Martes 17 de diciembre de 2019
Un Estudio bíblico por Jack Kelley
Jesús tenía que ser Dios para perdonar nuestros pecados, pero tenía que ser humano para poder redimirnos.
“…nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:13b-14).
El título Mesiánico de Pariente Redentor se originó de la Ley la cual especifica que solamente un pariente cercano puede redimir a una persona o su propiedad (Levítico 25). Solamente con Dios como Su padre y María como Su madre (Lucas 1:31-32) Él podía haber logrado eso.
Desde el principio Dios prometió que nos daría un remedio (Génesis 3:15). Un redentor que pagaría el castigo por nuestras violaciones a Sus leyes (1 Pedro 1:18-20). Y en el momento elegido por Dios Él enviaría a Su Hijo a morir por nosotros, y Su muerte sería el único sacrificio, válido para siempre, por el pecado (Hebreos 10:12-14).
Las personas que vivieron antes del tiempo asignado podían hacer que sus pecados fueran puestos a un lado por medio del sacrificio de un cordero inocente, cuando pecaban, mientras creyeran que el Redentor eventualmente vendría y moriría por ellas. Nosotros los que vivimos después de ese tiempo asignado solamente tenemos que creer que el Redentor vino y ha muerto por nosotros.
La ley de redención se detalla principalmente en Levítico 25 y cubre tanto la pérdida de propiedad como la pérdida de libertad. Adán sufrió ambas pérdidas cuando pecó y desde ese momento en adelante todos nosotros, su progenie, hemos estado cautivos al pecado por aquel que se robó nuestro reino, esperando al Pariente Redentor.
Un Pariente Redentor debe cumplir con varios requisitos. Primero, tiene que estar calificado. Eso significa que tiene que ser un pariente o un pariente cercano. Luego tiene que poder hacerlo, en otras palabras, tiene que tener los medios para pagar el precio. Y tercero, tiene que estar dispuesto a hacerlo. A pesar de que sería una vergüenza pública, él podía negarse a hacerlo.
En Jesús, Dios se hizo hombre para poder calificar para redimirnos. Él vivió una vida sin pecado porque la moneda de la redención era la sangre de un hombre sin pecado. Y Él estaba dispuesto a dar Su vida por nosotros, porque Él nos ama.
La idea de que Dios podía ser un hombre y vivir una vida sin pecado no debe sorprendernos. Después de todo Él es Dios. Pero el hecho de que Él escogiera sacrificar esa vida perfecta solamente para que nosotros pudiéramos escapar del castigo que merecemos cuando no hay nada que podamos dar a cambio, debería impulsarnos a estar de rodillas en asombro.
Por consiguiente, el hombre no es condenado por su fracaso en obedecer la ley, lo cual nadie puede hacer, sino por su fracaso de aceptar el remedio de Dios, el cual cualquier persona puede hacerlo (Romanos 3:21-24).
“En él tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia, la cual desbordó sobre nosotros” (Efesios 1:7-8)
Nuestra oración: Gracias, Señor, por el regalo de Tu Hijo, nuestro Redentor. Estamos asombrados por tu amor y el sacrificio que hiciste por nosotros y las riquezas de tu gracia que desbordas sobre nosotros. Que nunca tomemos eso por sentado y que podamos pasar el resto del tiempo que nos queda, escogiendo vivir agradecidos a Ti. Amén.
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