Lunes 22 de marzo de 2021
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“El siguiente día Juan vio que Jesús venía hacia él, y dijo: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo… Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Juan 1:29, 34).
Juan el Bautista había estado predicando sobre el Mesías venidero, identificándose como aquel de quien Isaías había prometido cerca de 700 años antes. Citando a Isaías 40:3 Juan dijo, “Yo soy la voz que clama en el desierto: Enderecen el camino del Señor” (Juan 1:23).
Al presentarle a Israel a Jesús como el Cordero de Dios se quitaba cualquier duda para poder hacer una comparación entre Jesús y el Cordero Pascual en sus mentes. Al leer sobre la primera Pascua (Éxodo 12:1-20) desde una perspectiva cristiana, la similitud es tan clara que nos pone a pensar cómo es que no la pudieron ver. De hecho, hay varios cientos de profecías en el Antiguo Testamento que fueron cumplidas en la vida de Jesús y muchas de ellas sucedieron en la última semana de Su vida terrenal, durante los dos eventos que se celebran en los próximos días, el Domingo de Ramos para la Iglesia y la Pascua para Israel.
Cristo, nuestro Cordero Pascual, ya fue sacrificado… 1 Corintios 5:7
La historia de la Pascua ya debe de sernos familiar. Dios había enviado a Moisés a liberar a los israelitas de la esclavitud en Egipto y llevarlos a la Tierra Prometida. Pero Faraón había rehusado dejarlos ir. Desde el principio él había dicho:
“¿Y quién es ‘el Señor’, para que yo le haga caso y deje ir a Israel? Yo no conozco al Señor, ni tampoco dejaré ir a Israel” (Éxodo 5:2). Faraón se consideraba como un dios, y por lo tanto igual a cualquier otro dios.
Entonces Dios trajo una serie de plagas en contra de Egipto. Él convirtió su agua en sangre. Él causó una invasión de ranas, luego una de piojos, y después una de moscas. Hizo que su ganado muriera. Causó un brote de llagas dolorosas, y de grandes granizos que destruyó sus siembras, una plaga de langostas que se comieron lo que había quedado, y otra de tinieblas. A través de estas nueve plagas, Faraón había permanecido tan obstinado como Dios lo había predicho, y rehusó dejar ir a los israelitas. Ahora el enfrentamiento final entre Dios y Faraón venía.
“El Señor le dijo a Moisés: Todavía voy a traer una plaga sobre el faraón y sobre Egipto. Después de eso, él los dejará ir de aquí, y esa expulsión será definitiva. Ve ahora y habla con el pueblo, para que todos, hombres y mujeres, les pidan a sus vecinos y vecinas alhajas de oro y plata” (Éxodo 11:1-2).
La décima plaga, la muerte de todos los primogénitos, es la que quebraría la voluntad de Faraón el cual liberaría a los israelitas de su esclavitud, pero primero tenían que ser protegidos de la plaga.
En el décimo día del mes primero Dios hizo que seleccionaran un cordero macho por familia y lo inspeccionaran durante tres días para asegurarse que no tenía ningún defecto o mancha. Luego el cordero sería sacrificado y la sangre aplicada al marco de la puerta de sus casas. El atardecer trajo el día 14 del mes, y después de cocinar el cordero, cada familia se reunió a puerta cerrada en sus casas, y comió rápidamente el cordero, con hierbas amargas y pan sin levadura, sin aventurarse a salir. A la media noche el ángel destructor vendría por todo Egipto para matar a los primogénitos de cada familia, excepto a quienes habían rociado sus puertas con la sangre del cordero (Éxodo 12:1-13, 21-23, 28-30).
A la mañana siguiente los israelitas fueron liberados de su esclavitud. Siguiendo las instrucciones recibidas, todos pidieron a sus vecinos egipcios artículos de plata y oro y de esa forma se les dio la riqueza de Egipto. (Más tarde, esta plata y oro servirían para construir el tabernáculo.) Luego empezaron su viaje a la Tierra Prometida con Dios en su medio. Ellos no fueron salvados debido a que eran judíos, ni tampoco porque habían saboreado un cordero para la cena la noche anterior, sino porque ellos habían aplicado la sangre de ese cordero en las puertas de sus casas creyendo que eso los protegería. Fueron salvados por medio de la fe en la sangre del cordero.
Seguidamente les digo algo para que lo piensen por un momento. Dos años después del éxodo de Egipto, el Señor hizo que Moisés tomara un censo de toda la gente, haciendo una lista de todos los varones de 20 años para arriba, que podían servir en el ejército. La cantidad de los que cumplieron con ese requisito fueron 603.550 (Números 1:1-46). Cuando usted considera a los ancianos, todos los varones menores de 20 años y las mujeres de todas las edades, la mayoría de los eruditos concuerdan en que la población de Israel pudo haber sido de 1,5 millones en ese momento.
Ahora, qué pensaría usted de las posibilidades de que en un grupo de ese tamaño alguien no pudiera viajar en determinado día debido a la edad, una enfermedad, una herida, o alguna otra dolencia. Y sin embargo, ningún israelita se quedó atrás. Yo creo que uno de los más grandes milagros de la Pascua no se ha mencionado. Y también creo que el Señor milagrosamente sanó a todas las personas que lo necesitaban en ese día, para que todas ellas pudieran viajar.
Y nosotros, igual que los israelitas en Egipto, somos esclavos, manteniéndonos atados al pecado. En ese primer Domingo de Ramos, el décimo día del mes primero, nuestro Cordero Pascual fue seleccionado, permitiendo que fuera proclamado como Rey de Israel por primera y única vez en Su vida. Cuando los fariseos le dijeron que reprendiera a Sus discípulos por hacer eso, Él dijo que si ellos callaban las mismas piedras clamarían (Lucas 19:39-40). Este fue el día ordenado en la historia para que Él hiciera Su aparición como su Mesías.
Durante los siguientes tres días Él fue sujeto al interrogatorio más intenso de todo Su ministerio, para determinar si había algún defecto en Sus palabras u obras. Luego en el día catorce Él fue crucificado liberándonos de nuestra atadura al pecado, y calificándonos para recibir la riqueza de Su Reino. Nosotros somos salvos por medio de la fe en la sangre del Cordero. Pero nos estamos adelantando.
El Hijo del Hombre lloró, El Hijo de Dios advirtió
“Ya cerca de la ciudad, Jesús lloró al verla, y dijo: ¡Ah, si por lo menos hoy pudieras saber lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Porque van a venir sobre ti días, cuando tus enemigos levantarán un cerco a tu alrededor, y te sitiarán. Y te destruirán por completo, a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no te diste cuenta del momento en que Dios vino a visitarte” (Lucas 19:41-44).
El profeta Daniel les había diseñado el esquema 500 años antes. Desde el momento que los judíos obtuvieron el permiso para reconstruir Jerusalén después que había sido destruida por los babilonios, a la llegada del Mesías, habría 69 períodos de 7 años cada uno, o un total de 483 años (Daniel 9:25). La historia nos dice que esta autorización se la dio a Nehemías el rey persa Artajerjes Longimano en Marzo del año 445 a.C. (Nehemías 2:1-9). El domingo cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un asno ante la gritería de la gente de “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lucas 19:38, Salmo 118:26), pasaron exactamente 483 años. Pero para entonces, la mayoría de los líderes judíos ya no tomaban sus Escrituras de manera literal y negaban la validez de la profecía predictiva. En consecuencia, ellos fallaron en reconocerlo a Él, y la profecía de Lucas 19:41-44 se cumplió con todo detalle gráfico 38 años después.
No obstante su rechazo a la profecía predictiva, el Señor los responsabilizó porque ellos sabían cuándo Él se presentaría oficialmente como su Rey, entrando a la ciudad montado sobre asno tal y como la profecía de Zacarías 9:9 lo había predicho. Dado que cientos de profecías adicionales de Su primera venida habían sido cumplidas claramente en su medio, podemos ver el punto del Señor. Recuerden que todas esas profecías se cumplieron dentro del lapso de una generación, en la que Él llegó. Hay cientos de profecías adicionales relacionadas con Su Segunda Venida, y de nuevo, todas serán cumplidas dentro del lapso de una generación, aquella durante la cual Él llegará (Mateo 24:34). E igual que antes, nuestros líderes no están tomando la Biblia de manera literal y la validez de la profecía predictiva de nuevo está siendo negada. Pero a pesar de lo que opinen, el Señor responsabilizará a las personas de nuestros días por no “reconocer el tiempo en que nos visitó” como lo hizo en aquel entonces.
¿Quién era ese Hombre?
Con el correr de los años he recibido una cantidad de correos electrónicos de personas que supongo son judías, afirmando que Jesús no cumplió con ni uno solo de los requisitos para ser el Mesías de Israel. He llegado a darme cuenta de que ellos piensan de esa manera porque Israel está esperando un Mesías que cumpla lo que nosotros llamamos las profecías de la Segunda Venida. Ellos querían al León de la Tribu de Judá, un poderoso guerrero como el Rey David, para que les quitara el yugo romano y restaurara el reino de Israel. Ellos no pensaban que necesitaban un Salvador porque estaban convencidos de que con guardar la Ley serían salvos. Por lo tanto, cuando tuvieron al Cordero de Dios que vino a quitar sus pecados lo rechazaron.
Hoy en día, debido a una negación similar de la validez de la profecía, la mayoría del mundo está buscando alguna versión del Cordero de Dios. La gente quiere un maestro gentil que nos aceptará a todos por igual y que prometa mostrarnos el camino hacia la paz y la plenitud. No pensarán que necesitan un conquistador, por eso es que cuando venga el León de Judá para destruir totalmente a Sus enemigos y restaurar el Reino de Dios, no lo van a reconocer hasta que sea demasiado tarde (Mateo 24:30). Como alguien lo dijo, “Aquellas personas que no aprenden de la historia están condenadas a repetirla.” Ya casi se escuchan los pasos del Mesías. 29/03/15.