El Relato de Filemón

Domingo, 1 de mayo de 2016

Mi nombre es Filemón y este es mi relato. Se ha escrito como la aplicación de los principios más altos en los asuntos más comunes, pero en el momento en que sucedieron, solamente eran dos personas antagonistas entre sí, que estaban siendo reconciliadas por medio de un amor hacia el Señor.

Yo soy un residente adinerado de Colosas, una pequeña ciudad en la provincia romana de Asia, no muy lejos de las famosas ciudades vecinas de Hierápolis y Laodicea. Hierápolis fue nombrada por sus fuentes termales y aun en el día de ustedes, es todavía uno de los centros turísticos spa más importantes en Europa Oriental, a pesar de que ahora se le llama Pamukkale, en Denisli, y claro, ustedes se refieren ahora a la provincia romana de Asia como Turquía. Laodicea es una de las siete ciudades mencionadas en Apocalipsis 2 & 3, y es una creciente atracción para que los turistas visiten sus sitios arqueológicos.

En el pasado, Colosas era una ciudad principal en la provincia, una parada importante en la ruta comercial este-oeste que llevaba al puerto de Éfeso en el mar Egeo desde el río Éufrates. Mercaderías de toda clase provenientes del Mediterráneo fluían a través de Colosas, navegando sobre el río Licos hacia el gran río Éufrates, en donde continuaba su travesía hasta Babilonia y más allá. Pero ya para el año 60 d.C., que es el tiempo de mi relato, tanto Laodicea como Hierápolis habían sido superadas y Colosas pertenecía al pasado.

A pesar de todo, mi esposa Apia y yo disfrutábamos del lugar y cuando mi amigo Epafras volvió de Éfeso para iniciar una iglesia cristiana, le agregó una dimensión más emocionante a nuestra vida placentera. Pablo había convertido a Epafras al cristianismo y había estudiado con él por algún tiempo, cuando los dos estaban en Éfeso. A su vez él nos convirtió a nosotros y nuestra pequeña iglesia familiar ya había comenzado a crecer.

Y como era de esperarse, los predicadores itinerantes introdujeron falsas enseñanzas en nuestra comunidad. Eso llegaría a conocerse como el Error Gnóstico, el cual en el tiempo de ustedes se ha vuelto la base para el pensamiento de la Nueva Era. Eso le preocupó tanto a Epafras que viajó hasta Roma para ver a Pablo, quien se encontraba prisionero allí, para que le diera consejo y dirección de cómo combatir esta herejía. La respuesta de Pablo fue su carta a los Colosenses, la cual es la afirmación más sucinta (el compendio más completo) de la Biblia sobre la preeminencia de Jesucristo.

Cuando llegó a Roma, Epafras se sorprendió de encontrar a Onésimo, un esclavo que se había fugado de mi casa, que vivía allí y atendía a Pablo. Resulta que cuando Onésimo decidió huir, me robó un dinero y se había dirigido a Roma, creyendo que allí se perdería. Pero más serio que el robo, es la ofensa cuando un esclavo se fuga la cual era castigada con la muerte, y él no quería ser atrapado. Roma era una ciudad grande en vías de expansión, con un enorme suburbio en donde muchos criminales y otros fugitivos encontraban refugio del extenso brazo de la ley romana.

Pero los brazos de Dios son más extensos pues buscan la reconciliación en lugar de la retribución, así que Él había recogido a Onésimo y lo había colocado en la puerta de Pablo. Luego de mucha discusión con Pablo, Onésimo había aceptado al Señor como su Salvador y estuvo de acuerdo en regresar a Colosas para entregarse a mi misericordia.

No queriendo que Onésimo llegara sorpresivamente a mi casa, Pablo escribió una carta de presentación para él, hablando desde el punto de vista de que como un hermano cristiano, Onésimo era una nueva creación, un hombre a quien yo debería conocer como si fuera la primera vez.

Claro, yo no sabía que todo esto estaba ocurriendo y, por consiguiente, quedé sorprendido cuando mi amigo Tíquico, quien había acompañado a Onésimo en su regreso, tocó la puerta de mi casa y me entregó la carta de Pablo, pidiéndome que la leyera de inmediato. Pablo era un hombre letrado y un erudito de las mejores tradiciones culturales tanto hebreas como griegas. Él ha sido llamado el intelectual más sobresaliente de los escritores del Nuevo Testamento, y aquí estaba escribiéndome personalmente a mí, usando su mejor tacto y destreza.

Pablo había redactado su carta en el estilo clásico, buscando primero construir una relación antes intentar persuadir la mente. Terminó su carta con una increíble apelación emotiva, la cual, como lo veremos, fue muy persuasiva.

Después de los saludos iniciales, Pablo se va directamente a la tarea de construir una relación conmigo.

Doy gracias a mi Dios, haciendo siempre memoria de ti en mis oraciones, porque oigo del amor y de la fe que tienes hacia el Señor Jesús, y para con todos los santos; para que la participación de tu fe sea eficaz en el conocimiento de todo el bien que está en ustedes por Cristo Jesús. Pues tenemos gran gozo y consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido confortados los corazones de los santos” (Filemón 1:4-7).

Cuando leí esta parte de su carta mi corazón se abrió a él. Aun no sabía lo que quería y nunca lo había conocido, pero el hecho de que este gran hombre, ya famoso entre los cristianos, hubiera tomado el tiempo para conocer algo sobre mí, hacerme un cumplido por mi fe, y aun llamarme hermano, fue muy impresionante, para no decir otra cosa.

Por lo cual, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo; te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones, el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil” (Filemón 1:8-11).

Ahora sí estaba claro el propósito de la carta de Pablo. Por primera vez mencionó a Onésimo y al hacerlo, hizo con su nombre un juego de palabras. Es que en nuestro idioma Onésimo significa útil. En efecto, Pablo estaba diciendo que mientras había sido un pagano, Onésimo no le había hecho honor a su nombre para conmigo, pero como cristiano ahora lo estaba haciendo para ambos.

El cual vuelvo a enviarte; tú, pues, recíbele como a mí mismo. Yo quisiera retenerle conmigo, para que en lugar tuyo me sirviese en mis prisiones por el evangelio; pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuese como de necesidad, sino voluntario. Porque quizá para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre; no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en en cuerpo como en el Señor” (Filemón 1:12-16).

Pablo me estaba devolviendo a Onésimo, pero ya no como un esclavo. Él esperaba que yo recibiera a Onésimo como a uno igual, un hermano en el Señor. Él aun insinuó que quizás Dios había organizado todo este asunto justamente para ese propósito. Onésimo fue salvo durante todo el proceso, y ahora estaba ayudando a Pablo en una forma que quizás yo debería haberlo estado haciendo. Pero aun así, este gran hombre nunca habría siquiera soñado quedarse con él, o por lo menos no sin mi permiso. Yo empecé a sentir algo placentero.

Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo. Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. Yo Pablo lo escribo de mi mano, yo lo pagaré; por no decirte que aún tú mismo te me debes también. Sí, hermano, tenga yo algún provecho de ti en el Señor; conforta mi corazón en el Señor. Te he escrito confiando en tu obediencia, sabiendo que harás aún más de lo que te digo. Prepárame también alojamiento; porque espero que por las oraciones de ustedes se les concederá verme” (Filemón 1:17-22).

Y ahora me estaba pidiendo que recibiera a Onésimo como si fuera el mismo Pablo tocando a mi puerta. Y lo que es más, Pablo estaba ofreciendo restituirme personalmente cualquier pérdida económica que Onésimo hubiera podido causarme, aceptando la culpa en nombre de mi esclavo. ¡Como si se lo hubiera pedido alguna vez! Y aquí está otro de los juegos de palabras de Pablo. Cuando él dijo que si pudiera obtener algún provecho de mi parte (Filemón 1:20), él utilizó una forma del nombre de mi esclavo, en efecto pidiéndome que yo fuera su Onésimo. Finalmente él insinuó que algún día podía visitarme para ver si yo había cumplido con su petición.

Yo estoy seguro que mi quijada se desgajó y mi rostro se puso rojo ardiente cuando leía la carta de Pablo. ¡Qué pedido más audaz! Onésimo era un ladrón y un esclavo que había huido. Necesitaba ser castigado y pagar la pena por esa clase de comportamiento. ¿Si yo fuera a perdonarlo así nomás, sin ningún castigo, qué clase de ejemplo les estaba yo dando a mis otros esclavos? Todo el sistema colapsaría y todos los esclavos saldrían corriendo en todas direcciones. Además, ¿qué había hecho Onésimo para merecer ese favor, y lo que es más, qué haría que Pablo pensara que me podía pedir eso? ¡Qué atrevimiento!

Entonces me di cuenta de que tal y como Pablo sabía, yo reaccionaría, y cuando lo hice me quede sin aliento. ¡Con lágrimas corriendo en mis mejillas de un momento a otro me di cuenta de que Pablo me estaba pidiendo que hiciera con Onésimo lo que el Señor Jesús le había pedido al Padre que hiciera por mí! Yo también era un ladrón que me había fugado de casa, y mucho más. Yo también merecía pagar el castigo por mi comportamiento. Yo también merecía morir. Pero Dios me había perdonado sin ningún prejuicio y ahora me llamaba “hijo” solamente porque Jesús le pidió que lo hiciera, al haber Él pagado todas mis deudas y haber aceptado la culpa por mí. Y ahora a mí se me estaba dando el privilegio increíble de devolver el favor inmerecido que Dios me había mostrado.

Me volví a Onésimo el cual había estado parado tímidamente detrás de Tíquico y le di la bienvenida a mi familia abrazándolo y rogándole que me perdonara igual a como yo había sido perdonado.

Onésimo fue restaurado y la oración de Pablo fue respondida. Mi fe se había manifestado en acción (Filemón 1:6), y así fue como esta sencilla carta, escrita por un hombre a otro, hace cerca de 2000 años atrás, se convirtió en parte de la Sagrada Palabra de Dios para servir como ejemplo a un sinnúmero de personas. Ciertamente fue la aplicación de los principios más altos en los asuntos más comunes.

Que el Nombre del Señor sea por siempre glorificado.