Lunes 31 de octubre de 2022
Un estudio bíblico por Jack Kelley
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Aquí vemos a Dios en su modo más activo, deliberadamente tejiendo todos los eventos de nuestra vida en un tapiz que tiene un efecto beneficioso. Él está administrando todo lo que le ha ocurrido a usted para que de alguna manera usted salga beneficiado. Si usted no ha descubierto cómo es que una experiencia particular que ha tenido ha cumplido con esa promesa, entonces pídale a Dios que se lo revele. (Recuerde, usted está dentro de la perspectiva de Dios, la cual puede ser un poco distinta que la suya.)
Veamos todo el pasaje de Romanos 8:28-38, escojamos las palabras y frases claves y veámosla cada una con más cuidado para sentir el impacto total de Su promesa. Pronto usted se dará cuenta del porqué se llaman los mejores versículos de la Biblia.
La palabra griega traducida “llamados” en el versículo 28 es kletós, que significa ser llamado o invitado (como a un banquete). Se refiere a la Iglesia. El propósito para el cual somos llamados se describe mejor en la carta de Pablo a los Efesios.
Según Pablo, el propósito de llamarnos fue para crear una nueva raza humana (Efesios 2:15-16). A pesar de que fue tomada de entre judíos y gentiles, esta nueva raza sería llamada la Iglesia la cual tendrá un destino diferente a cualquiera de los dos grupos que la originaron. A través de la Iglesia Él demostraría las incomparables riquezas de Su gracia para con nosotros, en los siglos venideros (Efesios 2:7) para que la multiforme sabiduría de Dios sea conocida a los principados y potestades en los lugares celestiales (Efesios 3:10). Habiendo sido llamada de entre los menos dignos, la Iglesia se ha convertido en lo más bendecido.
La única era venidera que conocemos es el Reino, porque la Biblia termina cuando este finaliza. Pero este pasaje y otros nos sugieren de una indecible cantidad de eras que aún están por venir. Y durante todas ellas la Iglesia brillará como el logro que corona la obra de Dios, Su obra de arte, el ejemplo más grande y mejor de Su capacidad creativa.
La Iglesia es Su deseo consumidor, apartada por Él como santa y sin mancha. Él anhela que nosotros sepamos lo mucho que nos ama y Su misma palabra y acción nos han dado ese honor y así Él ha expresado Su devoción hacia nosotros. Él entregó Su vida por nosotros y ha cubierto todas nuestras imperfecciones con Su amor.
Sabiendo que no podemos hacer todo eso para responderle, Él nos pide que vivamos nuestra vida para Él, alejándonos del seductor llamado de este mundo hacia una eternidad con Él. A eso se le llama nacer de nuevo.
¿Qué bien puede eso hacerme a mí?
Cuando nacemos de nuevo toda una nueva eternidad se abre para nosotros y Pablo lo explica en el siguiente versículo de Romanos 8:
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). La palabra griega proginosko se traduce “antes conoció” y significa saber de antemano. El entender el significado de esta palabra nos ayuda a resolver el problema hecho por el hombre con la siguiente palabra, predestinó. La palabra griega es poorizo y significa determinado de antemano o pre-ordenado.
Como seres humanos, nosotros estamos atados por las limitaciones del tiempo, pero Dios no lo está. Él conoce el fin desde el principio. Al tomarlas juntas, estas dos palabras griegas nos enseñan que debido a que Él sabía desde antes de crear a Adán, que nosotros decidiríamos aceptar el perdón que Su Hijo adquirió por nosotros en la cruz, en ese momento Él determinó honrar su elección, a pesar de que pasarían miles de años antes de que tomáramos esa decisión, y nos reservó un lugar en Su Reino el cual nadie puede quitárnoslo. Nosotros éramos conocidos y conocidas y predestinados y predestinadas para ser hechos y hechas a la imagen de Cristo y para morar con Él para siempre.
Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (Romanos 8:30). La palabra “llamó” es kaléo, una raíz de la palabra kletós anterior. Tiene un significado muy directo que es “llamar”. Significa que en el momento preciso en su vida, el Señor le llamó a usted para actuar sobre la decisión que Él sabía que usted iba a tomar.
La palabra que tradujimos como justificar es otra de gran importancia en nuestro entendimiento. Es dikaióo y significa considerar como inocente. Cuando el Señor nos salvó, Él simplemente no ignoró nuestros pecados, como tampoco Él solamente pagó el castigo por ellos. Él nos alejó de ellos al extremo de que ahora nos considera como que siempre hemos sido inocentes de todos los cargos. Es como si nosotros nunca hubiéramos pecado. Él nos ha distanciado de esos pecados tan lejos como el Este queda del Oeste (Salmo 103:12).
Y finalmente Él nos glorificó. La palabra griega es doxáso que significa rendir glorioso, de buena reputación. Ante Sus ojos, no somos personas ex convictas que merecen otra oportunidad aun cuando nuestra reputación haya sido ensombrecida por nuestro comportamiento anterior. No, porque si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas (2 Corintios 5:17) porque al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Corintios 5:21). Sabiendo que hemos aceptado el perdón que Él nos preparó, Él ahora nos considera tan justos como Él es, sin mancha ni cosa parecida, dignos del máximo honor.
¿Qué dice usted a esto?
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Romanos 8:31-32). Si Dios entregó a Su único Hijo por nosotros, ¿qué más puede Él guardarse? ¿Qué es más valioso y más precioso para Él que la vida de Su Hijo, para que Él no esté dispuesto a dárnoslo a nosotros?
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros (Romanos 8:33-34). ¿En qué tribunal puede el que nos condena apelar las conclusiones de Dios? ¿Quién es superior a Dios que pueda anular el juicio de Dios a favor nuestro? Especialmente si tenemos al propio Hijo de Dios sentado a Su derecha recordándole (como si Él necesitara ser recordado de algo) que todos nuestros pecados fueron pagados en la cruz. Si Dios es nuestro juez supremo, entonces Su Hijo es nuestro abogado defensor, y ya ellos han unido sus pensamientos y han pronunciado que somos inocentes. ¿Quién puede impugnar eso?
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:35-39).
Eso no va a suceder
¡Ninguna fuerza del universo es capaz de dañar la relación entre el Señor y nosotros! Algunos contratos o acuerdos que tenemos en la tierra se terminan automáticamente después de la muerte. Pero este no. Quizás algunos pueden ser cancelados por las fuerzas espirituales del bien o del mal. Pero este no. Algunos pueden declararse nulos debido a una violación presente o futura, o por una mala interpretación de hechos o circunstancias, o por guerras, o por los incontrolables “actos de Dios”. Pero este no. Mire a lo más alto o a lo más bajo que usted quiera. Investigue la creación de punta a punta. Usted no va a encontrar nada.
¿Por qué? Porque nosotros no somos parte de este acuerdo. Solamente lo son el Padre y el Hijo. Nosotros somos simplemente los beneficiarios. Ellos fueron los que acordaron todos los términos y condiciones con los que comprarían nuestro perdón. El Hijo estuvo de acuerdo en morir por nosotros, y el Padre estuvo de acuerdo en perdonarnos. Nosotros simplemente teníamos que aceptar sus acciones como el pago completo de nuestros pecados para recibir ese beneficio. Eso es todo lo que tenemos que hacer. Y cuando lo hacemos, ellos lo confirman sellando el Espíritu Santo en nosotros. El asunto ahora no es nuestra fidelidad, sino la de ellos.
En él también ustedes, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria (Efesios 1:13-14). Selah 27/02/05