Miércoles 28 de abril de 2021
Parte 3 de 5
El señor le dijo a Job: “¿Acaso vas a invalidar mi justicia? ¿O vas a condenarme para justificarte?” (Job 40:8).
El Rey Salomón escribiría un día, “El principio de la sabiduría es el temor del Señor; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Proverbios 1:7). ¿Han podido observar ustedes cómo la falta de conocimiento rara vez les impide a las personas emitir una opinión? De hecho, algunas de las personas que yo he conocido que más opinan son las que tienen el menor conocimiento sobre el tema.
Por ejemplo, mi “amigo” Elifaz ahora lanzó un feroz ataque en mi contra basándose en el así llamado conocimiento del hombre. Él afirmó que demostró más allá de toda duda que los malos siempre son castigados en este mundo, de hecho tratando de convencerme que las buenas personas siempre ganan y que las malas personas siempre pierden. Si yo estoy perdiendo, razonó él, entonces yo debo de ser uno de los malos. “Aun Dios no confía en Sus ángeles”, dijo, “Y si aún los cielos no son puros ante Sus ojos, mucho menos es el hombre el cual es vil y corrupto” (Job 15:15). Eso era otro vano intento para motivarme a hacer un mejor trabajo para ganarme mi posición ante Dios.
Por lo menos en un punto él estaba en lo correcto, El hombre es vil y corrupto. Y puesto que eso es cierto, entonces, ¿quién no merece el castigo? Todos deberíamos estar sentados en el polvo sin nada, como lo estaba yo en ese momento. No deberíamos impresionarnos ni sorprendernos cuando las cosas salen mal, más bien deberíamos sorprendernos cuando las cosas salen bien.
Pero a la manera humana, Elifaz estaba diferenciando entre él y yo. Él no estaba sufriendo, así que de acuerdo con su razonamiento él debe de estar en lo correcto. Al aplicar la sabiduría humana en el mundo, eso le otorga la justicia al afortunado, y allí está la falla. No es nuestra justicia la que nos protege, es la gracia de Dios. La verdadera justicia siempre justifica a Dios y condena al propio yo. La sabiduría del hombre justifica el propio yo y condena a Dios.
Pero yo mismo estaba contaminado con esta falsa sabiduría. Yo sentía que el Señor me había dado la espalda y me había entregado al maligno sin justificación alguna. Y mientras yo estaba sentado en el polvo, envuelto en silicio, con mis ojos rojos de llorar, yo todavía sostenía que mis manos estaban limpias y que mis motivos eran puros.
Los antiguos por mucho tiempo enseñaron sobre un Redentor que vendría del mismo trono de Dios, así que yo sabía que tenía un intercesor en el Cielo, un Abogado quien era mi Amigo el cual apelaría a Dios a mi favor. Siglos más tarde, el Apóstol Pablo identificaría a este Intercesor como nuestro Señor Jesús quien siempre está a la derecha del Padre rogando por nosotros (Romanos 8:34-35). El problema estaba en que Él todavía no había muerto por mí, por lo tanto habían ciertos límites en la gracia de Dios los cuales solamente Su muerte los podía eliminar. Ustedes que viven después de la cruz simplemente no tienen idea cuán diferentes son las cosas ahora que Dios es libre de amar sin restricciones. Cierto, el mundo es todavía un lugar malo, que está bajo el control del maligno. Pero así como ha aumentado el pecado, la gracia ha aumentado aún más, librándolos a ustedes de los terribles juicios debidos a las personas incrédulas y desobedientes. Aun los mejores de ustedes son culpables de pecados que ni las personas de mi tiempo siquiera consideraban.
La era de ustedes está mucho más avanzada en ciencia y tecnología que la mía, pero nunca cometan el error de creer que ustedes son más espirituales también. Lo opuesto es lo cierto. Mientras el ser humano se ha vuelto más auto dependiente, su entendimiento y respeto para el Creador han disminuido al punto que hay muchas personas en la época de ustedes que del todo no ven ninguna necesidad de Dios, incluso hay algunas que creen que son Dios. Esta actitud ha debilitado la restricción del mal hasta llegar a producir un comportamiento que es común en la época de ustedes aun en personas comparativamente morales y rectas, el cual habría sido impensable en mi época. El hombre no ha evolucionado desde mi tiempo al de ustedes. El hombre ha recaído. Eso es el resultado predecible y lamentable del deseo del hombre de estar libre de responsabilidad ante su Creador.
Entonces estos amigos míos parecían determinados a continuar confesando mis pecados mientras yo les rogaba que me mostraran aunque fuera un poco de lástima. Yo había sido culpado, había sido injustamente acusado y castigado, y a nadie parecía importarle eso. Yo me sentía avergonzado, deshonrado y abandonado. Aun mis empleados no me obedecían más y mi esposa me detestaba. Como el Señor les diría un día a Sus discípulos, “y aun viene la hora cuando cualquiera que los mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 16:2). Ciertamente yo podía entender ese sentimiento.
Pero por lo general en nuestros momentos más oscuros, el Señor nos da la claridad y la perspicacia. Y así fue en mi caso. Cuando todo en la tierra me fue quitado, empecé a comprender que yo tenía un Amigo en el Cielo el cual nunca podría dejar ni perder. Él no me abandonaría.
“Yo sé que mi Redentor vive” declaré, “y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi cuerpo he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:25-27). Aun si mi castigo me matara, yo viviría de nuevo y estaría cara a cara frente a Dios en completa paz y armonía.
Algunas personas dicen que esta fue la declaración más antigua de la resurrección corporal del hombre. Honestamente yo no lo sé. Pero para mí esa era una verdad adornada como si fuera fuego en el cielo. No importa lo que me sucediera aquí en este lugar malo en donde la calamidad cae sobre justos e injustos, aparentemente sin rima ni razón, pero existe un lugar en donde la esperanza prevalece y en donde seremos libres de la incertidumbre. Y en un día pronto, nuestro Padre en el Cielo enviará a Su Hijo para llevarse a los Suyos para allá. Y así esteremos siempre con el Señor. Por eso ustedes a eso le llaman la Esperanza Bienaventurada. Mi corazón está lleno de ese anhelo.
A pesar de todo, yo todavía estaba furioso y seguía insistiendo en mi día en la corte. Como dicen, “¡Ten cuidado por lo que oras, pues puede que lo obtengas!” El Señor me otorgaría una audiencia a su debido tiempo. Pero yo todavía tenía mucho que aprender, y Él no iba a utilizar a ninguno de mis amigos para enseñarnos a todos. Más la próxima vez.