Lunes 2 de diciembre de 2019
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Después de su pecado y expulsión del Jardín del Edén, Adán y Eva deben de haber estado muy desesperados. Ellos habían experimentado la vida antes y después de la maldición, y en realidad han sido los únicos que lo han hecho, teniendo un conocimiento de primera mano sobre la diferencia. Y qué diferencia era esa. Aun esa parte que solamente podemos relacionar con ellos pasó a ser devastadora.
Por ejemplo, suponga que un día usted fue gerente residente de la hacienda más rica y más lujosa del mundo, con todas sus comodidades y privilegios, y al siguiente día usted se convierte en un pobre granjero en el lado opuesto de la estructura social y económica. Y eso solamente era el comienzo. ¿Y qué le parecería si además de eso ya usted dejó de ser inmortal, y tampoco es ya uno en espíritu con su Creador?
La simiente de la mujer
Para evitar que se descorazonaran demasiado, Dios les prometió un redentor. En Génesis 3:15 leemos,
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.
Él le estaba hablando a aquel que habitaba en la serpiente y en hebreo la promesa contiene una imposibilidad biológica. La simiente proviene del varón. Esa es la primera sugerencia de la Biblia sobre un nacimiento virginal. Un descendiente de la mujer va a destruir a Satanás y reversar las consecuencias de lo que este había manipulado, redimiendo a la humanidad de la atadura del pecado.
Dos capítulos después, en Génesis 5, la Biblia nos brinda otra sugerencia sobre eso. Las palabras hebreas que son las raíces de los nombres de los 10 patriarcas nombrados allí, forman una frase. En español, esa frase se leería así
“El hombre está asignado al lamento mortal, pero el Dios Bendito bajará enseñando que Su muerte traerá el descanso tan desesperadamente esperado”.
Esta es una profecía de que el mismo Dios vendría a la tierra como la simiente de la mujer, y redentor de la humanidad.
Siglos más tarde, eso fue confirmado por el Profeta Isaías.
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
Como creyentes del Nuevo Testamento podemos ver que los cinco nombres que se enumeran aquí, describen a los tres miembros de la Trinidad. Admirable es el nombre con el que el Ángel del Señor se identificó cuando visitó a los padres de Sansón (Jueces 13:18). Cuando la frase “El Ángel del Señor” aparece en el Antiguo Testamento, se da conjuntamente con la visita pre-encarnada del Señor Jesús. La referencia en Isaías 9:6 sobre Él queda confirmada por el título Príncipe de Paz. Jesús le llamó al Espíritu Santo el Consejero (Consolador) en Juan 14:26, y Dios Fuerte y Padre Eterno solamente pueden referirse a Dios.
Un descendiente de Abraham
En Génesis 12:1-3 el origen de este redentor queda aún más claro. Allí Dios le prometió a Abraham que todas las naciones de la tierra serían bendecidas por medio suyo, y en Génesis 22 Dios hizo que Abraham hiciera una representación de eso con el sacrificio de Isaac, su “hijo único”, en el Monte Moriah. Dos mil años después, otro Padre ofrecería a Su Hijo único como sacrificio por el pecado en el mismo lugar. Abraham sabía esto y fue por eso que le puso a ese lugar el nombre de Jehová Jireh, diciendo, “En el monte de Jehová será provisto” (Génesis 22:14).
El León de Judá
Más tarde, cuando el nieto de Abraham, Jacob, estaba por morir, resumió eso aún más diciendo que todos los reyes de Israel, incluyendo el último, “aquel a quien le pertenece (el cetro)”, vendría de los descendientes de uno de sus hijos, Judá (Génesis 49:10), siendo ese el origen del título “León de Judá” como una referencia mesiánica.
El Hijo de David
En 2 Samuel 7:12-15 leemos que David anhelaba construir un Templo para Dios, pero Dios no se lo permitió, diciendo que sería un hombre de paz el que le construiría una casa a Él. Dios le dijo que ese hombre sería su hijo Salomón, y durante el reinado de Salomón, Israel experimentó la paz como nunca antes la había sentido, ni la ha sentido desde entonces. Pero para aplacar la desilusión de David, Dios prometió construirle una “casa” y así fue como se fundó la Dinastía Davídica. De allí en adelante, siempre habría un descendiente directo de David en el trono de Israel. Esa fue una promesa eterna hecha cerca del año 1000 a.C., y Salomón sería el primero en cumplirla. Pero ya que ni Salomón ni cualquier otro Rey Davídico fue azotado por los hombres por “haber hecho algo malo” (2 Samuel 7:14) aquí hay mucho más encerrado de lo que el ojo puede ver. Las frases contienen sombras del Mesías.
Entonces, a través de la revelación progresiva de Dios hemos podido reducir las cosas aprendiendo que el redentor sería un hijo de Eva, con lo cual nadie queda excluido, que sería de la familia de Abraham, luego de Judá, y luego de David. Pero aún no terminamos. Durante los siguientes 400 años los reyes davídicos fueron de mal en peor, con unas pocas excepciones. Finalmente, en tiempos del Profeta Jeremías, Dios ya había tenido suficiente y pronunció una maldición de sangre sobre la descendencia de David, diciendo que ningún hijo del entonces Rey Joacim volvería a reinar en Israel (Jeremías 22:30). La descendencia de David, iniciada con Salomón, parecía haber terminado y la promesa de Dios hecha a David se había roto.
El Renuevo
Sin embargo, antes de que la nación fuera llevada a Babilonia, mientras un rey davídico estaba sentado en el trono, Dios hizo que Ezequiel anunciara que la descendencia quedaba suspendida y no sería restablecida “hasta que venga aquel de quien es el derecho” (Ezequiel 21:27), recordando la profecía que pronunció Jacob. En el año 519 a.C., después que los judíos retornaron del cautiverio en Babilonia, Dios dijo que un hombre que Él llamó El Renuevo sería esa persona, y que también ostentaría el sacerdocio, combinando así los dos oficios, el de Rey y el de Sacerdote (Zacarías 6:12).
En el Antiguo Testamento hay cuatro referencias al Renuevo y todas ellas señalan al Mesías. En Zacarías 3:8 a Él se le llama el Siervo de Dios, en Zacarías 6:12 Él es un Varón, tanto rey como sacerdote. En Jeremías 23:5 A Él se llama el Rey Justo, y en Isaías 4:2 Él es el Renuevo de Dios.
Nacido de Mujer, Nacido en Belén
¿Pero cómo es que Dios solucionaría lo de la maldición de sangre? Para responder a eso debemos remontarnos cerca del año 750 a.C. En ese momento dos de las profecías mesiánicas jamás pronunciadas redujeron la situación a solamente una posibilidad. En Isaías 7:14 el Señor proclamó que el Mesías nacería de una virgen, y en Miqueas 5:2 que nacería en Belén, la Ciudad de David.
Para calificar legalmente y poder sentarse en el trono de David, el Mesías Rey debía ser de la casa y del linaje de David. Para ser de la casa de David tenía que ser un descendiente biológico de David. Y para ser del linaje de David tenía que pertenecer a la descendencia real. ¿Cómo podía ser esto?
Cuando leemos las genealogías del Señor en Mateo 1 y en Lucas 3, podemos darnos cuenta de las diferencias que existen desde el tiempo de David. La genealogía de Mateo proviene de Salomón, la línea real maldecida. Pero Lucas la detalla a través del hermano de Salomón, Natán. La descendencia de Natán no estaba maldecida, pero tampoco era la descendencia real. Un estudio más detallado muestra que Mateo en realidad nos está brindando la genealogía de José mientras Lucas muestra la de María. Ambos eran descendientes de David, y además, José era uno de los muchos herederos al trono de David, pero no podía reclamarlo debido a la maldición que pendía sobre su genealogía.
Entonces, por medio de Su madre María, Jesús era descendiente biológico de David. Cuando María y José se casaron, Jesús se convirtió en el hijo legal de José y heredero al trono de David, pero al no estar relacionado biológicamente con José no tenía la maldición sanguínea. Jesús era tanto de la casa como del linaje de David. Hoy día, Él ha sido el único hombre nacido en Israel desde el año 600 a.C. que tiene un legítimo reclamo al trono de David. El ángel Gabriel confirmó lo anterior a María cuando le anunció que concebiría un hijo, diciendo que Él ocuparía ese trono para siempre (Lucas 1:32-33). Isaías 9:7 había revelado esos mismos hechos siglos antes. La promesa de Dios a David permanece.
Daniel y los Magos
Doscientos años después que Miqueas identificó a Belén como el lugar del nacimiento del Mesías, el Señor le reveló a Daniel el momento de Su muerte. Esta ocurriría 483 años después de emitido el decreto para reconstruir y restaurar Jerusalén después del cautiverio babilónico, pero antes que un ejército enemigo la destruyera de nuevo (Daniel 9:24-27). Esto coloca la muerte del Mesías en algún momento entre el año 32 d.C. y el 70 d.C., según nuestro reconocimiento del tiempo.
Daniel instruyó a un grupo de sacerdotes persas para que pasaran esa información de padres a hijos, y según la tradición, apartaron lo grueso de la riqueza personal de Daniel como un regalo que ellos le presentarían al Mesías cuando llegara el momento de Su nacimiento. Aparentemente Daniel también les giró instrucciones para que buscaran una señal de confirmación según Números 24:17, la cual más tarde se conoció como la Estrella de Belén.
Los descendientes de estos sacerdotes, quienes en ese momento eran una fuerza política de mucha influencia en Partia (como llegó a llamarse Persia), permanecieron fieles al encargo de Daniel, y luego de ver la estrella, se prepararon para viajar a Jerusalén. Al llegar allí solicitaron una audiencia con el Rey Herodes preguntándole sobre la ubicación del que había nacido para ser Rey de Israel. Llamando a los principales sacerdotes Herodes repitió la pregunta y fue referido a Miqueas 5:2 en donde se identifica a Belén. Los sacerdotes partos, o magos como les llamamos, se dirigieron hacia allá y encontraron al bebé Jesús.
La lista de candidatos para Redentor de la Humanidad, Simiente de la Mujer, Descendiente de Abraham, el León de Judá, el Hijo de David, el Mesías de Israel, se ha reducido a solamente uno. Su nombre es Jesús.
La Fe en acción
Por fe, con nada más que las palabras de Daniel a sus antepasados, los magos iniciaron un peligroso viaje de 1.280 kilómetros dentro de territorio enemigo para conocer al Mesías. (Los partos y los romanos técnicamente estaban en guerra.) Y con 4.000 años de profecías cumplidas en las escrituras y que tenían en sus manos, los principales sacerdotes, los cuales ya no las tomaban de manera literal, rehusaron viajar con los magos esos ocho kilómetros desde Jerusalén a Belén para cerciorarse si la Palabra de Dios realmente era cierta. Al hacer eso, los líderes del pueblo al que Jesús vino a salvar, se perdieron de ver el evento central de toda la historia humana, consignándose ellos mismos a la separación eterna del mismo Dios a quien ellos estaban buscando.
Si la historia se repite como dicen que lo hace, entonces cuando Él regrese muchos de los expertos religiosos de hoy día, quienes tampoco toman las profecías de manera literal, cometerán el mismo error. Cuando ustedes recuerden la Razón para la Celebración, tomen un tiempo para darle gracias al Señor por haberlos hecho como los magos y no como esos expertos religiosos, porque si ustedes escuchan con cuidado, ya casi se oyen los pasos del Mesías. 22/12/12.