¿Qué dice la Biblia? Introducción. Es sobre el pecado

Domingo, 9 de febrero de 2014

Esta publicación es la 1 de 4 en la serie “¿Qué dice la Biblia?”

Un estudio bíblico por Jack Kelley

Se me ha pedido que escriba una introducción a esta serie de estudios sobre “¿Qué Dice la Biblia?” para explicar el por qué las personas necesitan ser salvas en primer lugar. Se me ha dicho que esto sería una buena herramienta de evangelización para usarla con aquellas personas que no puedan entender este requisito crítico, como son las personas incrédulas curiosas o los niños que ya son intelectualmente maduros para comprenderlo y ahora son responsables por sus vidas.

Para hacerlo bien, debemos empezar por el principio, y eso significa ir al libro de Génesis. Cuando Dios creó la humanidad como el logro que coronó Su creación, Él usó Su propia imagen como el modelo (Génesis 1:27). Y cuando terminó Él miró todo lo que había hecho y vio que era muy bueno (Génesis 1:31), así que Él descansó de todo Su trabajo (Génesis 2:2).

La Creación era perfecta. Tan lejos como alcanzaba la vista, era un bello jardín con toda clase de plantas y árboles, cuerpos de agua llenos de peces, aves volando en el aire, y muchas variedades de animales paseando por todos lados. A la cabeza de todo eso, Dios colocó al hombre y a la mujer que Él había creado y les dijo de gobernar Su creación y ser fructíferos y multiplicarse (Génesis 1:28).

Todo en la creación cooperó para lograr la voluntad de Dios. De Génesis 1:29-30 sabemos que Adán y Eva y todos los animales eran vegetarianos. Había toda clase de árboles y plantas de los cuales podían escoger cualquier alimento que quisieran cada vez que lo querían. Había paz entre los animales, paz entre los animales y la humanidad, y paz entre todos ellos y su Creador. De hecho, la paz era la característica más prominente de su existencia. La única regla que Dios le dio a Adán era la de no comer de la fruta del árbol que estaba en el centro del huerto. Él dijo que si la comían ellos morirían (Génesis 2:16-17).

Al leer la historia de la Creación parece como si Adán y Eva inmediatamente rompieron la única regla y fueron expulsados del huerto como consecuencia de eso. Pero no necesariamente fue de esa forma. No tenemos manera de conocer cuánto tiempo pasó, pero sí sabemos que eventualmente ellos rompieron la regla y cuando lo hicieron todo cambió. A propósito, se puede elaborar un caso de que Eva fue engañada. Pero Dios había emitido la regla y las consecuencias de romperla eran claras, y es por eso que Él responsabilizó a Adán y a Eva. El primer error de la humanidad fue creer algo diferente a la palabra de Dios. Tristemente, ese error se ha repetido sin cesar a través de toda la historia.

Las consecuencias del pecado

Una definición del pecado es el romper las reglas de Dios. Adán y Eva solamente tenían una regla, pero cuando la rompieron, el pecado entró en la creación. Y cuando lo hizo, la muerte le siguió, tal y como Dios lo había dicho. Ellos no murieron de inmediato, pero eventualmente murieron. De esto podemos ver que Adán y Eva fueron originalmente inmortales. Si hubieran sido mortales, la advertencia de Dios de que comer del fruto prohibido habría causado su muerte no hubiera tenido sentido a menos que murieran de inmediato. Por consiguiente, la consecuencia de su pecado fue que habiendo sido inmortales se hicieron mortales y quedaron sujetos a morir.

Otra consecuencia de su pecado fue la introducción de un cambio hereditario a la humanidad. En lo sucesivo todas las personas nacerían con un defecto incorporado que haría imposible que pudiéramos mantenernos sin pecar. Este defecto algunas veces es llamado nuestra naturaleza pecaminosa.

El primer indicio que tenemos de eso es que a pesar de que Adán fue creado a imagen de Dios, su descendencia nacería a imagen de él, no de Dios (Génesis 5:1-3). No solamente Adán y Eva perdieron su inmortalidad, sino que sus descendientes serían mortales también.

Pablo lo confirmó en Romanos 5:12-13 cuando dijo, “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había pecado en el mundo.”

Una tercera consecuencia fue que la creación ya no podía cooperar plenamente con la humanidad en cumplir la voluntad de Dios. Antes que pecaran, Adán y Eva solamente tenían que tomar lo que quisieran para comer, cada vez que lo deseaban, pero ahora tendrían que trabajar por su alimento, y la creación produciría espinos y cardos para oponerse a sus esfuerzos (Génesis 3:17-19).

Pero con mucho, la consecuencia más devastadora del pecado de Adán y Eva fue de que en lo sucesivo ellos y sus descendientes ya no serían automáticamente hijos de Dios. Tan pronto como tuvieran la edad suficiente para entender las consecuencias de su comportamiento, serían responsables ante Dios por sus pecados. En lugar de la intimidad que Él una vez compartió con Adán y Eva, Dios ahora tendría que guardar Su distancia y tratarlos como los sujetos rebeldes en que se habían convertido. Su recién adquirida naturaleza pecaminosa haría imposible que ellos pudieran estar ante Su presencia.

Este es el punto en el cual yo creo que la enfermedad, el malestar, y todas las emociones negativas como la envidia, celos, orgullo, ira, etc., también ingresaron en la experiencia humana.

Digo esto porque como una indicación de la gracia de Dios, aun bajo juicio, los mismos espinos, cardos y arbustos del campo que salieron como resultado del pecado de Adán, se encontró más tarde que contenían los remedios para las dolencias y las enfermedades que la humanidad había empezado a sufrir. Estos remedios han servido como la medicina del hombre a través de nuestra existencia. Algunos realmente pueden prevenir las enfermedades mientras que otros ayudan en el proceso de recuperación.

Derramando sangre inocente

La primera mención del derramamiento de sangre inocente en la Biblia es cuando Dios hizo vestidos de pieles de animales para Adán y Eva (Génesis 3:21) para reemplazar los vestidos que ellos se habían hecho de hojas de higuera (Génesis 3:7). Con esto Él les estaba mostrando a ellos (y a nosotros) que fue por el derramamiento de sangre inocente que ellos estarían “cubiertos” ante Dios, y no por la obra de sus manos. Era un anuncio de la muerte del Señor por nosotros.

Un tiempo después de la caída Adán y Eva empezaron a tener hijos. Los dos primeros fueron hijos varones, Caín y Abel, y un evento en sus vidas hizo que la primera mención de pecado apareciera en la Biblia. Sucedió cuando Caín trajo la ofrenda equivocada al Señor y la misma fue rechazada. Su hermano Abel trajo la ofrenda correcta, la cual aceptó el Señor. Fue otro modelo de la ofrenda de “sangre inocente” que era aceptada y la obra de nuestras manos rechazada (Génesis 4:1-7).

Caín se molestó por eso, pero el Señor le dijo, “¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Génesis 4:6-7). Esto nos dice que mucho antes del tiempo de Moisés el Señor le había dado instrucciones a la humanidad sobre la ofrenda correcta por el pecado.

El punto de esta introducción es para mostrar que todos pecamos (Romanos 3:23), que el pecado trae la muerte (Romanos 6:23), y que el único remedio para nuestros pecados es el derramamiento de sangre inocente (Hebreos 9:22).

Bien, dice usted, si voy a morir de todas maneras, ¿cuál es la gran cosa? La gran cosa es que no es nuestra muerte física sobre la que estamos hablando. Es sobre nuestra muerte espiritual. Cada uno de nosotros está formado de tres partes: cuerpo, alma y espíritu. La muerte física es la muerte de nuestro cuerpo y eso le sucede a toda la gente. Pero ese no es el fin para nosotros, porque nuestro espíritu y nuestra alma existen para siempre. La muerte espiritual es el castigo que todos tenemos que pagar por nuestros pecados. Este castigo tiene un tiempo de vencimiento y deber de ser pagado cuando nuestro cuerpo muere.

Hay dos formas para pagar este castigo. Una es pagarlo por nosotros mismos. Recuerden, la pena por el pecado es el derramamiento de sangre inocente. El problema es que todos somos pecadores y no somos inocentes, así que no podemos pagar la pena con nuestra propia sangre. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8). Aquellas personas que eligen pagarlo de esa forma fracasarán y pasarán toda la eternidad en el infierno.

La otra forma es encontrar a alguien que califique y esté deseoso de pagarla por nosotros. En toda la existencia humana solamente ha habido un hombre que no ha pecado y que por consiguiente es inocente. Su nombre es Jesús. Él es el Hijo de Dios y él calificó para hacerlo. Él también estaba deseoso, y estuvo de acuerdo en pagar la pena por toda la humanidad. Hace cerca de 2000 años Él fue crucificado en una cruz fuera de Jerusalén en Israel, así que Su sangre inocente fue derramada para la remisión de nuestros pecados. 1 Pedro 3:18 nos dice, “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.”

Tres días después Él resucitó de los muertos para probar que el castigo por nuestros pecados había sido pagado en su totalidad.

En Hechos 4:12 Pedro también dijo que ese es el único remedio aceptable por nuestros pecados: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”

En los términos más simples, ser salvo significa que somos salvos del castigo debido a nuestros pecados. Pero a pesar de que Jesús pagó el castigo por todos los pecados de la humanidad, Dios ha ordenado que solo aquellas personas que creen que Él murió por ellas se beneficiarán de eso (Juan 3:16).

Una vida para vivir

La Biblia dice que tenemos que creer tres cosas para ser salvos, y estas tres cosas se llaman el Evangelio, o las buenas nuevas. Primero, tenemos que creer que somos pecadores, incapaces de salvarnos a nosotros mismos. Segundo tenemos que creer que Jesús murió por nuestros pecados, y tercero tenemos que creer que Él fue sepultado y resucitó de nuevo en el tercer día. Creyendo estas tres cosas seremos salvos del castigo debido a los pecados que hemos cometido y cometeremos durante nuestras vidas (1 Corintios 15:1-4). Pero la Biblia dice que tenemos que hacer eso antes que nuestro cuerpo muera (Hebreos 9:27).

Dios quiere que todas las personas sean salvas (2 Pedro 3:9) y nos ha dado una vida entera para aprender lo que se necesita hacer. Él lo ha escrito en Su libro junto con evidencia suficiente para demostrar que Él es quien dice ser sin lugar a ninguna duda. Y Él ha prometido que si lo buscamos con todo nuestro corazón lo encontraremos.

Porque así dijo el Señor, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó:

Yo soy el Señor, y no hay otro. No hablé en secreto, en un lugar oscuro de la tierra; no dije a la descendencia de Jacob: En vano me buscan. Yo soy el Señor que hablo justicia, que anuncio rectitud (Isaías 45:18-19).

Más tarde Jesús dijo, “Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá” (Mateo 7:7).

Esas promesas de Dios nos aseguran que si buscamos a Dios en Su palabra lo encontraremos, y si le pedimos que nos salve, Él lo hará.

Y allí lo tienen ustedes. Todos pecamos (Romanos 3:23), el pecado trae la muerte (Romanos 6:23), y el único remedio para nuestros pecados es el derramamiento de sangre inocente (Hebreos 9:22). Jesús proveyó el remedio (1 Pedro 3:18) pero lo tenemos que aplicar durante nuestra vida. Después de morir, ya es demasiado tarde (Hebreos 9:27).

Entonces, no repitamos el primer error de la humanidad creyendo algo diferente a la palabra de Dios. Esto dice la Biblia: “Vuélvanse a mí, y sean salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22). Selah 09/02/14.