Viernes 9 de diciembre de 2022
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“Por tanto, el Señor mismo te dará señal: La virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. [Es decir, Dios con nosotros.]” (Isaías 7:14).
Quizás no existe ninguna otra profecía en el Antiguo Testamento que sea más controversial como esta. Muchos teólogos liberales rechazan la noción de un nacimiento virginal de Jesús como que es una simple leyenda; los judíos niegan rotundamente su validez y los incrédulos se burlan de ella como el mejor ejemplo de una creencia sin sentido que es necesaria para que el cristianismo florezca.
Sin embargo un cuidadoso estudio de la historia de Israel, de las leyes de la herencia, y de las promesas de Dios hechas al Rey David, llevan aun a los estudiosos más escépticos a concluir que Jesús tenía que haber sido concebido de manera sobrenatural para poder ser tanto Dios como hombre, y por lo tanto, era Quien calificaba para poder redimir la raza humana y tener el legítimo reclamo al Trono de Israel.
El Dios Hombre
Jesús tenía que ser Dios para poder perdonar nuestros pecados. Ningún simple ser humano puede hacer eso. Una de las acusaciones en Su contra fue que cometió una blasfemia al afirmar que tenía la autoridad para perdonarnos, un poder reservado únicamente para Dios (Marcos 2:1-7). Para demostrar que tenía esa autoridad, Jesús sanó a un paralítico (Marcos 2:8-12), siendo esa curación inmediata una evidencia incontrovertible de Su autoridad, derivada como un descendiente directo de Dios.
Pero Él tenía que ser humano para poder redimirnos. Las leyes de la redención requerían que el pariente más cercano redimiese lo que se había perdido (Levítico 25:24-25). Este llamado pariente redentor tenía que calificar, ser capaz y estar dispuesto a ejecutar el acto de redención. Cuando Adán perdió el dominio sobre el planeta Tierra y sumió a toda su progenie en el pecado, solamente su pariente redentor podía redimir la Tierra y sus habitantes.
Puesto que Adán fue un ser humano cuyo Padre era Dios (Lucas 3:23-38), solamente otro descendiente directo e Hijo de Dios podía calificar. Por eso es que Pablo se refiere a Jesús como el postrer Adán (1 Corintios 15:45). Puesto que las leyes del sacrificio requieren el derramamiento de sangre inocente como el precio del rescate, solamente un hombre sin pecado podía hacerlo (Juan 1:29-34). Ya que se requería la vida del pariente redentor, solamente alguien que nos amara como Dios nos ama estaría dispuesto a hacerlo (Juan 3:16).
Esta es la verdadera prueba para el pariente redentor. El ver a Jesús como calificado y dispuesto a redimirnos no es el problema. Después de todo, Él es el Hijo de Dios. Pero reconocer que Él estaba también deseoso de descender del Trono Celestial para intercambiar Su vida perfecta por la nuestra, ciertamente debería humillarnos. ¿Qué clase de amor fue necesario para sufrir de manera voluntaria el dolor y la humillación requeridos para redimirnos?
El Hombre que será Rey
Para mi mente lógica, el asunto de la realeza es el factor más intrigante relacionado con el nacimiento virginal. Lo opuesto a la creencia sin sentido de la que los cristianos son acusados, esta es descaradamente lógica. ¿Tiene Jesús un reclamo legítimo al Trono de David bajo las leyes de la sucesión? La respuesta pende de dos tecnicismos.
Primero, Dios le prometió a David que alguien de su familia reinaría en Israel para siempre. David quiso construirle casa a Dios, pero Dios lo declinó, diciendo que Él necesitaba un hombre de paz y David era un hombre de guerra. Entonces Dios escogió al hijo de David, Salomón, para construir el Templo y durante el reinado de Salomón Israel experimentó un período de paz como nunca antes lo había tenido (ni lo ha vuelto a tener). Para aliviar la desilusión de David, Dios le prometió construirle una “casa” haciendo eterna su dinastía (1 Crónicas 17:1-14). Desde ese momento en adelante, un descendiente de David, a través de la rama de Salomón, se sentaría en el trono de Jerusalén como Rey de Israel. Pero al momento de la cautividad en Babilonia, 400 años después, estos reyes se habían hecho tan malvados y rebeldes hacia Dios que finalmente Él dijo, “suficiente”, y maldijo la descendencia real, diciendo que ningún hijo de esa rama reinaría jamás sobre Israel (Jeremías 22:28-30). El último rey legítimo de Israel fue Joaquín también llamado Jeconías, el cual reinó solamente durante tres meses en el año 598 a.C. ¿Es que Dios rompió Su promesa a David?
El segundo tecnicismo abarca el derecho de la herencia en Israel. Dios había ordenado que los israelitas nunca pudieran vender o renunciar a la asignación de la tierra otorgada a sus familias en tiempos de Josué. “Porque la tierra es mía” declaró Dios, “pues ustedes son forasteros y extranjeros para conmigo” (Levítico 25:23). Es de esta declaración que las leyes de la herencia y de la redención se originaron. La tierra de una familia se pasaba de padres a hijos a través de las generaciones. Si un hijo perdía su tierra, su hermano debía redimirla, para que de esa manera la familia no perdiera su herencia. Hasta aquí todo va bien.
Leamos la letra menuda
Al final del Libro de Números emerge una escapatoria muy interesante. Un hombre murió sin tener hijos varones, dejando cuatro hijas. Ellas vinieron a Moisés quejándose de que perderían la tierra de la familia puesto que no había un hijo varón para heredarla. Moisés buscó la guía del Señor Quien decretó que si no había ningún hijo varón en una familia, las hijas podían heredar la tierra familiar siempre y cuando se casaran con varones de su mismo clan. En efecto, debían casarse con un primo para poder mantener la tierra en la “familia”. Esto tenía sentido puesto que la tierra fue primero asignada a la tribu, luego al clan y finalmente a la familia. Al casarse dentro del mismo clan las familias se mantenían unidas y se preservaba la asignación tribal (Números 36:1-13).
Ahora comparen las dos genealogías de Jesús en Mateo 1:1-17 y Lucas 3:23-38, y se podrán dar cuenta de que María y José eran ambos de la tribu de Judá y descendientes de David. La descendencia de José era a través de Salomón (Mateo 1:7), que era la línea real pero maldecida, mientras que la de María era a través del hermano de Salomón, Natán (Lucas 3:31).
Aquí es donde encontramos la salida al asunto. María no tenía hermanos, por lo que le correspondía heredar la tierra de la familia siempre y cuando se casara con un varón también descendiente de David. José calificaba, y siendo de la línea real, podía legítimamente reclamar el trono, pero llevaba sobre sí la maldición de sangre. Ningún hijo biológico de él podría jamás calificar como Rey de Israel, pero José sí podía asegurar el derecho de la herencia de María.
Cuando María aceptó la oferta de matrimonio de José, ella preservó la tierra de su familia y también legalizó el reclamo de su hijo al trono de Israel. Siendo hijo legal de José, Jesús estaba en la línea real de sucesión. Puesto que no era hijo biológico de José, se libró de la maldición de sangre. Pero Él sí era de la verdadera descendencia biológica de David por medio de su madre y por lo tanto, de la “casa y linaje de David”. Él es el único desde el año 598 a.C. con un reclamo sin mácula al Trono de David.
Todo este asunto gira alrededor de los hechos de que, A) Dios se ha comprometido con Sus propias leyes y B) Él guarda Su palabra; hechos que deben de darnos un gran alivio. Dios no es hombre para mentir, ni hijo de hombre para arrepentirse (Números 23:19). Legalmente, era un requisito un nacimiento virginal para producir un hombre sin pecado que estaría calificado y podría servir como nuestro Pariente Redentor, y Dios anhelaba redimirnos. Un nacimiento virginal también era requerido para evadir la maldición sanguínea sobre la descendencia real, cumpliéndose así la promesa de Dios a David de que un descendiente biológico se sentará en el trono de Israel para siempre.
Volveremos después de esta pausa
¿Pero qué hay de los 2.500 años que han pasado desde que Israel tuvo un rey? Recuerden Joaquín fue el último verdadero rey. En Ezequiel 21:25-27, que fue escrito mientras los descendientes de David aún se sentaban en el trono en Jerusalén, Dios declaró que estaba suspendiendo la línea sucesoria “hasta que venga aquel cuyo es el derecho”, lo cual es una clara referencia al hijo de David que también sería el Hijo de Dios.
Esta declaración le fue confirmada a María. El ángel Gabriel le prometió que su hijo venidero se sentaría en el trono de David y reinaría sobre la casa de Jacob (Israel) para siempre (Lucas 1:30-33). Pero durante toda la vida de Jesús, un miembro de la familia de Herodes sirvió como rey. Herodes era idumeo (jordano), un amigo de César que fue nombrado para servir como rey. Entonces, la promesa de la reinstalación es aun venidera y será cumplida en la Segunda Venida cuando “el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él” para “sentarse en su trono de gloria” y finalmente “el Señor será Rey sobre toda la tierra” (Mateo 25:31 y Zacarías 14:4-9).