El Relato de Job: Parte 2. Job 3-14

Lunes 26 de abril de 2021

Un estudio bíblico por Jack Kelley

Parte 2 de 5

El señor le dijo a Job: “¿Acaso vas a invalidar mi justicia? ¿O vas a condenarme para justificarte?” (Job 40:8).

Así que aquí me encontraba yo, sentado en la tierra rascándome por la molestia de las úlceras que me habían salido en todo el cuerpo y lamentando mi gran pérdida. Todo lo que poseía me fue robado, mis hijos murieron cuando la casa en la que estaban celebrando se desplomó sobre ellos. Con siete hijos y tres hijas había un nacimiento casi cada mes, y era su costumbre el celebrarlo juntos. Todos estaban reunidos celebrando esa ocasión cuando Satanás atacó y los mató a todos.

Aun en esto yo mantuve mi estado mental filosófico al decir, “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2:10). Por lo menos con este dicho no pequé, pero Dios conocía los pensamientos escondidos en mi corazón. Él sabía que yo creía que no merecía que estas cosas me hubieran sucedido. Después de todo yo no era un descarado pecador público, abiertamente violando Su ley. Yo no había aprendido aun que uno de los peores pecados que podemos cometer es el convencernos a nosotros mismos que no somos pecadores, y que a pesar de que esperamos que todo el mundo sea bueno, amable y justo, nuestro yo interior está repleto de pecado. Es nuestra naturaleza, heredada de nuestro padre Adán, y es tan natural en nosotros como lo es el respirar.

Pues bien, cuando tres de mis mejores amigos se enteraron lo que me había sucedido, se apresuraron para consolarme. Quedaron impresionados cuando me vieron, y durante siete días y siete noches todos nos sentamos allí sobre el polvo sin decir palabra alguna mientras que los terribles eventos en mi vida penetraban aún más en mí.

Finalmente pude hablar, maldiciendo el día en que había nacido y externando toda la angustia que sentía. Esto ayudó para que mis amigos pudieran hablar también, y permítanme decirles unas cuantas cosas sobre ello. Está dentro de la naturaleza humana razonar a través de las dificultades y encontrar una justificación para las mismas en nuestras propias mentes, por eso es que no debo ser muy áspero en mi crítica. Baste decir que estos amigos resumieron los tres componentes principales del humanismo en sus razonamientos; la experiencia humana, la tradición humana y el mérito humano. Todas sus conclusiones están equivocadas y son falsas en su lógica, puesto que todas alegan que el hombre debe de hacer cosas para ganarse el favor de Dios y, por lo tanto, el sufrimiento es una señal de la desaprobación de Dios. Para poder pasar por encima de este problema con el punto de vista humanista, es que nosotros vemos el mundo de la manera en que nosotros somos y no de la manera en que el mundo es. Todas nuestras percepciones se distorsionan ya sea por nuestra experiencia, nuestras tradiciones o por nuestro presunto mérito. Yo aprendí después de este encuentro nunca más preguntarles a mis amigos por su opinión, sino que se unieran a mí para pedirle a Dios Su opinión. Y como Él estaba pronto a mostrármelo, solamente la opinión de Dios está libre de la distorsión humana y por lo tanto, carente de cualquier espacio entre la percepción y la realidad.

Elifaz tenamita espolvoreó su opinión con frases como “he observado” y “yo mismo he visto” en un esfuerzo para darle credibilidad a su punto de vista de que la ley de la causa y el efecto se podía aplicar en mi situación. Corrige tu comportamiento, razonaba él, y así cambiará el resultado. Es interesante ver que él no estaba muy alejado de la verdad, pero su error era el decirme que evaluara mis acciones cuando más bien eran mis motivos los que necesitaban ser examinados. Su consejo tuvo el efecto de herirme más por sus acusaciones falsas. Yo estaba haciendo cosas buenas para ganarme mi posición ante Dios, y en sus observaciones mi tragedia demostró que eso no era suficiente. Él había visto a otras personas ser castigadas por sus necedades y desobediencia, por eso es que yo debía estar sufriendo la misma suerte que ellas.

Esto hizo que yo me sintiera peor, y la pregunta, “¿Con amigos como estos quién necesita enemigos?” me vino a la mente. Yo me encontraba realmente al borde de cometer suicidio, pues no sabía si podía soportar un día más esto, y él me está diciendo que no estoy cumpliendo en nada.

Luego Bildad suhita puso sus centavos a trabajar sin perder ni tiempo ni palabras. “Si tus hijos pecaron contra él, el los echó en el lugar de su pecado” dijo (Job 8:4) “y así ha sido desde el principio de los tiempos”. Él me sugirió que investigara nuestra historia. Cada vez que el hombre se apartaba de Dios el resultado final era el mismo, juicio. Pero a mí se me estaba dando otra oportunidad. Aprende del pasado y hazte sin mancha y recto. Ten éxito en donde otros han fracasado y Dios estará complacido contigo.

Yo podría haber aceptado la lógica de su postura. La historia estaba de su lado, y mis hijos eran pecadores. Yo había orado por ellos en muchas oportunidades (Job 1:5). ¿Pero, cómo un hombre mortal se justifica ante Dios? Esta es una pregunta que Pedro le preguntaría al Señor muchos años más tarde. “Para los hombres es imposible”, le respondió el Señor, “pero para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios” (Marcos 10:27). Claro, yo no había aprendido eso en este momento, pero lo haría después.

Por el momento yo solo podía razonar que si alguien que había intentado complacer a Dios tan fuertemente como yo lo había hecho, cómo podía estar sufriendo así, ¿qué esperanza habría para alguien más? En mi auto compasión yo levanté mi voz a Dios para que me mostrara en dónde le había fallado. Yo simplemente no podía comprender lo que pude haber hecho mal para merecer esta clase de trato, cuando parecía que los demás a mí alrededor se salían con la suya cometiendo peores crímenes en contra de Él. Seguramente Él sabía que yo no era tan malo como ellos. ¡No era justo! De nuevo yo maldije el día en que había nacido.

Zofar naamatita hizo su entrada. Mi así llamado tercer amigo dijo que deseaba que Dios me pudiera hablar y así entonces yo podría comprender la simpleza de todo eso. ¡Si yo merecía lo mejor entonces yo recibiría lo mejor! “Si tú dispusieres tu corazón y dejaras de pecar, entonces levantarás tu rostro limpio de mancha, y olvidarás tu miseria” (Job 11:13-16).

En este momento yo ya estaba hastiado de este grupo. ¿No sabían ellos que yo conocía todo eso? ¿En realidad creían que eran más listos que yo? Pareciera que ellos habían olvidado que yo tenía una relación con Dios. Yo hablaba con Él y Él me respondía, y ahora yo era el hazmerreír de todos los que me conocían. Los criminales en nuestra tierra estaban más seguros que yo, y aun los animales de los campos sabían que Dios me había hecho esto a mí.

Me cansé de estar escuchando a estos “amigos”. ¡Dios me debía una explicación y yo la iba a obtener! Él sabía que yo confiaba en Él y aun si me mataba siempre pondría mi esperanza en Él. Seguramente podríamos discutir esto cara a cara sin estos amigos que presumían que hablaban por Él. Dejemos que Él hable por Sí mismo. Yo no tenía temor de defenderme ante Él. Él podía traer testigos en contra mío si así lo quisiera. Yo sabía que si se me daba una media oportunidad yo podría vindicarme.

Yo dije, “El hombre es más como una flor que como un árbol, en que sus días están contados y cuando muere, deja de existir. Pero aun un árbol que ha sido cortado puede volver a retoñar y con un poco de agua reverdece y echa renuevos. Si Dios está tan enojado conmigo, entonces que me mate así puedo yo estar en mi sepulcro hasta que se le pase la ira. Entonces me extrañará y deseará escuchar mis pasos. Y cuando me llame yo responderé y Él olvidará mis así llamados pecados. Eso le enseñará a pensarlo dos veces antes de castigar a alguien que no se lo merece”. (cf. Job 14).

Las cosas más ciertas por lo general se expresan en el calor de la pasión, y válgame si mi pequeña perorata no fue lo suficientemente buena sobre el plan de Dios para el ser humano. Él ha ido todavía más lejos como para haber dispuesto la muerte de Su único Hijo como una forma para apaciguar Su ira. Un día pronto, Él llamará y cuando lo haga, todos responderemos. Y cuando nos levantemos de la tumba para unirnos a Él en Su Reino, nos daremos cuenta que Él ha olvidado todos nuestros pecados tal y como yo lo predije. Más la próxima vez.