Miércoles 18 de enero de 2023
Un estudio bíblico por Jack Kelley
El Señor quería que Su pueblo confiara en Él para su seguridad, no en sus posiciones materiales. Si el hombre hubiera adoptado permanentemente estas leyes como suyas, habría muy poca pobreza en el mundo hoy día, y casi ninguna guerra u opresión.
La locura de la obsesión con las ganancias materiales se menciona con frecuencia en las Escrituras. De hecho el sistema levítico incluía leyes especialmente diseñadas para desalentarla. El dinero se prestaba sin cobrar intereses (Éxodo 22:25). Cada siete años todas las deudas se perdonaban (Deuteronomio 15:1-2), y los esclavos eran liberados y se les daba un pedazo de tierra para ayudarlos a empezar de nuevo (Deuteronomio 15:12-14). La tierra que se había perdido debido a un remate debía ser redimida por los miembros de la familia (Levítico 25:25). Y cada 50 años toda la tierra que había sido vendida, o perdida y no redimida, se devolvía a sus dueños originales (Levítico 25:8-17). Simplemente no existía ninguna motivación para la formación de imperios en la economía de Dios.
La intención era muy clara. El Señor quería que Su pueblo confiara en Él para su seguridad, no en sus posiciones materiales. Si el ser humano hubiera adoptado permanentemente estas leyes como suyas, habría muy poca pobreza en el mundo hoy día, y casi ninguna guerra u opresión. De hecho, al darles a los israelitas estas instrucciones, el Señor concluyó, “Así no habrá entre ustedes ningún mendigo, porque el SEÑOR tu Dios te bendecirá abundantemente en la tierra que va a darte en posesión, siempre y cuando escuches fielmente la voz del SEÑOR tu Dios y obedezcas y cumplas todos estos mandamientos que hoy te ordeno cumplir” (Deuteronomio 15:4-5).
¿Por qué se desalentaba la preocupación por la adquisición de riquezas? Habiendo creado al ser humano con un increíble talento y habilidad, ¿no es que el Señor quería que las utilizara para hacer que su vida fuera mejor? La respuesta del Señor es la siguiente: “Y comerás y quedarás satisfecho, y bendecirás al SEÑOR tu Dios por la buena tierra que te habrá dado. ¡Cuidado! No vayas a olvidarte del SEÑOR tu Dios, ni de cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos, que hoy te ordeno cumplir. No vaya a ser que luego de que comas y te sacies, y edifiques buenas casas y las habites, y tus vacas y tus ovejas aumenten en número, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tengas aumente, tu corazón se enorgullezca y te olvides del SEÑOR tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, donde eras esclavo, … No vayas a decir en tu corazón: “Mi poder y la fuerza de mi brazo me han hecho ganar estas riquezas.” Más bien, acuérdate del SEÑOR tu Dios, porque él es quien te da el poder de ganar esas riquezas, a fin de confirmar el pacto que hizo con tus padres, como en este día” (Deuteronomio 8:10-14, 17-18).
La obsesión con las posesiones
Observe que el Señor no estaba hablando en contra de adquirir riquezas como tales. Por el pasaje anterior, sabemos que Su intención era que ellos fueran prósperos como una manera de demostrarles los beneficios de tener una relación con Él. Pero Él les advirtió que debían recordar que era una bendición de Él, por eso las advirtió que no se volvieran tan orgullosos de su prosperidad y que no empezaran a creer que se la habían ganado por ellos mismos. A su vez, eso les llevaría a la avaricia y a la deshonestidad y finalmente a una obsesión hacia las posesiones materiales. El Señor diseñó Sus leyes para prevenir eso, y cuando rehusaron obedecer, Él les quitó todo para que se humillaran y poder así traerlos de vuelta a Él (2 Crónicas 36:20-21 & Jeremías 25:8-11).
¿Para quién trabaja usted?
El Salmo 39:6 es un buen ejemplo de la locura de la que estamos hablando. “¡Ay, todos pasamos como una sombra! ¡Ay, de nada nos sirve tratar de enriquecernos, pues nadie sabe para quién trabaja!”. Eso nos recuerda de la parábola del rico insensato en Lucas 12:16-21. Habiendo adquirido demasiados bienes para que cupieran en sus graneros, decidió botarlos y construir graneros más grandes para guardarlo todo, y así poder descansar y llevarla suave. Pero tan pronto como tomó esa decisión tuvo una visita del Señor.
“Necio”, le advirtió, esta noche vienen a quitarte la vida; ¿y para quién será lo que has guardado?” (Lucas 12:20). Después de contarles la parábola a Sus discípulos, el Señor prosiguió diciéndoles cómo es que deben de vivir. “Así que no se preocupen ni se angustien por lo que han de comer, ni por lo que han de beber. Todo esto lo busca la gente de este mundo, pero el Padre sabe que ustedes tienen necesidad de estas cosas. Busquen ustedes el reino de Dios, y todas estas cosas les serán añadidas.” (Lucas 12:29-31).
Hasta ahora todos nos hemos alejado de ese consejo. Por ejemplo, en los EE.UU. se ha formado una sociedad materialista de tal magnitud que ha tomado vida en sí misma. Es más barato para la industria automovilística dar grandes descuentos y pagar intereses “0%” sobre esos préstamos para que la gente compre más de los automóviles que han fabricado, que cerrar algunas de sus fábricas y fabricar menos automóviles. El sistema demanda un cierto nivel de producción, ya sea que la gente necesite automóviles nuevos o no.
La industria de la publicidad motiva, manipula y nos engatusa a gastar, gastar y gastar para mantener la economía andando. Como nación, en los EE.UU. la gente ha gastado el dinero que no tiene para comprar cosas que no necesita mientras que el consumidor promedio está tan endeudado que no puede ni soñando salir de eso. Los matrimonios fracasan, los hijos están casi en abandono y las quiebras se han disparado. La idea de confiar en el Señor se ha desvanecido de nuestra cultura desde hace rato, y nuestra dependencia en las posesiones materiales como un sustituto ha hecho que muchas personas tengan que trabajar en pareja para poder pagar los estilos de vida que giran alrededor del endeudamiento. Nos hemos esclavizado a este sistema en todo el sentido de la palabra, sin ninguna oportunidad para liberarnos por nosotros mismos. ¿Qué seguridad nos brinda eso?
Nuestra única esperanza es pedirle al Señor que nos ayude a reducirnos en este momento, y eso significa que debemos terminar con nuestro amorío ilícito con el materialismo y pedirle perdón por nuestra infidelidad. Esto no significa que tengamos que consignar nuestra vida a la pobreza y a la privación. El Señor siempre nos ha prometido la prosperidad a cambio de nuestra fidelidad, y uno puede leer historia tras historia sobre las personas que son más felices, saludables, cada vez más ricas y con vidas más plenas después que lograron reducirse, no pudiendo imaginárselo antes de eso. Pero la historia del pueblo de Dios muestra que si no lo hacemos de manera voluntaria, eventualmente lo tendremos que hacer de manera obligada.
Aquí hay sabiduría
“Deléitate en el SEÑOR, y él te dará lo que de corazón le pidas” dice el Salmo 37:4. Si la pobreza y la esclavitud económica son la porción intencionada de los creyentes en la tierra, este versículo es muy engañoso y lo que es peor, muy cruel. Entonces, si eso es por lo que estamos pasando es posible que hayamos ignorado la primera porción de este versículo en nuestra preocupación por la segunda parte.
“Malditos son con maldición, porque ustedes, la nación toda, me han robado. Entreguen todos los diezmos en mi tesorería y haya alimento en mi casa; y pruébenme ahora en esto, dice el SEÑOR Todopoderoso, si no les abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde.” (Malaquías 3:9-10). Darle a Él el 10% que es Suyo es una buena manera de mostrar que usted se deleita en el Señor. Y entonces podrá decir, “Gracias por el otro 90%”. Hágalo y Él pronto va a hacer que ese 90% remanente sea mayor que su viejo 100%.
“Den, y se les dará una medida buena, incluso apretada, remecida y desbordante. Porque con la misma medida con que ustedes midan, serán medidos” (Lucas 6:38). De la misma manera como damos recibiremos. ¿Le estamos escatimando Su parte? Si eso es así, solamente nos estamos dañando a nosotros mismos.
“Y Dios es poderoso como para que abunde en ustedes toda gracia, para que siempre y en toda circunstancia tengan todo lo necesario, y abunde en ustedes toda buena obra; … Y aquel que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá los recursos de ustedes y los multiplicará, aumentándoles así sus frutos de justicia, para que sean ustedes enriquecidos en todo, para toda generosidad, que por medio de nosotros produce acción de gracias a Dios.” (2 Corintios 9:8, 10-11). El ser ricos en todo el sentido incluye la prosperidad sin deudas.
“Las cosas que se escribieron antes, se escribieron para nuestra enseñanza, a fin de que tengamos esperanza por medio de la paciencia y la consolación de las Escrituras” (Romanos 15:4). La lección es muy clara. Los israelitas fracasaron en obedecer al Señor en estos asuntos y terminaron perdiéndolo todo. El Señor es paciente, pero Su paciencia se agota. Eventualmente Él le pondrá un alto a ese tipo de desobediencia, porque si no lo hace, nosotros nos destruiríamos a nosotros mismos y Él nos ama mucho como para permitir que eso suceda.
¿Fuera con el Antiguo, y dentro con el Nuevo?
Pero usted puede decir, eso es cosa del Antiguo Testamento, ignorando así la enseñanza de Pablo en Romanos 15. Por favor recuerden que sin importar lo que a usted se le ha enseñado, la única consecuencia, como creyentes del Nuevo Testamento, de la que escapamos cuando rompemos las leyes de Dios, es la pérdida de nuestra salvación. Sus leyes nunca son derogadas ni tienen una fecha de vencimiento. Los ladrones y los asesinos aún son capturados y van a prisión. Los adúlteros aun destruyen hogares y familias. Y la deuda excesiva en nuestra búsqueda por la ganancia material aun nos trae indecible tensión y la pérdida de las posesiones que hemos codiciado. Todo esto nada tiene que ver con nuestras creencias.
“Por la misericordia de Jehová [del SEÑOR] no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23). No importa lo que sucedió ayer, nosotros siempre tendremos un futuro con Él, y debido a la cruz, todos nuestros pecados pasados pueden ser perdonados y olvidados (1 Juan 1:9). En el momento que decidimos empezar de nuevo y retornar el control de nuestra vida al Señor, nuestro registro es borrado totalmente quedando como si nunca hubiéramos pecado. Además, obtenemos el beneficio de que se nos ha quitado la carga de los hombros cuando Él se hace cargo.
Él dice, “Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar” (Mateo 11:28). Al combinar la guía del Señor con nuestra obediencia, obtenemos una solución garantizada la cual podemos implementar ahora para escapar de la opresión económica que nos ha esclavizado. Recuerde, Él vino para darnos vida y vida en abundancia (Juan 10:10). Selah. 23/10/2004