Miércoles 26 de agosto de 2020
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Aun en medio de nuestra peor rebelión, nunca dejaremos de ser hijos de nuestro Padre.
Pródigo significa “dado al gasto extravagante”. Esta palabra nunca aparece en la parábola de Lucas 15, ni en cualquier otro lugar en la Biblia, de hecho. Yo creo que el Señor pudo haber titulado esta historia, “La parábola de los Dos Hijos”, porque debemos aprender del comportamiento de ambos. Pero como no lo hizo, nuestra tendencia es enfocarnos solamente en el hijo “malo” y pasar por alto la lección en el comportamiento del “bueno”.
Yo he descrito que una parábola es una historia celestial puesta en un contexto terrenal, en donde todas las facetas principales de la historia se pueden ver de manera simbólica. Por ejemplo, en esta parábola el padre representa a nuestro Padre Celestial, los hijos son tipos de creyentes, y la herencia es la posición del creyente y su privilegio como hijo de Dios. Como lo vamos demostrar, uno de ellos es permanente y el otro condicional.
El pródigo
Ustedes conocen la historia. Un hijo, el menor, pide la porción de su herencia y luego que la recibe se marcha a un lugar lejano en donde, durante el tiempo que permanece allí, vive una vida “dada al gasto extravagante”, de allí el nombre de la parábola. El hijo mayor permanece en la casa, aparentemente obediente a los deseos de su padre.
Pronto el dinero se termina y el hijo menor queda en la pobreza. Dándose cuenta que en la casa de su padre los sirvientes viven mejor que él, decide retornar y servir como uno de ellos. Pero su padre, viéndolo a la distancia corre a encontrarlo, e inmediatamente restablece sus privilegios anteriores y ordena una gran celebración en su honor.
El no-pródigo
El hijo mayor se escandaliza con todo eso y resentidamente se queja que por la desobediencia de ese otro hijo de su padre, este sea recompensado, y que él que se mantuvo fiel todo ese tiempo, ha sido tomado por sentado y no ha recibido nada. De una manera amorosa, el padre le recuerda, “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas… porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”. (Lucas 15:31-32).
La interpretación, por favor
Dentro del contexto histórico del pasaje, algunos fariseos criticaban al Señor porque se asociaba con los pecadores y comía con ellos. Recuerden, en esos días las personas que violaban la ley eran apartadas de la sociedad, y el compartir una comida con ellas era impensable. El mero hecho de que los fariseos señalaran eso identificaba a los pecadores como hermanos judíos, sujetos a la ley. Puesto que el Señor utilizó esta parábola en respuesta a sus críticas, los dos hermanos representaban a los fariseos y a los pecadores.
Su anterior afirmación que “habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:7), obviamente estaba dirigida a esos mismos fariseos, y el comportamiento del hermano mayor era un reflejo de su actitud de auto justificación hacia los acompañantes que cenaban con el Señor. Nosotros sabemos que “no hay justo, ni aun uno solo porque ningún ser humano será justificado delante de él por guardar la ley” (Romanos 3:10, 20). Por eso es que hay más regocijo en el cielo por los pecadores que se arrepienten que por los justos que no necesitan hacerlo. No hay nadie que no lo necesite, y esa es una lección que debemos aprender del hermano mayor. “Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5).
¿Y qué ahora?
Puesto que esta es una historia sin tiempo, los dos hermanos también representan a los llamados fieles y caídos entre los cristianos de hoy. Así como en ese entonces no había ningún fariseo justo, hoy día no hay ninguna persona verdaderamente fiel. Yo he podido observar personalmente acciones milagrosas hechas por el Espíritu Santo a través mío y de otras personas, pero nunca he visto que un monte se haya “movido de allá para acá”, una tarea que es posible si tenemos la fe aunque sea del tamaño de una semilla de mostaza (Mateo 17:20). Así como no podemos aceptar la afirmación del hijo mayor de tener una devoción y obediencia inmaculadas, como tampoco la afirmación de los fariseos de ser justos, no podemos aceptar la afirmación de fidelidad que hace la iglesia. El consejo de Mateo 7:5 es aún válido.
Y así tampoco hay caídos en la iglesia, aunque muchos pueden haber tropezado. “Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada”, prometió el Señor (Juan 6:39-40). Siempre ha sido el trabajo del pastor guardar las ovejas. Entonces tenemos otra lección del hermano mayor. No se trata sobre el comportamiento, sino sobre la relación. No importa lo que había hecho, el Pródigo nunca dejó de ser un hijo.
La lección más importante de esta parábola es lo que no se dice. Al darle la bienvenida a casa a su hijo errante y haberle restaurado todos sus privilegios, el padre no dijo, “mi hijo que era malo se ha vuelto bueno”, sino que dijo, “Mi hijo que estaba perdido ha sido hallado”. Aun en medio de nuestra peor rebelión, nunca dejaremos de ser hijos de nuestro Padre. Como el hijo pródigo, podemos ceder nuestros privilegios por un rato, pero nunca vamos a perder nuestra posición en la familia de Dios.