Sábado, 6 de mayo de 2017
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Después de haber estado sentado en las bancas de la iglesia durante cuarenta años, el Señor decidió que ya era tiempo para que nos presentaran formalmente. Él arregló para que una serie de eventos llamaran mi atención y luego cambió mi estado de ser un gentil de iglesia a un cristiano nacido de nuevo.
Tengo un regalo para ti
Poco tiempo después una socia en los negocios me presentó algunas de sus amigas, todas eran miembros de un grupo carismático de mujeres. Se mostraron decepcionadas de que yo no hablara en lenguas, pero creían que yo lo empezaría a hacer conforme crecía en mi fe. Mi mayor preocupación era que después de tanto tiempo en la iglesia, no sabía nada sobre la Biblia. Mientras oraban por mí para que recibiera el don de lenguas, yo oraba para que el Señor abriera mi cabeza y derramara Su palabra en ella. Yo creo que Él pensó que mi oración era más directa, porque cuando empecé a enseñar, la gente empezó a escuchar. Quedó claro para todas las personas, que el Señor me había dotado para ese departamento.
¿Eres Tú, Señor?
Estas queridas hermanas me asignaron como consejero en su sección local a pesar de que no cumplía con su requisito principal de membresía, el hablar en lenguas. Una primavera, hace más de 15 años, su organización sostuvo una conferencia en una ciudad importante, y me pusieron en su agenda. Yo debía hablar sobre cómo las costumbres matrimoniales hebreas reflejaban la Segunda Venida del Señor. Aparentemente el Señor también quería oír eso, porque durante mi exposición Él llegó y en todo ese salón lleno, las mujeres empezaron a llorar y a salirse de sus asientos para arrodillarse o postrarse en el piso. Al finalizar mi exposición, todos los líderes en la plataforma y muchas de las mujeres en la audiencia, estaban llorando a gritos, y muchas con sus rostros en el piso. No mucho tiempo después, se me dijo que el grupo había renunciado a sus requisitos de membresía que era que los miembros manifestaran el don de hablar en lenguas.
Y tengo otro regalo para ti
En otra de sus reuniones varios años después, una mujer con el don de profecía habló sobre los Dones Espirituales. Cuando terminó su enseñanza, empezó a llamar a las personas de la audiencia para informarles sobre sus dones. Siendo el consejero ese día, permanecí en la parte trasera del salón, escuchando. Mi primera oración fue que ella no me llamara a mí. Yo era muy escéptico y no quería apenarla ni a ella ni a mí mismo. Pero conforme la reunión progresaba, mi silenciosa oración cambió a la prueba del vellón. “Señor”, dije, “si esta mujer es auténtica, deja que me llame y me diga que yo tengo el don de sanidades”. Una a una las personas fueron llamadas por su nombre, les oraban, y muchas fueron quebrantadas en el espíritu (Yo siempre he tenido problemas con eso). Finalmente ella pronunció mi nombre. Cuando oraba por mí, me dijo que yo tenía el don de sanidades, y el escéptico más grande en el salón, cayó como una tonelada de ladrillos.
De allí en adelante fui a orar por los enfermos y los heridos. Hice un estudio sobre los dones espirituales y otro sobre las sanidades. Francamente, algunas personas se molestaron mucho con esto y dejaron nuestro ministerio. Algunas de las personas por la que oré fueron sanadas y otras no. Un hombre con cáncer en la próstata llamó dos años después para decir que había sido sanado en uno de nuestros servicios, pero un bebé enredado en el cordón umbilical durante el proceso del nacimiento, nunca recuperó el conocimiento, y una joven mujer murió de un tumor cerebral después de un año de una constante y ferviente oración.
No hagas eso, Señor
Una persona asociada al ministerio había renunciado durante ese tiempo dejando tras sí un sin sabor. No le vimos durante seis meses, pero luego un domingo él y su familia llegó a una reunión que tuvimos en conjunto con otra denominación hermanada. Una mujer que no era miembro de ninguna de las dos congregaciones, pero que había asistido a mis estudios bíblicos en otra ciudad, también había llegado. Se puso de pie durante nuestro tiempo de oración para dar una palabra de sabiduría la cual le llegó a ese hombre a lo más profundo del corazón. Con su familia rodeándolo con lágrimas en los ojos, se puso de pie y le pidió al Señor y al grupo que lo perdonaran. Los miembros de la congregación hermanada se pusieron furiosos y pronto rompieron los nexos con nosotros.
Yo soy el Señor tu sanador
Luego un domingo en la mañana una mujer que visitaba nuestro servicio emitió un grito y cayó con un ataque de epilepsia. Un médico y un especialista la ministraron sin éxito alguno. Alguien llamó al 911. Yo les pregunté a todos si creían que el Señor podía sanarla y nos unieran en oración por ella. Su respiración se había detenido y su rostro se tornaba azul, pero cuando nos reunimos a su alrededor y le pedí al Señor que trajera paz en su corazón, se sentó abruptamente. Cuando llegaron los paramédicos y hablaron con ella les dijo que se sentía muy bien, y no la llevaron al hospital. Más tarde ella me dijo que había tenido un sueño sobre exactamente estos eventos, por adelantado, y sabía que el Señor la había sanado. En contra de mi consejo, ella se deshizo de todas sus medicinas y cuando los doctores intentaron inducirle un ataque epiléptico, no pudieron. Ya han pasado varios años desde entonces, y no más ataques de epilepsia.
Entonces, yo creo que debo estar de acuerdo con Pablo. El Señor selló el Espíritu Santo en mí en el mismo momento en que creí, determinó los dones que necesitaría para hacer mi contribución única al cuerpo de la Iglesia, y me invistió como corresponde. De tiempo en tiempo, para Sus propios propósitos, Él también ha hecho que el Espíritu Santo llegue “sobre mí” para hacer una tarea especial. Mi enseñanza sobre “La Novia” y la curación de una epiléptica son dos ejemplos dramáticos entre muchos otros. Yo ya no oro más para hablar en lenguas. Él me sugirió que deje de estarme quejando sobre los dones que no tengo y que me concentre en los que sí tengo. ¡Un buen consejo!