Lunes 12 de agosto de 2019
Un Estudio Bíblico por Jack Kelley
A pesar de que él escribió durante el período entre el año 740 al 700 a.C., Isaías es el profeta que más se cita en el Nuevo Testamento. Él fue un profeta para el Reino del Sur durante el mismo tiempo que lo fueron Oseas, Amós y Miqueas. Isaías era de la tribu de Judá, y según la tradición rabínica, estaba cercanamente emparentado con varios reyes. Él formaba parte de la clase aristocrática y puede haber sido criado en el palacio del rey en Jerusalén. Con frecuencia llamado el más grandes de los profetas escritores de Israel, al Libro de Isaías lo supera en tamaño solamente el Libro de los Salmos (y a penas) el Libro de Jeremías. Igual que como la Biblia tiene 66 libros, el Libro de Isaías tiene 66 capítulos. Los primeros 39 capítulos, número igual al de los libros del Antiguo Testamento, hablan sobre el juicio. Los últimos 27 capítulos, número igual a los libros del Nuevo Testamento, se centran en la reconciliación y la redención. Así como es cierto que la numeración por capítulos no se hizo sino hasta muchos años más tarde, sí es interesante ver que aun en su forma, el Libro de Isaías es un modelo de la Palabra de Dios como un todo.
El súbito cambio en el tema ha hecho que muchos teólogos liberales le asignen los últimos 27 capítulos, algunas veces llamados el Libro de la Consolación, a un autor desconocido que ellos llaman Deutero-Isaías. El hecho de que esta última parte del libro contiene mucho más temas en la forma de profecías específicas, les ha permitido justificar esta doble autoría, o por lo menos solo para ellos mismos. Esto es debido a que la teología liberal presupone la imposibilidad de la profecía predictiva, y, por consiguiente, Isaías no pudo haber conocido el futuro. Pero el Señor Jesús tenía la impresión de que Isaías escribió todo este libro. En Juan 12:38-41 Él citó ambas partes de Isaías (53:1 primero y luego 6:10) atribuyéndoselas al mismo autor. Y si usted necesita opiniones que confirmen lo anterior, el historiador judío, Josefo, también lo afirmaba así, y el cristianismo evangélico, de manera aplastante, apoya la autoría individual del libro.
Lo divertido del asunto es que no solamente Isaías escribió todo este libro, sino que muchos eruditos creen que una cantidad de sus pasajes proféticos tienen el sentido de un cumplimiento doble. El primero culminaría con el cautiverio babilónico, el cual sucedió 100 años más tarde, mientras que el segundo es para el final de la era.
La tradición sostiene que después de una larga carrera como uno de los profetas de Israel, Isaías desagradó tanto al Rey Manasés, con quien estaba emparentado, que este rey malvado lo aserró por la mitad. Esto se insinúa en Hebreos 11:36-38, que es parte de un pasaje que habla del peligro que uno enfrentaba por ser un hombre de Dios. Este pasaje dice:
«Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de corderos, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra».
La última vez que hice un estudio bíblico de Isaías nos reuníamos una vez a la semana durante dos horas, y nos llevó todo un año completarlo. En este estudio solamente vamos a estudiar aquellas partes del Libro de Isaías que se relacionan claramente con los tiempos del fin, lo cual incluirá los pasajes más descriptivos de la Era del Reino de Israel que se encuentran en las Escrituras. Quizás de esta manera nos tome menos tiempo. Así que empecemos.
Después de empezar con una letanía de 17 versículos sobre los pecados de Israel, el Señor hizo que Isaías le rogara a la gente para que pudieran tener una discusión racional sobre sus alternativas.
«Vengan luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si ustedes quisieran y oyeran, comerán el bien de la tierra; si no quisieran y fueren rebeldes, serán consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho» (Isaías 1:18-20).
La elección está clara. Obedezcan voluntariamente y sean bendecidos, o resístanse y rebélense y sean consumidos. Esta elección les fue ofrecida antes de la conquista babilónica y hoy día aun también está a nuestra disposición.
En tiempos del Antiguo Pacto, se traían dos corderos al Sumo Sacerdote el día de Yom Kippur. Uno era para la ofrenda de paz y el otro era el cordero de la expiación. Cuando el Sumo Sacerdote simbólicamente transfería los pecados del pueblo al cordero de la expiación, se le ataba una cinta color rojo a uno de sus cuernos y el otro extremo de la cinta se ataba a la puerta del Templo. Cuando el Sumo Sacerdote terminaba la ceremonia, la cinta se cortaba y el cordero de la expiación se llevaba fuera de la ciudad al desierto, en donde se le lanzaba desde un despeñadero. En el momento en que el cordero moría, la parte del listón de color rojo que había quedado atado a la puerta del Templo, cambiaba su color a blanco en cumplimiento de la profecía de Isaías 1:18, «Si sus pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana». Esta era la señal de que el Señor había aceptado la ofrenda por el pecado y así la ofrenda de paz podía ser presentada. De esta manera, la nación estaría en paz con Dios por un año más.
Después de la crucifixión, la ceremonia del Yom Kippur se siguió celebrando cada año hasta la destrucción del Templo, pero la cinta color rojo nunca volvió a cambiar de color. El Señor fue nuestro cordero expiatorio y también nuestra ofrenda de paz, y cumplió con la profecía del Yom Kippur en Su muerte. Él llevó nuestros pecados (Juan 1:29) y Él es nuestra paz (Efesios 2:14). La sombra le dio el campo a la realidad (Hebreos 10:1) y ya no podía seguir siendo efectiva.
«¿Cómo te has convertido en ramera, oh ciudad fiel? Llena estuvo de justicia, en ella habitó la equidad; pero ahora, los homicidas. Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua. Tus príncipes, prevaricadores y compañeros de ladrones; todos aman el soborno, y van tras las recompensas; no hacen justicia al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda» (Isaías 1:21-23).
Estos versículos pudieron haber sido sacados de los titulares diarios de las noticias, ya que el Primer Ministro israelita está siendo obligado a dejar su puesto debido a la corrupción. Él está siendo acusado de haber robado dinero, de aceptar sobornos, y de recibir regalos incorrectamente.
«Por tanto, dice el Señor, Jehová de los ejércitos, el Fuerte de Israel: Ea, tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis adversarios; y volveré mi mano contra ti, y limpiaré hasta lo más puro tus escorias, y quitaré toda tu impureza. Restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como eran antes; entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad fiel. Sion será rescatada con juicio, y los convertidos de ella con justicia» (Isaías 24-27).
La gran tribulación es comparada con el fuego del fundidor en Zacarías 13:9 en donde todas las impurezas de Israel serán eliminadas y el remanente quedará puro. En una refinería, la plata y el oro se calientan en el fuego al punto de fundición. Todas las impurezas, llamadas escorias, al flotar en la superficie son quitadas, dejando solamente el metal precioso en su forma más pura.
«Pero los rebeldes y pecadores a una serán quebrantados, y los que dejan a Jehová serán consumidos. Entonces los avergonzarán las encinas que ustedes amaron, y los afrentarán los huertos que escogieron. Porque ustedes serán como encina a la que se le cae la hoja, y como huerto al que le faltan las aguas. Y el fuerte será como estopa, y lo que hizo como centella; y ambos serán encendidos juntamente, y no habrá quien apague» (Isaías 1:28-31).
Este es uno de los muchos lugares en que el Señor deja en claro que no son nuestras obras las que nos salvan, no importa cuán grandes sean. Las obras que no se hacen con el poder del Señor son como esa escoria que flota en la superficie, y que son reveladas por el fuego. Pablo describe nuestras obras que son quemadas en el fuego en 1 Corintios 3:10-15, pero debido a la cruz nuestra salvación ya no está en peligro, como sí lo estaba en el Antiguo Testamento. Así que mientras nuestras obras pueden quemarse, nosotros como tales escaparemos. En los días de Isaías se practicaban las religiones paganas en grutas y en huertos. La diferencia hoy día es que en esos lugares ahora se levantan bellos edificios.
Como frecuentemente es el caso en Isaías, las profecías de juicio contienen una vislumbre de restauración. Y de esa manera, el Capítulo 2 comienza así:
Lo que vio Isaías hijo de Amoz acerca de Judá y de Jerusalén.
Sucederá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.
Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Vengan, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.
Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. Vengan, oh casa de Jacob, y caminaremos a la luz de Jehová (Isaías 2:1-5).
La palabra monte se usa aquí de manera simbólica para referirse a los gobiernos del mundo, como lo hace Daniel 2:35. Conforme comienza la Era del Reino, Israel será la única súper potencia sobre la faz de la Tierra. Todas las demás naciones y sus gobiernos estarán subordinados, formando un solo gobierno mundial, con sede en Jerusalén, y el Rey Jesús al frente. Todo el mundo estará sujeto a las leyes de Dios y el Mesías Rey será la autoridad final en su administración. El Salmo 2:9 dice que Él las regirá con vara de hierro, y no tolerará disidencia alguna.
Revirtiendo el llamado de Joel a la guerra (Joel 3:9-11) en su profecía de la gran tribulación Isaías emitió un llamado a la paz durante el Milenio, diciendo que el Mesías resolverá todas las disputas entre las naciones haciendo que la guerra sea innecesaria. Volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. Este versículo se encuentra grabado en la entrada principal del edificio de las NN.UU. en Nueva York. Cuando el Mesías venga las NN.UU. desaparecerán, pero la promesa de Dios permanecerá y finalmente se cumplirá.
El templo que Isaías menciona aquí es el templo que tan cuidadosamente se describe en Ezequiel 40-46. De Ezequiel nos damos cuenta que el mismo Templo estará localizado unos kilómetros al norte de Jerusalén, y de Zacarías 14:4 vemos que el actual Monte del Templo va a desaparecer a causa de un terremoto que dividirá el Monte de los Olivos en dos partes. El gran valle que produce este terremoto se extenderá desde el Mar Mediterráneo hasta el Mar Muerto. De debajo del Templo fluirá agua fresca que llenará ese gran valle, dándole vida a la región la cual ha sido un páramo desde el juicio de Sodoma y Gomorra (Ezequiel 47).
Pero antes que esos días lleguen, el mundo deberá primero pasar por el peor tiempo de tribulación que jamás se haya sentido en la Tierra (Mateo 24:21). La primera descripción de Isaías comienza en el capítulo 2 versículo 6 y se extiende hasta el final del capítulo 3. La próxima vez empezaremos desde ese punto y antes de terminar, ustedes estarán de acuerdo en que ya casi se pueden escuchar los pasos del Mesías. 03/01/2009.