Lunes 28 de noviembre de 2022
Un estudio bíblico por Jack Kelley
Cada vez que empezamos a celebrar una nueva Navidad, debemos repasar exactamente qué es lo que el Señor hizo por nosotros cuando vino a la tierra. Eso nos ayudará a recordar el motivo para la celebración y avivar nuestro gozo en medio de todo el corre y corre.
Luego de despedir a la gente, Jesús entró en la casa. Sus discípulos se le acercaron y le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña en el campo.
Él les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que la sembró es el diablo; la cosecha es el fin del siglo, y los segadores son los ángeles.
Y así como se arranca la cizaña y se quema en el fuego, así también será en el fin de este siglo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y ellos recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen lo malo, y los echarán en el horno de fuego; allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces en el reino de su Padre los justos resplandecerán como el sol. El que tenga oídos, que oiga. (Mateo 13:36-43).
Asimismo, el reino de los cielos es semejante a una red que, lanzada al agua, recoge toda clase de peces; Una vez que se llena, la sacan a la orilla, y los pescadores se sientan a echar el buen pescado en cestas, y desechan el pescado malo. Así será al fin del siglo: los ángeles saldrán y apartarán de las personas justas a la gente malvada, y a esa gente la echarán en el horno de fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes (Mateo 13:47-50).
En la parábola de la cizaña, se nos dice que la buena semilla representa los hijos del Reino mientras que la cizaña son los hijos del maligno. A ambos se les permite crecer juntos en el campo (el mundo), hasta el momento de la cosecha. De igual forma en la parábola de la red, los peces buenos y los peces malos se pescan en la misma red y de la misma masa de agua. En ambos casos, lo bueno y lo malo parecen ser similares en localización y apariencia, hasta que son separados.
A propósito, algunas personas señalan a la parábola de la cizaña como prueba de un rapto después de la tribulación, mientras que otras usan la red para justificar su posición pre-tribulacionista. Ninguna de las dos posiciones es la correcta.
Pero en ambas parábolas el punto es la coexistencia de los creyentes y de los incrédulos durante la era de la iglesia, y si ambas aluden a una similitud física entre las dos, ¿qué es lo que nos hace diferentes?
¿Por cierto, quiénes somos?
De modo que, si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo! (2 Corintios 5:17). Usted puede verse y aun sentirse igual que como era antes de ser salvo y salva, pero a los ojos de Dios usted es totalmente diferente. Lo viejo que usted tenía ya no existe. En cuanto a Él se refiere, usted es una nueva creación, con la misma justicia como Él es. “Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios” (2 Corintios 5:21).
“Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). Este cambio se llevó a cabo como resultado de un nuevo nacimiento. Sin importar quiénes sean los padres terrenales que usted tiene, o su nacionalidad, Dios le ha dado a usted la autoridad para que pueda nacer de nuevo como uno de Sus hijos.
“Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos ustedes, los que han sido bautizados en Cristo, están revestidos de Cristo. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26-28). Usted puede haber sido un judío o un gentil antes de ser salvo, pero ahora ya no es ni uno ni el otro. Usted pertenece a una raza humana enteramente nueva, y Dios le ha adoptado a usted directamente en Su familia.
Su propósito fue “abolir en su propio cuerpo las enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades” (Efesios 2:15-16). Desde la caída del hombre, Dios no ha podido habitar exitosamente entre Su pueblo. La gente simplemente no puede vivir según los estándares de santidad que Él requiere. Pero Él nos ama tanto como para abandonarnos. Así que después de la cruz, Él empezó a tomar un pueblo de entre los judíos y los gentiles, formando Su nueva raza de seres humanos, y por Su muerte nos hizo tan santos como Él es santo. Aquellas personas que Él toma son las que le piden ser tomadas. Finalmente, ahora Él tiene hijos entre los que ahora sí puede habitar.
Pero cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y sujeto a la ley, para que redimiera a los que estaban sujetos a la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto ustedes son hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:4-7). Pero eso no fue todo lo que Él hizo en la cruz. Al hacernos Sus hijos también nos hizo Sus herederos, herederos de la Creación. Tanto en la cultura griega como en la romana, aun un hijo biológico tenía que ser adoptado por su padre para calificar como heredero. Esto generalmente sucedía entre la edad de 14 y 18 años, y su propósito era el prevenir que hijos descarriados, rebeldes e incompetentes pudieran poner sus manos en las propiedades del padre. A eso se le llamaba recibir todos los derechos de un hijo. Cuando usted nació de nuevo como hijo de Dios, ya sea hombre o mujer, usted inmediatamente recibió todos los derechos de un hijo, lo cual le califica como Su heredero.
“Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:15-17). Ya que hemos permitido que la muerte de nuestro Señor limpiara toda nuestra deuda por el pecado, y por consiguiente, compartimos de Sus sufrimientos, tenemos el derecho por el poder del Espíritu Santo de llamar al Creador del Universo, nuestro “papito” y compartir con el Señor Jesús la herencia que ha sido apartada por Él. Esta herencia se identifica en el Salmo 2:7-8. “Yo publicaré el decreto que el SEÑOR me ha comunicado: Tú eres mi hijo. En este día te he engendrado. Pídeme que te dé por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra”. Al estar de acuerdo en aceptar a Jesús como Señor y Salvador, usted ha quedado calificado y calificada para compartir esta herencia.
“Y también junto con él nos resucitó, y asimismo nos sentó al lado de Cristo Jesús en los lugares celestiales, para mostrar en los tiempos venideros las abundantes riquezas de su gracia y su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:6-7). Observe el tiempo pasado de los verbos. En cuanto a Dios corresponde, ya esto ha sido hecho en el Cielo, a pesar de que nosotros aun esperamos en la tierra que eso suceda. En otras palabras, es tan bueno como que ya ha sido hecho. Y en el tiempo aún por venir, cuando a Dios se le pregunte, “¿Cuál fue la más grande demostración de Tu amor para con Tu pueblo? Él nos señalará a nosotros, la Iglesia.
“Nosotros somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas” (Efesios 2:10). Esto literalmente significa que nosotros somos Su obra de arte, el mejor ejemplo de Su genio creativo. Nuestro destino es el de pasar la eternidad en Su presencia, para regir y reinar con Él en Su Reino. Nosotros somos futuros Reyes y Sacerdotes que estamos siendo entrenados para nuestra cercana coronación.
Empecemos a comportarnos como la realeza que somos
“Entonces le dijeron: «¿Y qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?» Jesús les respondió: «Ésta es la obra de Dios: que crean en aquel que él ha enviado.»” (Juan 6:28-29). Entonces, ¿en qué consiste este entrenamiento? Debemos creer con todo nuestro corazón que Jesús hizo lo que tenía que hacer cuando vino, y confiarle nuestro destino eterno solamente a Su obra totalmente completada.
“Éste es mi mandamiento: Que se amen unos a otros, como yo los he amado” (Juan 15:12). Con el poder del Espíritu Santo investido en nosotros, debemos esforzarnos por amarnos los unos a los otros como Él nos amó.
“En cuanto a su pasada manera de vivir, despójense de su vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; renuévense en el espíritu de su mente, y revístanse de la nueva naturaleza, creada en conformidad con Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22:24). Nosotros debemos empezar a cambiar de actitud sobre la vida, dejando que nuestra gratitud por lo que Él ha hecho por nosotros penetre en todos los aspectos de nuestra vida.
Seguidamente unos ejemplos:
“Estén siempre gozosos” (1 Tesalonicenses 5:16). Sin importar lo que suceda, debemos estar tan agradecidos por todo lo que Él nos ha dado para que así nada pueda quitarnos nuestro gozo.
“Oren sin cesar. Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:17-18). Él quiere tener una conversación interminable con nosotros, y que nosotros encontremos algo en cada situación para darle gracias, porque Él sabe que esto nos hará más felices.
“Regocíjense en el Señor siempre. Y otra vez les digo, ¡regocíjense! Que la gentileza de ustedes sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:4-7). No importa lo que nos suceda, nuestra reacción debe ser de regocijo. No debemos preocuparnos por nada, sino orar por todo, y ser agradecidos en todo. A cambio, Él nos dará la paz en nuestras vidas. Esa paz que nunca falla. La paz que trasciende todo entendimiento. Es la misma paz de Dios.
“Por lo tanto, no se preocupen ni se pregunten ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque la gente anda tras todo eso, pero su Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todas estas cosas. Por lo tanto, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:31-33). Él sabe que necesitamos alimentos, un lugar para vivir, y vestidos para vestirnos durante nuestra vida en la tierra. Él prometió proveernos de todas esas cosas si solamente le hacemos a Él nuestra primera prioridad.
“Por lo demás, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello” (Filipenses 4:8). Él nos ha dado una mente increíblemente poderosa, cuyos límites no pueden medirse. No hay límite para las cosas que podemos formar en nuestra imaginación. Ese poder puede ser destructivo cuando se utiliza incorrectamente, como cuando nos enfocamos en el odio, o la avaricia, o la envidia. Él quiere que enfoquemos nuestras mentes en las cosas buenas, cosas que sean bellas, puras, excelentes y que valgan la pena. Él sabe que eso nos hará aún más felices y saludables.
¿Están felices ahora?
Y a nosotros que se nos ha dado todo debemos aprender a no preocuparnos por nada. Tenemos la promesa de Aquel que no puede mentir y que está pendiente de todas nuestras necesidades, y que nunca nos dejará ni nos abandonará y estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Y entonces, pasaremos la eternidad con Él en eterna bendición. Y todo lo que tenemos que hacer es creer. Ese es el regalo que Él nos trajo cuando vino la primera vez a la tierra, en esa primera Navidad. Selah. 03/12/05.