Él creía que era el único fiel que quedaba en Israel. Esa carga era demasiado pesada para poder llevarla, así que huyó al desierto, temiendo por su vida. Cuando el Señor consolaba a Elías le explicó que en realidad habían siete mil personas que eran tan fieles como él lo era. (1 Reyes 19:1-18).
Entonces, como ustedes saben, Jesús creció hasta llegar a ser la figura central de toda la historia humana, a pesar de que Sus padres eran totalmente humanos. Por Su expiación vicaria, Él rescató a cada persona que está dispuesta a permitírselo, del horror eterno e indescriptible que es el castigo debido a sus pecados. Él dejó este mundo de la misma manera como llegó; solo, malentendido y temido, a pesar de que en toda Su vida Él personificó el indescriptible amor de Dios y nunca le volvió la espalda a nadie que se le acercara.
Y así es Él hoy en día. Todo aquel que pide recibe, quien busca encuentra y a cualquiera que toca a la puerta se le abre (Mateo 7:7-8). Ninguna vida es tan depravada, ningún pecado es tan despreciable, para que el Hijo del Hombre no venga a buscar y a salvar a quienes están perdidos (Lucas 19:10) para que puedan tener vida, y vida en abundancia (Juan 10:10).
Él regresará pronto para llevarse consigo a todas aquellas personas que han aceptado el perdón que Su muerte compró para ellas, al lugar que Él ha estado preparando todos estos años. Si usted no está seguro si será incluido si Él viniera hoy mismo, simplemente aplíquese a usted mismo la amonestación de Pablo. “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).
Si usted sinceramente cree que Jesús es el Hijo de Dios, que Él fue a la cruz en lugar suyo y que Dios lo levantó de los muertos para demostrar que el precio por el perdón suyo fue pagado en su totalidad, entonces usted será contado entre todas aquellas personas por quienes Él viene a llevarse consigo.
El día de Su retorno ya está casi sobre nosotros. Yo espero entonces poder conocerlos a ustedes, en un abrir y cerrar de ojos, cuando ustedes viajen a través de las estrellas para entrar en su morada eterna, en donde morarán con el Señor para siempre. ¡Feliz Navidad! 25/12/04