Domingo, 21 de febrero de 2016
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Alguien dijo una vez que si pudiéramos darnos cuenta las veces que el Señor nos ha perdonado, no dudaríamos en ningún instante en perdonar a las demás personas. Me pregunto si eso es así. Yo creo que el Señor nos puso al descubierto en la parábola del siervo despiadado. Esta se encuentra en Mateo 18:21-35. Pedro empezó el diálogo preguntándole al Señor cuántas veces tenemos que perdonar a un hermano o hermana que peca contra nosotros, “¿hasta siete veces?”
“No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”, le respondió el Señor. Yo creo que eso significa “Cada vez que te lo pide”. Luego Él les dio a ellos y a nosotros, la parábola. Seguidamente está la versión del Reader’s Digest.
El siervo despiadado
Un siervo le debía a su amo una deuda que nunca esperaría poder pagar. Cuando llegó el día de pedir cuentas se presentó ante su amo, cabizbajo. Pidiendo solamente un poco de tiempo más para pagar, él fue totalmente perdonado, y la deuda fue cancelada. Imagínense el alivio que sintió.
Luego de salir de donde su amo se encontró con otro siervo que le debía una pequeña suma. Le exigió el pago inmediato pero el consiervo le pidió un poco de tiempo, tal como el primero le había pedido al amo. Pero se rehusó hacerlo y lo metió a la cárcel hasta que pudiera pagarle la deuda totalmente.
Después de enterarse, el amo se puso furioso. “Te cancelé toda tu deuda solamente porque me lo pediste. ¿No debiste tú también haber misericordia con tu consiervo como yo la tuve contigo?” Luego el amo lo medió a la cárcel para ser torturado hasta que pagara todo lo que le debía. El Señor concluyó con esta advertencia. “Así también mi Padre celestial hará con ustedes si no perdonan de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”.
Cada sujeto y objeto de esta parábola es simbólico. El amo representa al Señor, el siervo es usted y yo, el consiervo es aquella persona que peca en contra suyo. La deuda es nuestro pecado, la prisión es cualquier emoción que cierra nuestro entendimiento, y el carcelero que nos tortura es Satanás.
Por favor entiendan que el fracasar perdonarnos los unos a los otros no suspende nuestra salvación. La salvación no es impulsada por el comportamiento como en esta parábola. La salvación es impulsada por el creer. Lo que queda en suspenso hasta que se paga toda la deuda es la relación. El siervo no deja de ser siervo. Ya él no tiene acceso al amo, sino que el carcelero es el que ahora tiene acceso a él, pero la implicación es que una vez que la deuda queda pagada, el siervo será restablecido de nuevo al favor del amo.
Unión y comunión
Nos ayuda ver que existen dos grados de perdón; uno que llega por el creer y el otro que es el resultado del comportamiento. El primero es el perdón que el Señor pagó con Su vida. Usted lo recibió simplemente al creer que Él murió para pagar el precio de sus pecados. En ese momento usted fue perdonado de una vez por todas, y su salvación fue asegurada. De igual manera como el siervo, la deuda que usted tenía fue cancelada. En ese momento a usted se le brindó la unión irrevocable con el Padre (Efesios 1:13-14) y se convirtió tan justo como Él es (2 Corintios 5:21). Esta unión es eterna y lleva las bendiciones eternas para cada creyente.
Si ese es el caso, ¿por qué Juan en su carta nos aconseja confesar nuestros pecados para ser restaurados cada vez que pecamos? (1 Juan 1:9). Porque eso es debido al otro nivel, al que yo llamo comunión. La comunión es temporal, lleva beneficios terrenales, y puede ser interrumpida. Dios no puede relacionarse con nosotros mientras nuestros corazones están llenos de ira, codicia, envidia, avaricia, o cualquier otra de las emociones humanas destructivas que nos aprisionan, porque durante esos momentos somos como el siervo despiadado que necesita ser disciplinado. En el contexto de la parábola, Él es aun nuestro Amo y nosotros aun somos Sus siervos, pero no podemos disfrutar de todos los beneficios de nuestra relación con Él. Algo se ha interpuesto entre nosotros que debe de ser resuelto antes de seguir adelante. Con más frecuencia que otra cosa, eso lo ocasiona nuestro fracaso en perdonar a alguien quien nos ha agraviado.
Es nuestra elección
Dependiendo en la intensidad de nuestras emociones y la determinación con la que nos justificamos y aferramos a ellas, es que podemos perder nuestras bendiciones y experimentar otras privaciones como la pérdida limitada de protección hacia nuestro enemigo. Justificadas o no, a estas emociones se les llama pecado en la Biblia. Nos hacen impuros, y le da al enemigo acceso a nosotros. El Señor permite este acceso (Job 1:12). Siendo incapaz de tolerar la presencia del pecado y no deseando interferir en nuestras decisiones, el Señor no puede hacer otra cosa. Pero tan pronto como pedimos, somos perdonados y el pecado es olvidado, ya que el precio fue pagado en la cruz, y así estamos de vuelta en comunión con Él. Entonces el Señor vuelve lo que Satanás había intentado como un tormento, en una bendición, mostrando que todo ha sido perdonado (Job 42:10-17).
No es una sugerencia
El Señor generalmente ordenó el perdón en Sus enseñanzas. En Mateo 5:23 Él dijo que nos reconciliáramos con nuestro hermano antes de presentar nuestra ofrenda en el altar. En Mateo 6:9-15 Él nos enseñó la Oración del Señor, conocida como la Oración del Padre Nuestro, y nos advirtió que no seríamos perdonados si nosotros no perdonamos. Una vez más, la Oración del Señor es para los creyentes que ya tienen la unión eterna con Dios. El perdón del que habla es acerca de nuestra relación con Él en el aquí y en el ahora. Y en Marcos 11:22-25 aprendemos que el perdón le añade fuerza a nuestras oraciones.
Si algo es tan importante para Dios es mejor que también lo sea para nosotros. Olvídense de justificarse. Dios pudo haberse justificado condenándonos a todos nosotros en el infierno para siempre. Y puesto que Él nos ha perdonado todo, ¿por qué no podemos nosotros perdonarnos esas pequeñas cosas?
Arrepiéntase y sea salvo
“Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Lucas 17:3-4).
La palabra griega traducida ‘repréndele’ en este pasaje significa amonestar o censurar. Nosotros debemos aconsejar a los compañeros creyentes cuando pensamos en la forma como nos han tratado que ha sido contraria a la palabra de Dios (vea también Mateo 18:15-17). Arrepentirse significa cambiar de manera de pensar o reconsiderar, y tiene que ver con la manera como percibimos las cosas. En cada una de las 34 veces que la palabra arrepentirse se usa en el Nuevo Testamento, la gente está siendo amonestada de cambiar la percepción que tienen de sí mismas y de admitir con son personas pecadoras en necesidad de un Salvador. Perdonar significa dejar a un lado o abandonar.
Un trágico malentendido
De alguna manera hemos llegado a creer que arrepentirse significa dejar de hacer algo, y si no dejamos de hacerlo, entonces no nos hemos arrepentido y por lo tanto no calificamos para el perdón. Si eso fuera cierto y la secuencia requerida de la salvación es arrepentirse para ser salvos, entonces nadie lo sería, porque ninguno de nosotros ha dejado de pecar. Todos nosotros estamos viviendo en pecado abierto y deliberado porque cada vida humana tiene un comportamiento visible que viola la palabra de Dios, y que se repite a sabiendas y con consentimiento. No es que descubrimos un pecado en nuestro comportamiento y lo arrancamos solamente para darnos cuenta que tenemos otro. De manera deliberada repetimos el mismo comportamiento pecaminoso una y otra vez. Si nosotros pudiéramos de manera progresiva arrancar y eliminar los pecados de nuestras vidas, eventualmente podríamos dejar de pecar y entonces no necesitaríamos un Salvador.
Cuando Juan el Bautista le advirtió al pueblo de Israel de “arrepentirse porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2), él no les estaba diciendo que fueran lo mejor portados porque el Rey venía. Él les estaba diciendo que reconsideraran su necesidad de un salvador mientras aun podían.
Cuando Pedro amonestó a los judíos en Pentecostés a arrepentirse y ser bautizados para el perdón de sus pecados para que pudieran recibir el don del Espíritu Santo (Hechos 2:38), no les estaba diciendo “Limpien sus acciones”. Él les estaba diciendo que tan pronto como cambiaran su percepción acerca de quién era Jesús y lo que había hecho por ellos, serían perdonados y recibirían la vida eterna.
Cuando el evangelista le dice a su audiencia “arrepiéntanse y sean salvos”, él no les está diciendo que sean lo suficientemente buenos para que algún día sean aceptados por el Señor. Él los estaba amonestando para que se dieran cuenta de que no pueden ser lo suficientemente buenos y pedirle al Señor que los tome en ese momento tal y como ellos son.
Entonces, ¿Qué quiere decir eso?
La palabra arrepentirse quiere decir cambiar de mentalidad, no de comportamiento. Por eso es que el Señor dijo, “Si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale”. También es el porqué en Mateo 18:22 el Señor corrigió a Pedro, “No siete veces, sino setenta veces siete”. Ambos pasajes comprenden el cometer de manera repetitiva los mismos pecados como también la secuencia de cometer diferentes pecados.
Nosotros no somos pecadores porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores. Es nuestra naturaleza. Cuando pronunciamos la oración del pecador estamos admitiendo que nunca podremos llenar los requerimientos de Dios y que necesitamos a alguien más para que interceda por nosotros. Le pedimos al señor Jesús que interceda y sea nuestro Salvador. Él está de acuerdo en hacerlo, no porque le prometemos nunca más pecar, sino porque admitimos que no podemos dejar de pecar.
¿Cuándo aprenderemos?
En el Antiguo Testamento el énfasis era en la obediencia. El principio era compórtense o no serán recompensados. Y aun bajo la amenaza del castigo eterno la gente no podía ser lo suficientemente buena para Dios.
En el Nuevo Testamento el énfasis es en la fe. Ahora el principio es compórtense porque ustedes serán recompensados, y, sin embargo, la gente aun no puede ser lo suficientemente buena tampoco.
En el milenio el énfasis será en la experiencia. El principio entonces será compórtense porque ustedes están siendo recompensados. Satanás estará atado, Dios estará viviendo entre Su pueblo rigiendo el mundo, la maldición será removida, y la vida en Utopia estará a la mano. Todas las excusas que tengan las personas para pecar habrán desaparecido. Pero al final de esa era, el pueblo de Dios que no ha sido perfeccionado sobrenaturalmente se rebelará en contra de Él. El mensaje que resalta en toda la Biblia es que no existe ninguna circunstancia en la que la humanidad pueda alcanzar el estándar que Dios requiere. Vivir en pecado es un estado del ser, no solamente un estado de rebelión. Por eso es que necesitamos un Salvador.
Disculpen, por favor
De la misma manera como arrepentirse no significa “no volveré a hacerlo”, perdonar no significa “está bien hacerlo de nuevo”. Recuerden, perdonar significa poner a un lado o abandonar. Ninguna de estas palabras es impulsada por el comportamiento. A ambas las impulsa la percepción. Jesús no consciente el pecado, pero si hemos aceptado Su remedio por nuestros pecados y los confesamos (1 Juan 1:9) Él elige dejarlos a un lado. Él lo hace por nosotros porque se lo pedimos, y ahora Él nos pide que hagamos lo mismo los unos con los otros.
El versículo más popular en la Biblia
Mientras podamos recordar, el versículo más popular en la Biblia ha sido Juan 3:16, pero después otro ocupó el primer lugar de la lista, y es citado con frecuencia por las personas creyentes. Yo considero eso un progreso porque en el pasado el versículo más popular de los incrédulos ni siquiera se encuentra en la Biblia. Es, “El Señor ayuda a los que se ayudan a sí mismos”.
Hoy día en versículo más citado está en Lucas 6:37. “No juzguen, y no serán juzgados”. Aunque lo utilizan primariamente los incrédulos y a manera de juicio hacia los creyentes (haciendo su uso contradictorio en sí mismo) es un buen versículo para usarlo al concluir este artículo sobre el perdón.
Unión y comunión de nuevo
Recuerden, hay dos niveles de perdón, uno que abarca el creer y el otro que abarca el comportamiento. El primero es el perdón que el Señor adquirió con Su vida. Esta unión es para siempre y lleva consigo las bendiciones eternas para cada persona creyente. El otro se llama comunión. Este lleva consigo unos beneficios terrenales que son temporales, y pueden ser interrumpidos por algún pecado no confesado.
En Lucas 6:37 la implicación clara es que el juzgar o el condenar el comportamiento de otra persona se constituye en un pecado, como lo hace el fracaso de perdonar. La parábola del siervo despiadado en Mateo 18:23-35 demuestra esto de manera muy clara y Lucas 6:37 concurre, con advertencias positivas. Para recibir el perdón que preserva nuestra comunión, debemos perdonar a las demás personas, e igualmente buscar el perdón del Señor.
¿Quién castiga a quién?
Lo que los estándares humanos han complicado, para Dios es exquisitamente simple. Cuando es agraviado por un hermano o hermana, usted sufre. Al permanecer enojado, o enojada, y rehusar perdonar, usted está agraviando a su hermano, o hermana, y sufre de nuevo. Pero cuando usted le perdona esa persona queda con la culpa y es la que sufre. En Romanos 12:17-21, Pablo dice que eso es como amontonar brasas de fuego en su cabeza. Mientras tanto, el Señor elimina la ira del corazón suyo, le restaura a la comunión con Él, y le da paz. Cuando usted castiga a alguien al fracasar perdonarle, ¿se da cuenta que usted es quien sufre más?
Expulsen al hermano inmoral
Mucho se hace con las advertencias en la Biblia de evitar a creyentes que son sexualmente inmorales, o que con regularidad comen o beben en exceso, que practican idolatría o avaricia, son estafadores, malhablados, chismosos, o verbalmente abusivos (1 Corintios 5:11; Efesios 4:29). De esta manera les ayudamos a que se den cuenta que ese comportamiento es pecado. Pero una vez que lo admiten (se arrepienten), debemos perdonarlos, aun si eso sucede siete veces en el mismo día. Los debemos perdonar hasta 70 veces siete. ¿Por qué? Porque nosotros hacemos todas esas cosas también, y si esperamos ser perdonados debemos perdonar.
Perdonar no es lo mismo que aceptar. En 1 Corintios 5:1-5 Pablo les dio a los corintios la tarea por haber permitido una relación antinatural entre un hombre de la congregación y la esposa de su padre. “El tal [hombre] sea entregado a Satanás”, les dijo Pablo, “para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo”. Aparentemente ninguna persona de esa congregación vio su comportamiento como un pecado. Ambas personas necesitaban arrepentirse (reconsiderar su opinión) por lo que Pablo les dijo que debían expulsar a ese hombre. De esta manera tanto la congregación como esa persona podían reconocer el pecado, confesarlo y ser perdonados.
En 2 Corintios 2:5-11 Pablo volvió a hablar de ese incidente. El plan había funcionado. La congregación había obedecido y el hombre se había humillado. “Ustedes más bien deben perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza”, dijo Pablo, “Confirmando el amor para con él… para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros”. El primer pecado de la congregación fue el no haber visto el pecado, y también cómo el fracaso de perdonar, que también es pecado, es lo que le permite a Satanás la victoria después de todo.
¿Quién le ama a usted?
También está el tema del amor. Ese se explica mejor en la parábola de Lucas 7:41-43. Dos personas le debían dinero a un prestamista. Una le debía el equivalente a dos años de salario y la otra la de dos meses. Ninguna de las dos podía pagar su deuda, por lo que el prestamista se las perdonó a ambos. Al finalizar la historia, el Señor pregunta, “¿cuál de ellos amará más al prestamista?”
Simón el fariseo respondió, “Pienso que aquel a quien perdonó más”. Buena respuesta. Aquella persona a quien se le ha perdonado mucho, ama mucho. ¿Hemos sido nosotros perdonados mucho? “Como yo los he amado” dijo el Señor, “también deben amarse unos a otros” (Juan 13:34; 15:21 y en otros 9 lugares). Él pudo también haber dicho, “Como yo les he perdonado, también ustedes deben perdonarse unos a otros”.
El perdón que le dio a usted la salvación es bueno para siempre. Nadie puede jamás cambiar eso, ni aun usted mismo (Juan 10:27-30). El perdón que mantiene la intimidad suya con el Señor en el aquí y en el ahora, tiene que ser renovada cada vez que usted peca. Así como el perdón que le salvó a usted, igualmente se le otorga automáticamente a cualquier otra persona que pide. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Todos hemos oído el proverbio escocés, “La confesión es buena para el alma”. Ahora ya sabemos porqué es cierto. Perdone a todas las personas que pecan en contra suya, confiese sus pecados lo más pronto posible y con frecuencia, y viva así una vida bendecida. 05/05/11