Lunes 7 de febrero de 2021
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Parte 2. El Evangelio de la Gracia
La palabra “gracia” aparece 170 veces el la traducción al español de la Biblia, 37 de ellas en el Antiguo Testamento. De las restantes 133, solamente cuatro están contenidas en los evangelios y todas se refieren al Señor Jesús (Lucas 2:40, Juan 1:14, 16-17). En el Libro de Hechos aparece 10 veces, y dos más en el Libro de Apocalipsis (Apocalipsis 1:4, 22:21) en donde esencialmente abren y cierran este libro. Eso nos deja con 117 referencias a la gracia en varias de las Epístolas.
A como se usa en el Nuevo Testamento, gracia es claramente una palabra que se refiere a la Iglesia. Viene de la palabra griega charis, la cual se define como “la gentil misericordia por la cual Dios ejerce Su santa influencia sobre las almas, las vuelve a Cristo, las guarda, fortalece y aumenta en la fe cristiana, las conoce, las acaricia y las enciende al ejercicio de las virtudes cristianas.”
Mucho se ha escrito sobre los diferentes enfoques tomados por Pedro y por Pablo al presentar el Evangelio de la Gracia a sus audiencias. La Biblia deja claro que Pedro creía en la salvación por gracia. En Hechos 15:11 él dijo, “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.” Algunas personas afirman que Pedro no mencionó que nuestros pecados fueran perdonados por el sacrificio del Señor sino que en su lugar enseño un mensaje de arrepentimiento y bautismo.
En contraste, ellas dicen que Pablo enfatizó el poder redentor de la sangre del Señor, vertida en la cruz. Él no dijo mucho acerca del bautismo, aduciendo que el Señor no lo había enviado a bautizar sino a predicar el evangelio (1 Corintios 1:17), y habló aun menos acerca del arrepentimiento. De lo anterior algunas personas han concluido que Pedro y Pablo enseñaron dos evangelios distintos.
Analicemos con más detalle esta opinión. Usaremos el primer mensaje público de Pedro después de la Ascensión como ejemplo. Recordemos que él se estaba dirigiendo a la muchedumbre en el Monte del Templo durante su celebración de la Fiesta de Pentecostés. Todas esas personas eran judías y muchas de ellas estaban bien versadas en sus escrituras. Unámonos a la conversación.
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepiéntanse, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:36-38).
Arrepentirse realmente significa un cambio en nuestra manera de pensar acerca de algo. Mientras que puede traer un cambio en el comportamiento, no se requiere nada para cumplir con el significado de la palabra. En el caso de la audiencia de Pedro los judíos no habían cambiado su forma de pensar acerca de lo que debe de hacerse para ser uno salvo. A ellos se les había enseñado que la obediencia a la ley era lo que los justificaba y eso no era lo correcto. Pedro dijo que solamente creyendo en Jesús era lo que traía el arrepentimiento. Eso es exactamente lo que él había escuchado que el mismo Señor había expresado en numerosas ocasiones (Juan 3:16; 6:28-29, 38-40). Más tarde Pedro diría “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Creer en Jesús significa creer que Él era el Hijo enviado por el Padre para morir por los pecados de las personas. Él es tanto Señor como Cristo.
Luego Pedro les dijo que se bautizaran en el nombre de Jesucristo. Según mi concordancia, la frase griega traducida “en el nombre de” invoca todo pensamiento o sentimiento que se despierta en la mente al mencionar, oír, o recordar el nombre referido. Se puede usar para establecer el rango de autoridad de una persona, y para convertir una solicitud en una orden. El siervo que actúa en nombre de su amo tenía la autoridad del mismo amo.
El ser bautizado en el nombre de Jesucristo es reconocer Su autoridad para hacer lo que Él vino a hacer y prometer que haría (salvarnos de nuestros pecados). Significa que creemos que Él tiene esa autoridad y la ha ejercido en nuestro nombre. Por eso es que el bautismo de Juan no trajo ni la salvación ni el don del Espíritu Santo (Hechos 19:1-7). Él no tenía ninguna autoridad para salvarnos de nuestros pecados. Solamente Jesús tenía esa autoridad (Marcos 2:6-12).
Y, finalmente, Pedro les prometió el Espíritu Santo. Solamente hay una manera de recibir el Espíritu Santo y esa es creyendo que la muerte del Señor pagó el precio completo por todos nuestros pecados como lo confirmó Su resurrección. El Espíritu Santo no le fue dado a nadie sino hasta que el sacrificio expiatorio del Señor fuera perfeccionado con Su victoria sobre la muerte (Juan 7:37-39; 20:19-33).
En algún momento de nuestro pasado, los predicadores legalistas empezaron a enseñar que el arrepentimiento significa un cambio en nuestro comportamiento, y que sin un cambio de comportamiento no había arrepentimiento. Pero si eso fuera el caso, la frase “arrepiéntanse y sean salvos” requeriría que dejáramos de pecar antes de que le podamos pedir a Dios que nos salve. (Me sorprende que algunos de esos mismos predicadores que también enseñan eso guíen a sus congregaciones para cantar “Tal y Como Soy” mientras hacen el llamado al altar.)
En su respuesta a la pregunta, “¿Hermanos, que haremos?” Pedro no invocó la Ley o sus tradiciones, como tampoco estableció ninguna otra precondición. Él simplemente dijo, “Arrepiéntanse, bautícense y reciban el Espíritu Santo.” Para sus escuchas judíos estas pocas palabras llevaban consigo el impacto total del Evangelio de la Gracia.
Un asunto de perspectiva
Yo estoy convencido de que todo el debate de que si Pedro enseñó un Evangelio distinto que Pablo se puede resolver con un entendimiento más claro de la vasta diferencia en la perspectiva de sus dos audiencias.
Pedro no habló de la sangre porque los judíos ya entendían la idea del derramamiento de sangre inocente para la remisión de los pecados. Incontables miles de animales inocentes ya habían derramado su sangre en los dos milenios anteriores para quitar los pecados del pueblo y detener la mano del juicio en contra de ellos. Su Templo fue llamado casa de sangre porque en algunos momentos la sangre había fluido como un río de debajo del altar. Ellos necesitaban cambiar su forma de pensar y entender que todos esos animales que sacrificaron no fueron sino un sustituto temporal del sacrificio del Mesías hecho en favor de ellos, y mientras la sangre de los animales había puesto a un lado de manera temporal el pecado de las personas, la sangre de Jesús los limpió para siempre (Hebreos 10:1-4, 11-14).
Por otra parte, Pablo no habló de la necesidad de arrepentirse porque los gentiles no necesitaban cambiar su manera de pensar acerca del camino a la salvación. Ellos simplemente no tenían ninguna forma de salvación. Ellos necesitaban saber que hay un Dios y que eran pecadores destinados para Su juicio. Ellos necesitaban saber que este Dios había provisto una vía para que ellos fueran salvos de la pena de sus pecados, y esa vía fue la sangre derramada por el Señor Jesús para la remisión de sus pecados.
Poniéndolo de otra forma, Pedro resumió el Evangelio así:
“Sabiendo que fueron rescatados de su vana manera de vivir, la cual ustedes recibieron de sus padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de ustedes, y mediante el cual ustedes creen en Dios, quien lo resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que la fe y esperanza de ustedes sean en Dios.” (1 Pedro 1:18-21).
Mientras que Pablo lo dijo así:
“Porque primeramente les he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3-4).
Eso me parece a mí como el mismo evangelio. Recuerden que a pesar de que estos dos hombres ciertamente tenían sus diferencias en la carne, cuando predicaban o escribían acerca del Evangelio ambos estaban bajo la influencia del mismo Espíritu Santo, el cual no puede contradecirse a Sí mismo. La idea de que Pedro y Pablo enseñaron evangelios diferentes no lo respaldan las Escrituras.
Una nueva raza humana
Ya sea judío o gentil, aquí tenemos lo que el Evangelio de la Gracia significa para nosotros.
“Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo están revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26-28).
“Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:14-16).
Al edificar Su Iglesia, Dios estaba tomando a algunos de entre los judíos y a algunos de entre los gentiles para crear una nueva raza humana. Somos salvos únicamente por Su gracia, por medio de la fe (Efesios 2:8-9), con el propósito de manifestar la múltiple sabiduría de Dios a los seres celestiales (Efesios 3:10-11). Todos los pecados de nuestra vida han sido perdonados (Colosenses 2:13-14) y hemos sido investidos con el Espíritu Santo como un depósito que garantiza nuestra herencia (Efesios 1:13-14). También se nos ha dado autoridad para convertirnos en los mismos hijos de Dios (Juan 1:12-13) y herederos con Cristo en Su herencia (Romanos 8:17).
Estando en Cristo hemos sido hechos una nueva creación a los ojos de Dios. “Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo” (2 Corintios 5:17). Desde Su perspectiva ya nosotros estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús (Efesios 2:6-7). Para este fin Dios ha tomado posesión de nosotros y ha aceptado la responsabilidad de hacernos permanecer en Él (1 Corintios 6:19-20, 2 Corintios 1:21-22). No hay ningún poder en el cielo o en la tierra que pueda hacer algo para cambiar eso (Juan 10:27-30; Romanos 8:38-39).
Pronto, Él descenderá a la atmósfera superior y con la voz del arcángel y la trompeta de Dios, nos llamará a Su lado (1 Tesalonicenses 4:16-17) y nos llevará al lugar que nos ha preparado en casa de Su Padre (Juan 14:2-3). De ahí en adelante y para siempre, siempre estaremos con Él, coherederos con Él de la herencia que Su Padre le ha dado (Salmo 2:8).
Mientras tanto, de vuelta en la Tierra
Al momento de nuestra salida el Evangelio de la Gracia verá su cumplimiento y la pausa entre la sesenta y nueve y la setenta semana de Daniel habrá llegado a su fin.
“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).
Al decir que el Evangelio del Reino será predicado en todo el mundo, el Señor nos provee de nuevo con otra confirmación de que la Era de la Gracia habrá terminado y que la Semana Setenta de Daniel habrá empezado.
En la Nueva Jerusalén, el hogar increíble que nuestro Señor ha estado preparando para nosotros, la Iglesia estará disfrutando del primer capítulo de nuestra vida eterna con Él, ocultándose como una novia en su recámara nupcial. Pero en la Tierra la Semana Setenta de Daniel traerá juicios terribles mientras Dios prepara la creación para su restauración.
Luego los tiempos de los gentiles se cumplirán, la creación será restablecida a su esplendor original. El Señor asumirá Su justo lugar como Rey de toda la Tierra, y dará inicio la Era del Reino. La Nueva Jerusalén descenderá del cielo para tomar su lugar como fuente de luz para el nuevo mundo (Apocalipsis 21:24). El Evangelio del Reino y el Evangelio de la Gracia habrán encontrado su cumplimiento en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Selah 03/11/12.