El origen y destino de la iglesia gentil

Miércoles 31 de agosto de 2022

Un estudio bíblico por Jack Kelley

Porque no quiero, hermanos, que ignoren este misterio, para que no sean arrogantes en cuanto a ustedes mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles (Romanos 11:25).

Hubo un tiempo en la antigüedad cuando en algunos círculos judíos se creía que los gentiles habían sido creados solamente para que fueran combustible del infierno, pero no pasó mucho tiempo después de la Resurrección antes de que muchos de ellos empezaran a escuchar y a recibir el Evangelio de Jesucristo. En aquel entonces, el único camino al Mesías era a través del judaísmo, y como era de esperarse, la naturaleza restrictiva del Antiguo Pacto era un gran impedimento, especialmente para los varones. Por este motivo, la primera Iglesia era predominantemente judía siendo las mujeres la mayoría de las personas gentiles convertidas.

Tiempos de cambio

Varios años después de la Resurrección, mientras Pedro estaba de invitado en la casa de Simón el curtidor en Jope, tuvo una visión en la cual un gran lienzo descendía del cielo. Dentro del lienzo había toda clase de animales, cuadrúpedos, reptiles y aves, limpios e inmundos. Una voz el Cielo le ordenó que matara y comiera. En protesta de que algunos eran animales inmundos, Pedro se rehusó a hacerlo. “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”, le dijo la Voz (Hechos 10:15). Esta escena se repitió tres veces en la visión y luego el lienzo fue elevado de nuevo al cielo. Pedro despertó perplejo sobre el significado de la visión que tuvo.

Justo en ese momento, se le avisó que tres hombres venían a verlo. De inmediato el Espíritu Santo le dijo que Él los había enviado. Después de saludarlos supo que provenían de la casa de Cornelio el centurión, un gentil de Cesarea, y le dijeron que un ángel les había dicho que lo encontraran y lo trajeran a Cornelio. Después de escuchar eso, Pedro se fue con ellos.

Al llegar a Cesarea fue saludado por un gran número de gentiles que Cornelio había reunido en su casa. Todos querían escuchar sobre Jesús, así que Pedro empezó a hablar. Mientras Pedro hablaba el Espíritu Santo cayó sobre todos los que se encontraban escuchando el mensaje. Los creyentes circuncidados que habían acompañado a Pedro quedaron estupefactos de que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, porque los escuchaban hablar en lenguas y alabar al Señor.

Luego Pedro dijo, “¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días” (Hechos 10:44-48).

Entonces Pedro comprendió el significado de la visión. La visitación del Espíritu Santo sobre los gentiles se la aclaró. A ellos se les estaba ofreciendo un camino directo a la salvación. Entonces, ese día, en casa de Cornelio, los creyentes gentiles se incorporaron directamente a la Iglesia sin tener que pasar, por primera vez, antes por el judaísmo. Los obstáculos principales, como la comida kosher y la circuncisión, que habían impedido que muchos de ellos fueran bautizados, habían sido superados. Desde ese momento, los gentiles empezaron a fluir a la Iglesia en números crecientes.

¿Y nosotros?

Era comprensible que los creyentes judíos estuvieran perplejos. Ellos habían guardado la Ley tanto antes como después de recibir al Mesías, pero los gentiles estaban llegando directamente a la familia de Dios, aparentemente sin ninguna calificación previa ni ninguna restricción subsiguiente. Después de trece años de este aparente doble estándar, el liderazgo judío cristiano se reunió en el Concilio de Jerusalén para discutir la mejor manera de resolver este problema. ¿Puede un gentil ser verdaderamente cristiano sin ser primeramente judío? Se preguntaban. Y si eso es así, ¿qué será de Israel?

Hablando de los gentiles, Pedro les dijo a los demás asistentes del concilio, “Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tientan a Dios, poniendo sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.” (Hechos 15:8-11). Pablo y Bernabé relataron experiencias similares.

La respuesta a sus preguntas mostró un cuadro claro del orden de las cosas en los últimos días. El hermano del Señor, Jacobo, quien era la cabeza del movimiento cristiano en Jerusalén, se los explicó. Al enviar a Sus discípulos a todo el mundo, les dijo Jacobo, Dios al principio mostró su preocupación al tomar de entre los gentiles un pueblo para Sí mismo. Después de eso, Él volverá a levantar el tabernáculo caído de David (el Templo). “Y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hechos 15:14-18).

Esto es lo que el Señor ha ordenado, explicó Jacobo. Israel estaba siendo dejado a un lado por el momento, pero mientras que el Señor se enfocaba sobre los gentiles, no había terminado aún con los judíos. Después de haber tomado a la Iglesia para Sí mismo (una insinuación del rapto), Él volverá de nuevo Su atención a Israel, reconstruyendo el Templo que pronto sería destruido y a restablecer el sistema de adoración del Antiguo Pacto. Él hará esto de tal manera que los que han quedado sobre la tierra después que la Iglesia se ha ido, ya sean judíos o gentiles, podrán tener una última oportunidad para buscarlo antes del fin de la era.

La gran pausa

Por lo tanto, los gentiles no tenían que ser primero judíos para poder ser cristianos. No tenían que ser circuncidados ni guardar la Ley, siendo solamente advertidos de evitar comer alimentos ofrecidos a los ídolos y carne que contenía sangre, y de abstenerse de cualquier comportamiento sexual impropio. (Estas prohibiciones en realidad habían estado en efecto para toda la humanidad desde el tiempo de Noé.) Desde la perspectiva de Dios, la humanidad estaría desde ahora dividida en tres grupos, judíos, gentiles y la Iglesia de Dios (1 Corintios 10:32).

La historia muestra que después de la cruz, grandes señales empezaron a aparecer en el Templo indicando la obsolescencia de sus ritos. Primero, el velo se partió, abriendo así el camino al Lugar Santísimo. Luego, una de las siete lámparas de la Menora rehusó permanecer encendida. La puerta principal se abría por sí misma. La cinta atada al cuerno del altar no volvió a cambiar de color, del rojo al blanco, cuando el carnero moría como lo hacía antes. Y hubo otras más. Finalmente, Jerusalén y el Templo fueron destruidos, dejando solamente la ahora grande Iglesia gentil como el testimonio de Dios sobre la Tierra, desde ese momento hasta hoy. Pero, pronto, cuando se llegue a la plenitud de los gentiles (se complete su número) (Romanos 11:25), el Señor una vez más va a volver Su atención a Israel.

Cuando los saque de entre los pueblos, y los reúna de la tierra de sus enemigos, y sea santificado en ellos ante los ojos de muchas naciones. Y sabrán que yo soy el SEÑOR su Dios, cuando después de haberlos llevado al cautiverio entre las naciones, los reúna sobre su tierra, sin dejar allí a ninguno de ellos. Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice el SEÑOR Todopoderoso” (Ezequiel 39:27-29).

Muchos eruditos han llegado a creer que el acercamiento de Dios a los hombres es ya sea a través de Israel o a través de la Iglesia, pero nunca por medio de ambos a la vez. Después que la Iglesia nació Israel desapareció como nación. ¿Será lo contrario también cierto? Cuando la nación Israel nació de nuevo para convertirse en testigo de Dios al mundo, ¿desaparecerá la Iglesia? Si el fin es un reflejo del principio, eso es exactamente lo que sucederá, y de manera retrospectiva, esa parece que fue la conclusión del Concilio de Jerusalén.

La crucifixión del Mesías hizo que el período de 490 años que Dios le otorgó a Israel para que se preparara para la Era del Reino (Daniel 9:24-27) se detuviera siete años antes de su cumplimiento. Dentro de esa pausa Dios insertó a la Iglesia. Cuando se complete el número de los gentiles, la Iglesia será llevada a nuestro hogar celestial. Luego Israel será restablecido a su relación de pacto con Dios durante los últimos siete años de preparación. La reaparición de Israel en 1948 fue una señal de que el tiempo para la Iglesia se estaba acortando. Porque a pesar de que estamos temporalmente en este mundo, nuestro destino no es estar en este mundo.

Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas (Filipenses 3:20-21). Ya casi se escuchan los pasos del Mesías. 25/07/04