Domingo, 20 de octubre de 2013
Un artículo de fondo por Jack Kelley
“No se dejen engañar de ninguna manera, porque primero tiene que llegar la rebelión contra Dios y manifestarse el hombre de pecado, el que está destinado a la destrucción” (2 Tesalonicenses 2:3 NVI).
En la Biblia Versión Reina Valera 1960, la palabra griega traducida “rebelión” en el versículo anterior, se traduce “apostasía” (del griego apostasía). Esta palabra se usa generalmente para describir la partida, o salida, de la religión que uno ha seguido. Es cuando alguna persona dice que creía en una religión en particular en el pasado, pero que más tarde dejó esa religión, y dijo que ya no creía en ella, o que nunca creyó en ella.
Debido a que Pablo dijo que esta apostasía precedería tanto el Día del Señor como la presentación pública del anticristo, muchos estudiosos de la profecía están tratando de determinar si la profecía de Pablo se ha cumplido o se está cumpliendo ahora.
En la realidad, eso no es tan sencillo como parece por dos razones. Una es que las personas apóstatas hoy día aún se miran como creyentes en Cristo, y no sienten que han dejado la religión. La otra razón es que la apostasía ha estado sucediendo por más tiempo de lo que la gente se ha dado cuenta.
Usted debe ser nacido(a) de nuevo
Por ejemplo, la Biblia dice que debemos nacer de nuevo para poder ver el reino de Dios (Juan 3:3). Yo sé que la frase “nacer de nuevo” lleva connotaciones negativas en algunos círculos “cristianos”, así que definamos lo que quiere decir-
Juan 1:12-13 dice que aquellas personas que recibieron al Señor y creyeron en Su nombre, Él les dio la potestad de ser hijos de Dios—hijos no nacidos de descendencia natural ni de decisión humana, ni de la voluntad de un esposo, sino nacidos de Dios.
En Juan 3:5-6 Jesús equiparó el nacer de nuevo con el nacer de agua y del Espíritu. Puesto que todos hemos pasado los primeros nueve meses de nuestra existencia en una bolsa de fluido amniótico que es muy similar a la composición del agua de mar, todos somos nacidos de agua. A esto le llamó Juan nacer de descendencia natural o de decisión humana o de la voluntad de un esposo en Juan 1:12-13.
El ser nacidos del Espíritu sucede cuando creemos que somos pecadores y necesitamos de un Salvador y que Jesús vino a la Tierra para morir por nuestros pecados. Pablo dijo que en ese momento somos marcados en Él con un sello, el Espíritu Santo prometido, quien es un depósito que garantiza nuestra herencia (Efesios 1:13-14). A la vista de Dios nosotros de inmediato somos una nueva creación que ha reemplazado a la vieja creación (2 Corintios 5:17) y hemos recibido todos los derechos de ser hijos de Dios (Gálatas 4:4-7). Esto es lo que nacer de nuevo significa.
Durante la mayor parte de los 2000 años de historia la gran mayoría de personas cristianas han creído en este principio básico de nuestra fe, pero tristemente ese ya no es el caso. Según una encuesta reciente llevada a cabo por el Grupo Barna, solamente en los EE.UU. cerca de la mitad de aquellas personas que afirman ser cristianas también se identifican como haber nacido de nuevo.
Es difícil establecer cuándo empezó esta apostasía porque ha estado sucediendo de manera gradual, pero posiblemente pueda ser trazada a la decisión de las antiguas grandes denominaciones de reemplazar el nacer de nuevo con la membresía en una congregación local como condición de recibir la salvación. Esto sucedió después que liberalismo teológico empezó a invadir los seminarios estadounidenses en los primeros años del siglo veinte. La deidad de Jesús, la inspiración de las Escrituras, la existencia del infierno, la declaración del Señor de ser el único camino a la salvación así como otras creencias tradicionales, fueron puestas en duda. El finado Dr. Walter Martin dijo que así fue como el liberalismo teológico eventualmente se convirtió en un culto.
Debido a eso, ahora tenemos un par de generaciones de gente buena que asisten de manera regular a la iglesia y se llaman a sí mismas cristianos, pero no llenan los requisitos de Juan 3:3 para tener la vida eterna. Realmente no pueden ser llamados apóstatas porque nunca dejaron la fe con que iniciaron. Es la denominación liberal a la que pertenecen la que es apóstata.
Las personas verdaderamente creyentes entre ellas eventualmente se fueron de esas denominaciones en busca de una iglesia que aún cree lo que la Biblia enseña. Pero esas personas no se estaban alejando de la fe, sino que estaban cayendo en ella. El “Movimiento de Jesús” de los años de 1970 fue probablemente el éxodo más concentrado de estas denominaciones. La mayoría de las personas que se quedaron fueron cristianos de nombra nada más y quedaron contentos de quedarse allí.
En el otro lado de la moneda tenemos las iglesias evangélicas, muchas de las cuales no pertenecen a ninguna denominación. Estas son a las que los verdaderos creyentes se acercaron luego de dejar sus denominaciones apóstatas. Con el correr de los años, estas iglesias han atraído más personas y a pesar de que han enseñado de manera consistente sobre el pecado y la salvación, y la necesidad de nacer de nuevo, algunas personas respondieron y otras no.
Las personas que no respondieron se cansaron de estar oyendo el mensaje de la salvación y empezaron a apartarse hacia las iglesias emergentes en donde el pecado y la salvación no se mencionan mucho y asistir a estas es más emocionante para ellas. Cuando llegaron allí se unieron a los hijos del remanente de cristianos de nombre nada más de las otras denominaciones, quienes se habían ido porque no creían que la religión de sus padres era relevante. (Por lo menos tenían razón acerca de eso.)
El movimiento de la iglesia emergente habla sobre la necesidad de ser seguidores de Cristo, no solamente creyentes, y le da mucho énfasis al llamado evangelio social. Sus líderes aprovechan la energía de sus seguidores juveniles por medio de interminables programas que mantienen a la membresía ocupada y plena. El hecho de que muchos de sus “seguidores de Cristo” no son salvos no parece preocuparles.
Esto nos lleva de vuelta a la definición de apostasía. Recuerden, apostasía es cuando alguna persona dice que creyó en una religión en particular en el pasado, pero más tarde dejó esa religión, y dijo que ya no cree en ella, o que nunca creyó en ella.
La frase operativa es nunca creyó. Ahora, no me malinterpreten aquí. Yo solamente estoy emitiendo observaciones generales acerca de esos grupos. Yo sé que hay personas creyentes nacidas de nuevo entre la población de los cristianos que tienen una denominación y que hay personas nacidas de nuevo entre las que asisten a las iglesias emergentes.
Pero en su mayoría, cuando las denominaciones liberales se volvieron apóstatas los pastores y sus miembros que se quedaron nunca creyeron en la necesidad de nacer de nuevo. Fueron los verdaderos cristianos quienes se fueron.
El caso opuesto fue el de las iglesias evangélicas. La mayoría de las personas que las dejaron para unirse a la iglesia emergente nunca creyeron en la necesidad de nacer de nuevo tampoco. Quienes se quedaron fueron los verdaderos creyentes.
Pero el resultado final fue el mismo. Ya sea que se quedaran como en el primer caso, o se fueran como en el segundo, esas personas no se estaban apartando de su fe, porque era una fe que nunca tuvieron. Recuerden, Pablo citó al Espíritu Santo diciendo que en los últimos días algunas personas abandonarían la fe para seguir a espíritus engañosos y doctrinas de demonios (1 Timoteo 4:1). Él no dijo “su fe” con lo cual habría implicado que era algo que personalmente tenían, sino “la fe”, con lo cual dijo que era la fe que comúnmente tenía la persona cristiana nacida de nuevo.
Y en 2 Timoteo 3:5 él dijo que estas personas tendrían una forma de santidad pero que negarían el poder de la misma. Esto describe a las personas cristianas de nombre solamente, puesto que ninguna persona nacida de nuevo puede negar el poder de Dios en sus vidas.
¿Cómo sabe usted estas cosas?
¿Cómo podemos estar seguros de que los verdaderos creyentes no están abandonando su fe? Primero, veremos un par de declaraciones generales. En Juan 5:24 Jesús dijo:
De cierto, de cierto les digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida.
Observen que Él no dijo que tendrá vida eterna, sino que tiene vida eterna. Cualquier persona que oye la palabra del Señor y cree en lo que Él hizo por nosotros ya tiene vida eterna. En Juan 6:37-40 Él dijo:
Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero
Si colocamos eso dentro de la analogía del pastor/oveja, y si pedimos unirnos al rebaño del Padre, Él nos confiará al cuidado de Su Hijo, el Buen Pastor, el cual ha prometido no echar a nadie de Su presencia ni a perder a ninguno de nosotros. Eso significa que si nos apartamos, como las ovejas tienden a hacerlo, Él va a venir tras nosotros para traernos de vuelta. (Lucas 15:3-4).
Finalmente, en Juan 10:27-30 Jesús dijo que nadie nos puede quitar de la mano de Su Padre ni de la de Él. (No dice nadie sino nosotros.) Toda aquella persona que se une al rebaño del Padre es parte de ese rebaño para siempre. Pablo explicó cómo es que eso sucede.
Recuerden, en Efesios 1:13-14 él dijo que fuimos incluidos en Cristo cuando oímos el evangelio de nuestra salvación y lo creímos. En ese momento recibimos el sello del Espíritu Santo como un depósito que garantiza nuestra herencia. No hay ninguna palabra en todo el Nuevo Testamento que diga que ese sello se rompe, o que ese depósito se devuelve, o que la herencia se cancela, y eso es como sigue:
En 1 Corintios 6:19-20 Pablo dijo que no nos pertenecemos a nosotros mismos puesto que hemos sido comprados a un precio.
En 2 Corintios 1:21-22 él dijo que es Dios el que nos hace estar firmes en Cristo. Él nos ungió, puso Su sello de propiedad en nosotros y puso Su Espíritu en nuestros corazones como un depósito que garantiza lo que está por venir. Así que es Dios el que nos compró, y el precio que Él pagó fue la sangre de Su Hijo (1 Pedro 1:18). El Creador del Universo nos ha hechos suyos y esa decisión es irreversible.
“Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19).
“Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre ustedes dios ajeno. Ustedes, pues, son mis testigos, dice el Señor, que yo soy Dios. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?” (Isaías 43:12-14).
Conforme la ola de la opinión pública se vuelve en contra de la aceptación de ser cristianos, dos cosas están sucediendo. Aquellas personas que son verdaderamente nacidas de nuevo se están acercando más a Dios y más entre ellas, y aquellas que son cristianas solamente de nombre solamente están abrazando las maneras del mundo y terminando de apartarse de una fe que nunca tuvieron. Esta es la gran Apostasía. 20/10/13