Miércoles 28 de diciembre de 2022
Un relato navideño por Jack Kelley
En esa misma región había pastores que pasaban la noche en el campo cuidando a sus rebaños. Allí un ángel del Señor se les apareció, y el resplandor de la gloria del Señor los envolvió. Ellos se llenaron de temor, pero el ángel les dijo: «No teman, que les traigo una buena noticia, que será para todo el pueblo motivo de mucha alegría. Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Hallarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
En ese momento apareció, junto con el ángel, una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían: «¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!»
Cuando los ángeles volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha dado a conocer.» Así que fueron de prisa, y hallaron a María y a José, y el niño estaba acostado en el pesebre. Al ver al niño, contaron lo que se les había dicho acerca de él. Todos los que estaban escuchando quedaron asombrados de lo que decían los pastores, pero María guardaba todo esto en su corazón, y meditaba acerca de ello.
Al volver los pastores, iban alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo había sucedido tal y como se les había dicho (Lucas 2:8-20 RVC).
Yo solamente era un jovencito cuando todo eso sucedió, y apenas lo suficientemente maduro como para estar en el campo con los pastores que eran mayores que yo. Por primera vez mi padre había dicho que yo podía permanecer con ellos durante toda la noche. ¡Yo estaba tan emocionado! Era cerca del tiempo de las fiestas otoñales y estábamos cuidando el rebaño del Templo en los campos fuera de Belén. Más tarde, habrá algunas personas que intentarán decirles que el relato que les estoy contando se llevó a cabo en el mes de diciembre, pero eso no es así porque nadie podría tener sus rebaños en campo abierto ya entrado el invierno. Era demasiado frío y una tormenta sorpresiva los pondría en grave peligro.
Ningún pastor podía darse el lujo de tomar ese riesgo aun si estaba cuidando ovejas ordinarias, pero estas ovejas eran diferentes de todas las demás. Los sacerdotes las criaban especialmente para ser usadas como sacrificios en el Templo. Debido a eso, estas ovejas tenían que ser perfectas, sin ninguna mancha en su cuerpo. Estas eran ovejas cuyo solo propósito era nacer para luego morir como una ofrenda por los pecados del pueblo. Eran muy valiosas y el cuidarlas era un trabajo muy importante.
Y es que las ovejas tienen la tendencia a extraviarse. Por eso el trabajo del pastor es vigilarlas y traerlas de vuelta al rebaño cuando se extravían. También debíamos mantener a los animales depredadores alejados, puesto que son los lobos que se infiltran en el rebaño y se llevan las más débiles. Somos responsables por ellas, y es nuestro trabajo el ver que ninguna se pierda.
Después de cenar estábamos alistando el campamento para pasar la noche, efectuando un último chequeo para asegurarnos de que el rebaño estaba completo, y que no faltara ninguna oveja, y tampoco que fuéramos distraídos por los faroles de la constante llegada de los visitantes que se dirigían a la ciudad.
Belén estaba más llena de gente de lo que yo podía recordar porque el gobernador había llamado a hacer un censo y todas las personas en Israel quienes eran descendientes del Rey David debían llegar a Belén para empadronarse. David había vivido hacía casi dos mil años y había tenido cuatro esposas, así que ustedes se podrán imaginar la cantidad de descendientes que tuvo, y todos ellos venían a Belén a empadronarse. Nuestra pequeña ciudad estaba rebosando de gente y algunas personas ya se habían dado por vencidas en seguir buscando un lugar para alojarse.
Esta es otra buena razón por lo que este evento no pudo haber sucedido durante el invierno. La gente simplemente no podía viajar porque era demasiado frío y húmedo para acampar en los campos al lado del camino. Recuerden, algunas personas tenían que viajar durante varios días, casi desde más allá de Galilea en el norte, para llegar hasta aquí.
Yo recuerdo que nos habíamos acomodado alrededor de una fogata cuando un ángel del Señor se nos apareció sorpresivamente de la nada. ¡Yo me puse a temblar del miedo! Nunca había visto cosa parecida. Pero yo no fui el único. Aun los curtidos y veteranos pastores se asustaron también. Pero el ángel nos habló y nos dijo, “No teman, que les traigo una buena noticia, que será para todo el pueblo motivo de mucha alegría. Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Hallarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Entonces, de un momento a otro, el cielo que estaba lleno de estrellas se abrió y una gran compañía de ángeles apareció como el primer ángel, todos alabando a Dios y cantando, “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”
No hay manera en que yo comience siquiera a describir el sonido de ese coro. Un par de veces después en mi vida, yo escuchaba a los músicos que la gente pudiente contrataba para ayudarlos a celebrar cuando nacía su primogénito, pero ni el rey más poderoso podría jamás haber contratado un coro como ese. La música hizo que levantáramos nuestros rostros y nuestras manos hacia el cielo. Se llenaron nuestros oídos y nuestros corazones, y fue por encima de todo, el sonido más bello que pude haber escuchado en toda mi vida.
Cuando los ángeles se fueron, nos quedamos mirándonos unos a los otros llenos de asombro, y lágrimas de gozo corrían por las curtidas mejillas de mi padre y sus amigos. Ellos habían escuchado todas esas historias sobre el Mesías, pero ninguno de ellos pensó que lo vería. ¡Y ahora, no solamente lo íbamos a ver, sino que seríamos los primeros en hacerlo! En un momento estábamos terminando con las faenas del largo día de un pastor y en otro momento presenciábamos la invasión de la tierra por el mismo Cielo. La eternidad había penetrado en el tiempo y el Hijo de Dios se había convertido en el Hijo del Hombre, casi ante nuestros ojos. Había sido mi primer día como un verdadero pastor, y nunca habrá otro como este.
Conscientes de nuestras responsabilidades, dejamos a un par de nuestros compañeros para que vigilaran el rebaño y el resto de nosotros se fue hacia Belén en busca de la señal que el ángel nos indicó. Y así fue, en un establo detrás de una posada al final del pueblo, los encontramos.
Un hombre con la ropa y las manos callosas de la clase trabajadora, estaba de pie en posición protectora junto a una joven radiante, pero obviamente exhausta, la cual no parecía ser más joven que yo. En el pesebre que estaba a su lado se encontraba un bebé, era un varoncito muy sano. “¿Será posible que Dios se parezca a él?” pensé, “Es solo un bebé” Y como muchas otras personas, yo esperaba que si en alguna oportunidad iba a ver a Dios, Él sería un Rey Guerrero con una gran espada y una mirada amenazadora. Pero este bebé parecía ser tan frágil.
Otras personas también comenzaron a llegar, porque nosotros habíamos anunciado a gritos a toda la gente lo que habíamos visto, y mientras nos dirigíamos al lugar, nos siguieron. Ahora les relatamos todo lo que habíamos experimentado en el campo con el ángel y el coro celestial, y que habíamos venido a la ciudad a ver por nosotros mismos si lo que habíamos oído era cierto. Todos quedaron sorprendidos y no podían dejar de hablar sobre el asunto, pero la mujer permanecía quieta y en silencio, con el bebé en sus brazos, como si estuviera absorbiendo todos los detalles del evento más bendecido de todos los eventos que han sido bendecidos. Nunca olvidaré la mirada de sus ojos ni la expresión de su rostro.
Habiendo visto la prueba que el ángel indicó que buscáramos, regresamos a nuestros rebaños, alabando a Dios y dándole la gloria, y agradeciéndole por haber permitido que estos humildes pastores fueran los primeros en ver a niño Cristo. Era irónico que nosotros, que habíamos pasado nuestras vidas cuidando ovejas y corderos, nacidos todos para morir por los pecados de los adoradores del Templo, fuésemos los primeros en ver al Cordero, nacido para morir por los pecados de las personas.
El hombre, cuyo nombre supe que era José, y la mujer María, permanecieron en Belén durante todo el invierno. Recuerden, yo dije que nadie viajaba voluntariamente después del final del otoño, especialmente si se dirigían al norte con un bebé recién nacido. Allí, pues, encontraron una casa para acomodarse.
Algún tiempo después, hubo un gran alboroto cuando una caravana de sacerdotes adinerados, llamados Magos, llegaron de Partia, un país cerca de Israel que había formado parte del Imperio Persa. Ellos llamaron al bebé el Rey de los Judíos y le dieron regalos suntuosos y dinero, y se postraron ante Él para adorarlo. Alguien había dicho que los Magos habían estado esperando este momento desde que el profeta hebreo Daniel les había dicho 500 años antes que lo esperaran. Mantuvieron el secreto pasándolo de padres a hijos todo ese tiempo. Y aun decían que el dinero era el regalo personal de Daniel para el Mesías.
Después que se fueron los Magos, las cosas volvieron a la normalidad otra vez, durante unos días, pero entonces José sorpresivamente tomó a María y al niño secretamente en la media noche. A la mañana siguiente los soldados de Herodes invadieron la ciudad, buscando de casa en casa y matando a todos los niños varones. Ellos lo buscaban a Él porque Herodes no quería ninguna competencia para el trono, pero Él ya se había ido. Supimos que José fue advertido en sueños de tomar a María y al niño y llevarlos al sur, hacia Egipto, en donde el clima era más cálido. Y estuvo bueno que esos Magos hubieran venido. Sus regalos cubrieron los gastos de escape de la familia y su estadía en Egipto.
La siguiente vez que oí sobre el bebé fue 39 años después, después que ambos habíamos crecido. La gente estaba hablando sobre un profeta llamado Jesús de Nazaret. Decían que podría ser el Mesías. Yo recordaba que José y María eran originarios de allí, así que decidí investigar. Caminando varios días en dirección norte finalmente lo encontré por el Mar de Galilea y conforme lo escuchaba hablar, mi corazón se llenaba de esperanza. Especialmente me gustó la manera como Él se llamaba a Sí mismo nuestro pastor. Nos prometió que nos guardaría de no perdernos y de protegernos de los depredadores que tratarían de alejarnos de Él. Y juró que nunca perdería a ninguno de nosotros, tal y como nosotros les prometíamos a los dueños de los rebaños que cuidábamos. Él era el Mesías, tal y como yo lo imaginaba.
Más tarde yo estaba en Jerusalén cuando Él fue ejecutado. Cuando expiró su último aliento, me convencí de que lo vería de nuevo tal y como Él lo había prometido. Tres días después lo vi, y supe que todas las promesas de los ángeles se habían vuelto realidad en la vida, muerte y resurrección del Bebé de Belén. Él no era el Rey que todos esperábamos, pero Él era a Quien necesitábamos. Él era nuestro Salvador, nuestro Mesías.
Recordando aquella noche, me doy cuenta que muchas personas no van a entender lo que sucedió allí. Yo fui un testigo ocular y apenas yo mismo lo pude comprender. Pero lo que sí sé es esto. En esa noche en Belén un grupo de pastores se convirtieron en ovejas y el Cordero de Dios se convirtió en nuestro Pastor. Feliz Navidad.