Lunes 6 de febrero de 2023
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
Muchas personas creen que Daniel 9:24-27 es el pasaje profético más importante de las Escrituras. Casi todos los errores que he encontrado en las distintas interpretaciones de la profecía de los tiempos finales tienen su origen en el malentendido de este pasaje. Entonces, empecemos el año con un estudio actualizado y expandido de esta importante profecía.
Antes de profundizar en esto, retrocedamos un poco y repasemos el contexto. Daniel era un hombre anciano, probablemente en la edad de los ochenta años. Él había estado en Babilonia cerca de 70 años y sabía, después de haber leído el recién publicado libro de Jeremías (específicamente la sección que conocemos como Jeremías 25:8-11), que la cautividad de 70 años que Dios había ordenado para Israel estaba por terminar (Daniel 9:2).
El motivo de este juicio fue la insistencia de Israel en estar adorando los falsos dioses de sus vecinos paganos. Su duración de 70 años se derivó del hecho de que Israel durante 490 años ignoró el descanso de la tierra cada siete años como Dios lo había ordenado en Levítico 25:1-7. El Señor había sido paciente durante todo ese tiempo pero finalmente los envió a Babilonia para darle a la tierra el descanso de 70 años que se le debía (2 Crónicas 36:21).
El inicio del capítulo 9 del libro de Daniel registra la oración de Daniel recordándole al Señor que el período de 70 años de castigo estaba por terminar y le pedía Su misericordia en nombre de su pueblo. Antes de que Daniel terminara esa oración, el ángel Gabriel se le apareció y pronunció las palabras que ahora conocemos como Daniel 9:24-27. Leamos todo ese pasaje para poder tener un vistazo completo y luego analizarlo versículo por versículo.
Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la transgresión, y poner fin al pecado, y pedir perdón por la maldad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y consagrar el lugar santísimo. Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, pero no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y la destrucción no cesará hasta que termine la guerra. Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador (Daniel 9:24-27).
No existe en todas las Escrituras ninguna profecía que sea tan crítica para nuestro entendimiento de los tiempos finales, como estos cuatro versículos. Unas aclaraciones básicas deben hacerse ahora para luego poder interpretar este pasaje versículo por versículo. La palabra hebrea traducida “semanas” (o sietes) se refiere a un período de siete años, como lo es la palabra década para referirse a un período de diez años. Literalmente significa “una semana de años”. Entonces, 70 semanas es un período de 70 X 7 años o un total de 490 años. Este período de tiempo está dividido en tres partes, 7 semanas o 49 años, 62 semanas o 434 años, y una semana o 7 años. Entonces empecemos.
Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la transgresión, y poner fin al pecado, y pedir perdón por la maldad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y consagrar el lugar santísimo (Daniel 9:24).
Sentado en Su trono celestial, Dios decretó que seis cosas deberían cumplirse para el pueblo de Daniel (Israel) y la Santa Ciudad de Daniel (Jerusalén) durante un período específico de 490 años. (El ‘lubar santísimo’ se refiere al Templo judío en Jerusalén.)
Debemos estar conscientes de que en el idioma Hebreo estas cosas se leen un poco diferentes. Literalmente Dios ha determinado: 1.- Terminar la transgresión o prevaricación (también traducido rebelión). 2.- Ponerle fin a sus pecados (Sellarlos, como encerrarlos en un contenedor sellado). 3.- Pedir perdón por su maldad. 4.- Traerlos a un estado de justicia perdurable. 5.- Sellar (ponerle fin, como en el #2) la visión y la profecía. 6.- Ungir (consagrar) el lugar Santísimo (el santuario).
En lenguaje simple, Dios le pondrá fin a la rebelión que han tenido en contra de Él, pondrá a un lado sus pecados pagando el precio que han acumulado, llevar al pueblo a un estado de justicia perpetua, hacer cumplir las profecías restantes, y consagrar el Templo. Esto se llevaría a cabo por medio de su Mesías (Jesús) ya que nadie más podía hacerlo. De haberlo aceptado como su Salvador, su rebelión en contra de Dios habría terminado. Todos sus pecados habrían sido perdonados, y toda la pena habría sido pagada para ellos. Ellos habrían entrado en un estado de justicia permanente, y todas las profecías habrían sido cumplidas y el templo reconstruido habría sido consagrado. Aquí debemos notar que a pesar de que parece que Él lo había aceptado, Dios nunca habitó en el segundo templo, como tampoco el arca de la alianza y su propiciatorio estuvieron alguna vez presentes dentro del mismo.
Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos (Daniel 9:25).
Aquí tenemos una clara profecía del momento de la primera venida del Señor. Cuando este mensaje le fue dado a Daniel por el ángel Gabriel, Jerusalén estaba en ruinas desde hacía 70 años y los judíos se encontraban cautivos en Babilonia. Al contar hacia adelante los 62 + 7 períodos de siete años cada uno (o un total de 483 años) desde que se emitiera el futuro decreto que les daría permiso a los judíos para restaurar y reconstruir Jerusalén, es que debían esperar al Mesías.
Para evitar confusiones, es importante que aquí podamos distinguir el decreto para liberar a los judíos de su cautividad, del decreto que les dio permiso para reconstruir Jerusalén.
Cuando Ciro de Persia conquistó Babilonia en el año 535 a.C., de inmediato liberó a los judíos. Eso había sido profetizado 150 años antes en Isaías 44:24-45:6 y vio su cumplimiento en Esdras 1:1-4. Pero según Nehemías 2:1 el decreto para la reconstrucción de Jerusalén se dio en el primer mes del año 20 del reinado del rey Artajerjes de Persia (marzo del año 445 a.C. en nuestro calendario, cerca de 90 años después).
Hace cerca de 130 años Sir Robert Anderson develó el secreto de las setenta semanas de Daniel cuando se asoció con el Observatorio Real de Londres para descubrir que los años proféticos tienen 360 días y consisten de 12 meses de 30 días cada uno. Esta es también la única manera cómo uno puede hacer que las tres mediciones de la Gran Tribulación (1.260 días, 42 meses, o 3-1/2 años) sean iguales. Por lo tanto, las 70 semanas de Daniel consisten de 490 años de 360 días cada uno. Él publicó su descubrimiento en un libro llamado “El Príncipe Venidero”, un comentario sobre la Semana 70 de Daniel.
De esa investigación nosotros también sabemos que exactamente 483 años después del decreto de Artajerjes el Señor Jesús entró en Jerusalén montado en un asno ante los gritos de “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Lucas 19:38). Es el único día en Su vida que Él les permitió a Sus seguidores proclamarlo Rey de Israel, ¡cumpliendo exactamente así la profecía de Daniel, a la fecha! En el idioma Hebreo en Daniel 9:25 se le llama el Mesías Príncipe, denotando el hecho de que Él llegaba como el Ungido Hijo del Rey, no estando aun coronado Él mismo como Rey.
En Lucas 19:41-45 el Señor le recuerda a la gente sobre la naturaleza específica de esta profecía. Cuando se acercaba a Jerusalén y vio la ciudad, lloró sobre ella y dijo, “¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Pero ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo en que Dios te visitó”. Jesús los estaba responsabilizando porque conocían Daniel 9:24-27.
Unos días más tarde, Jesús les extendió esa responsabilidad a todas aquellas personas que estuvieran vivas en Israel durante los tiempos del fin. “Por tanto, cuando ustedes vean en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes” (Mateo 24:15-16). A nosotros también se nos dice que debemos entender Daniel 9.
Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, pero no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y la destrucción no cesará hasta que termine la guerra (Daniel 9:26).
Primero fueron 7 sietes (49 años) y luego 62 sietes (434 años) para un total de 69 sietes o 483 años. La palabra hebrea para El Ungido es Mashaich (Mesías en español). Al final de este segundo período al Mesías de los judíos se le quitaría la vida, sería ejecutado, literalmente destruido haciendo un pacto, no habiendo recibido ningún honor, ni la gloria, ni la bendición que le habían sido prometidos en las Escrituras.
No se equivoquen. Jesús tenía que morir para que estos seis puntos pudieran cumplirse. Nadie más, ni en el cielo ni en la tierra podría haber logrado eso. Solamente podemos imaginar lo diferente que las cosas habrían sido si los judíos hubieran aceptado a Jesús como su Mesías y haberle permitido morir por sus pecados para que Él los hubiese traído a la justicia perdurable con Su resurrección. Pero por supuesto, Dios sabía que no lo harían, por eso tuvo que hacer las cosas de manera severa.
¿Se dan cuenta ustedes de lo que eso significa? No fue el matar al Mesías lo que colocó a los judíos en desventaja con Dios. Después de todo Él vino a morir por ellos. No. Sino es que al matarlo ellos rehusaron permitir que Su muerte pagara por sus pecados para que Él pudiera salvarlos. Esto tuvo el efecto de hacer que Su muerte no tuviera ningún sentido para ellos. Y eso fue lo que arruinó su relación.
Debido a ello, ahora es que tenemos la primera pista de que no todo saldrá bien. Después de la crucifixión el pueblo de un príncipe que vendría destruirá Jerusalén y el Templo, el mismo Templo que Dios decretó que sería consagrado. Los israelitas serían dispersados a otros países y la paz evadiría al mundo.
Todos sabemos que Jesús fue crucificado y 38 años después los romanos incendiaron la ciudad y el Templo destruyéndolos completamente. Los judíos que sobrevivieron fueron obligados a huir para salvar sus vidas y así se inició un período de 2000 años durante el cual no creo que ninguna generación haya escapado de verse involucrada en algún tipo de guerra.
Después de la crucifixión algo extraño sucedió. El reloj celestial se detuvo. Habían pasado 69 de las 70 semanas y todo lo que había sido profetizado durante esos 483 años sucedió, pero aún hace falta que se cumpla una semana (7 años). Hay pistas en el Antiguo Testamento de que el reloj se ha detenido varias veces antes en la historia de Israel, cuando por una razón u otra, ellos estuvieron subyugados o alejados de su tierra. Y en el Nuevo Testamento también encontramos pistas de que mientras Dios está tratando con la Iglesia, el tiempo ha dejado de existir parta Israel (Hechos 15:13-18). Pero la indicación más clara es que los eventos predichos en Daniel 9:27 simplemente aún no han sucedido.
Y por otra semana [él] confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador (Daniel 9:27).
Es vital para nuestro entendimiento de los tiempos finales que nos demos cuenta de dos cosas. Primero, la Era de la Gracia no le sigue a la Era de la Ley, simplemente la interrumpió siete años antes de su duración prometida. Estos siete años tienen que ser completados para que Dios pueda hacer cumplir las seis cosas que el ángel enumeró en el versículo 24 para Israel.
Y segundo, la Era de la Gracia no fue el siguiente paso en la progresión del plan general de Dios, sino que es una desviación del mismo. Una vez que suceda el Rapto, nada como la Era de la Gracia volverá a suceder jamás (Efesios 2:6-7). Aun cuando Israel acepte el Nuevo Pacto, como Jeremías 31:31-34 promete, los judíos no disfrutarán de los mismos beneficios que la Iglesia ha disfrutado. La relación que la Iglesia tiene con el Señor nunca se volverá a repetir con ningún otro grupo. Nunca.
Pero antes de que empecemos a entender la Semana Setenta, repasemos una regla gramatical que hará que nuestra interpretación sea la correcta. La regla es esta. Los pronombres se refieren al nombre anterior más cercano. “El” siendo un pronombre personal se refiere a la persona anterior más cercana, en este caso el “príncipe que ha de venir”. Entonces, un príncipe, o gobernante, que ha de venir del territorio del antiguo imperio romano confirmará un pacto de siete años con Israel el cual le permitirá reinstalar su adoración según el sistema del Antiguo Pacto. Tres años y medio después él violará ese pacto al colocar una abominación que hace que el Templo sea una desolación, terminando así con la adoración judía. Esta abominación acarrea la ira de Dios sobre él y será destruido.
La manera más obvia que conocemos de que estas cosas no han sucedido aún es que el antiguo sistema judío del Antiguo Pacto requiere un Templo para la adoración a Dios, y no ha habido ningún Templo desde el año 70 d.C. cuando los romanos lo destruyeron.
Algunas personas dicen que esta profecía se cumplió durante la destrucción que hicieron los romanos, pero muchas otras creen que aún eso está en el futuro, en parte debido al término abominación desoladora, la cual es un insulto específico a Dios y que solamente ha ocurrido una vez anteriormente. Antíoco Epífanes, un poderoso rey sirio, había atacado Jerusalén e ingresado en el Templo cerca del año 168 a.C. Allí sacrificó un cerdo en el altar del Templo y levantó una estatua del dios griego Zeus, con su rostro en ella. Luego obligó a todas las personas a que la adorasen so pena de muerte. Esto hizo que el Templo no fuera apto para la adoración a Dios y eso encolerizó tanto a los judíos que se rebelaron y derrotaron a los sirios. Este evento está registrado en la historia judía (1 Macabeos) en donde se le llama la abominación desoladora, o que causa desolación. La purificación subsiguiente del Templo se celebra hoy día con la Fiesta de Hanukkah.
Pablo nos advirtió que en los últimos días un líder mundial se haría tan poderoso que se exaltaría a sí mismo sobre todo lo que se llama dios o es adorado, y se meterá en el templo proclamándose a sí mismo como Dios (2 Tesalonicenses 2:4). En Apocalipsis 13:14-15 se nos dice que él hará una estatua de sí mismo y la levantará para que todos la adoren bajo pena de muerte. En Mateo 24:15-21 Jesús dice que la abominación desoladora de la que habló Daniel, será la que le da comienzo a la gran tribulación, un período de tres años y medio el cual coincide con la segunda mitad de la Semana Setenta de Daniel. Las similitudes entre este evento futuro y el que registra la historia, son tan obvias, que muchos eruditos están persuadidos de que uno señala al otro, puesto que nada en los años comprendidos entre los dos, se ajusta tan completamente.
Pronto y muy pronto
Un nuevo líder pronto va a subir a escena, un hombre con un gran carisma personal. Después de una guerra devastadora en el Medio Oriente, este líder presentará un plan para restablecer la paz, por medio del cual rápidamente cautivará y controlará al mundo. Puesto que todas las verdaderas personas creyentes habrán desaparecido recientemente de la Tierra en el Rapto de la Iglesia, este líder no tendrá problemas persuadiendo a la mayoría de los moradores de la tierra que quedaron, de que él es el Mesías prometido, el Príncipe de Paz. Los maravillará y los sorprenderá con sus logros diplomáticos y de conquista, aun haciendo señales sobrenaturales.
Pero cuando él afirme ser Dios, todo el infierno se soltará sobre la Tierra y los tres años y medio del tiempo más terrible que la humanidad jamás haya conocido, amenazará su propia existencia. Pero antes de que todos sean destruidos, el verdadero Príncipe de Paz retornará y eliminará a ese impostor. Él establecerá Su reino en la tierra, un reino que nunca será destruido ni dejado a ningún otro.
Habiendo entregado Su vida para terminar con la transgresión, ponerle fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y habiendo cumplido toda la visión y la profecía bíblicas, Él consagrará el Lugar Santísimo y recibirá toda la honra y la gloria y las bendiciones que las Escrituras le han prometido. Israel finalmente tendrá su reino restablecido y vivirá en paz con Dios quien morará en su medio para siempre. Ya casi se pueden escuchar los pasos del Mesías. 08/01/11