CREER
Domingo, 18 de octubre de 2015
“Vayan y prediquen: El reino de los cielos se ha acercado. Sanen enfermos, limpien leprosos, resuciten muertos, y expulsen demonios. Den gratuitamente lo que gratuitamente recibieron” (Mateo 10:7-8).
Actualización sobre Jack: Desde que publicamos la llamada a oración, las cosas en lo natural han decaído rápidamente. Los médicos ahora han dicho que a él le quedan unos pocos días de vida. Pero nosotros no confiamos en lo natural, ni en lo que vemos, sino en el Señor nuestro Sanador. Muchos de ustedes me enviaron el versículo siguiente:
“Esta enfermedad no es de muerte, sino que es para la gloria de Dios y para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (Juan 11:4).
Declaramos este versículo sobre Jack constantemente. Y permanecemos en fe para que el Señor sea glorificado en esto. Todos sabemos que Jack es un firme creyente en la curación y él es un hombre de una fe fuerte. También sabemos que el diablo solamente viene para robar, matar y destruir. Él usa el temor, la intimidación y el control para evitar que peleemos esta batalla en las regiones celestes y experimentar las promesas de Dios para nosotros. Así que permanecemos firmes y luchamos. No tenemos temor. No estamos intimidados. Y ponemos a Dios y Su Palabra en control. Somos hijos del Rey. Nos vestimos de toda la armadura de Dios y recordamos que luchamos en la Victoria ganada para nosotros hace 2000 años en la cruz. Por favor continúen conmigo en esta lucha. Oramos, ayunamos y permanecemos. Somos más que vencedores por medio de Quien nos ha amado.
Bajo esa nota, creí oportuno publicar un antiguo artículo que Jack escribió en el año 2003.
Un estudio bíblico por Jack Kelley
¿Hay entre ustedes algún enfermo? Que se llame a los ancianos de la iglesia, para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo, y el Señor lo levantará de su lecho. Si acaso ha pecado, sus pecados le serán perdonados. Confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es muy poderosa y efectiva (Santiago 5:14-16).
De vez en cuando algunos amigos me piden que ore por ellos por curación. Usualmente eso es un asunto serio porque no se sienten cómodos confiando en la comunidad médica solamente para su curación. La última vez que eso sucedió fui dirigido a unir cuatro pasajes de las Escrituras en las cuales el tema se aborda directamente y pude obtener algunas perspectivas interesantes.
La primera referencia es con la que empecé este artículo. Es una instrucción clara del hermano del Señor, Santiago, para buscar la curación por medio de la oración. No hay condiciones, ni cláusulas evasivas, solamente claras admoniciones. El pensamiento central “La oración de fe” parece ser el más crítico. En la Biblia la misma palabra griega se traduce tanto fe como creencia, y la palabra para incredulidad también se traduce desobediencia (Hebreos 3:18-19). La única variable en la ecuación parece ser nuestra fe; “la oración de fe sanará al enfermo.” No es “puede curar al enfermo,” ni “en Su momento,” y tampoco “en Su voluntad.” ¿El Señor mira nuestra falta de fe ante toda esta evidencia de Su poder curativo como desobediencia? Si la desobediencia es pecado, ¿alguna vez pedimos perdón por nuestra falta de fe?
¿Tiene usted fe? Escritura #2
Sabemos que el Señor puede curar enfermedades. Hay demasiados ejemplos en los Evangelios para creer lo contrario. Y en el Nuevo Testamento se nos dice que curar a los enfermos sería una característica del ministerio del Mesías. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y humillado. Pero él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4-5). Algunas personas tratan de espiritualizar este pasaje pero la intención del lenguaje original no permite nada más que una interpretación literal.
En Marcos 9:21-22, la habilidad del Señor fue cuestionada por un padre desesperado por su hijo epiléptico. Jesús le preguntó al padre del muchacho, ¿Desde cuándo le sucede esto? Y el padre respondió: «Desde que era niño. Muchas veces lo arroja al fuego, o al agua, con la intención de matarlo. Si puedes hacer algo, ¡ten compasión de nosotros y ayúdanos!»
Jesús le dijo: ¿Cómo que “si puedes”? Para quien cree, todo es posible. Al instante, el padre del muchacho exclamó: ¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad! Aquí tenemos a alguien que confesó su falta de fe, y el Señor respondió con una prueba de su habilidad.
¿Y yo, qué? Escritura #3
Entonces la pregunta siguiente tiene que ser, “Está bien, el Señor puede curar enfermedades, pero ¿me podrá curar a mí?” El único lugar en las Escrituras en el que se toca este tema directamente está en Mateo 8:2-3. “Y un leproso se le acercó, se arrodilló ante él y le dijo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero. Ya has quedado limpio. Y al instante su lepra desapareció.” Sin titubear, y sin ninguna condición previa.
Pero algunas personas creen que su enfermedad es el resultado de su pecaminosidad, que han sido señalados para una disciplina especial por un Dios que las ha amado lo suficiente como para morir por ellas mientras que todavía las odia, (Efesios 2:4) pero ahora que ya son suyos, Él ha decidido castigarlas. De alguna manera han llegado a creer que merecen estar enfermas. Ese es un extracto de la noción mística oriental del karma, de que están siendo limpiadas o purificadas en su sufrimiento, como si la sangre de Jesús no fue suficiente purificación para ellas.
Para otras personas la compasión u otra atención especial que tengan mientras están enfermas se convierten en un poderoso motivador para prolongar esa enfermedad o aún para inventar una, especialmente una persona que de otra manera es ignorada o dada por sentada. La profesión médica les llama hipocondriacas, y las compañías farmacéuticas hacen miles de millones vendiéndoles medicamentos que no necesitan.
Y entre las personas que han llegado a tener logros extraordinarios, se sostiene que la enfermedad es la única causa perdonable para el fracaso. A pesar de que muchas enfermedades se producen o se empeoran por la tensión o por otras causas auto inducidas, la enfermedad es vista por algunas personas como un factor incontrolable que las alivia de la responsabilidad por su falta de logros.
Entonces, en los Evangelios Juan muestra al Señor preguntándole a un mendigo paralítico, “¿Quieres ser sano?” (Juan 5:6). Buena pregunta. Si como seres humanos realmente poseemos libre albedrío el cual nos permite ignorar aún el deseo de Dios para nosotros, ¿nos curará Él si muy dentro de nosotros realmente no queremos estar bien? Esa fue la cuarta escritura.
Uniendo esos factores parece que nosotros somos la única variable en la ecuación. ¿Realmente creemos que Él puede curar las enfermedades? En caso afirmativo, ¿creemos que Él puede curarnos? ¿Queremos realmente estar bien y aceptar completa responsabilidad por nuestras vidas?
Una cosa más
Y eso nos lleva al punto final. “Confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es muy poderosa y efectiva,” nos dice Santiago con anterioridad. ¿Realmente le hemos entregado todos nuestros pecados a Dios, o todavía abrigamos algún resentimiento, rebelión o auto justificación? ¿Es la auto justificación que tenemos la que está previniendo que el Señor nos restablezca a Su justicia? En estos días nos sentimos muy grandes pidiéndole a Dios todo lo que nos pueda dar, pero en el proceso tal vez hemos perdido de vista un lado del trato “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:9-10). Quizás antes de empezar a culpar a Dios por no curarnos, o de leer mal Su palabra para concluir que Él ha perdido el poder para curarnos (o aun realmente prometerlo en primer lugar) debemos echar otro largo vistazo hacia nuestro interior. Quizás mejor deberíamos asegurarnos de no tener ningún pecado secreto merodeando por ahí, algo que nuestro orgullo no nos ha permitido entregárselo finalmente a Él.
Si realmente creemos que Él puede curar las enfermedades y que quiere hacerlo, si realmente queremos estar bien y aceptar completa responsabilidad por nuestras vidas, entonces el siguiente paso es estar absolutamente seguros que nos encontramos en completa comunión con Él y por medio de nuestra confesión haber sido limpiados de toda injusticia. Una de las cosas más difíciles de recordar en nuestra relación con Dios es que Él es el fuerte y fiel; que Su Palabra nunca falla, que Sus promesas siempre se cumplen y que Sus compromisos siempre quedan satisfechos. Nosotros somos el socio débil y poco fiable. De tal manera que si algo sale mal en la relación, es seguro apostar que debemos mirarnos a nosotros mismos primero como la causa probable. Selah.