Lunes 24 de enero de 2022
Una perspectiva por Jack Kelley
“Tú, tan lleno de sabiduría, y de hermosura tan perfecta, eras el sello de la perfección. Desde el día en que fuiste creado, y hasta el día en que se halló maldad en ti, eras perfecto en todos tus caminos” (Ezequiel 28: 12, 15).
No hay nada en la Biblia que nos indique cuándo fue creada la esfera angelical. Sin embargo, Job 38:4-7 habla de los ángeles cuando gritaban de alegría al ver a Dios colocar los cimientos de la Tierra, así que ellos tienen que haber sido creados antes que la Tierra existiera. Tampoco hay ninguna mención del momento de la rebelión de Satanás. Todo lo que sabemos de seguro es que debe de haber sido antes de Génesis 3, cuando la serpiente convenció a Eva de desobedecerle a Dios. Satanás ya para ese entonces era el adversario de Dios, a pesar de que no se menciona su rebelión en relación con la creación. Por esta razón, he llegado a la conclusión de que eso también sucedió antes que empezara la historia de la creación.
Así es como todo empezó
La maldad en aquel que conocemos como Satanás no tomó a Dios por sorpresa. Después de todo Él conoce el fin desde el principio. Y como todos los ángeles, Satanás había sido creado con el poder de elegir lo cual le dio el potencial para la maldad.
Puesto que Dios sabía que Satanás se rebelaría, muchas personas se han puesto a pensar ¿por qué Él dejó que eso sucediera? Otras han preguntado, “¿Por qué Dios simplemente no destruyó a Satanás en ese momento?” “¿Por qué permitir que él produjera todos estos problemas?”
La Biblia no responde directamente esas preguntas, pero quizás después de leer este artículo usted podrá concluir, como yo lo he hecho, que si Dios no hubiera permitido que las cosas se desarrollaran como lo hicieron, usted y yo posiblemente nunca hubiéramos llegado a existir, y no podríamos estar esperando una eternidad que sobrepasa todo el entendimiento humano.
No tenemos forma de saber cuánto tiempo fue necesario para que se manifestara la maldad de Satanás, pero por medio de Ezequiel sabemos que fue su orgullo y su belleza y esplendor lo que provocó su aparición (Ezequiel 28:17).
Su orgullo aparentemente le hizo creer que así como era tan exaltado, su lugar asignado en el orden de la creación era inadecuado para alguien de su talento y potencial. Puesto que ningún ser creado era mayor que él, él determinó hacerse semejante al Altísimo (Isaías 14:13-14).
Como dije anteriormente, esta introducción de una segunda voluntad en el universo no tomó a Dios por sorpresa, pero Él no podía dejarlo así. Sabiendo que un tercio de la población angelical se había unido a Satanás, Él se movilizó para sofocar esta revuelta y pronunció juicio sobre Satanás y aquellos que se le habían unido.
Algunas personas han especulado que en respuesta Satanás acusó a Dios de ser injusto y de no tener amor. Yo creo que esa especulación tiene mérito por lo que Dios hizo después. Recuerde, lo siguiente no fue la reacción de Dios a la acusación de Satanás, sino su refutación a una acusación que Él ya sabía que Satanás le arrojaría encima.
La refutación de Dios
Primero, Él creó al hombre, un ser muy inferior a los ángeles pero que tiene un intelecto, el poder de elegir (libre albedrío), y una vida eterna como ellos la tienen.
Para demostrar Su justicia, Él estableció un juego de Leyes con el que gobernaría la vida del hombre. Estas leyes reflejaban Sus propios estándares de justicia. Él declaró que todas las personas serían juzgadas según estas leyes y quienes las obedecieran fielmente heredarían la vida eterna con Él. Sin embargo, incluso una sola violación condenaría al ofensor a una eternidad de castigo. No habría ninguna excepción, y ninguna apelación. Desde el más alto hasta el más bajo, toda la humanidad estaría igualmente sujeta a estas leyes y cosecharía el premio o el castigo debido de acuerdo a las provisiones de esas Leyes.
Por supuesto, Dios sabía que la humanidad no podría cumplir los requisitos de Su Ley y dejados a sus propios medios todos serían encontrados culpables y condenados a morir. Pero la Ley definió Su justicia, y para poder vivir en Su presencia, la justicia de las personas tenía que equipararse a la Suya. Además, para poder ser justa, la Ley no podía tolerar ninguna desviación de sus estándares. Cada violación llevaba la pena de muerte.
Dios no quería que toda la humanidad se perdiera, pero a menos que Él disminuyera Sus estándares, algo que Su justicia no le permitía hacer, Él no podía cambiar Su Ley. La solución a este aparente problema insoluble era pagar el castigo Él mismo por todas las violaciones de la humanidad. Él vendría a la Tierra en la forma de Su Hijo y morir por los pecados del mundo. Su muerte pagaría todas las violaciones de los seres humanos a Su Ley (Juan 1:29; Juan 3:16).
Ya que el castigo por violar la Ley sería el mismo para todo el mundo, así mismo sería el remedio. Cualquier persona, desde el más grande hasta el más sencillo, que aceptara la muerte del Hijo como pago completo por sus pecados les sería otorgado el perdón completo y un lugar en la eternidad con Él. Eso les atribuía una justicia igual a la Suya propia (Romanos 3:21-24). Debido a que Él creó al ser humano con el poder de elegir, Él no le podía imponer Su solución a nadie, pero se la otorgaría a cualquiera que la quisiera recibir (Mateo 7:7-8).
Estas dos acciones, implementar la Lay que nadie podía obedecer, y ofrecer un perdón que nadie podía ganar, fue la refutación de Dios a las acusaciones de Satanás. Combinó la justicia perfecta con el amor perfecto. La persona era libre se elegir una de las dos alternativas. Podía esforzarse a vivir de acuerdo a los elevados estándares de Dios, imposibles de cumplir, y ganar su propia entrada a la eternidad solamente por medio de sus obras, o podía aceptar la muerte del Hijo de Dios en su nombre y otorgarle la vida eterna por medio de la fe.
La implementación
Después de crear al ser humano, Dios implementó en la Ley una porción de Su plan como un ejemplo para que toda la humanidad lo estudiara. Su propósito era doble. Él quería que la humanidad viera las bendiciones que resultaban del nivel de obediencia al que somos capaces de llegar, pero Él también quería que aprendiéramos que el nivel de obediencia que Su Ley requería para nuestra salvación, era inalcanzable (Romanos 3:20). Estos dos puntos fueron rápidamente demostrados cuando los primeros dos seres humanos rompieron Su Ley luego de haber sido puestos en el ambiente más bendecido que la humanidad jamás ha disfrutado.
Esto no le sorprendió a Dios. Para prevenir que la humanidad se hiciera obsoleta antes de haber empezado, Él inició un sistema de sacrificios para enseñarle a la humanidad que nosotros finalmente seríamos salvos por medio del derramamiento de Su sangre inocente. Mientras tanto, el derramamiento de la sangre de ciertos animales inocentes pondría temporalmente a un lado sus pecados.
Proteger al ser humano de destruirse a sí mismo debido a su propia pecaminosidad no era una tarea simple. Se necesitó del sistema religioso más elaborado jamás diseñado y el sacrificio de un incontable número de animales inocentes. Él eligió a un pueblo, los descendientes de Abraham, para que fueran los principales partícipes de este sistema religioso, bendiciéndolos enormemente cuando obedecían y castigándolos sin misericordia cuando no lo hacían, todo como un ejemplo del cual el resto de mundo podría aprender sobre Su naturaleza (Romanos 15:4).
Cuando finalmente el tiempo se cumplió para que Dios enviara a Su Hijo a morir por nuestros pecados, Él hizo que Su único sacrificio fuera suficiente para todos los tiempos (Hebreos 10:12-14). Las personas que murieron en fe antes que Él viniera, recibirían la vida eterna junto con las que murieron en fe después. La vida justa del Hijo fue de suficiente valor para salvar a todas las personas injustas de la humanidad, desde la primera hasta la última (1 Pedro 3:18).
El Juicio
Dios determinó que Su plan tuviera una terminación fija, después de la cual Él lo llevaría a su conclusión. En ese momento toda la humanidad estará frente a Él. Los que han muerto serán vueltos a la vida, para nunca más volver a morir. A todas las personas se les mostrará el momento en su vida en el que esas dos decisiones les fueron claramente presentadas. Recuerden, parte del plan de Dios es el demostrar que Él es un Dios justo (Deuteronomio 32:4). Por consiguiente, Él no puede recompensar o castigar a alguien que no haya tenido la oportunidad de elegir. La única excepción es los niños y niñas que murieron antes de haber alcanzado la edad del uso de la razón para poder entender su elección. Un Dios justo no puede castigar a quienes no pueden comprender, así que Él declaró como inocentes a todos esos niños y niñas y los contó como Suyos propios (Romanos 7:9).
A las personas que han aceptado por fe el perdón que Él compró para ellas, se les otorgará una eternidad de bendiciones sin paralelo. Quienes han elegido ganar su propio lugar en la eternidad por medio de sus propias obras les serán mostrados sus defectos y serán condenados al castigo eterno (Apocalipsis 20:15). Puesto que esas son las únicas dos elecciones disponibles para la humanidad, quienes optaron por no hacer nada recibirán el mismo destino como si hubieran rechazado el perdón que Dios tenía disponible. Recibir ese perdón requiere de una elección consciente para aceptarlo (Romanos 10:13). Rehusar elegir del todo es equivalente a haberlo rechazado.
En ese momento Satanás recibirá su juicio final y será condenado al castigo eterno junto con las personas que rehusaron aceptar el perdón (Apocalipsis 20:10).
La conclusión
Es triste pensar que muchas personas que eligen ganarse su propio camino o rehúsan elegir del todo habrán pensado que con ello preservaban su independencia, ejercitando su libre albedrío. Cuando ya sea demasiado tarde para cambiar su manera de pensar, finalmente se darán cuenta de que realmente estaban siguiendo la voluntad de Satanás. Si no elegimos la voluntad de Dios para nosotros, por defecto estamos eligiendo la voluntad de Satanás. En sentido espiritual, el libre albedrío es simplemente la opción de elegir entre la voluntad de Dios o la de Satanás. Dios quiere que todos elijamos Su voluntad (2 Pedro 3:9), pero Él no nos obligará a hacerlo.
Yo creo que este es el secreto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, del cual Dios les ordenó a Adán y Eva no comer (Génesis 2:16-17). Como lo he dicho. Solamente había una voluntad en la Tierra en ese momento, y esa era la voluntad de Dios, lo cual era “Bueno.” Comer la fruta del árbol prohibido introdujo una segunda voluntad, lo cual era “Malo.” Y esa fue la voluntad de Satanás. Al lograr que Adán y Eva desobedecieran la voluntad de Dios, Satanás estaba haciendo que obedecieran su voluntad. Al hacerlo ellos adquirieron el conocimiento del bien y del mal. De alguna manera eso alteró su hechura genética de una forma que ese conocimiento fue pasado a toda su progenie. Hoy día a eso le llamamos “la carne” o la “naturaleza pecaminosa.” Pero yo realmente creo que es el conocimiento del bien y del mal, la realización de que hay dos voluntades en el universo, y que podemos elegir cuál de las dos seguir.
1 Corintios 15:24-28 nos dice que el Señor Jesús va a reinar hasta que Él ponga a todos Sus enemigos debajo de Sus pies, incluyendo la muerte.
“Entonces vendrá el fin, cuando él entregue el reino al Dios y Padre, y haya puesto fin a todo dominio, autoridad y poder” (1 Corintios 15:24).
Antes de entregarle el reino a Su Padre, el Señor destruirá todo dominio, autoridad y poder. El significado principal de la palabra griega para destruir es “acabar, desactivar, o inutilizar.” La palabra para dominio es “origen, o causa activa.” La de autoridad es “poder de elección, la libertad de hacer lo que a uno le da la gana.” Y la de poder incluye “fuerza” o “habilidad.”
Esto significa que en la eternidad quienes hemos aceptado el perdón que el Señor compró por nosotros ya no tendremos la habilidad de desobedecer la voluntad de Dios. La causa de nuestra desobediencia habrá sido invertida. El Conocimiento del Bien y del Mal no existirá más y finalmente habrá sólo una voluntad en la creación otra vez, la voluntad de Dios. Este es el Plan de Dios en pocas palabras (lo que cabe en una nuez). 01/02/15