Un estudio bíblico por Jack Kelley
“Yo soy la vid y ustedes las ramas; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer” (Juan 15:5)
Es importante entender que la salvación no es un evento de producir frutos, de tal manera que en esa afirmación Jesús estaba hablando de nuestra vida después de ser salvos. Aun después de ser salvos, las personas creyentes no son automáticamente fructíferas. Pero si le entregamos nuestra vida a Él (Romanos 12:1-2) y respondemos al impulso del Espíritu Santo que Él envió para guiarnos (Juan 14:26) podemos ser fructíferos.
Si no nos entregamos a Él, nuestras vidas serán improductivas, porque sin Él nada podemos hacer que tenga algún valor espiritual. Todavía seremos salvos, pero no tendremos ningún uso para la obra del Reino como las ramas que no producen fruto y que el viñador descarta podándolas. Pablo confirmó eso en 1 Corintios 3:12-15. La persona creyente sin fruto será salva, pero solamente como escapando de las llamas del fuego.
Producir fruto no es un asunto de éxito o fracaso desde el punto de vista mundano. Es un asunto de motivo. Muchos de nosotros veremos muchos de nuestros logros más grandes quemarse en el fuego del juicio porque los hicimos con motivos equivocados, como la auto satisfacción, u obtener el reconocimiento de los demás, o aún el deseo de “tener puntos” con el Señor. Solamente las cosas que son impulsadas por el Espíritu Santo y en las que nuestro único motivo es el agradecimiento por lo que se nos ha dado, sobrevivirán.
¿Y qué es lo que se nos ha dado? Seguidamente una lista de algunas de las cosas que Él les ha dado a cada uno y a todos Sus hijos:
Somos una nueva creación (1 Corintios 5:17).
Hemos sido hechos perfectos para siempre (Hebreos 10:14).
Estamos ungidos y sellados, y tenemos el Espíritu Santo en nuestros corazones (2 Corintios 1:21-22).
Somos hijos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 8:16-17).
Estamos sentados en los lugares celestiales con Cristo, por encima de todo principado, autoridad, poder y dominio (Efesios 2:4-7).
Estamos libres de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2).
Somos reyes y sacerdotes (Apocalipsis 5:10).
Tenemos la justicia de Dios (2 Corintios 5:21).
Somos más que vencedores (Romanos 8:27).
Y no hay nada (ni siquiera nosotros mismos) que pueda separarnos de Su amor (Romanos 8:38).
Pase más tiempo en este día dándole las gracias al Señor por Sus bendiciones, grandes y pequeñas. Él es el dador de toda dádiva buena y perfecta (Santiago 1:17) y Él anhela darnos los deseos de nuestro corazón (Salmo 37:4). En agradecimiento, permítale a Él impulsarle a hacer buenas obras. Recuerde, estas obras no necesariamente son grandes obras en nuestras mentes. El gesto más pequeño, la bondad que mostramos (Proverbios 19:17), y aún un vaso de agua fría (Mateo 10:42, cuando eso es impulsado por el Espíritu Santo y se hace en agradecimiento, producen recompensas eternas y es un fruto que sobrevive.
Nuestra oración: Te damos gracias, Señor, por las abundantes bendiciones que nos has dado a cada uno de nosotros, tus hijos. Estamos tan agradecidos de poder ser llamados tus hijos e hijas. Tú nos has dado todo, y estamos abrumados de agradecimiento. Ayúdanos a producir fruto en Ti y ayúdanos a recordar que apartados de Ti nada podemos hacer. Impúlsanos a hacer buenas obras, no por miedo ni por obligación, sino en agradecimiento por todo lo que has hecho por nosotros y para Tu gloria. Amén.