Miércoles 12 de abril de 2023
Domingo de Resurrección en tres versículos
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“Pero el hecho es que Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que murieron” (1 Corintios 15:20).
“Antes, ustedes estaban muertos en sus pecados; aún no se habían despojado de su naturaleza pecaminosa. Pero ahora, Dios les ha dado vida juntamente con él, y les ha perdonado todos sus pecados. Ha anulado el acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era adversa; la quitó de en medio y la clavó en la cruz. Desarmó además a los poderes y las potestades, y los exhibió públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:13-15).
Este es un pasaje interesante, estos tres versículos, generalmente no se mencionan. Pero comprenden una gran dosis de teología.
Versículo 13
“Antes, ustedes estaban muertos en sus pecados; aún no se habían despojado de su naturaleza pecaminosa. Pero ahora, Dios les ha dado vida juntamente con él, y les ha perdonado todos sus pecados.”
Nosotros no hicimos nada para obtener esta recompensa. No hicimos nada para ganarla o merecerla tampoco. Ni siquiera tomamos el primer paso, ganando el derecho de respuesta. Mientras todavía lo odiábamos, Él nos amó lo suficiente para morir por nosotros, como el que dice, “Aquí está el regalo de vida, reservado para usted. Todo lo que tiene que hacer es pedir para recibirlo.” (Mateo 7:7-8).
Versículo 14
“Ha anulado el acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era adversa; la quitó de en medio y la clavó en la cruz.”
Hoy día le llamaríamos a ese código escrito y sus regulaciones, la lista de acusaciones presentadas ante una corte de justicia por todos los crímenes de los que hemos sido acusados. Puesto que el Señor se ofreció a Sí mismo “una vez para siempre,” la frase todos [nuestros] pecados (v. 13) significa un par de cosas. Colectivamente significa todos los pecados de la humanidad, desde el primer pecado del primer ser humano hasta el último pecado del último ser humano. Individualmente significa todos los pecados de nuestra vida, pasados, presentes y futuros. La palabra griega para todos literalmente significa todos y cada uno de los pecados han sido perdonados.
En los días del Señor, si éramos acusados de crímenes no capitales, una lista de los mismos habría sido clavada en la puerta de nuestra celda en la prisión, junto con la sentencia que recibimos. Cuando cumplimos el tiempo de haber pagado nuestra “deuda a la sociedad,” como lo llamaban, los intervalos habrían sido marcados hasta el último, cuando terminamos de cumplir la sentencia. En ese momento se nos entregaba esa lista, y la palabra griega tetelesti, que significa pagado en su totalidad, se escribía a través de la hoja como prueba de que habíamos cumplido el término de nuestra sentencia. Esa sería nuestra protección en contra del doble riesgo en caso que fuéramos acusados de nuevo.
Si habíamos sido acusados de un crimen capital y sentenciados a muerte, nuestros crímenes se grababan en una placa y se colocaban encima de nuestra cabeza en una cruz de la que colgábamos para disuadir a todas las personas que pasaban por el lugar y presenciaban nuestra agonía. Las cruces se colocaban junto a caminos principales para tener la máxima exposición pública.
Cuando el Señor colgaba de Su cruz, una placa sobre Su cabeza tenía la inscripción, “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos” con lo cual se identificaba Su crimen como traición para que todos en el ámbito temporal pudieran verlo. Pero en el ámbito espiritual, una placa diferente se estaba mostrando. La misma enumeraba todos los crímenes en contra de Dios (pecados) que se habían cometido y que se cometerían durante toda la era de la humanidad. A la par de cada pecado estaban los nombres de todas las personas que lo habían cometido o que lo cometerían. Es esta acta a la que Pablo se refería que se clavaba en la cruz en Colosenses 2:14.
Versículo 15
“Desarmó además a los poderes y las potestades, y los exhibió públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz”
Es que todos los crímenes de la humanidad en contra de Dios son crímenes capitales, castigados con la muerte, y todos somos culpables. Satanás sabía que debido a ello, toda la humanidad le era desconocida a Dios para siempre. Jesús había venido para reconciliar a Dios con el ser humano, pero ahora, al asesinarlo, Satanás se aseguraría de que nadie podría jamás rescatar a la humanidad. Todos estaríamos perdidos para siempre. Tenía a su disposición el momento de su gran victoria
¡Pero esperen! Esa inscripción sobre Su cabeza decía que el Señor no estaba muriendo por algún crimen que Él hubiera cometido. Su nombre no estaba en la lista. Él estaba muriendo en lugar de la humanidad por todos los crímenes que NOSOTROS habíamos cometido. ¿Cómo puede ser eso? ¡Eso no puede ser posible!
Desde la cruz Jesús exclamó, “Mi Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado?” Él se había convertido en la misma encarnación del pecado (2 Corintios 5:21), y Dios tenía que volverle el rostro, y abandonarlo allí. Por primera vez en la eternidad, el Padre y el Hijo ya no eran Uno. “Todavía hay esperanza”¸ debe haber pensado el diablo. “¡Ni aún el Padre puede rescatarlo! ¡Hemos ganado, después de todo!”
Pero entonces Jesús clamó por última vez. Y de un momento a otro Satanás entendió que había caído en una trampa. En todo eso, el Padre y el Hijo estaban unidos. En 1 Corintios 2:8 Pablo explicó que Satanás y sus secuaces no se dieron cuenta en ese momento, porque si se hubieran dado cuenta no habrían crucificado al Señor de Gloria. Ellos creyeron que matando a Cristo podían separarnos de Dios para siempre, pero en lugar de eso, se nos estaba garantizando nuestra reconciliación (Colosenses 1:19-20)
Más tarde, cuando Juan, un testigo ocular del evento, escribió las últimas palabras del Señor desde la cruz, él usó la misma palabra griega que los carceleros escribían sobre el decreto cuando liberaban a sus prisioneros. “¡Tetelesti!” ¡Pagado en su totalidad! Ya éramos libres. Los términos de nuestra sentencia habían sido cumplidos, y nunca jamás podíamos ser acusados de nuevo. Nuestro largo distanciamiento de Dios, el cual empezó en el Edén, había terminado.
Es que desde antes de la fundación del mundo, el Padre y el Hijo habían hecho un acuerdo. Sabiendo que todo eso iba a suceder, la caída en el pecado y todas sus horribles consecuencias, el Padre le dijo al Hijo, “Hijo, si tú mueres por ellos, yo los perdono.” Y el Hijo respondió, “Padre, si tú los perdonas, yo muero por ellos.” A eso se le llama el Pacto Eterno, y debido a ello todo aquel que invoca el nombre del Señor será salvo. Y ese día centran en la historia, eso llegó a suceder. El Pacto Eterno se cumplió.
Versículo 15, de nuevo
“Desarmó además a los poderes y las potestades, y los exhibió públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz”
Entonces, lo que habría sido la mayor victoria de Satanás se convirtió en su derrota final. Y allí, a vista de todo el ejército celestial, fue hecho un espectáculo público. ¡Totalmente humillado!
¿Y cuál es la prueba? La mañana de la resurrección, tres días y tres noches después. En esa mañana soleada del domingo, la tumba se había abierto y estaba vacía, María Magdalena y otras mujeres fueron las primeras en cerciorarse de lo que la humanidad había soñado durante varios miles de años. El Redentor había venido, como fue prometido durante los días de Adán. Y con Su sangre derramada en la cruz Él había rescatado de la muerte a la vida a todas las personas que lo habían aceptado. La tumba vacía era la prueba (1 Corintios 15:17).
Habiendo sido la encarnación del pecado a tal grado que Dios no podía siquiera mirarlo solamente tres días antes, Jesús ahora salió de la tumba listo para sentarse a la derecha de la Majestad. Su muerte había pagado el precio total por todos nuestros pecados. Tenía que ser así, porque Él asumió la culpa por todos los pecados en la historia de la humanidad. Y si el castigo por siquiera un sólo pecado hubiera permanecido sin pagarse, Él todavía estaría en la tumba, aún separado de Su Padre. ¡Dios no puede habitar en presencia del pecado!
Pero Juan lo llamó el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). De todo el pecado. Y aquí estaba Él todo vestido de blanco, camino al Trono en el Cielo. Su Padre quedó satisfecho, y al haberse cumplido Su necesidad de justicia, fueron Uno otra vez. Y así como de nuevo fueron Uno, nosotros somos uno con ellos (Juan 14:20). Tan justos como Dios es (2 Corintios 5:21) y tan perfectos como si nunca hubiéramos pecado (2 Corintios 5:17) y destinados a vivir en la Casa del Señor para siempre. Porque por un solo sacrificio Él hizo perfectos a los santificados (Hebreos 10:14).
¡Aleluya, ha resucitado!