11 de marzo de 2019
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Segunda parte y final
En la primera parte de nuestro estudio del Libro de Hageo, aprendimos que antes de que los israelitas pudieran vivir una vida abundante al regresar de Babilonia, primero tenían que completar el Templo del Señor. Como creyentes del Nuevo Testamento, se nos dice que somos el Templo de Dios. ¿El mismo principio es válido para nosotros con respecto a nuestra vida abundante? Vamos a averiguarlo.
Capitulo 2
La gloria prometida del nuevo templo
“En el mes séptimo, a los veintiún días del mes, vino palabra del SEÑOR por medio del profeta Hageo: Habla ahora a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y a Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y al resto del pueblo, y diles: ¿Quién ha quedado entre ustedes que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la ven ahora? ¿No es ella como nada delante de sus ojos? Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice el SEÑOR; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y cobren ánimo, pueblo todo de la tierra, dice el SEÑOR, y trabajen; porque yo estoy con ustedes, dice el SEÑOR Omnipotente. Según el pacto que hice con ustedes cuando salieron de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de ustedes, no teman” (Hageo 2:1-5).
Este fue el segundo mensaje de Hageo para el pueblo de lsrael (en total fueron cuatro) Además de las dimensiones del Lugar Santo y el Lugar Santísimo, el Segundo Templo no se asemejaba al primero, pues no tenia ninguno de sus muchos atrios ni sus cielos recubiertos de oro, ni los tapices cuidadosamente tejidos, ni sus paneles delicadamente tallados. El pueblo regresaba de un cautiverio de 70 años, indigente y apenas sobreviviendo.
Según la tradición, todas las personas que se recordaban del primer templo lloraron cuando vieron los modestos cimientos del segundo templo. Después de que el rey Herodes remodeló el segundo templo, justo antes de que el Señor Jesús naciera, se decía que muy poco de la estructura original permaneció, y que era irreconocible por su belleza cuando fue terminado. Al mirar los cimientos, ¿quién iba a decir que el Señor un día iba a inspirar a alguien que ni siquiera era judío, a embarcarse en un proyecto de expansión y renovación del templo que duraría 40 años, y que haría de este humilde templo una maravilla arquitectónica, de tal manera que la Casa del Señor estaría lista para recibir al Visitante más distinguido?
“Porque así dice el SEÑOR Omnipotente: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho el SEÑOR Omnipotente. Mía es la plata, y mío es el oro, dice el SEÑOR Omnipotente. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho el SEÑOR Omnipotente; y daré paz en este lugar, dice el SEÑOR Omnipotente.” (Hageo 2:6-9).
Este pasaje señala tanto la primera venida como la segunda venida de Jesús. La frase “el Deseado de todas las naciones” se refiere al Mesías. A pesar de que Jesús nunca entró en el Segundo Templo (aun cuando pudo haber entrado al Lugar Santísimo y establecerse allí si hubiera querido) Su muerte trajo la paz entre Dios y el hombre (Colosenses 1:19-20), y en Su segunda venida, “aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:30). ¿Quién podría imaginar mayor gloria que esa?
Bendiciones para un pueblo inmundo (contaminado)
“A los veinticuatro días del noveno mes, en el segundo año de Darío, vino palabra del SEÑOR por medio del profeta Hageo: Así ha dicho el SEÑOR Omnipotente: Pregunten ahora a los sacerdotes acerca de la ley, y digan: Si alguno llevare carne santificada en la falda de su ropa, y con el vuelo de ella tocare pan, o guiso, o vino, o aceite, o cualquier otra comida, ¿será santificada? Y respondieron los sacerdotes y dijeron: No. Y dijo Hageo: Si un inmundo a causa de cuerpo muerto tocare alguna cosa de estas, ¿será inmunda? Y respondieron los sacerdotes, y dijeron: Inmunda será. Y respondió Hageo y dijo: Así es este pueblo y esta gente delante de mí, dice el SEÑOR; y asimismo toda obra de sus manos; y todo lo que aquí ofrecen es inmundo” (Hageo 2:10-14).
Según la Ley, la carne santificada que alguien llevaba en el doblez de la ropa santificaba esa ropa también, pero esa santidad no se transmitía automáticamente a cualquier cosa que la ropa tocara. Por otro lado, todo lo que era inmundo al tocar cualquier cosa la hacía inmunda también. La inmundicia era más fácilmente transmitida que la santidad. Pero el asunto es este. Dios hizo la Tierra Santa, Santa. Pero el regresar a la tierra no hacía que el pueblo fuera santo Para que fueran santos, el pueblo tenía que ser obediente. Mientras tanto, puesto que ellos eran inmundos todo lo que tocaban se volvía inmundo y por eso no había abundancia.
“Ahora, pues, reflexionen en su corazón desde este día en adelante, antes que pongan piedra sobre piedra en el templo del SEÑOR. Antes que sucediesen estas cosas, se acercaban al montón de veinte efas, y había diez; se acercaban al lagar para sacar cincuenta cántaros, y había veinte. Los herí con fuerte viento abrazador, con plaga y con granizo en toda obra de las manos de ustedes; pero no se convirtieron a mí, dice el SEÑOR. Reflexionen, pues, en su corazón, desde este día en adelante, desde el día veinticuatro del noveno mes, desde el día que se echó el cimiento del templo del SEÑOR; mediten, pues, en su corazón. ¿No está aún la semilla en el granero? Ni la vid, ni la higuera, ni el granado, ni el árbol de olivo han florecido todavía; pero desde este día los bendeciré” (Hageo 2:15-19).
Esto concluye el tercer mensaje. La desobediencia del pueblo había causado que el fruto de su trabajo disminuyera durante el tiempo en que habían ignorado la construcción del templo, pero ellos no habían entendido eso. Hageo debía explicárselos. Y ahora que ya habían escuchado el mensaje y habían empezado a obedecer, todas las bendiciones que habían estado allí todo ese tiempo y que el Señor anhelaba darles, fluirían. Observemos que ellos no tuvieron que terminar la obra para que empezaran a recibir sus bendiciones, solamente tenían que comenzarla.
Zorobabel, el anillo de sellar del Señor
“Vino por segunda vez palabra del SEÑOR a Hageo, a los veinticuatro días del mismo mes y le dijo: Habla a Zorobabel gobernador de Judá, y dile: Yo haré temblar los cielos y la tierra; y volcaré el trono de los reinos, y destruiré la fuerza de los reinos de las naciones; volcaré los carros con sus conductores, y caerán los caballos y jinetes, cada cual por la espada de su hermano. En aquel día, dice el SEÑOR Omnipotente, te tomaré, oh Zorobabel hijo de Salatiel, siervo mío, dice el SEÑOR, y te pondré como anillo de sellar; porque yo te escogí, dice el SEÑOR Omnipotente” (Hageo 2:20-23).
El mensaje final de Hageo. Un rey, o cualquier oficial de alto rango, presionaban su anillo en cera blanda para producir una imagen del sello que ostentaba, atestiguando de esa manera la autenticidad de la orden escrita, o decreto, al cual la cera se la había aplicado. Este sello garantizaba tanto el pago de cualquier gasto en que los subordinados hubieran incurrido al ejecutar la orden, y les daba total autoridad para actuar a nombre de ese oficial en todos los asuntos referentes a esa orden. En nuestra manera de hablar de hoy, eso sería como tener una tarjeta de crédito junto a un poder general legalizado, en un solo documento. Al llamar a Zorobabel Su anillo de sellar, el Señor públicamente garantizó tanto la terminación del templo sin obstáculos, como las bendiciones prometidas a Su ahora pueblo obediente.
Junto a las bendiciones, el Señor detendría la interferencia que los vecinos de lsrael estaban haciendo. El rey persa, Darío, fue conocido por haber favorecido la reconstrucción del templo y brindó su ayuda para hacerlo. Siendo Darío mayor que todos los demás reyes (él era un rey de reyes) era suficiente para acabar con la interferencia y el templo se terminó en menos de cuatro años.
Lo que es externo en el Antiguo Testamento, en el Nuevo Testamento se convierte en interno y espiritual.
La palabra clave en el Antiguo Testamento es “obedecer”, mientras que en el Nuevo Testamento es “creer”. Para obtener la santidad, los israelitas tenían que obedecer la Ley de Dios. Pero ahora, nosotros tenemos que creer en Aquel que Dios envió (Juan 6:29). En ese versículo, la palabra griega para “creer” es pisteúo la cual también se traduce “fe”. Los dos significados se pueden intercambiar en el uso. (Es interesante ver que el antónimo—una palabra de significado opuesto—es desobediencia. El Señor ha proveído tanta prueba sobre Su existencia, que Él ve la incredulidad como desobediencia.)
El estar en la Tierra Santa no hacía que los israelitas fueran santos. Ser salvos no necesariamente nos hace santos tampoco. Por eso es que el escritor de la Carta a los Hebreos pudo decir, “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). En otras palabras, mientras que la salvación (ser hecho perfecto) es un evento de una sola vez en la vida, la santificación (ser hecho santo) es un proceso continuo. Este proceso progresa conforme el creyente le entrega su vida cada vez más al Señor, y solamente se completará cuando seamos transformados de corruptibles a incorruptibles.
Cuando creemos por primera vez que la muerte de Jesús compró un perdón por nuestros pecados, nuestra fe nos salva. Entonces, cuando llegamos a creer que El tiene un plan y un propósito para nosotros, y en fe le damos más y más de nuestra vida para que la administre, entonces somos santificados. Esto es hacer la obra que El requiere de nosotros. De esa manera es cómo construimos Su Templo y nos hacemos un sacrificio vivo. Y así es como calificamos para las bendiciones que siempre han estado disponibles y que El anhela dárnoslas a montones.
En el momento en que creímos por primera vez. Él colocó Su sello en nosotros, el Espíritu Santo prometido (Efesios 1:13). Ese es Su anillo de sellar tal y como lo fue Zorobabel para los israelitas. En nuestro caso, es una garantía de que se pagó el precio completo por nuestra salvación y eso autoriza al Espíritu Santo a completar la buena obra iniciada en nosotros. (Filipenses 1:6). Entonces, conforme iniciamos el proceso de santificación, el verdadero Rey de reyes se asegura de que la interferencia que el enemigo nos ha estado causando, termine y podamos continuar con el proceso de santificación (Romanos 8:32). Como los israelitas, nosotros no tenemos que terminar la obra para empezar a recibir nuestras bendiciones, solamente tenemos que iniciarla.
Si la vida que usted lleva no es lo que usted piensa que debe de ser y no importa lo mucho que usted haya adquirido, usted no siente que avanza hacia delante, entonces pregúntele a Jesús si es hora de comenzar a construir Su Templo.
Pregúntele si es que usted ha estado pasando al lado de las bendiciones que Él tiene para usted por la lucha que ha tenido en hacer tas cosas según usted ha querido. Recuerde, “busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33).