Miércoles, 7 de marzo de 2018
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Si usted está atento a nuestra sección “Pregúntele a un Profesor de Biblia”, se habrá dado cuenta de la cantidad de comentarios que he recibido últimamente que cuestionan la Doctrina de la Seguridad Eterna (c.c. OSAS, Una Vez Salvos Siempre Salvos, por sus siglas en inglés). Basado en el contenido de esos comentarios, he llegado a la conclusión de que muchas personas no entienden lo que es la S.E. (Seguridad Eterna) y tampoco han considerado la alternativa.
Empecemos por el principio
Ya es tiempo de enderezar las cosas de una vez por todas. ¿Qué se necesita para ser salvo? Yo creo que la mejor respuesta a esa pregunta es la que el mismo Señor nos dio en Juan 6:28-29.
“Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?
Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios, que ustedes crean en el que él ha enviado”.
Esa era la mejor oportunidad para enumerar las cosas que tenemos que hacer para satisfacer los requisitos de Dios. Jesús pudo haber recitado rápidamente los diez mandamientos. Pudo haber repetido el Sermón del Monte. Él pudo haber enumerado cualquier cantidad de amonestaciones y de restricciones necesarias para alcanzar y mantener las expectativas de Dios para con nosotros. Pero ¿qué fue lo que Él dijo? “Que ustedes crean en el que Él ha enviado”. Punto. Esto era una repetición de Juan 3:16, confirmando así que el creer en el Hijo es el único y solo requisito para la salvación.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino tenga vida eterna”.
Unos versículos más adelante, en Juan 6:38-40, Jesús dijo que esa no era solamente Su idea, y si eso no fuera suficiente, el Padre estaba en completo acuerdo con ello. Y no solamente nuestra creencia sería suficiente para proveernos con la vida eterna, sino que era la voluntad de Dios que Jesús no perdiera a ninguno que había creído. Usted y yo somos conocidos por haber desobedecido la voluntad de Dios, pero ¿Jesús lo hizo alguna vez? ¿Y no es que Él es el que lleva la responsabilidad de cuidarnos? Leámoslo.
“Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:38-40).
En caso de que nos olvidáramos de esta promesa, Jesús la volvió a hacer, esta vez con más claridad, en Juan 10:28-30. “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos”. Tanto el Padre como el Hijo han aceptado la responsabilidad de nuestra seguridad. Una vez que estamos en las manos de ambos, nadie nos puede separar de Ellos.
Yo he querido usar a propósito directamente las palabras de la propia boca del Señor para elaborar este caso, porque ya puedo escuchar los coros de “sí, pero” que se levantan de aquellas personas que rehúsan tomar el sentido literal de las palabras de Señor y se alistan para sacar a relucir sus versículos preferidos para negar la Seguridad Eterna, malinterpretándolos como generalmente lo hacen.
La sola característica de Dios que nos brinda el mayor consuelo es saber que Él no puede mentir, ni cambiar de parecer, o contradecirse a Sí mismo. Dios no puede decir una cosa en un lugar y luego decir algo enteramente diferente en otro. Él es consistente. Si Él dice que somos salvos únicamente debido a que creemos en Él, y Él ha aceptado la responsabilidad para mantenernos así, entonces podemos estar seguros de eso. Como veremos, cualquier cosa en la Biblia que pareciera contradecir estas afirmaciones directas y simples, debe de estar refiriéndose a algo más.
Pero primero, puesto que Dios le pone tanto énfasis a creer, analicemos más de cerca esta palabra. ¿Qué quiere decir Él cuando dice “cree”? Debe de ser algo más que una cosa casual porque las estadísticas confiables muestran, por ejemplo, que el 85% de aquellas personas que han pasado al frente para “recibir al Señor”, en una cruzada evangelística, o en cualquiera otra actividad similar, nunca se asocian a ninguna iglesia o grupo de estudio bíblico, o de alguna otra forma demuestran tener alguna relación con el Señor después de eso.
Y Jesús habló sobre la semilla que cayó sobre los pedregales. Él dijo, “Éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (Mateo 13:20-21). Si estas personas fueron salvas y luego cayeron, todas las promesas del Señor mencionadas anteriormente, se han roto. Debe de haber algo más. Entonces, ¿qué significa creer?
La palabra griega para creer es “pístis”. De acuerdo con la Concordancia de Strong, es la “convicción o creencia con respecto a la relación de las personas con Dios y las cosas divinas, generalmente con la idea incluida de confianza y fervor santo nacido de la fe y unido con esta”. En relación con el Señor Jesús, quiere decir, “una fuerte y bienvenida convicción o creencia que Jesús es el Mesías, a través de Quien obtenemos la salvación eterna en el Reino de Dios”.
El Apóstol Pablo nos dio una visión valiosa sobre la naturaleza de esta creencia. Él escribió, “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10).
Esto no es únicamente algo intelectual que nos eleva debido a las palabras de un orador cautivante, solamente para desinflarnos un corto tiempo después. Es la convicción que se forma en lo profundo de nuestro corazón, la realización de que Jesús no es solamente un hombre. Él es el mismo Señor, y Él llevó consigo el castigo debido a nuestros pecados, el cual es la muerte. Y para demostrar que Dios tomó Su muerte como suficiente, levantó a Jesús de los muertos para sentarlo a Su lado en los lugares celestiales. (Efesios 1:20). Puesto que Dios no puede morar en la presencia del pecado, y puesto que la paga del pecado es la muerte, cada uno de nuestros pecados tenía que ser pagado. Si acaso solamente uno permanecía sin ser pagado, Jesús aun estaría en la tumba. Tenemos que creer que Jesús resucitó para creer que también nosotros lo haremos.
Es esa clase de creencia lo que hace que usted sea salvo y salva y se mantenga así, porque con eso se pone en movimiento una cadena de eventos que son irreversibles. En esta cadena hay cuatro eslabones. Usted suple dos y el Señor suple los otros dos. Usted oye y cree, y el Señor sella y garantiza.
“En él también ustedes, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras (el depósito) de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14).
La frase traducida “las arras (el depósito)” es un término legal. Hoy día diríamos “pago en firme”. Es el pago de una prima de depósito la cual constituye una obligación legal que se debe cumplir con la compra. Si ustedes alguna vez han adquirido bienes raíces, entonces están familiarizados con ese término. Si no es así, les doy otro ejemplo. Es como si hubiéramos sido “apartados”. El precio ha sido pagado y hemos sido removidos de la vitrina, hasta que quien nos ha comprado regresa a reclamarnos. Mientras tanto no podemos ser comprados por nadie más porque, legalmente, pertenecemos a quien ha pagado el depósito. “Ustedes no son sus propios dueños”, se nos dice, “porque fueron comprados por un precio” (1 Corintios 6:19-20).
Todo esto sucedió en el primer momento en que creímos; antes de eso podíamos hacer cualquier cosa para ganar o perder nuestra posición. El hombre en la cruz a la par de Jesús, es el prototipo de esta transacción. Habiendo hecho algo lo suficientemente malo como para merecer ser ejecutado, se le prometió un lugar en el Paraíso solamente porque él creyó en su corazón que Jesús era el Rey de un Reino venidero.
Pablo lo puso aún más claro cuando repitió esta increíble promesa en 2 Corintios 1:21-22. “Y el que nos confirma con ustedes en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones”. Esta vez él quitó toda duda sobre Quien es el que nos mantiene salvos. “Y el que nos confirma con ustedes en Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. ¿Qué podrá ser más claro que esto?
Unión y Comunión
Si la Doctrina de la Seguridad Eterna es tan clara, entonces ¿por qué hay tantas desavenencias sobre la misma? Yo he podido encontrar dos motivos. El primero es de una naturaleza doble sobre nuestra relación con el Señor. Un lado se llama Unión el cual es eterno e incondicional, basado en nuestra creencia. Efesios 1:13-14 describe nuestra Unión con Dios, sellada y garantizada. Una vez que hemos nacido de nuevo, no podemos convertirnos en no nacidos. Es válido para siempre. El Espíritu Santo es sellado en nosotros desde el primer momento que creímos, y hasta el día de la redención.
Al otro lado yo le llamo Comunión lo cual es un poco más complicado. La Comunión es un estado de acercamiento continuo a Dios lo cual le permite a Él bendecirnos diariamente en nuestras vidas, al hacer que las cosas sucedan para nosotros, y también protegernos de cualquier ataque del enemigo. Es como si Él se hubiera asociado con nosotros para darnos una ventaja sobrenatural. La Comunión la define 1 Juan 1:8-9 como que es tanto terrenal como condicional, dependiendo del comportamiento de cada quien. Nos dice que a pesar de ser creyentes, mientras permanezcamos aquí en la tierra continuaremos pecando. Ya que Dios no puede estar en la presencia del pecado, nuestros pecados no confesados interrumpen nuestra relación terrenal con Él y nos privan de las bendiciones que de otra manera podemos recibir. Aun somos salvos en el sentido eterno, pero estamos apartados de la Comunión con el Señor aquí en la tierra.
Cuando estamos apartados de la Comunión con el Señor, somos un blanco legítimo para el daño que nos hace el enemigo, como lo fue Job. Su pecado fue el de auto justificación y debido a que no lo confesaba, Dios permitió que Satanás lo afligiera para que volviera en sí. En una ilustración del Nuevo Testamento, vean la parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32). E igual al hijo menor, nosotros aun pertenecemos a la familia de nuestro Padre, pero no podremos recibir ninguna bendición mientras nos encontremos alejados de la Comunión con Él. Y como Job y el Hijo Pródigo, cuando retornamos al Padre y confesamos nuestros pecados, de inmediato somos purificados de toda injusticia y somos restaurados a la Comunión con Él.
Una de las razones del porqué muchos cristianos viven unas vidas derrotadas es que habiendo únicamente aprendido sobre la parte de la Unión al ser creyentes, solamente saben que Dios ha perdonado sus pecados y que irán a morar con Él cuando mueran o sean raptados. Pero no se dan cuenta de que todavía necesitan confesar sus pecados cada vez que los cometen para poder permanecer en Comunión. Y de esa manera, estando privados de la providencia de Dios, se pueden desanimar y aun dejar de orar y de asistir a la iglesia. Otras personas creyentes, que tampoco entienden esta relación doble, ven el enredo en que se encuentran y creen que han perdido su salvación. Igual que los amigos de Job, ellas miran a la Palabra de Dios para confirmación de lo que dicen, y al tomar versículos fuera de contexto, creen que han encontrado la prueba.
La Unión y la Comunión no son ideas del Nuevo Testamento solamente. En el Antiguo Testamento, aun cuando Israel era obediente en pensamientos y acciones, haciendo lo mejor para complacer a Dios, los sacerdotes todavía debían sacrificar un cordero sobre al altar cada mañana y cada tarde por los pecados del pueblo. 1 Juan 1:9 es el equivalente, en el Nuevo Testamento, de esos sacrificios diarios por el pecado. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Esto fue escrito para los creyentes que ya son salvos, pero que están en peligro de estar fuera de Comunión debido a sus pecados.
El regalo y el premio
El otro motivo por el que las personas se confunden es que hay dos tipos de beneficios en la Eternidad. El primero es un regalo gratuito llamado Salvación el cual se le otorga a todas aquellas personas que lo piden en fe, independientemente del mérito, y nos garantiza la admisión al Reino. Efesios 2:8-9 es el modelo, pues dice que nuestra salvación es un don (regalo) de Dios.
El segundo motivo consiste en los galardones celestiales que podemos ganar por las cosas que hacemos como creyentes aquí en la tierra. Filipenses 3:13-14 son unos buenos versículos para explicar esto, “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Adicionalmente al regalo hay un premio.
Un regalo es algo que se da motivado por el amor, independientemente del mérito, y nunca se reclama de vuelta. Un precio, por el otro lado, es algo por lo cual calificamos y ganamos. Y si nos descuidamos lo podemos perder (Apocalipsis 3:11). Pablo ya había recibido el Regalo de la Salvación, ya lo tenía detrás de él. Ahora él se concentraba en ganar el premio también.
En 1 Corintios 9:24-27 él explicó la diferencia con mayor detalle. “¿No saben ustedes que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Ustedes corran de tal manera que lo obtengan. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.
Ningún atleta olímpico quedaba satisfecho con solamente haber calificado para participar en los juegos. Todos quieren ganar la corona del victorioso. De la misma manera, nosotros no debemos estar satisfechos con solamente haber recibido el regalo de la Salvación. Ahora debemos vivir nuestras vidas como creyentes de tal manera que podamos ganar el Premio también.
La Biblia menciona algunas de estas coronas que se reciben como premio, y mientras que la corona del atleta pronto se marchitaba (era una corona hecha con ramitas de hiedra) las coronas del creyente pueden durar para siempre. Vale la pena hacer algún sacrificio para ganarlas. Por eso Pablo dijo, “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27). Las coronas son identificadas como la Corona Incorruptible (de la Victoria) en 1 Corintios 9:25, la corona de quien gana almas en Filipenses 4:1 y 1 Tesalonicenses 2:19, la Corona de Justicia en 2 Timoteo 4:8, la Corona de Vida en Santiago 1:12 y Apocalipsis 2:10, y la Corona de Gloria en 1 Pedro 5:4.
La diferencia entre el Regalo y el Premio también lo podemos ver en 1 Corintios 3:12-15. “Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”.
En el juicio de los creyentes, la calidad de nuestra obra en la tierra será probada con fuego. Solamente la obra que pase la prueba nos dará la recompensa. Pero observen que, si toda nuestra obra fuese destruida en el fuego, todavía tenemos nuestra salvación. ¿Por qué? Porque es un regalo gratuito de Dios, otorgado por amor, independientemente de cualquier mérito que podamos tener.
El Señor mencionó otras recompensas también. En Mateo 6:19-21 Él nos aconseja, “No se hagan tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones rompen y hurtan; sino háganse tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no rompen ni hurtan. Porque donde esté el tesoro de ustedes, allí estará también su corazón”.
Hay cosas que nosotros como creyentes podemos hacer mientras estemos en la tierra, las cuales pueden producir depósitos en nuestra cuenta celestial. Algunas personas creen que este pasaje se refiere a la manera como usamos el dinero que se nos ha dado. ¿Lo usamos para enriquecernos, acumulando posesiones que sobrepasan nuestras necesidades? ¿O lo utilizamos para aumentar la obra del Reino? Aquí hay una pista. Nuestros diezmos es lo que le debemos a Dios. Es lo que hacemos con el dinero que nos queda lo que en realidad cuenta. Y con la medida que usamos seremos medidos (Lucas 6:38).
Resumiendo, en el Nuevo Testamento hay versículos como Efesios 1:13-14 que hablan sobre la Unión. Hay versículos como 1 Juan 1:8-9 que hablan sobre la Comunión. Hay versículos como Efesios 2:8-9 que hablan sobre el Regalo y hay versículos como 1 Corintios 9:24-27 que hablan sobre el Premio.
Aquellos versículos que resaltan el creer, explican la naturaleza permanente de nuestro vínculo con Dios, y los que nos dirigen hacia la eternidad son versículos de Unión. Aquellos que abarcan la gracia y la fe son versículos del Regalo. Aquellos que requieren de las obras y están dirigidos a la calidad de nuestras vidas en la tierra, son versículos de Comunión, y los que requieren de obras y abarcan los galardones eternos son versículos del Premio.
Cuando ustedes ven las Escrituras desde esta perspectiva, todas las aparentes contradicciones desaparecen y ustedes no tendrán que pensar más porqué Dios parece estar diciendo una cosa aquí y algo diferente allá. La cuestión se vuelve en un asunto de poder identificar correctamente el punto focal del pasaje en particular que se está leyendo. Debemos determinar el contexto al leer los versículos que lo rodean y asignarle una de las cuatro categorías.
Denos un ejemplo
Hebreos 6:4-6 es un pasaje generalmente citado en oposición a la Seguridad Eterna. Toda la Carta a los Hebreos fue escrita a los creyentes judíos quienes estaban siendo atraídos para que volvieran a cumplir con la Ley, de tal manera que el contexto de esa carta es el Nuevo Pacto versus el Antiguo Pacto. Y en el versículo 9 el escritor insinúa que él ha estado hablando sobre las cosas que acompañan a la salvación. Eso nos dice que los versículos 4 al 6 no están relacionados con la salvación sino con las cosas que la acompañan. Pero lo más importante es la idea que el creyente sí puede hacer algo para perder irrecuperablemente su salvación, lo cual es una contradicción directa de la tan clara promesa de que el Espíritu Santo está sellado en nosotros desde el primer momento de haber creído, y hasta el día de la redención.
Entonces, ¿cuál es el peligro? ¿Qué tienen que perder estos creyentes al apartarse debido a sus pecados? La Comunión. ¿Y qué es lo que está previniendo para que puedan ser restaurados? La práctica de los remedios del Antiguo Pacto para el pecado, en vez de invocar 1 Juan 1:9. Esto es debido a que están relegando la muerte del Señor al mismo nivel del cordero que se sacrificaba dos veces al día. La Ley solamente era una sombra de las cosas buenas que venían, no de las realidades mismas. Una vez que la Realidad apareció, la sombra ya no era efectiva. ¿Y cuál sería su castigo? Vivir una vida derrotada, sin producir frutos, todas sus obras siendo quemadas en el juicio de 1 Corintios 3. ¿Pero serían salvos todavía? ¡Sí! Hebreos 6:4-6 es un pasaje de Comunión.
¿Supongan que no hay ninguna seguridad de salvación?
Para finalizar, veamos la situación alternativa. ¿A qué nos estamos enfrentando? Si Hebreos 6:4-6, por ejemplo, se aplica a nuestra salvación, entonces si en algún momento pecamos después de que hemos sido salvos, estaremos perdidos para siempre sin ninguna esperanza de devolvernos, porque el Señor tendría que volver a ser sacrificado para rescatarnos. Luego, el Nuevo Pacto sería peor que el Antiguo Pacto, no mejor. Ellos fueron condenados por sus acciones. Pero según Mateo 5 seríamos condenados por nuestros pensamientos. Ellos no podían asesinar. Nosotros no podríamos siquiera enojarnos. Ellos no podían cometer adulterio. Nosotros no podríamos siquiera tener un pensamiento lujurioso. Piensen en ello. Nunca enojarse, nunca desear nada, nunca envidiar, nunca ser idólatras. Nunca ningún favoritismo o discriminación. Nunca ningún mal pensamiento u obra de cualquier clase. ¿Son estas las Buenas Nuevas, las riquezas incomparables de Su Gracia? ¿Se convirtió Dios en hombre y murió de la muerte más horrible jamás ideada por el ser humano solamente para poner a Sus hijos en una posición todavía menos alcanzable que antes? ¿Somos salvos por la gracia solamente para ser puestos bajo las restricciones de una ley administrada con mayor severidad? Yo no puedo creer en eso.
Algunas otras personas toman un punto de vista un poco más moderado diciendo que Dios nunca quitaría el regalo de la salvación, pero nosotros sí podemos devolverlo. Para justificar esta posición ellos tienen que poner las palabras en boca del Señor. Cuando Él dice en Juan 10:28, “nadie las arrebatará de mi mano”, ellos tendrían que insertar la frase “solamente nosotros” después de “nadie”. Lo mismo en Romanos 8:38-39.
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Ellos tendrían que insertar la frase “solamente nosotros” después de “ni ninguna otra cosa creada”.
Nada en esta defensa de la Seguridad Eterna tiene la intención de justificar el pecado. Como una indicación de nuestra gratitud por el regalo de la salvación, los creyentes somos constantemente advertidos en las Escrituras de vivir nuestras vidas de una manera que complazca a Dios. No para ganarla o cuidarla, sino como agradecimiento al Señor por habérnosla dado. Y para ayudarnos a hacer eso, el Espíritu Santo ha venido a morar en nosotros para guiarnos y dirigirnos, y para orar por nosotros. Ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros ya no estamos controlados por la naturaleza pecaminosa y podemos así escoger complacer a Dios por la forma en que vivimos. Y a pesar de que hacemos esto en agradecimiento por el Regalo que Él ya nos ha dado, lo cual es la Unión con Él, Él nos bendice tanto aquí en la tierra (Comunión) como en la Eternidad (el Premio).