Jesús y Pedro

Miércoles 22 de junio de 2022

Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: “Vengan, síganme, y los haré pescadores de hombres.” Ellos entonces, dejando al instante las redes, lo siguieron (Mateo 4:18-20).

Según el Evangelio escrito por Juan, Jesús y Pedro se conocieron después que Juan el Bautista les presentó a Jesús a dos de sus discípulos como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:35). Andrés, uno de esos dos discípulos, de inmediato fue a buscar a su hermano para decirle que había visto al Mesías. Pedro y Andrés eran pescadores de Betsaida, un pueblo de pescadores (Betsaida significa “Casa de pesca”) sobre la costa noreste del mar de Galilea. Por supuesto, Jesús era conocido como el hijo de un carpintero que creció en Nazaret, una ciudad a un día de camino por las empinadas montañas que separaban Galilea de las planicies de Meguido hacia el oeste.

Llévame a tu líder

Andrés trajo a Pedro para que conociera a Jesús, y en un par de días Jesús les dijo que lo siguieran. Jacobo y Juan, otro par de hermanos quienes también eran pescadores, fueron los siguientes dos discípulos escogidos, y estos cuatro se convirtieron en los más cercanos a Jesús, formando Su círculo íntimo. Y de los 12, Pedro se convirtió en el líder informal del grupo.

La ingenuidad y el descarado machismo del pequeño pueblo de Pedro se conjugaron para hacerlo un tipo que se hacía cargo de todo, y Jesús parecía agradarse especialmente en él. Las frecuentes “metidas de pata” de Pedro deben de haberle producido incontables horas de risa al Señor.

Pero era su coraje lo que más lo distinguía. Cuando Jesús se acercó a la barca de los discípulos caminando sobre el agua, fue Pedro el que se tiró de la barca y caminó sobre el agua hacia Él (Mateo 14:28-31). Fue Pedro quien hizo la primera declaración pública de la verdadera identidad de Jesús como el Mesías de Israel (Mateo 16:13-16). Cuando fueron rodeados por un contingente grande de guardas del templo armados en la noche que el Señor fue arrestado, fue Pedro el que sacó una espada y le cortó la oreja a Malco (Juan 18:10). Él estaba listo para arremeter en contra de todos.

Por eso es que todo el mundo se sorprendió cuando una muchacha sencilla e indefensa asustó a Pedro para que más tarde negara al Señor tres veces esa misma noche. Eso estaba tan alejado de su carácter. Jesús lo predijo diciendo que Pedro haría exactamente eso pues aun si todos los demás abandonaban al Señor, él no lo haría, aun prometiendo morir por Él (Mateo 26:33-34).

Regresando al nombre original de Pedro, el Señor dijo, “Simón, Simón, mira que Satanás los ha pedido a ustedes para sacudirlos como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes” (Lucas 22:31-32, DHH).

¡Qué cosa más sorprendente! Primero que todo, observemos que Satanás había pedido permiso antes de poder tocar a los discípulos, y luego Jesús ya estaba intercediendo por Pedro. No para que él fuera a ser librado de esa experiencia, sino para que su fe fuera lo suficientemente fuerte para sostenerlo a través de la misma. Finalmente, Jesús le dijo a Pedro que ayudara a sus hermanos a permanecer firmes, después que su experiencia hubiese terminado, mostrando así que las oraciones del Señor a favor de Pedro habían sido respondidas.

Nada de lo que Pedro iba a hacer tomaría al Señor por sorpresa, y desde Su perspectiva, nada de eso causaría el mínimo cambio en la relación entre los dos. Pero el fracaso de Pedro lo haría humillarse, le daría más compasión y lo haría un mejor líder. Y los demás discípulos serían consolados por el fracaso de su valiente líder, ya que de alguna manera los haría soportar el suyo propio con más facilidad.

Pablo escribió después, “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:3-4).

Alguien ha parafraseado estos versículos diciendo, “Nuestra vida es un ministerio y nuestras aflicciones son nuestras credenciales”. Las aflicciones de Pedro lo harían que fuera un ministro más efectivo para su rebaño. Y el Espíritu Santo utilizaría la recién encontrada compasión de Pedro para demostrar cómo un cambio tan dramático puede ser formado en la vida de un creyente deseoso. Sus sermones en Hechos 2:14-39 y Hechos 3:11-26 deben de haber maravillado y sorprendido a aquellas personas que lo conocían desde hacía mucho tiempo.

¿Aún me amas?

Quizás la mejor forma de entender el alcance de la fidelidad del Señor hacia Pedro es escuchando la llamada re-instalación de Pedro. Para poder sentir el impacto completo debemos insertar las palabras griegas para amor en el texto.

Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? La palabra para amor usada aquí es agapao, que significa, en el idioma griego, estar totalmente entregado a la otra persona

Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te quiero. Pero Pedro usó la palabra fileo que denota un amor hermanable, o afecto, lo cual es una forma menos intensa de amor.

Jesús le dijo: Apacienta mis corderos.

Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? (agapao).

Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te quiero (fileo).

Jesús le dijo: Pastorea mis ovejas.

Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres? (fileo).

Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me quieres? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero (fileo).

Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas (Juan 21:15-17).

Al descender al nivel todo-humano del amor de Pedro, Jesús completó su re-instalación, de hecho diciendo, “Yo sé que me estás dando todo el amor que tú puedes darme, y eso es suficiente.”

Y así es con nosotros. Nada de lo que hagamos podrá tomar por sorpresa a Jesús, y desde Su perspectiva, nada puede causar el más mínimo cambio de nuestra relación con Él. Él conocía todos nuestros pecados antes de ir a la cruz y entregó Su vida para que pudiéramos ser purificados de todos ellos. Nunca podremos sorprender al Señor, no podremos defraudarlo, y nunca lo podremos decepcionar. Si Él escoge librarnos de alguna situación, Él puede hacerlo. Si no, Él está a la derecha del Padre intercediendo por nosotros, y orando para que podamos salir de ella, como lo hizo con Pedro (Romanos 8:34). Y de la misma manera como lo hizo con Pedro, Él hará que la situación nos haga un modelo mejor que lo que Su amor puede lograr en la vida de un creyente deseoso. Selah 11/06/2005