Lunes 15 de julio de 2019
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Parte 9 de 9
Aun un pequeño resumen del impacto que la gente de gran fe ha tenido sobre la humanidad, hace de Hebreos 11 uno de los capítulos más alentadores de toda la Biblia. Eso debería hacer que muchos de nosotros pudiéramos manifestar esa clase de fe en nuestras vidas. ¿Qué grandes cosas podríamos hacer por el Reino?
Afortunadamente, Dios no nos pide a muchos de nosotros hacer grandes cosas. Él solamente nos pide que hagamos cosas pequeñas, como el aceptar la muerte de Su Hijo como pago total por nuestros pecados, y resistir la tentación de arruinarlo todo al intentar agregarle alguna otra forma de obras religiosas.
Hebreos 12
Dios disciplina a Sus hijos
“Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios. Por lo tanto, consideren a aquel que sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores, para que no se cansen ni se desanimen” (Hebreos 12:1-3).
La fe que tenían en las promesas de Dios hizo que estos hombres y mujeres dedicaran sus vidas a la obra de Dios, generalmente creyendo lo imposible para llevarla a cabo. Todas ellas son verdaderos ejemplos de la admonición en Romanos 12:1-2 de presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, no conformándonos a este siglo, sino transformándonos por medio de la renovación de nuestras mentes. Y debemos recordar que esta obra no fue motivada por la adquisición de galardones, sino por la fe en las promesas de Dios. En la mayoría de los casos ellos murieron antes de si quiera haber recibido algún galardón.
Aun al mismo Señor se le quitó la vida antes de recibir alguna de las promesas Mesiánicas, tal y como Daniel lo había predicho (Daniel 9:26). La promesa que Gabriel le había hecho a María de que su hijo restablecería el Reino Davídico y regiría sobre Israel para siempre, aun espera su cumplimiento. Fue Su fe en la promesa de Su Padre lo que le permitió soportar la cruz. Y el gozo que puso ante Él fue que Él le recibiría a usted como Su novia cuando todo fuera dicho y hecho (Salmo 45:11). ¡Solamente piense en ello!
“En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre; y ya han olvidado la exhortación que como a hijos se les dirige: «Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda; porque el Señor disciplina al que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.» [Proverbios 3:11-12] (Hebreos 12:4-6).
Aclaremos un par de cosas aquí. En primer lugar, la raíz de disciplina es discípulo. Un discípulo es un estudiante que está siendo entrenado. ¿Existe algún lugar en la Biblia que diga que el Señor produjo de manera artificial enfermedades o tormentos o penurias sobre Sus discípulos para fortalecerles la fe? Y sin embargo, Él los estaba entrenando para que llevaran a cabo el trabajo más retador que jamás se le había dado a persona alguna. ¿Y no es que el castigo está en función a la desobediencia? Un buen padre nunca va a castigar a un hijo inmerecidamente, sino que solamente después de un acto de desobediencia y solamente con el propósito de entrenarlo.
Aquellas personas que utilizan versículos como este para afirmar que su desgracia es algún tipo de prueba que Dios les está dando para reforzar su fe, están equivocadas y están perdiendo la lección que de otra manera pudieron haber aprendido. Recuerden, cada vez que nosotros nos justificamos estamos condenando a Dios. Al afirmar que estamos siendo probados solamente para reforzar nuestra fe, estamos infiriendo que no hemos hecho nada para merecer lo que nos ha caído encima. Eso significa que creemos que Dios nos está castigando injustamente. Y eso quiere decir que creemos que Él es injusto.
Solamente existen tres posibles causas para nuestro infortunio. La primera y por mucho la que más prevalece es que esas cosas son las consecuencias predecibles de nuestro propio comportamiento. Si a usted lo atrapan robando en un supermercado y termina en la cárcel, no tiene derecho a afirmar que Dios le está probando, o que Él le envió allí para que alguien más sea salvo, a pesar de que eso puede suceder. Después de todo, Él es experto en hacer de nuestros limones Su limonada. Lo mismo sucede si usted fuma y le da cáncer, o si toma en exceso y le da cirrosis en el hígado, o si come demasiada grasa toda su vida y obstruye sus arterias, etc., etc. Las advertencias en contra de persistir en este tipo de comportamiento las tenemos a todo nuestro alrededor, pero resulta que me he dado cuenta de que estas personas son las que generalmente se lamentan, “¿Por qué Dios me hizo esto?”, cuando su salud falla.
La segunda causa es el mundo caído y pecaminoso en el que vivimos, infestado de enfermedades, males, gente mala, etc. Estas cosas pueden afectar a cualquier persona en cualquier momento.
Y la tercera es que estamos alejados de la comunión con Dios y, por lo tanto, fuera de Su protección. Esta es la causa a la que podemos referirnos como disciplina, y solamente puede ocurrir por nuestro mal comportamiento. El pecado no confesado, aun si solamente es nuestro deseo de no perdonar a alguien, es un mal comportamiento y nos hace presa fácil para un ataque. Ese ataque viene del diablo, pero Dios no puede actuar para prevenirlo porque nuestro pecado causa una desconexión en nuestra relación con Él. La cura para esto la encontramos en 1 Juan 1:9. Confiésese y será reconectado.
“Si ustedes soportan la disciplina, Dios los trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no discipline? Pero si a ustedes se les deja sin la disciplina que todo el mundo recibe, entonces ya no son hijos legítimos, sino ilegítimos. Por otra parte, tuvimos padres terrenales, los cuales nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no mejor obedecer al Padre de los espíritus, y así vivir? La verdad es que nuestros padres terrenales nos disciplinaban por poco tiempo, y como mejor les parecía, pero Dios lo hace para nuestro beneficio y para que participemos de su santidad. Claro que ninguna disciplina nos pone alegres al momento de recibirla, sino más bien tristes; pero después de ser ejercitados en ella, nos produce un fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:7-11).
Yo sé que no debe de ser así, pero siempre me sorprende saber cuántos personas cristianas están deseosas de creer que Dios las amó lo suficiente como para dar Su vida por ellas para salvarlas mientras ellos lo odiaban, pero después de haber llegado a Él, humildes y contritas, Él empezó de manera arbitraria a exponerlas a toda clase de penurias y enfermedades para fortalecerles la fe. Creo que ese es un caso clásico de atribuirle nuestros motivos al comportamiento de Él. Lo diré de nuevo. Cuando nosotros nos justificamos a nosotros mismos, estamos condenando a Dios. Todos necesitamos ser entrenados porque todos pecamos y el propósito es el traernos lo más cerca posible de Dios, porque sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.
“Levanten, pues, las manos caídas [cansadas] y las rodillas entumecidas [debilitadas]; enderecen las sendas por donde van, para que no se desvíen los cojos, sino que sean sanados” (Hebreos 12:12-13).
Aquí encontramos una de las 28 veces que en el Nuevo Testamento la palabra griega para sanar se usa de manera figurada, significando que por nuestro buen ejemplo, los perdidos pueden salvarse. En todos los demás casos se utiliza de manera literal, significando “curar, sanar, o hacer pleno”. Pero créanlo o no, hay algunas personas que quieren hacer caso omiso del resto y solamente citan Hebreos 12:13 para demostrar que el Nuevo Testamento no promete la sanidad física a nadie.
Advertencia para los que rechazan la gracia de Dios
“Procuren vivir en paz con todos, y en santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Tengan cuidado. No vayan a perderse la gracia de Dios; no dejen brotar ninguna raíz de amargura, pues podría estorbarles y hacer que muchos se contaminen con ella. Que no haya entre ustedes ningún libertino ni profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Ya ustedes saben que después, aunque deseaba heredar la bendición, fue rechazado y no tuvo ya la oportunidad de arrepentirse, aun cuando con lágrimas buscó la bendición” (Hebreos 12:14-17).
Al leer esta narración en Génesis 27:30-40, podemos darnos cuenta que Esaú no expresó ningún arrepentimiento, solamente se lamentó. Él no consideró que lo que había hecho era algo malo, sino que se enfureció porque eso ocasionó que perdiera algunos beneficios. Sin arrepentimiento no puede haber perdón, porque el arrepentirse significa cambiar nuestra mente y darnos cuenta que algo que hicimos fue pecado. Si nosotros no creemos que fue pecado, no pediremos ser perdonados. ¿Cuántas veces usted ha dicho, “Te perdono” a alguna otra persona, solamente para obtener de ellas una mirada en blanco, pensando qué es lo que usted quiere decir, o si está tratando de justificar el comportamiento de ellas hacia usted? Ellas no creen que le hayan hecho nada malo a usted. Por eso fue que David le pidió perdón al Señor por los pecados sobre los que no tenía conocimiento de haber cometido (Salmo 19:12). Él sabía que no nos damos cuenta de lo mucho que pecamos.
“Ustedes no se han acercado a aquel monte que se podía tocar y que ardía en llamas, ni tampoco a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, ni al sonido de la trompeta, ni a la voz que hablaba, y que quienes la oyeron rogaban que no les hablara más porque no podían sobrellevar lo que se les ordenaba: «Incluso si una bestia toca el monte, será apedreada o atravesada con una lanza». [Éxodo 19:12-13] Lo que se veía era tan terrible, que Moisés dijo: «Estoy temblando de miedo» [Deuteronomio 9:19]. Ustedes, por el contrario, se han acercado al monte de Sion, a la celestial Jerusalén, ciudad del Dios vivo, y a una incontable muchedumbre de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios, el Juez de todos, a los espíritus de los justos que han sido hechos perfectos, a Jesús, el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel” (Hebreos 12:18-24).
El contraste entre estos dos puntos de vista no puede ser más desolador, confirmando sin lugar a dudas la importancia primordial de la cruz. Yo creo que la sangre rociada es una referencia a la sangre de Jesús la cual Él roció sobre el altar del Cielo, mientras que la sangre de Abel se refiere a los animales que él trajo al altar en el Edén. La primera nos ha perfeccionado para siempre mientras que la segunda solamente puso sus pecados a un lado mientras tanto.
“Tengan cuidado de no desechar al que habla. Si no escaparon los que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si desechamos al que amonesta desde los cielos. En aquella ocasión, la voz de Dios sacudió la tierra, pero ahora ha prometido: «Una vez más sacudiré no sólo la tierra, sino también el cielo.» [Hageo 2:6]. Y esta frase, «Una vez más», significa que las cosas movibles, es decir, las cosas hechas, serán removidas para que permanezcan las inconmovibles. Así que nosotros, que hemos recibido un reino inconmovible, debemos ser agradecidos y, con esa misma gratitud, servir a Dios y agradarle con temor y reverencia. Porque nuestro Dios es un fuego que todo lo consume” [Deuteronomio 4:24] (Hebreos 12:25-29).
Todas aquellas personas que no creen no hacen lo que se les ordena y se apartan cuando las cosas se ponen difíciles. En el Antiguo Pacto era obedecer los mandamientos, en el Nuevo pacto es creer en Aquel que Él envió. Una vez más el autor lanza una advertencia en contra de la incredulidad y luego les reasegura a sus lectores que Él no estaba hablando sobre nosotros. A nosotros él nos dice, “Puesto que ustedes están recibiendo algo que no puede ser quitado, adoren a Dios de acuerdo a eso”.
Hebreos Capítulo 13
Conclusiones y exhortaciones
“Que el amor fraternal permanezca en ustedes. Y no se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Acuérdense de los presos, como si ustedes mismos estuvieran presos con ellos, y también de los que son maltratados, como si ustedes mismos fueran los que sufren” (Hebreos 13:1-3).
El escritor empezó su carta diciendo que los ángeles son espíritus ministradores enviados para servir a aquellas personas que heredarán la salvación (Hebreos 1:14). Ahora él dice que cuando vengan se parecerán a nosotros. No tenemos ninguna idea de cuántas veces una persona que parece ordinaria y que apareció de la nada nos ha ayudado, la cual había estado frente al trono de Dios solamente unos segundos antes. Tampoco sabemos cuántas otras veces eso sucedió sin siquiera habernos dado cuenta. Debemos estar más alertas, y darles las gracias a todas esas personas que nos han ayudado como si fueran los espíritus ministradores. Y en lugar de rechazar a las personas que se encuentran en problemas como si tuvieran una enfermedad contagiosa, deberíamos tratarlos como queremos ser tratados nosotros. Estos son ejemplos específicos del principio general de la Regla de Oro.
“Todos ustedes deben honrar su matrimonio, y ser fieles a sus cónyuges; pero a los libertinos y a los adúlteros los juzgará Dios. Vivan sin ambicionar el dinero. Más bien, confórmense con lo que ahora tienen, porque Dios ha dicho: «No te desampararé, ni te abandonaré» [Deuteronomio 31:6]. Así que podemos decir con toda confianza: «El Señor es quien me ayuda; no temeré lo que pueda hacerme el hombre.»” [Salmo 118:6-7] (Hebreos 13:4-6).
Los dos destructores más comunes del matrimonio son el sexo y el dinero. Ambos son exacerbados por una sociedad que nos dice que para ser exitosos necesitamos mucho de los dos. Pero el Señor sabe lo que necesitamos y nos ha prometido que nunca nos faltará nada. Si primero buscamos Su reino, todo lo demás seguirá (Mateo 6:33).
“Acuérdense de sus pastores, que les dieron a conocer la palabra de Dios. Piensen en los resultados de su conducta, e imiten su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:7-8).
Debemos mirar a los grandes hombres de la fe para inspirarnos, pero también a aquellas personas entre nuestros contemporáneos quienes nos han producido el impacto espiritual más grande. Debemos emularlos. Las promesas del Señor no cambian. Lo que Él hizo por ellos lo hará también por usted.
“No se dejen llevar por doctrinas diversas y extrañas. Es mejor afirmar el corazón con la gracia, y no con alimentos, los cuales nunca fueron de provecho para los que se ocuparon de ellos. Nosotros tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven en el tabernáculo” (Hebreos 13:9-10).
La carta fue escrita primeramente a los judíos y el escritor les recuerda que las restricciones dietéticas no les hicieron ningún bien espiritual. Como un ejemplo, con toda su purificación ritual, los sacerdotes no podían compartir la comunión.
“Los cuerpos de los animales cuya sangre introduce el sumo sacerdote en el santuario a causa del pecado, se queman fuera del campamento. De igual manera, Jesús sufrió fuera de la puerta, para santificar así al pueblo mediante su propia sangre. Así que salgamos con él fuera del campamento, y llevemos su deshonra, pues no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que vamos en pos de la ciudad que está por venir. Por lo tanto, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Jesús, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de labios que confiesen su nombre. No se olviden de hacer bien ni de la ayuda mutua, porque éstos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebreos 13:11-16).
Él fue sacrificado fuera de la ciudad junto a los criminales más bajos, que no valían más para los líderes religiosos que el cadáver desechado de sus sacrificios. La idea es que si hubieran estado buscando a Jesús, debieron salirse del judaísmo para encontrarlo. Ya a Dios no le agradan los sacrificios rituales. Lo que Él más quiere es nuestro reconocimiento que el sacrificio perfecto al que todo señaló ha llegado, y que nuestra amabilidad hacia los demás sea una expresión de nuestro agradecimiento. Este es nuestro sacrificio de alabanza.
“Obedezcan a sus pastores, y respétenlos. Ellos cuidan de ustedes porque saben que tienen que rendir cuentas a Dios. Así ellos cuidarán de ustedes con alegría, y sin quejarse; de lo contrario, no será provechoso para ustedes” (Hebreos 13:17).
Pablo nos advirtió que obedeciéramos a los jefes de gobierno. Ellos fueron puesto allí por el mismo Dios (Romanos 13:1). Ahora se nos dice que obedezcamos a nuestros líderes eclesiásticos también. Así como nosotros somos el rebaño, ellos son los pastores y tendrán que dar cuentas sobre cada uno de nosotros. Si somos una carga innecesaria para ellos, no les estamos haciendo ningún bien.
“Oren por nosotros, pues estamos seguros de tener la conciencia tranquila y deseamos portarnos bien en todo. Pido especialmente sus oraciones, para que pronto pueda volver a estar con ustedes. Que el Dios de paz, que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, los capacite para toda buena obra, para que hagan su voluntad, y haga en ustedes lo que a él le agrada, por medio de Jesucristo. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Hermanos, les ruego que reciban con paciencia estas palabras que les he escrito, como una breve exhortación. Quiero que sepan que nuestro hermano Timoteo ya está en libertad; si llega pronto, iré con él a verlos. Saluden a todos sus pastores y a todos los santos. Los de Italia les mandan saludos. Que la gracia sea con todos ustedes. Amén” (Hebreos 13:18-25).
En este capítulo se nos dan siete elementos del amor fraternal:
- Ser amables con los extraños.
- Recordar a los encarcelados.
- Recordar a los maltratados.
- Mantener el lecho matrimonial sin mancha.
- Evitar el amor al dinero.
- Obedecer a nuestros pastores.
- Mantener la pureza del Evangelio.
También se nos dan varias pistas de que Pablo fue el escritor. Su mención de Timoteo, su pedido de que oren por él para que pueda visitarlos, su mención de los que se encuentran en Italia, y su uso de la palabra gracia. Esa era su marca de identificación, la cual aparecía al final de cada una de sus cartas. Ningún otro de los escritores usó esta palabra.
Espero por este estudio que ustedes empiecen a estar de acuerdo conmigo que la carta que con más frecuencia se cita para negar la seguridad eterna es, de hecho, la que la apoya más ardientemente. Salvos por gracia y justificados por la fe, hemos sido hechos perfectos para siempre por la sangre de Cristo.