La Carta de Pablo a los Gálatas

Domingo, 23 de noviembre de 2014

Esta es la Parte 2 de la serie “Un Estudio de Gálatas”

Un estudio bíblico por Jack Kelley

Parte 2. El caso de Pablo en contra de combinar la Ley y la Gracia

En la Parte 1 establecimos que el propósito principal de esta carta era enfrentarse en contra de un grupo llamado los judaizantes, que eran los primeros cristianos judíos que enseñaban que los convertidos gentiles al cristianismo también tenían que observar ciertos ritos del Antiguo Testamento, específicamente la circuncisión. Algunos de ellos aún discutían que la única manera para que una persona gentil pudiera convertirse al cristianismo era que primero tenía que convertirse al judaísmo y estar bajo la Ley.

Respondiendo a eso, Pablo presentó una poderosa defensa de la verdad esencial del Nuevo Testamento de que somos justificados solamente por la fe en Jesucristo. Nosotros no nos santificamos a nosotros mismos por medio de las obras religiosas ni el legalismo judío, sino que somos santificados por la fe en la gracia y poder de Dios, hechos manifiestos en la obra de Jesucristo y activados en nuestra vida por el Espíritu Santo.

Hay muchas personas en la Iglesia que hoy necesitan que se les recuerde eso, puesto que los modernos judaizantes de hoy están una vez más enseñando a sus seguidores las mismas cosas en contra de las que Pablo luchó en sus días. Estos maestros afirman que la muerte de Cristo en la cruz no terminó con el Pacto Mosaico sino que más bien lo renovó, y le dan hincapié a la necesidad de que toda persona creyente viva una vida cumpliendo la Torá. Entre otras cosas, eso incluye guardar el Sabbath de los días sábados, celebrar las fiestas y festivales judíos, y observar las leyes dietéticas judías. Esas personas son partidarias de aprender a entender las Escrituras desde una mentalidad hebrea, y algunas han rechazado el Nuevo Testamento tradicional basado en el griego, diciendo que los textos en arameo son más antiguos y más exactos.

Por un lado, esas personas niegan que el hacer eso constituya un retorno al legalismo judío, sino que al contrario es una demostración de amor y de obediencia. Pero por el otro lado, enseñan que vivir una vida agradable a Dios, que ese caminar cumpliendo con la Torá debe de ser parte de toda vida cristiana.

Con lo anterior, continuemos nuestro estudio de la Carta de Pablo a los Gálatas, con el capítulo 3.

Gálatas 3

¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién los fascinó para no obedecer a la verdad, si ante los ojos de ustedes Jesucristo ya fue presentado claramente como crucificado? Sólo esto quiero que me digan: ¿Recibieron el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios son? ¿Comenzaron por el Espíritu, y ahora van a acabar por la carne? ¿Tantas cosas han padecido en vano? ¡Si es que realmente fue en vano! Aquel que les suministra el Espíritu y hace maravillas entre ustedes, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe? (Gálatas 3:1-5).

Pablo sabía quiénes habían seducido a los Gálatas. Era un grupo de judaizantes que habían visitado las iglesias en Galacia. Ellos llegaron después de que Pablo se había marchado, enseñándoles a estos nuevos cristianos gentiles que Pablo no les había contado toda la historia. Si ellos querían ser aceptados como seguidores de Jesús debían estar bajo la Ley.

Pablo les hizo a los Gálatas una pregunta que a muchas personas creyentes se les debería hacer hoy. ¿Comenzaron por el Espíritu, y ahora van a acabar por la carne? (Gálatas 3:3).

Las variaciones sobre los temas “salvos por gracia, guardados por obras” han estado con nosotros durante la Era de la Iglesia. Todas implican que Jesús solamente empezó la obra de nuestra salvación, y nos corresponde a nosotros completarla o mantenerla por medio del esfuerzo humano. Pero en Hebreos 7:24-25 se nos dice que Jesús tiene un sacerdocio inmutable porque permanece para siempre. Por eso, también puede salvar para siempre a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos.

Pablo les recordó a los Gálatas cómo fue que ellos llegaron a recibir el Espíritu Santo y ser testigos de la obra milagrosa de Dios. Eso no sucedió porque ellos eran obedientes a la Ley. En ese momento a ellos no se les había dicho que necesitaban obedecer la Ley. Eso sucedió porque ellos creyeron el Evangelio.

Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sepan, por tanto, que los que son de la fe son hijos de Abraham. Y la Escritura, al prever que Dios habría de justificar por la fe a los no judíos, dio de antemano la buena nueva a Abraham, cuando dijo: «En ti serán benditas todas las naciones.» De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham. (Gálatas 3:6-9).

La declaración de que Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia es una cita de Génesis 15:6. Abraham fue conocido y es conocido principalmente como el padre del pueblo judío. Pero Pablo dijo que todas las personas que dependen de la fe, judías o gentiles, son hijos e hijas de Abraham. Y en otra asombrosa percepción de las Escrituras, Pablo dijo que Dios estaba anunciando el evangelio con la justificación por fe de Abraham cuando dijo, “En ti serán benditas todas las naciones” (Génesis 12:3). La bendición que le llegaría a todas las naciones sería la misma justificación por fe que Abraham disfrutó.

Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: «Maldito sea todo aquel que no se mantenga firme en todas las cosas escritas en el libro de la ley, y las haga.» (Deuteronomio 27:26) Y es evidente que por la ley ninguno se justifica para con Dios, porque «El justo por la fe vivirá» (Habacuc 2:4); y la ley no es de fe, sino que dice: «El que haga estas cosas vivirá por ellas.» (Levítico 18:5). Cristo nos redimió de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición (porque está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero») (Deuteronomio 21:23), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los no judíos, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu (Gálatas 3:10-14)

La Ley no puede ser completamente obedecida. Para poder ser lo suficientemente estricto para cumplir con los requisitos de Dios es necesario ser demasiado estricto para las habilidades del hombre. Por consiguiente, todas las personas que dependen en la ley están automáticamente malditas y no pueden ser justificadas ante Dios. Santiago dijo, “Porque cualquiera que cumpla toda la ley, pero que falle en un solo mandato, ya es culpable de haber fallado en todos” (Santiago 2:10). Al llevar todas nuestras violaciones de la Ley sobre Él Jesús se hizo maldición por nosotros y nos redimió de la maldición de la Ley. Esto hizo que la promesa de Dios a Abraham estuviera disponible para todas las personas que creen. Por consiguiente, como Abraham, nuestra fe se nos acredita como justicia.

Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto nadie puede invalidarlo, ni tampoco se le puede añadir nada, aunque sea un pacto humano. Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su simiente. No dice: «Y a las simientes», como si hablara de muchos, sino: «Y a tu simiente», como de uno, que es Cristo. Digo, pues, que el pacto previamente ratificado por Dios no puede ser anulado por la ley, que vino cuatrocientos treinta años después, pues invalidaría la promesa. Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa (Gálatas 3:15-18).

Una vez que un contrato ha sido aprobado es obligatorio cumplirlo y no puede ser cambiado sin el mutuo consentimiento de las partes. Por lo tanto, la promesa de Dios a Abraham no podía ser puesta a un lado por la Ley, la cual vino después. El pacto de Dios con Abraham incluyó una promesa que hacía que un descendiente de Abraham fuera a través del cual todas las naciones serían bendecidas. Dios no dijo “descendientes”, con lo cual se habría incluido a todo el pueblo judío, sino que dijo “descendiente” con lo cual se señalaba a un hombre judío, Jesús.

Resumamos lo que hasta el momento hemos leído. Abraham le creyó a Dios y eso le fue contado por justicia. Cuando Dios le prometió a Abraham que todas las naciones serían bendecidas a través de él, Él quiso decir que uno de los descendientes de Abraham (Jesús) haría posible que Dios justificara a las personas gentiles por la fe. Por consiguiente, Él estaba anunciando el Evangelio por adelantado. La Ley, la cual fue dada después, no podía cambiar ni cancelar esta promesa.

Entonces, ¿para qué sirve la ley? Pues fue añadida por causa de las transgresiones, hasta que viniera la simiente, a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en manos de un mediador. Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios sí es uno (Gálatas 3:19-20).

En Romanos 3:20 Pablo lo dijo de esta manera. Por consiguiente nadie será justificado delante de Dios por hacer las cosas que la ley exige, pues la ley sirve para reconocer el pecado. Si vamos conduciendo en una carretera a 110 kilómetros por hora y no hay ninguna advertencia del límite de velocidad, no podemos decir si estamos sobrepasando ese límite. Pero si vemos una señal de advertencia de que el límite de velocidad es de 100 entonces nos damos cuenta de que hemos sobrepasado ese límite. De igual forma, la Ley es una señal que nos dice cuando estamos pecando.

La Ley es un contrato entre Dios e Israel (Éxodo 19:5-6), y estableció las condiciones bajo las cuales ellos disfrutarían los beneficios de la tierra que Él les estaba dando. La tierra era de ellos para siempre (Génesis 13:15), pero para vivir allí en paz y plenitud ellos tenían que obedecer la Ley. Así es como Dios trataría con sus pecados mientras Jesús venía. El mediador era Moisés y Dios era una de las partes. La otra parte era Israel.

¿Contradice la ley a las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque, si la ley dada pudiera dar vida, la justicia sería verdaderamente por la ley. Pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuera dada a los creyentes (Gálatas 3:21-22).

La Ley era solamente una sombra de las cosas que vendrían (Hebreos 10:1). La realidad, sin embargo, es Cristo (Colosenses 2:17). La Ley no se opone a la promesa, su propósito fue ayudar al pueblo de Dios a mantener su relación con Él hasta que se cumpliera la promesa. La Ley no puede darnos vida porque somos prisioneros del pecado. El pecado es nuestro estado natural el cual nos impide obedecer la Ley. Por consiguiente, la vida solamente nos puede llegar por la fe en la promesa, la cual fue cumplida en la muerte y resurrección de Jesús.

Pero antes de que viniera la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro tutor, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe. Pero al venir la fe, no estamos ya al cuidado de un tutor (Gálatas 3:23-25).

La Ley puso restricciones muy fuertes sobre el comportamiento así como un tutor las puede poner sobre un niño. Pero ahora que somos justificados por la fe, ya no necesitamos un tutor. Nuestra posición ante el Señor se basa en lo que creemos y no en cómo nos comportamos. Nuestro comportamiento es una señal de nuestro agradecimiento.

Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos ustedes, los que han sido bautizados en Cristo, están revestidos de Cristo. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, ciertamente son linaje de Abraham y, según la promesa, herederos (Gálatas 26-29).

Nuestra fe en Jesús nos da el derecho de nacer de nuevo como hijos de Dios (Juan 1:12-13). No importa lo que fuimos anteriormente, si estamos en Cristo somos hijos(as) de Dios y eso nos hace herederos de la promesa de Dios a Abraham. Como él somos justificados por la fe porque nuestra fe nos ha sido contada por justicia.

Ahora vemos que la promesa de la justificación por la fe solamente antedata a cuando la Ley se dio por más de 400 años. Una vez que el Señor vino a cumplir la promesa, ya la Ley no fue necesaria. Era una sombra de las cosas buenas que vendrían, pero la realidad es Cristo.

La ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Juan 1:17). La ley de Moisés no pudo justificarles todos esos pecados, pero en Jesús queda justificado todo aquel que cree en él (Hechos 13:39). Nos vemos la próxima vez. 23/11/14